— En este momento no cuento con todo ese dinero, pero lo tendre, no temais. ?Quiero que el rey este contento! Y no lo sabeis todo: mientras la corte este en Fontainebleau, he sido invitado a hacerle los honores en Vaux.

La mujer que Mademoiselle de Scudery habia bautizado con el bonito nombre de Artemise en el circulo de las Preciosas, se levanto con tanta brusquedad que sus voluminosas faldas hicieron caer la silla.

— ?Os pide cuatro millones y ademas una fiesta en Vaux? Porque supongo que no os enganais: esa invitacion no va a costaros tan solo un bol de leche de vuestras vacas.

— No. Se que recibir a la corte en Vaux va a costarme mucho mas caro, pero creo que el rey pretende sondear mi obediencia y saber hasta que punto le soy leal. Aunque me deje las tres cuartas partes de mi fortuna, se que me lo devolvera todo.

Las otras tres personas presentes se miraron con inquietud. Al dar aquella doble noticia que habria debido aterrorizarle, Fouquet parecia por el contrario alegre, casi radiante.

— ?Os lo devolvera? -dijo Raguenel-. ?Por que estais tan seguro? Yo diria mas bien que Luis XIV quiere vuestra ruina, amigo mio, y que detras de el esta Colbert dando una nueva vuelta a la tuerca.

— ?Dejadle que presione! Despues de darme a conocer su voluntad, nuestro Sire me ha dado a entender que pensaba en mi para un alto cargo.

— ?Cual, Dios mio?

Fouquet dudo unicamente un instante, y luego sonrio:

— Se que tendria que guardarme esto para mi, pero os veo tan inquietos que no puedo privarme de la felicidad de tranquilizaros. El canciller Seguier es un hombre viejo, y se aproxima para el el momento de descansar y gozar, lejos del mundo de los negocios, de su ducado de Villemor y de su fortuna. Me ha prometido su puesto… bajo secreto. ?Ya esta! ?Ya os lo he dicho todo! Permitidme que me vuelva a trabajar a Saint-Mande, donde me estan esperando. ?Tengo muchas cosas que hacer!

Cuando el galope rapido de sus magnificos caballos se alejo camino de su castillo, cayo el silencio sobre las tres personas presentes. Cada una de ellas intentaba analizar aquella avalancha de noticias. La marquesa fue la primera en dar su opinion:

— Si no existiera Colbert, diria que todo va sobre ruedas…

— Pero existe -dijo Sylvie-, y me consta que todas las tardes, en el Louvre, el rey se encierra con el para trabajar. Solo es el intendente de las Finanzas, y eso no es normal. Me parece que lo logico seria que el rey despachara con nuestro amigo.

— Si quereis que exprese el fondo de mi pensamiento, lo que me preocupa no es eso. Para convertirse en canciller de Francia, Fouquet tendra que revender su cargo de procurador general.

— En efecto: los dos son incompatibles…

— Asi pues, os suplico, marquesa, puesto que vos sois la consejera a quien mas escucha, que cuideis de que no se desprenda de ese cargo hasta despues de ser nombrado. Un procurador general es inatacable, intocable. Por graves que sean los hechos que se le imputen, no puede llevarsele ante la justicia ni procesarle por ellos. Si vendiese el cargo antes de ser nombrado canciller, seria como un soldado que se quita la coraza en medio de una batalla.

Madame du Plessis-Belliere se levanto de inmediato.

— ?Tened la bondad de ordenar que enganchen mis caballos! -exclamo-. Os ruego que me excuseis para la cena de esta noche, pero creo preferible pedirsela al senor Fouquet. Tendre que poner de nuestra parte a Pellison, Gourville y La Fontaine… Querida Sylvie, vais a marchar a Fontainebleau y no os vere en mucho tiempo, pero no olvideis que soy vuestra amiga, y no dejeis de prevenirme si llegara a vuestros oidos algun rumor inquietante relacionado con el superintendente…

— Podeis estar segura de que no dejare de hacerlo.

Pero Sylvie iba a darse cuenta muy pronto de que formar parte del sequito de la reina no era la posicion ideal para observar lo que ocurria en la casa del rey. En efecto, en Fontainebleau la reina se encontro colocada un poco al margen, y se refugio mas que nunca entre las faldas de su suegra. La verdadera reina, en aquella hermosa primavera que brotaba bajo un cielo asombrosamente sereno, era Madame. El rey le dedicaba todo el tiempo que no empleaba en los asuntos de Estado y en las breves horas nocturnas que pasaba junto a su mujer. Ella era el centro de todas las fiestas, los paseos por el bosque, las partidas de caza, los banos en el Sena, los conciertos y las comedias al aire libre; y en verdad, la pareja real ya no era la formada por Luis y Maria Teresa, sino por Luis y Enriqueta…

Ellos eran el radiante polo de atraccion de una juventud turbulenta, desenfrenada, cruel, libertina y rabelesiana, pero tambien soberbia y ardiente; y la corte, que no contaba por entonces mas que entre cien y doscientas personas, parecia no existir mas que por ellos y para ellos. Los ecos de los violines y las estelas de los fuegos artificiales encantaban e iluminaban casi todas las noches de Fontainebleau, donde apenas se dormia.

Sin embargo, nadie se atrevia aun a imaginar el inicio de un romance: era la evidencia misma que el rey se aburria con su esposa, y, como habia decidido atraerse a todos los que componian la alegre corte de las Tullerias, era normal que privilegiara a quien era su principal animadora. Ademas, el no era el unico objetivo, al menos en apariencia, de la sabia coqueteria de Madame. Una coqueteria lo bastante sutil para no estar dedicada directamente a el. Muy pronto fue evidente para todo el mundo que a ella le complacia el cortejo cada vez menos discreto del guapo Conde de Guiche, el favorito de su esposo, y tambien resulto evidente que Guiche sentia por ella una de esas pasiones que no tienen en cuenta ni el rango ni las circunstancias.

Cansado de intentar, sin el menor exito, atraerse de nuevo a su voluble amigo, Monsieur acabo por explotar y cubrio de reproches indignados a quienes consideraba ya como culpables. Enriqueta, con una flema muy britanica, se contento con encoger los hombros y reirse en sus narices, pero Guiche tuvo la imprudencia de tratar al principe como lo habria hecho con un marido ofendido cualquiera. Rojo de ira, este corrio a pedir al rey una carta sellada que habria enviado al insolente a la Bastilla por largos anos; pero Luis XIV no tenia el menor deseo de apenar de esa forma al mariscal de Gramont, al que apreciaba, e intento poner calma.

— ?Hermano, hermano, me temo que os tomais este asunto demasiado a pecho! Os concedo que Madame es coqueta, pero pensad que lo que quiere sobre todo es divertirse. ?En cuanto a Guiche, le conoceis desde hace mucho tiempo! Es un bearnes de sangre caliente, y os habeis enfadado y reconciliado con el mas de una vez…

— No eran mas que fruslerias, y entonces estaba seguro de su amistad; pero lo que acaba de pasar es imposible de soportar. Me ha insultado, Sire, y pido al rey que le expulse.

— Tambien me pedisteis hace poco que expulsara al duque de Buckingham, a riesgo de crear un grave incidente diplomatico con Inglaterra y enemistarme con mi hermano Carlos II. Gracias a Dios tenemos una madre, y fue ella quien consiguio que se marchara… ?sin dramas!

— Y le estoy muy agradecido, pero el caso no es el mismo. Buckingham no era subdito vuestro, y Guiche si. ?Quiero que lo encarcelen!

— ?Por que delito? ?Unas palabras que se le escaparon en un momento de colera y que debe de estar lamentando de todo corazon? Eso no merece el cadalso… ni la Bastilla. ?Vamos, hermano, calmaos! Os prometo que hablare a Madame. En cuanto a Guiche…

— ?Vais a dejarle seguir con ese juego de cartitas, serenatas y otras galanterias que hace que todos se rian de mi?

— Nunca permitire que se rian de vos, hermano -dijo el rey en tono grave-. Marchara a sus tierras hasta que haya comprendido que os debe respeto.

Aquella misma noche, el Conde de Guiche se fue de Fontainebleau desconsolado, y Luis XIV se esforzo por consolar a su padre y asegurarle su amistad por la familia de Gramont. Al dia siguiente, durante un paseo por el bosque, sermoneo blandamente a Madame, que, despues de mostrarse irritada por las «injustas e injuriosas sospechas de Monsieur», dio las gracias a su cunado por haber comprendido que para ella seria un alivio verse libre de un enamorado inoportuno que no despertaba ningun eco en un corazon feliz de expansionarse a los rayos de un amable sol naciente… Y los dos jovenes, contentos al ver que se comprendian tan bien, pasaron aun mas tiempo juntos, si eso era posible.

Al iniciar su servicio aquella manana en la alcoba de la reina, Sylvie noto de inmediato que la atmosfera era tensa. Sentada en el borde de su cama mientras Maria Molina la calzaba, Maria Teresa tenia un mohin de disgusto y los ojos enrojecidos. Aparte de las primeras oraciones que murmuraba antes de levantarse, aun no habia dicho una palabra.

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