— El rey no ha dormido con la reina -susurro Madame de Navailles-. Ha bailado parte de la noche, y el resto lo ha pasado en el Gran Canal, en gondola con Madame y los musicos italianos.
Sin contestar, Sylvie tomo de manos de un paje las jarreteras de cintas adornadas con joyas y fue a arrodillarse delante de la reina para abrocharlas alrededor de sus piernas, como lo exigia su cargo. Fue recibida con una mirada desolada.
— ?Ha dormido mal Vuestra Majestad? -pregunto en voz baja.
— ?No he dormido nada! -fue la laconica respuesta.
Luego se hizo de nuevo un pesado silencio, mientras Su Majestad se sentaba en su retrete como si fuera el cadalso. Despues empezo el ritual de la
La reina se puso su camisa, y luego la vistieron con una falda de seda blanca tan estrecha que se ajustaba a sus formas, que ahora se iban redondeando. Le pusieron despues un corse ligero de tela fina pero bien provisto de ballenas, y ajustado por medio de lazos, para afinar la cintura. Protesto, diciendo que le apretaba demasiado. Sylvie aprovecho la ocasion para aligerar un poco la tension.
— La juventud y la delgadez habitual de la reina nos hacen olvidar en ocasiones que ahora lleva un nino y requiere cuidados especiales. El rey ha dicho esta manana a Monsieur de Vivonne, con el que me he tropezado en el patio de honor, que como la fiesta se habia prolongado mas de lo previsto no habia querido estorbar el sueno de Su Majestad viniendo a dormir a su lado. -De inmediato, Maria Teresa parecio resucitar.
— ?Es verdad que el rey…? -… Se inquieta mucho por una salud que para el es doblemente preciosa. Asi suelen obrar quienes aman mucho -dijo Madame de Fontsomme con una hermosa reverencia que fue recompensada con una sonrisa aun temblorosa.
Mientras Pierrette Dufour, la camarera francesa, peinaba los magnificos cabellos, los pajes trajeron las enaguas y el vestido, que era de seda espesa alternando los colores azul y oro; despues, Sylvie coloco las joyas correspondientes en la cabeza y la garganta. Despues de un ultimo toque de perfume, Maria Teresa se puso en pie, hizo una reverencia a todos los que habian asistido a su
— Hermana -dijo-, acabo de quejarme a nuestra madre de que a vos y a mi nos tratan muy mal, y quiero suponer que venis a recitar la misma letania. ?La verdad es que esto no puede seguir asi! Estoy decidido a marcharme a mi castillo de Saint-Cloud como continuen tratandome igual que estos ultimos dias.
Y sin pensar siquiera en saludar, Monsieur se marcho como si fuera una bala de canon, e incluso encontro la manera de dar un empellon a un guarda suizo.
Nadie pudo enterarse de lo que se dijeron Ana de Austria y su nuera pero cuando las dos mujeres fueron juntas a la capilla, seguidas esta vez por sus damas y gentileshombres -era domingo-, todos pudieron ver que Maria Teresa tenia de nuevo los ojos enrojecidos y que el rostro de la reina madre mostraba una expresion severa nada habitual en ella, sobre todo a una hora tan temprana de la manana. En cuanto a Madame, no aparecio. La princesa de Monaco vino a avisar que tenia un poco de fiebre, tosia y debia guardar cama.
— Iremos a consolarla enseguida -dijo la reina madre con un tono que sugeria que el consuelo podria muy bien ir acompanado de una reganina. Despues, envio a Madame de Motteville a rogar al rey que pasara a verla en cuanto dispusiera de un instante.
En el fondo, Ana de Austria no estaba del todo descontenta de tener por fin una ocasion de llamar al orden a aquella juventud despreocupada e hirviente de vida, que tenia excesiva tendencia a dejarla arrinconada, junto a Maria Teresa. No dudaba en absoluto del carino de sus hijos, pero era consciente de que, envejecida y a menudo enferma, carecia de atractivos para una corte avida de placeres y diversiones. El rey acudio, escucho lo que ella tenia que decirle, y luego fue a pedir noticias de Madame, con la que charlo unos momentos sin testigos. Al salir anuncio que volveria al dia siguiente, y luego fue a pasear del brazo de su hermano, le dio algunas encantadoras muestras de afecto «para reconfortarlo», y decidio llevarselo a cazar ya que las diversiones previstas para aquel dia no podrian tener lugar. Monsieur detestaba cazar porque consideraba que era un ejercicio excesivamente brutal para la armonia de sus atuendos, siempre admirables, y para la delicadeza de sus manos; pero se dejo llevar sin resistencia. En cuanto a la reina Maria Teresa, aunque desolada por el hecho de que su estado no le permitiera acompanar a su esposo en la caceria -era una excelente amazona-, acabo aquella agitada jornada entre los olores mezclados del chocolate y el incienso quemado en grandes cantidades en su oratorio privado, y con la calma bienhechora que sigue a las grandes tempestades. Todo el castillo se vio invadido aquel dia por una gran tranquilidad.
A la vuelta de los cazadores, el superintendente, que acababa de llegar de sus tierras de Vaux en compania del duque de Beaufort, acudio con su habitual elegancia a sostener el estribo del rey delante de la hermosa escalera en forma de herradura construida antano por Luis XIII. Su presencia parecio poner a Luis XIV de un humor excelente:
— ?Teneis alguna buena noticia que darnos, Monsieur Fouquet?
— Ninguna en particular, Sire. Unicamente deseaba saber si Vuestra Majestad ha fijado ya un dia para hacer a mi casa de Vaux el gran honor de visitarla.
— ?Como, ya? ?Habiamos hablado de agosto y estamos a finales de junio! Pero ?hace falta tanta ceremonia para una visita campestre?
— Cuando se trata de recibir al rey mas grande del mundo, Sire, todo lo que le rodea debe esforzarse en tender a la perfeccion, y yo deseo que el rey este contento.
Luis XIV sonrio de un modo que un observador atento habria considerado ambiguo.
— Recibidnos de acuerdo con vuestros medios,
— No, Sire. Estaba en el campo con Monsieur Fouquet. Estamos haciendo grandes planes para que el rey disponga de una marina digna de el, y hemos trabajado…
— ?Que bien! Pero ya que estais aqui, id a saludar a Madame, que no se encuentra bien. Ya sabeis la amistad que siente por vos. Se alegrara de veros.
— Y yo aun mas, Sire, pero… esas molestias, ?no seran el anuncio de un feliz acontecimiento?
— ?Me extranaria mucho! -dijo el rey, burlon-. Y cuidad de no resultar demasiado galante cuando esteis con ella, Monsieur arma un alboroto cada vez que Madame le pone ojos tiernos a algun gentilhombre.
Aquella noche, la llegada inopinada de la duquesa de Bethune permitio a Sylvie escapar de la atmosfera asfixiante de los aposentos reales. Tenia un agudo dolor de cabeza, debido tanto a los vapores mezclados del incienso y el chocolate como al incesante duelo dialectico que enfrentaba, dia tras dia, a la superintendente de la casa de la reina, Olympe Mancini, condesa de Soissons, con la dama de honor Suzanne de Navailles, cuando sus obligaciones respectivas las ponian en contacto. Los gritos de la italiana, demasiado vanidosa para ser inteligente, y por anadidura perversa y cruel, chocaban con la ironia mordaz y el desprecio apenas velado de la duquesa de Navailles por una mujer de origen dudoso segun los criterios de la nobleza francesa, y a la que el rey, para librarse de una amante que se habia convertido en un estorbo, no encontro nada mejor para darle que la direccion de la casa de su mujer.
Sylvie encontro poco apetecible volver a su alojamiento, en el que se notaria mucho aun el calor del dia, y penso que el frescor del parque aliviaria su migrana. Era la hora de la cena real, y sin duda alli estaria tranquila. Como de costumbre, atraveso el parterre y descendio hacia la cascada y el canal que atravesaba de lado a lado el espeso arbolado del parque. Iba a paso lento, agitando con un gesto maquinal un precioso abanico de concha dorada, atenta a la lejania progresiva de los ruidos del castillo. Iba hacia el silencio, hacia la calma del agua