El todopoderoso ministro no habia entrado en la agonia, como lo dejaba suponer su llamada al rey. Simplemente, al saber por los medicos que le quedaba ya poco tiempo, habia querido aprovecharlo para dar al joven soberano todos los consejos dictados por una larga experiencia en los asuntos del reino. Durante quince dias, en el silencio de su habitacion vigilada por el fiel Bernouin y por dos suizos que prohibian el acceso incluso al medico, aquel hombre de cincuenta y ocho anos roido por la enfermedad tanto como por el trabajo agotador que llevaba a cabo desde hacia ya tantos anos, dicto para los oidos atentos del monarca lo que podia llamarse su testamento politico, acompanado de algunos consejos de caracter mas secreto cuyos efectos no iban a tardar en verse. A la sombra de los cortinajes de color purpura, el moribundo de rostro maquillado para intentar ocultar los estragos de la enfermedad dejo caer palabras prenadas de consecuencias, que para algunos habian de resultar mas pesadas que la losa de una tumba. Palabras que tenian bien poco que ver con la caridad cristiana que se espera de un hombre proximo a comparecer ante su Creador, pero que Luis XIV escucho con interes. Para terminar, Mazarino dijo a su rey que le legaba su inmensa fortuna, palabras acompanadas por una expresion que fustigo el orgullo del joven soberano: este se nego a despojar a la familia de su ministro, por mas fuerte que resultara la tentacion para un muchacho que hasta ese momento habia recibido unicamente la estricta porcion congrua o legitima de las herencias. Entonces Mazarino, aliviado, dio un ultimo consejo…
En todo el castillo, alrededor de aquella habitacion cerrada, florecian las esperanzas y se desataban las ambiciones. Fouquet pasaba horas en compania de la reina madre, de la que no ignoraba que era su apoyo mas firme; Colbert patrullaba sin cesar por las antecamaras del moribundo, armado de informes que esperaba tener aun tiempo de presentar; el canciller Seguier no conseguia ocultar sus esperanzas de acceder al puesto supremo; la bella Olympe de Soissons se veia ya, como favorita declarada, reinando tanto sobre los sentidos del soberano como sobre los asuntos del reino; unicamente la joven reina rezaba, pero sus damas habian descubierto muy pronto que, de todas maneras, rezaba siempre muchisimo y que, aparte de la pasion que sentia por su esposo, apenas se dedicaba mas que a dos actividades: el servicio de Dios y el juego. O mejor dicho, los juegos, y de preferencia con apuestas de dinero. Como nunca los habia practicado en el palacio de su padre, ahora se habia volcado en ellos con un entusiasmo que le costaba muy caro.
Finalmente, el acontecimiento tan esperado se produjo. En la noche del 8 al 9 de marzo, hacia las cuatro de la madrugada, el rey, que dormia al lado de la reina, fue despertado por Pierrette Dufour, una camarera de Maria Teresa a la que habia encargado prevenirle en caso de que se produjera la muerte: el cardenal habia exhalado su ultimo suspiro entre las dos y las tres. Sin despertar a su esposa, se levanto, se vistio rapidamente y fue a la camara mortuoria; alli encontro al mariscal de Gramont, al que abrazo llorando.
— Hemos perdido un buen amigo -le dijo.
Ordeno de inmediato luto de negro, como para un miembro de su familia; lloro mucho, al contrario que su madre, que apenas derramo alguna lagrima; y pocas horas mas tarde regreso a Paris, donde habia convocado consejo para el dia siguiente. Detras de el, el castillo de Vincennes se vacio como por ensalmo, dejando al difunto en la total soledad de aquellos de quienes ya nada se espera.
El dia siguiente, a las siete de la manana, el Consejo se reunio en el Louvre, en la sala habitual. Entre ministros y secretarios de Estado, eran siete los reunidos en torno al canciller Seguier, que se daba mas importancia que nunca y, desde lo alto de su majestad, lanzaba miradas ironicas al superintendente de las Finanzas, que las desdenaba olimpicamente. Elegante como de costumbre, impecablemente vestido a pesar de lo temprano de la hora, Fouquet parecia sin embargo mas distante de lo habitual y miraba por una ventana el Sena, cubierto por una niebla que no dejaba ver la otra orilla.
Llego el rey vestido de negro, y cada cual, despues de saludarle, se dirigio a su asiento, pero Luis XIV permanecio de pie, lo que obligo a los demas a imitarle. De inmediato se volvio hacia el canciller y le dirigio una mirada bajo la cual este fue perdiendo poco a poco su soberbia: la mirada de un amo. Y cuando su voz se elevo, tambien el tono era nuevo.
— Senor -le dijo-, os he convocado aqui junto a mis ministros y mis secretarios de Estado para deciros que, hasta el dia de hoy, he tenido a bien dejar que el difunto senor cardenal gobernara mis asuntos. Es hora de que los gobierne yo mismo. Vos me ayudareis con vuestros consejos cuando os los solicite. Aparte de los asuntos corrientes del sello, en los que no tengo intencion de hacer ningun cambio, os ruego y ordeno, senor canciller, que no selleis nada sino por orden mia y sin haber hablado antes conmigo, a menos que un secretario de Estado os transmita las ordenes de mi parte. Y a vosotros, mis secretarios de Estado, os ordeno no firmar nada, ni siquiera un salvoconducto o un pasaporte, sin una orden mia… A vos, senor superintendente, os ruego que os sirvais de Colbert, a quien el difunto senor cardenal me ha recomendado. [16] En cuanto a Lionne, puede estar seguro de mi afecto. Estoy contento de sus servicios.
El discurso cayo como una bomba. Los siete hombres reunidos en torno a la larga mesa no daban credito a sus oidos. ?No habria primer ministro! ?Un Consejo reducido a dar su opinion «cuando se le solicitase»! Y en cuanto a la frase sobre Hugues de Lionne, el encargado de Asuntos Extranjeros, sugeria claramente que, si estaba contento con el, es que lo estaba menos con los demas. El canciller Seguier se sintio ligeramente enfermo y volvio pronto a su domicilio, a calentarse entre sus libros y sus riquezas. Fouquet corrio a los aposentos de la reina madre y espero pacientemente a que se levantara para contarle lo ocurrido. Ella no le dio importancia.
— Quiere hacerse el competente -dijo con un encogimiento de hombros-, pero es demasiado aficionado a la buena vida. Ese hermoso interes por el trabajo no resistira mucho tiempo, ahora que el cardenal ya no esta para mantener apretados los cordones de la bolsa…
?Era la evidencia misma! Y Fouquet se volvio a Saint-Mande completamente tranquilizado.
5. La fiesta mortal
Las bodas de Philippe d'Orleans y Enriqueta de Inglaterra se celebraron por fin el 30 de marzo, en la capilla del Palais-Royal, a la sazon residencia de la viuda de Carlos I, madre de la novia. Monsenor de Cosnac celebro ante un altar decorado por las Visitandinas de Chaillot con las flores de cola de pez -rosas blancas y plateadas- que eran su especialidad. Solo hacia tres semanas que Mazarino habia dejado este mundo, pero no fue obstaculo para que fuera la boda mas alegre y brillante que pueda concebirse. Madame estaba radiante y Monsieur brillaba como un sol, rodeado por los gentileshombres mas guapos de la corte en el papel de satelites, algo eclipsados sin embargo por el deslumbrante duque de Buckingham. Las dos reinas madres se mostraban encantadas. Solo Maria Teresa se esforzaba en ocultar sus ojos hinchados de llorar porque su esposo no apartaba su mirada de la novia. Mientras tanto, encerradas en un salon del palacio, las nuevas doncellas de honor esperaban con impaciencia el momento de ser presentadas. Marie, aun con mayor impaciencia que las otras.
No habia lugar suficiente en la capilla para que ella y sus companeras pudieran asistir a la ceremonia, pero lo soportaba muy bien. Le bastaba estar en aquel lugar y saber que muy pronto se alzaria el telon sobre la vida con que sonaba. Eso era lo importante.
La joven no dejaba de observar con curiosidad a las que iban a compartir su vida cotidiana al servicio de la princesa, y de preguntarse si le gustaria ser amiga de una u otra de ellas, como en otro tiempo lo habia sido su madre de Mademoiselle de Hautefort. Era bastante dificil decidirse, porque no les habian permitido hablarse desde que la severa Madame de La Fayette -una amiga personal de la reina Enriqueta Maria- las habia reunido, contentandose con indicar el nombre de todas ellas. De los diez nombres, Marie solo habia retenido cuatro; las demas le parecian desprovistas de interes, pertenecientes a esa categoria social que ella llamaba «corderil» porque se desplazaba siempre en un grupo compacto en el que no era posible distinguir nada. Es cierto que en aquel pequeno rebano todas eran bonitas, pero las cuatro elegidas por ella parecian ademas inteligentes. En particular la que llevaba el nombre mas grande: Athenais de Rochechouart-Mortemart, llamada Mademoiselle de Tonnay-Charente: era alta, de cabello rubio radiante, ojos magnificos que brillaban como diamantes azules, porte de princesa, maneras elegantes y un ingenio agudo perceptible en cuanto abria la boca. Rubia tambien pero muy diferente, Louise de La Baume Leblanc de La Valliere evocaba la dulzura de un claro de luna con su tez transparente, su gracia flexible, su fragilidad, sus ojos azul claro y su cabello con reflejos plateados. Era timida y dulce. Las otras dos eran morenas: Aure de Montalais, con una tez de marfil calido y los ojos negros mas vivos y alegres que puedan concebirse; Elisabeth de Fiennes, por su parte, tenia cabello castano oscuro, mejillas de rosa