y ojos pardos aterciopelados. Despues de pensarlo, Marie decidio que se sentia mas atraida por Tonnay-Charente y Montalais: la primera porque le recordaba a su madrina, la orgullosa y soberbia Hautefort, y la segunda porque con ella no debia de ser facil aburrirse. La Valliere tenia en cierto modo el aspecto de una victima dispuesta para el sacrificio, y Fiennes no parecia interesada en nada de lo que ocurria a su alrededor. Su eleccion personal quedo de alguna manera ratificada por las dos muchachas, porque una de ellas le dirigio una sonrisa, y la otra un guino alegre.

Despues de la presentacion, las tres se buscaron naturalmente.

— Senoritas -dijo Athenais de Tonnay-Charente, la mayor de las tres-, no se lo que pensais de nuestro futuro, pero a mi me parece que tenemos suerte de pertenecer a Madame y no a la reina.

— ?Seguro que nos divertiremos mucho mas! -aseguro Aure de Montalais mientras contemplaba con satisfaccion el circulo de jovenes gentileshombres ansiosos por ser presentados a ellas.

— ?Vos debeis de saberlo, Fontsomme! Vuestra madre, la duquesa, que pasa mas tiempo en funciones de suplente de Madame de Bethune que esta como titular, ?no encuentra demasiado pesado su cargo? Enanos, carabinas conservadas en agua bendita y rezos, sobre todo rezos, ?cuando toda la corte no piensa mas que en cantar y bailar!

— Voy a confiaros un secreto -dijo Marie, riendo-. Mi madre es capaz de adaptarse a cualquier costumbre de la corte, pero lo que le amarga la vida es el chocolate. Detesta el chocolate, que le da palpitaciones. Y por desgracia, la reina bebe varias tazas al dia.

— Yo lo encuentro bastante bueno, y me acostumbraria mucho antes que a los rezos.

— ?Senoritas! Dejemos esas naderias y elijamos entre los hombres con los que vamos a tratar cada dia. Hemos de ponernos de acuerdo a fin de prestarnos socorro y ayuda mutua; y sobre todo, a fin de evitar que cada una se meta en el terreno de las demas -dijo Athenais-. Por mi parte, encuentro al marques de Noirmoutiers bastante de mi gusto.

— ?Vaya una novedad! -exclamo Montalais-. Dicen que esta enamorado de vos e impaciente por pedir vuestra mano. Por mi parte, tengo unas miras bastante altas. A falta del duque de Buckingham, que nos va a dejar porque Monsieur esta celoso de el, confieso que el Conde de Guiche…

— ?Mala eleccion, querida! ?El heredero del mariscal de Gramont es el amigo intimo de Monsieur!

— ?Estais segura?

— Totalmente. Sin embargo, puede que no siga siendolo mucho tiempo si continua mirando a Madame como viene haciendolo desde hace dos dias. ?Que me ahorquen si no esta a punto de enamorarse de ella!

— En ese caso -dijo Aure de Montalais con filosofia-, tendre que buscar a algun otro… Y vos -anadio dirigiendose con una sonrisa a Marie-, ?de que lado se inclina vuestro corazon?

La pequena -era la mas joven de las tres- se ruborizo.

— Oh, a mi… no me interesan los jovenes. Quiero a un hombre que sea verdaderamente un hombre. No un aprendiz.

— ?Os gusta algun galan maduro? -dijo Athenais burlona-. ?Lastima! Vamos, contadnoslo porque ahora vamos a vivir tan juntas como si fueramos hermanas.

Las dos eran encantadoras, simpaticas y no tenian la menor intencion de burlarse de ella, pero a Marie le costaba pronunciar el nombre que guardaba en su cabeza y su corazon. Su mirada floto en derredor, y se detuvo.

— ?Es… es Monsieur d'Artagnan!

— ?El capitan de los mosqueteros?

Las dos se quedaron boquiabiertas, pero Marie alzo en el aire su naricilla y agito con fuerza su abanico.

— ?Y por que no? Es la mejor espada del reino, por lo que dicen, y tiene… ?unos dientes magnificos!

Sus companeras comprendieron que se trataba de una evasiva, y se echaron a reir con ganas. Con un gesto casi tierno, Athenais acaricio ligeramente su mejilla.

— Teneis razon: ?somos demasiado curiosas! Guardad vuestro secreto. Creo, en cualquier caso, que juntas no vamos a aburrirnos.

A partir de ese dia, Sylvie ya casi no vio a su hija mas que en las ceremonias religiosas a las que asistia la corte en pleno. O mejor dicho, las distintas cortes, porque muy pronto se evidencio que la de Madame superaba con mucho a las demas. Toda la nobleza francesa joven, rica, alegre, viva y avida de divertirse se daba cita en el palacio de las Tullerias o en el castillo de Saint-Cloud, que Monsieur habia convertido en una maravilla. Aquel hombrecillo tenia un excelente gusto, y aunque la «pasion» por su joven esposa apenas duro quince dias, estaba encantado de ser el centro de las elegancias y los placeres de la vida parisina: en una palabra, de estar en la vanguardia de la moda. Y Madame encantaba a todos. Se descubrio que era inteligente, vivaracha, deseosa por encima de todo de seducir y divertirse. La marcha de Buckingham, que Monsieur habia exigido de su madre porque le encontraba presuntuoso -Philippe pertenecia a esa especie de celoso que es la peor de todas: el celoso sin amor-, apenas afecto a Madame. El guapo duque estaba ya muy visto como adorador, y tenia que dejar paso a otro blanco mas apasionante a los bonitos ojos de la princesa: el rey, que acudia a visitarla por lo menos una vez al dia. Luis XIV acababa de firmar el contrato de matrimonio de Maria Mancini, su gran amor de juventud, con el riquisimo principe Colonna y de verla marchar a Italia sin siquiera parpadear, y se libro de Olympe de Soissons nombrandola superintendente de la casa de la reina en sustitucion de la princesa Palatina. Lo cual no agrado en absoluto a su esposa, pues a pesar de que cada noche el compartia su lecho con exquisita puntualidad, era evidente que Madame absorbia todos sus pensamientos.

Por otra parte, Fouquet aparecio con frecuencia por la casa de Conflans en la que Sylvie habia resuelto quedarse debido a la proximidad de la primavera y, sobre todo, al rumor de que el rey no iba a tardar en trasladar la corte a Fontainebleau. Aquella bonita finca, proxima a Saint-Mande y vecina de la casa de Madame du Plessis- Belliere, representaba para el un refugio de amistad en el que estaba seguro de ser siempre comprendido y animado, porque las dos mujeres se veian con frecuencia y no era raro que, al ir a la casa de una de ellas, encontrara alli a la otra.

Despues del famoso Consejo en que Luis XIV habia anunciado su voluntad de reinar solo, el superintendente no habia podido evitar una vaga inquietud, a pesar del optimismo de la reina madre. Una inquietud compensada por la invencible melancolia que abrumaba al canciller Seguier, que se las prometia muy felices cuando calzaba las pantuflas a Mazarino. Siempre es agradable asistir a la decepcion de alguien a quien no se estima. La posicion de Fouquet no habia cambiado: era esplendida, por mas que incluyera ahora un pero en la persona de Jean- Baptiste Colbert, su pesadilla, convertido en su brazo derecho y con un puesto en el Consejo… Entre los dos hombres habia tenido lugar una especie de reconciliacion aparente, pero el soberbio, el magnifico Fouquet estaba decidido a ignorar hasta donde le fuera posible a aquel hijo de un panero, destinado en su opinion a puestos subalternos.

— ?No le ignoreis demasiado! -le aconsejo con suavidad Perceval de Raguenel-. Ese hombre nunca os estimara, y tiene celos.

— Y dado que os ha sido impuesto como brazo derecho -aconsejo Madame du Plessis-Belliere, que se encontraba presente-, nunca os insistire bastante en que acepteis quedaros manco si no quereis que os gangrene. Creo que esta firmemente decidido a perderos.

— ?Perderme? ?Que cosas decis, marquesa! -Y anadio, repitiendo sin saberlo las palabras del duque de Guisa, en un transporte de inimitable orgullo-: ?No se atrevera!

El paso de los dias parecio darle la razon: aparentemente, el rey adoraba a un superintendente que parecia dedicado en exclusiva a distraerle. Asi, una tarde, al reunirse con sus amigos, Fouquet anuncio triunfal:

— La reina madre y yo teniamos razon: el rey tiene intencion de divertirse. Esta cansado de ver a Monsieur y Madame atraer a toda la juventud alegre del reino: se lleva la corte a Fontainebleau y quiere organizar grandes fiestas.

— Que tendreis que pagar vos, amigo mio -dijo Perceval.

— Por supuesto. ?Quiere cuatro millones!

La suma cayo como una losa en el grupito reunido en el salon de Sylvie, cuyas ventanas se habian dejado entreabiertas, dada la bondad del tiempo, al aroma balsamico de las lilas en flor. Madame du Plessis-Belliere dejo sobre la mesa su taza de te, todavia medio llena. [17]

— Y… ?los teneis?

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