se reunian los Estados de Bretana. Unicamente le acompanarian sus gentileshombres, y las reinas se quedarian en Fontainebleau. Aquella misma tarde, el capitan D'Artagnan se acerco a Sylvie al borde del Gran Canal, donde ella tenia por costumbre ir a dar un pequeno paseo con tanta regularidad como le era posible.

— He venido, madame, para daros un buen consejo. No os oculto que he dudado mucho tiempo antes de venir a veros… por mucho placer que eso suponga para mi. Pero no hace mucho salvasteis a un amigo mio, y quiero intentar devolveros el favor.

— El preambulo me asusta.

— No menos que lo que me queda por decir. Decid a Monsieur Fouquet que no acuda a los Estados de Bretana… o, si va, que pase sin detenerse por Nantes y vaya a encerrarse a Belle-Isle.

— Pero… ?por que?

— Porque el rey le hara arrestar… y sere yo el encargado, lo juraria, como estuvo a punto de ocurrir la otra noche en Vaux.

Sylvie miro espantada la alta silueta del mosquetero.

— ?Arrestar a Monsieur Fouquet en su casa? ?Cuando acababa de gastarse las tres cuartas partes de su fortuna en complacerle?

— Por eso mismo tuve el honor de decir a Nuestra Majestad que se deshonraria si obraba asi, y que por mi parte no me sentia dispuesto a hacer un trabajo tan sucio.

— ?Y no estais en la Bastilla? -susurro Sylvie, atonita ante tanta audacia.

— ?Pues no! El rey me conoce desde hace mucho tiempo. Es joven, impulsivo, y cuando esta irritado es dificil hacerle entrar en razones; por una vez, se avino a reconocer que yo tenia razon y que una accion asi habria sido reprobable, pero apostaria todo lo que tengo en el mundo a que, si va a Nantes, Fouquet no saldra de alli tirado por sus propios caballos. Unos caballos, por cierto, capaces de correr mucho, porque no conozco otros mas hermosos. ?Sera mejor que los utilice mientras aun esta a tiempo!

Sylvie paso su brazo bajo el de D'Artagnan y dio junto a el unos pasos en silencio.

— Al darme este aviso -murmuro finalmente-, ?no estais faltando a vuestros deberes con el rey?

— Nada me hara faltar a mis deberes con el rey. Si me ordena en los proximos dias arrestar al superintendente, lo hare sin dudarlo, pero aun no me ha dado la orden y no hago mas que comunicaros lo que pienso.

— No se si me escuchara, pero os debo un gran, un enorme agradecimiento.

— No lo creo. Ya veis… detesto incluso la idea de que podria ver lagrimas en vuestros ojos…

Ese dia, Sylvie comprendio que D'Artagnan estaba enamorado de ella.

Fouquet, tal y como ella esperaba, no quiso darse por enterado. Aunque padecia unas fiebres tenaces, quiso ir a Nantes, donde el rey le habia convocado, pero hizo la mayor parte del camino en una comoda gabarra con la que descendio por el Loira al mismo tiempo que otra en la que iba Colbert, con quien fue haciendo carreras del mejor humor del mundo. Aquella atmosfera casi amistosa convencio a Fouquet de que sus amigos se equivocaban de medio a medio. Antes de la partida, ?no habia el rey, que viajaba a caballo, enviado a Le Tellier para informarse de su salud?

En Nantes, el superintendente y su mujer -ella no se apartaba de el ni un instante desde la fiesta de Vaux- se instalaron en el hotel de Rouge, que pertenecia a la familia de Madame du Plessis- Belliere. Fouquet se acosto, pero a pesar de ello recibio a una alegre delegacion de mujeres de Belle-Isle, que bailaron para el con sus pintorescos atuendos de fiesta rojos. El rey envio a Colbert a informarse de su salud, y este aprovecho para sonsacar al superintendente, cuya ruina preparaba desde hacia tanto tiempo, noventa mil libras «para la marina». Le anuncio asimismo que al dia siguiente, 5 de septiembre, habria consejo matinal en el castillo, porque el rey habia decidido ir de caza.

Fouquet acudio a pesar de sus dolencias, y al salir se vio rodeado por la habitual muchedumbre de solicitantes, lo que impidio cualquier accion dirigida contra el. Fue unicamente en la plaza de la Catedral donde D'Artagnan, acompanado por quince mosqueteros, alcanzo su silla de mano y le comunico la orden de arresto. El prisionero le dirigio una mirada de inmensa sorpresa.

— ?Arrestado? Yo pensaba estar mejor situado en la confianza del rey que ninguna otra persona del reino… En tal caso, procurad que no haya escandalo.

— Eso depende de vos, senor -dijo el oficial con una tristeza que no paso inadvertida a Fouquet-. Por mi parte, sabed que habria preferido no cumplir nunca esta orden.

— ?Adonde me llevais?

— Al castillo de Angers.

— ?Y los mios?

— No tengo ninguna orden que les concierna.

Mientras D'Artagnan se alejaba unos pasos para dar una orden a sus hombres, Fouquet murmuro a su criado La Foret: «A Saint-Mande y a Madame du Plessis-Belliere.» Queria decir con ello que las personas de su casa y su amiga debian deshacerse de sus papeles personales. La Foret, un hombre inteligente y agudo, se eclipso, salio de Nantes a pie y se dio tanta prisa como pudo para transmitir el mensaje. Pero cuando este llego a su destino, ya era tarde: Colbert habia tomado sus precauciones.

El 7 de septiembre, por un correo enviado al canciller Seguier y otro a la reina madre, se supo en Fontainebleau lo que acababa de ocurrir en Nantes. Sylvie, espantada, se valio del primer pretexto que se le ocurrio para abandonar su servicio, y dejo a Maria Teresa doliente, tendida en un sofa, en compania de Chica, que cantaba para ella, y de Nabo, que le daba aire con un enorme abanico de plumas de avestruz azules. Corrio a los aposentos de la reina madre, esperando encontrarla tan desolada como ella misma lo estaba. Desde que habia llegado al poder, Fouquet la habia servido con abnegacion y lealtad, incluso y sobre todo en los duros tiempos de la Fronda. Era tambien el hombre de confianza de Mazarino, al que ella habia amado hasta el punto de desposarse en secreto con el. Sin duda haria todo lo posible por acudir en ayuda de un servidor tan noble y generoso que jamas le habia negado nada, aunque hubiera de pagarlo de su propia bolsa.

Pero cuando Sylvie entro en los aposentos, oyo el eco de dos risas y, como encontro a Motteville a las puertas del Grand Cabinet, le pregunto de quien se trataba.

— La vieja duquesa de Chevreuse -fue la respuesta-. Vos tal vez no lo sabeis, pero ha venido muy a menudo en los ultimos tiempos.

— ?Para quejarse de su miseria como de costumbre, o para mendigar un puesto para su joven amante, el pequeno Laigue?

— No. Para disfrutar de su triunfo… ?Escuchad vos misma!

Con una media sonrisa, Francois e de Motteville entreabrio la puerta del Cabinet, de modo que llegara hasta sus oidos y los de su amiga la voz agria y exultante de la antigua belleza de la epoca de Luis XIII:

— Ya vereis, senora, como Monsieur Colbert os servira mejor que Fouquet, del que por fin habeis comprendido que nunca ha pensado mas que en su propia fortuna. Ya era hora de que abandonarais a ese hombre, que despues de todo no es mas que un mercader tramposo.

— Ah, lo confieso, la fiesta insensata que nos dio en Vaux me hizo ver cuanta razon teniais al ponerme en guardia. Por otra parte, el difunto cardenal recomendo calurosamente a Monsieur Colbert ante el rey, y sabia muy bien lo que hacia…

— ?Os anuncio? -propuso Motteville, con la mano en el tirador de la puerta.

— No… No; es inutil, querida amiga. No necesito saber nada mas, y perderia el tiempo. A proposito, ?sabeis que ha conseguido esa mujer por su magnifico trabajo?

— Una pension, creo… y sobre todo un puesto para el joven Laigue. Este tenia muchas quejas de un superintendente que le trato siempre segun sus meritos.

Descorazonada, Sylvie volvio a su alojamiento. Lo que acababa de oir no la sorprendia mas que a medias. Desde que conocia a Ana de Austria, la habia visto abandonar uno tras otro a amantes y servidores fieles: Francois de Beaufort, La Porte, Marie de Hautefort, Cinq-Mars y Francois de Thou, a los que habia entregado al verdugo, e incluso a la misma Chevreuse, llamada de nuevo despues de un largo exilio en el que se habia visto apartada de la corte como un mueble inutil, pero que finalmente habia conseguido volver a la superficie, mas venenosa que nunca. Colbert, obsesionado por la ruina de su enemigo, habia comprendido muy pronto el partido que podia sacar de ella, a cambio de dinero por supuesto… Todo aquello era infame, y es bien cierto que el servicio de los reyes ofrece con mucha frecuencia aspectos sordidos. En el fondo, sin duda era una lastima que

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