Cinco o diez minutos mas tarde la puerta chirria. El ulular del viento crece antes de apagarse con un portazo.

Se oyen un par de pesadas botas en el recibidor que patean para quitarse la nieve, reconozco el hedor a sudor y brea.

Ragnar Davidsson entra en la habitacion y me mira.

– ?Donde has estado? -pregunta-. Has desaparecido por la manana.

No contesto. Solo pienso en que le dire a Torun sobre las pinturas. No puede enterarse de lo que ha pasado.

– Con algun chico, seguro -responde Davidsson a su propia pregunta.

Se pasea despacio por el suelo de cemento y le doy una ultima oportunidad. Levanto la mano y senalo la playa.

– Tenemos que ir a buscar las pinturas.

– No es posible.

– Si. Tienes que ayudarme.

Niega con la cabeza y se acerca a la mesa.

– Ya no estan aqui…, van camino de Gotland. El viento y las olas se las han llevado.

Se llena el vaso y lo levanta.

Podria avisarle, pero no digo nada. Solo miro mientras bebe: tres buenos tragos que casi vacian el vaso.

Entonces se sienta a la mesa, chasca la lengua y dice:

– Bueno, pequena Mirja…, ?que te apetece hacer ahora?

33

Le desperto el espectro de su abuelo, que se encontraba de pie ante el, en medio de la ventisca. Algot se inclino y le levanto una bota.

?Muevete! ?Acaso quieres morir?

Henrik sintio unos fuertes golpes en las piernas y los pies, una y otra vez.

?Levantate! ?Ladron de mierda!

Henrik alzo la cabeza lentamente, se quito la nieve de los ojos y los entorno. El fantasma de su abuelo habia desaparecido, pero a lo lejos vio un foco que barria en silencio el cielo nocturno. El brillo de su luz, rojo sangre, hizo que las nubes centellearan sobre el.

Un poco mas alla, le parecio ver otra luz. Un destello blanco constante.

Las luces de los dos faros de ludden.

Metro a metro, Henrik habia ido avanzando medio aletargado y con gran esfuerzo por la nieve, y por fin habia llegado.

Tenia los vaqueros empapados; eso era lo que lo habia despertado. Las olas eran ahora tan altas que rompian contra la playa y le salpicaban las piernas con fuerza, a pesar de que yacia en lo alto del prado.

Se levanto despacio, de espaldas al mar. Se sentia las manos entumecidas, y tambien los pies, aunque podia moverse.

Aun le quedaba algo de fuerza en las temblorosas piernas, asi que se puso a caminar de nuevo con los brazos caidos.

En el interior de su anorak se movia un alargado mango de madera y un hierro helado le asomaba por el cuello.

Era el hacha del abuelo; recordo que se la habia metido debajo de la chaqueta, pero no por que la llevaba encima.

De repente se acordo: los hermanos Serelius. Entonces se la saco del anorak y prosiguio su camino.

Dos torres grises se perfilaron contra el cielo borrascoso. A sus pies, el mar bullia y lanzaba resplandecientes tempanos de hielo contra los islotes de los faros.

Estaba en ludden. Se detuvo tambaleandose por el viento. ?Que haria ahora?

Se acercaria a la casa, que debia de encontrarse en algun lugar a su izquierda. Giro en esa direccion, alejandose de los faros.

De pronto, el viento le dio en la espalda y todo fue mas sencillo. Lo impulsaba hacia delante ayudandolo a avanzar por la dura capa de nieve que cubria el prado. Empezo a sentir de nuevo las distintas intensidades, como las debiles rachas iban seguidas por fuertes rafagas.

Despues de cien o doscientos pasos vislumbro dos anchas sombras frente a el.

De pronto, una valla de madera le impidio el paso, pero encontro una entrada. Al otro lado, como una gran nave en la noche, se alzaba ludden, y Henrik corrio a resguardarse.

Habia llegado.

La casa lo acogio en su oscuro regazo. Estaba a salvo.

El viento del patio era una caricia en comparacion con el que soplaba abajo, junto al mar, pero tambien habia mucha nieve. Los copos revoloteaban y caian como polvos de talco desde el tejado y se derretian en su cara; los taludes le llegaban casi hasta la cintura.

Henrik diviso el porche de la casa entre la cortina de nieve y, con gran esfuerzo, alcanzo la escalera.

Se detuvo en el primer peldano, tomo aliento y alzo la vista.

La puerta estaba forzada. La cerradura rota y el marco partido.

Los hermanos Serelius habian pasado por alli.

Henrik estaba demasiado helado como para tomar precauciones, de modo que subio la escalera a trompicones, abrio la puerta del porche, tropezo en el umbral y cayo sobre una suave alfombra. La puerta se cerro tras el.

Calor. La tormenta habia quedado fuera y podia oir el sonido de su propia respiracion.

Solto el hacha y empezo a mover los dedos con cuidado. Al principio los tenia como tempanos de hielo, pero cuando la sensibilidad comenzo a retornar a sus manos y pies, con ella llego tambien el dolor, y la herida en el abdomen empezo a palpitarle de nuevo.

Estaba mojado y cansado, pero no podia quedarse alli tendido.

Se levanto despacio y se acerco tambaleandose hasta el siguiente umbral. La oscuridad era absoluta, pero aqui y alla brillaban pequenas lamparas amarillas y velas. Las paredes tenia un nuevo papel blanco, el techo habia sido restaurado y pintado: todo habia cambiado mucho desde que Henrik estuviera alli por ultima vez.

Giro a la derecha y, de repente se encontro en la gran cocina. En verano, el habia reparado y acuchillado aquel suelo.

Un gato gris oscuro estaba sentado en el alfeizar y miraba por la ventana; un ligero aroma a albondigas persistia en el ambiente.

Henrik vio el grifo de la pila y se acerco tambaleandose.

El agua caliente solo salia templada, pero aun asi le quemo las manos heladas. Apreto los dientes cuando se le calentaron, y, tras mojarse los dedos unos minutos, consiguio moverlos.

El gato giro la cabeza hacia el y luego miro de nuevo la tormenta de nieve. En la encimera habia un soporte con cuchillos de cocina de acero. Henrik busco el de mango mas grande y lo cogio.

Empunando el cuchillo, se dirigio de nuevo hacia el interior de la casa.

Intento recordar donde se encontraban las habitaciones, pero no podia. De pronto, se encontro en un largo pasillo, ante un cuarto pequeno.

Una habitacion infantil.

En su interior, una nina pequena y rubia, de unos cinco o seis anos, estaba sentada en la cama. Sujetaba entre los brazos un muneco blanco y un jersey de lana rojo. En el suelo, frente a ella, habia un pequeno televisor apagado.

Henrik abrio la boca, pero tenia la mente completamente en blanco.

– Hola -saludo laconico.

Tenia la voz ronca y aspera.

La nina lo miro, aunque no respondio.

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