– Gerlof, esa carta no era para ti -dijo.

– No, pero… -Su voz desaparecio en un zumbido estatico y luego retorno-… abierta.

– Vaya -respondio ella-. ?Asi que la has leido?

– Solo las primeras lineas…, y un poco del final.

Tilda cerro los ojos. Estaba demasiado cansada y preocupada como para poder enfadarse con el por haber fisgado en su bolsa.

– Puedes romperla -dijo laconica.

– ?Quieres que la destruya?

– Si, tirala.

– Entonces lo hare -replico Gerlof-. Pero ?te encuentras bien?

– Estoy como me merezco.

El dijo algo en voz baja que ella no comprendio.

Tilda deseaba contarselo todo, pero no podia. No podia explicarle que la mujer de Martin se habia quedado embarazada al mismo tiempo que el la enganaba. Tilda se habia sentido satisfecha y feliz de estar junto a Martin: incluso la noche en que Karin se puso de parto.

El llego al hospital a medianoche, con un monton de excusas por haberse perdido el nacimiento de su hijo.

Tilda suspiro y dijo:

– Hace tiempo que deberia haber terminado con eso.

– Si, si -dijo Gerlof-. Pero supongo que ahora ya lo habras hecho.

Ella miro por el retrovisor.

– Si -contesto.

Luego intento ver mas alla del parabrisas. La nieve seguia acumulandose, y ahora apenas se divisaba el camino. El coche estaba quedando sepultado.

– Tendre que intentar salir de aqui -le dijo a Gerlof.

– ?Puedes conducir?

– No…, el coche esta atascado.

– Entonces tendras que ir a ludden -contesto el-. Pero ten cuidado con los ojos… La tormenta arrastra tierra y arena mezcladas con la nieve.

– De acuerdo.

– Y no te sientes nunca a descansar, Tilda, no importa lo cansada que estes.

– Vale. Hasta luego -dijo ella, y apago el movil.

Luego inspiro hondo por ultima vez en el aire caliente del coche, abrio la puerta y salio de nuevo a la tormenta.

El viento la envolvio, rugio en sus oidos y la empujo. Tilda cerro la puerta del coche con llave y avanzo despacio por el camino, con la misma dificultad que un buzo caminando con zapatos de plomo por el fondo del mar.

Martin bajo la ventanilla al verla llegar, parpadeo y alzo la voz:

– ?Viene alguien de camino?

Ella nego con la cabeza y respondio a gritos:

– ?No podemos quedarnos aqui!

– ?Que?

Tilda senalo hacia el este.

– ?Hay una casa alla abajo!

El asintio y subio la ventanilla. Unos segundos despues, se apeo del coche, cerro con llave y la siguio.

Caminaron a traves de la ventisca que barria el asfalto; bajaron a la cuneta y saltaron un muro de piedra.

Tilda encabezaba la marcha y Martin la seguia unos pasos por detras. Avanzaban despacio. Cada vez que Tilda levantaba la vista, era como si el viento le golpeara los ojos con ramas de abedul heladas. Tenia que ir con cuidado y doblada sobre si misma para que el viento no la derribara.

Solo llevaba puestas unas simples botas y deseo haber tenido unos esquis. O botas de nieve.

Al fin se dio la vuelta y alargo el brazo hacia la oscura figura que la seguia.

– ?Ven! -grito.

Martin habia empezado a tiritar. Llevaba solo una fina chaqueta de cuero, y no tenia gorro.

Aunque fuera asunto de el llevar una ropa tan ligera, Tilda le tendio la mano.

Martin la estrecho sin decir nada. Cogidos de la mano, prosiguieron la marcha hacia la casa de ludden.

31

Henrik Jansson avanzaba a duras penas en la ventisca. Luchando contra un viento ensordecedor, agachaba la cabeza contra el pecho y apenas tenia idea de donde se encontraba.

Supuso que habria llegado al prado junto a la playa, al sur de los faros de ludden, aunque no podia verlos. La nieve le aranaba los ojos.

«Idiota.» Tendria que haberse quedado en casa. Era lo que siempre hacia cuando habia nevasca.

Un fin de semana de enero, cuando tenia siete anos, fue de visita a casa de sus abuelos y tuvo una pesadilla: sono que una manada de rugientes leones se paseaba por la habitacion.

Al despertarse al dia siguiente, los leones habian desaparecido y toda la casa estaba en silencio. Pero al salir de la cama y mirar fuera, vio que el suelo entre los edificios estaba cubierto de nieve blanca y centelleante.

– Esta noche hemos tenido nevasca -dijo el abuelo Algot.

La ondeante capa de nieve casi llegaba al alfeizar de la ventana, y Henrik no habia podido abrir la puerta de la casa.

– Abuelo, ?como se sabe que es una nevasca?

– Nunca se sabe cuando llegara -habia contestado Algot-, pero cuando lo hace, uno sabe que esta aqui.

Y Henrik lo supo alli, en la playa del Baltico. Aquello era una nevasca. El vendaval anterior habia sido solo un aviso.

El viento hacia oscilar la guadana y le molestaba. Se vio obligado a abandonarla en la nieve, pero conservo el hacha. Dio tres pasos sobre el suelo helado, se acurruco y descanso. Luego dio tres pasos mas.

Al cabo de un rato, se vio obligado a descansar cada dos pasos.

Las olas, cada vez mas altas, rompian la delgada capa de hielo de la playa. Henrik escuchaba el creciente ruido sordo, pero ya no podia ver el mar: no podia ver nada en ninguna direccion.

El dolor de la herida se habia atenuado. Quiza el viento helado calmaba la hemorragia, pero al mismo tiempo sentia como si, lentamente, todo su cuerpo se adormeciera.

Comenzaba a perder la conciencia: a veces la sentia tan lejos que parecia flotar junto a su cuerpo.

Henrik penso en Katrine, la mujer que se habia ahogado en ludden. Se habia sentido a gusto acuchillando y arreglando los suelos con ella. Era bajita y rubia, como Camilla.

Camilla.

Recordo el calor de su cuerpo cuando estaban en la cama. Pero ese pensamiento se esfumo enseguida con el viento.

Era demasiado tarde para retroceder hasta el cobertizo de Enslunda, y ya ni siquiera sabia donde se encontraba. ?Y donde estaban los jodidos faros? Miro de soslayo para evitar el viento, y a lo lejos vislumbro una debil luz titilante.

Inspira, avanza, espira.

Poco despues, llego un fuerte estruendo desde el mar que lo detuvo en mitad de un paso. El viento arreciaba, aunque pareciese imposible.

Henrik cayo de rodillas y el hacha se hundio en la nieve, pero la recogio haciendo un gran esfuerzo y consiguio guardarla, la empunadura primero, en el interior de su anorak. La tenia reservada para los hermanos Serelius y no podia perderla.

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