callado. Aunque creo que le gusto. Lo dibujo en mi imaginacion antes de dormirme y empiezo a sonar con escaparme de la finca con el.

En mi opinion, Markus y yo somos los unicos de ludden que tienen un futuro por delante. Torun se ha rendido, y los ancianos de la casa parecen contentos de trabajar durante el dia y sentarse a cotillear por las tardes.

A veces, beben aguardiente destilado en la cocina con Ragnar Davidsson, el pescador de anguilas. Oigo sus risas por la ventana.

En ludden, todos nos movemos dentro de nuestro propio circulo, y ese invierno descubro el altillo del establo. Apenas hay heno, pero esta abarrotado de cosas abandonadas, y casi todas las semanas me dedico a explorarlo. Hay infinidad de rastros de las antiguas familias y fareros de la casa; es casi como un museo con utensilios de barcos, cajas de madera, pilas de viejas cartas marinas y cuadernos de bitacora. Aparto las cosas para avanzar entre tesoros y basura, y al fin alcanzo la pared al otro lado del altillo.

Alli descubro todos los nombres grabados:

CAROLINA 1868

PETTER 1900

GRETA 1943

Y muchos mas. Casi cada tablon tiene por lo menos un nombre grabado.

Leo y me quedo fascinada por todos los que han vivido y muerto en ludden. Es como si me acompanaran.

Mi principal objetivo es conseguir que Markus venga conmigo al altillo.

24

El crepusculo cubria el mar y la tierra. La solitaria farola a lo lejos, en la carretera nacional, cada vez se encendia mas temprano, y Joakim se paseaba por su inmensa casa e intentaba sentirse orgulloso del trabajo realizado.

En principio, la planta baja estaba reformada. Pintada, empapelada y amueblada. Tenia que comprar mas muebles, pero no tenia mucho dinero y aun no habia buscado trabajo de profesor. Pero por lo menos habia amueblado el salon, con un gran armario del siglo XVIII, una larga mesa comedor y altas sillas. Habia colgado del techo una gran arana de cristal y colocado candeleros en las ventanas.

Durante el otono apenas habia tenido tiempo de trabajar en la fachada -ademas, no tenia dinero para un andamio-, pero penso que los antiguos habitantes de la casa apreciarian la reforma de las habitaciones. A veces, cuando estaba solo, Joakim esperaba oirlos, sentir sus lentos pasos en el piso de arriba y el murmullo de voces en las habitaciones desiertas.

Pero a Ethel no. Ella no podia entrar en la casa. Gracias a Dios, Livia habia dejado de sonar con ella.

– ?Vendreis a pasar la Navidad conmigo? -pregunto Ingrid cuando llamo, a mediados de diciembre.

Tenia la misma voz queda y cuidadosa de siempre, y a Joakim le dieron ganas de colgar.

– No -contesto enseguida, y miro por la ventana de la cocina.

La puerta del establo estaba de nuevo abierta. El no la habia abierto. Podia echarle la culpa al viento, o a los ninos, pero presintio que era una senal de Katrine.

– ?No?

– No -dijo-, hemos pensado pasar la Navidad aqui. En la casa.

– ?Solos?

«Quiza no», penso el, pero contesto:

– Si, a no ser que la madre de Katrine pase a vernos. Pero no hemos quedado en nada.

– No podeis…

– Iremos a verte en Ano Nuevo -la corto Joakim-. Asi podremos darnos los regalos.

En cualquier caso seria una Navidad sombria, la celebrara donde la celebrase.

Insoportable sin Katrine.

El 13 de diciembre, a primera hora de la manana, Joakim estaba sentado en la penumbra de la guarderia de Marnas y asistia a la celebracion de la fiesta de santa Lucia. Los ninos de seis anos, vestidos con tunicas blancas y una vela en la mano caminaban con solemnidad sonriendo nerviosos en el salon de actos. Algunos padres los filmaban con camaras de video.

A Joakim no le hacia falta filmar nada; se acordaria de todo, incluidas las canciones que Livia y Gabriel cantaron. Jugueteaba con su anillo de casado y pensaba en lo mucho que le habria gustado a Katrine ver aquello.

Al dia siguiente de la festividad de Santa Lucia, se desencadeno la primera tempestad de invierno en la costa, y unos copos de nieve tan duros como granizo se estrellaron contra los cristales de las ventanas. En el mar las olas se alzaban con blancas crestas. Se movian ritmicamente hacia tierra y rompian la delgada capa de hielo que se formaba en el borde del cabo, luego estallaban contra el rompeolas, donde el agua se arremolinaba y espumeaba alrededor de los islotes de los faros.

Cuando la tempestad azotaba la casa con mas fuerza, Joakim llamo a Gerlof Davidsson, la unica persona que conocia en la isla interesada por la meteorologia.

– Ya tenemos aqui la primera tormenta de nieve del invierno, ?no es asi? -pregunto Joakim.

Gerlof resoplo en el auricular.

– ?Esto? Esto no es una tormenta de nieve…, pero llegara, y creo que antes de Ano Nuevo.

El fuerte viento ceso al amanecer, y cuando salio el sol, Joakim vio un fino manto de nieve alrededor de la casa. Los arbustos que crecian al otro lado de la ventana de la cocina tenian sombreros blancos, y abajo, en la playa, las olas habian resquebrajado el hielo formando amplios taludes.

Mas alla de estos, en el mar, se habian formado nuevas capas de hielo; era como un campo blanco azulado atravesado por oscuras grietas. El hielo no parecia solido: algunas de las profundas grietas dejaban ver oscuras simas.

Joakim miro el horizonte con los ojos entornados, pero la linea entre el mar y el cielo habia desaparecido engullida por una deslumbrante neblina.

Sono el telefono despues del desayuno. Era Tilda Davidsson, la policia pariente de Gerlof, que inicio la conversacion diciendo que llamaba por cuestiones de trabajo.

– Solo queria comprobar una cosa, Joakim. Me dijiste que tu mujer no tuvo visitas en la finca… Pero ?hubo gente trabajando?

– ?Trabajando?

Era una pregunta inesperada, y se vio obligado a pensar antes de contestar.

– He oido que estuvieron unos acuchilladores de parquet en vuestra casa -dijo ella-. ?Es cierto?

Entonces Joakim se acordo.

– Es cierto -dijo-, fue antes de que yo me mudara. Paso un chico por aqui, arranco unos suelos de linoleo y despues acuchillo el suelo de las habitaciones.

– ?De una empresa de Marnas?

– Eso creo -respondio el-. Fue el agente inmobiliario quien nos la recomendo. Creo que aun tengo la factura en alguna parte.

– De momento no la necesito. Pero ?recuerdas como se llamaba?

– No…, fue mi mujer la que hablo con el.

– ?Cuando estuvo en la casa?

– A mediados de agosto…, unas semanas antes de que empezaramos a traer los muebles.

– ?Lo viste? -pregunto Tilda.

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