— Si, Sire… Por lo menos, asi lo creo.
— ?Que venga al instante!
El rey se puso en pie y se acerco a una de las ventanas de su gabinete, que daba al jardin de Diana. El otono, aun en sus inicios, doraba las hojas de los arboles y parecia dar a las flores a punto de perecer un esplendor mayor aun que en el corazon del verano, bajo un cielo templado. En la gran estancia reino el silencio. Un silencio que no duro mucho rato. Colbert, a quien sin duda habian puesto al corriente de lo sucedido al salir de la misa, merodeaba por las cercanias de los aposentos del rey, y el marques de Gesvres no hubo de ir a buscarlo muy lejos. Pocos minutos despues hizo su entrada, con un portafolio bajo el brazo como de costumbre; parecia incapaz de desplazarse sin ese accesorio que ponia de relieve su pasion por el trabajo, y a la vez le daba aplomo. Casi siempre el portafolio en cuestion estaba atiborrado de papeles.
El hombre al que Madame de Sevigne llamaria muy pronto «el Norte» tenia entonces cuarenta y dos anos, y era alto y bastante corpulento. Jean-Baptiste Colbert tenia un rostro de rasgos redondeados, ojos, bigote y cabello negros, este cortado bastante corto. No inspiraba simpatia sino mas bien una especie de temor larvado, porque se adivinaba en el un hombre tan temible, tan despiadado como lo habia sido Richelieu. Sin embargo, convenia no enganarse respecto de su aspecto monolitico: este escondia una gran inteligencia, que habria sido genial con algo mas de sensibilidad y sutileza; pero en la fisonomia de Colbert, extremadamente ambicioso y avido tanto de poder como de riquezas, se reflejaba la feroz determinacion de eliminar sin contemplaciones los obstaculos interpuestos en su camino, y la satisfaccion intima de su cruel victoria frente a Fouquet.
Al entrar, saludo como convenia al rey, a la duquesa y a los otros dos personajes presentes, no sin que a la vista de Beaufort un breve relampago iluminara su mirada sombria.
— Monsieur Colbert -dijo Luis XIV-, os he hecho llamar para que escucheis el extrano relato que acaba de hacerme el aqui presente abate de Resigny. Anadire para mayor claridad que el abate es el preceptor del joven duque de Fontsomme.
El infeliz hubo de resignarse a repetir una vez mas lo que habia visto y oido. Sylvie temia verle desmoronarse bajo la oscura mirada del intendente de las Finanzas, pero aunque departia con los grandes capitanes unicamente en las paginas de Tito Livio, y aunque se sentia mas a gusto en compania de las estrellas que de los ministros, el pequeno abate era un hombre valeroso, y con una gran dignidad repitio la frase acusadora de los bandidos.
— ?Que explicacion podeis dar a esto, Monsieur Colbert? -dijo el rey en tono negligente.
— Ninguna, Sire. La senora duquesa de Fontsomme, que no me conoce, nunca me ha hecho nada, y no tengo por costumbre atacar a los ninos…
— ?Es reciente eso? -corto Beaufort con un desprecio mal disimulado-. De no ser por Monsieur de Brancas, que les recogio en nombre de Su Majestad la reina madre para llevarlos con su abuela, habriais arrojado al arroyo a los de vuestro antiguo patron.
— ?Repito que se deje a Fouquet donde esta! -rugio el rey, dando un punetazo en la mesa. Luego consulto unas notas tomadas poco antes-. Al parecer, Colbert, se cuenta entre vuestros amigos un tal… Saint-Remy, que pretende tener derecho a la herencia del difunto mariscal-duque de Fontsomme…
— En efecto, recibi a ese hombre hace algun tiempo. Fue poco despues de las bodas de Vuestra Majestad. Venia de las Islas. De Saint-Christophe, si recuerdo bien, pero en la breve entrevista que le concedi no se hablo en ningun momento de ninguna pretension sobre la sucesion de nadie.
— ?Por que le recibisteis, en tal caso?
— El rey no ignora hasta que punto me intereso por las tierras lejanas, y en particular por las islas del Caribe, a efectos comerciales. Como venia de Saint-Christophe, era normal que le escuchase.
— ?Que queria?
— Carecia de recursos y buscaba un empleo… un embarque tal vez. Ademas, venia recomendado por una dama que me honra con su amistad.
— ?Que dama?
— Madame de La Baziniere…
Sylvie no pudo reprimir una exclamacion ahogada, y todas las miradas se dirigieron a ella.
— ?Conoceis a esa dama? -pregunto el rey.
— Oh, si, Sire. La conoci cuando eramos doncellas de honor de la reina, madre de Vuestra Majestad… que podria hablar de ella mejor que yo. Se llamaba entonces Mademoiselle de Chemerault, y me evoca recuerdos muy malos con los que no quiero fatigar al rey.
— ?Como…! ?Y esa mujer seria capaz de hacer raptar a vuestro hijo?
— ?Es capaz de todo! -exclamo Beaufort-. En lo que a mi respecta, creo que he comprendido el fondo del problema, y deseo pedir excusas a Monsieur Colbert, bajo cuyo nombre se escudan gentes sin conciencia. Si el rey me lo permite, yo me encargo de este asunto.
El rostro del rey, cenudo hasta ese instante, se ilumino. Estaba encantado de que su querido Colbert quedara con tanta facilidad fuera de la cuestion. Francois acababa de realizar una jugada muy habil, al renunciar a enfrentarse abiertamente al intendente. En cuanto a este, en el caso de que hubiera favorecido hasta entonces los manejos de la dama, se veria obligado a dejar de hacerlo ahora que el rey estaba al corriente. Si continuaba por el mismo camino, podia comprometer un futuro que se anunciaba brillante. En efecto, Luis XIV dijo:
— Eso corresponde ante todo a nuestro teniente civil. Monsieur Dreux d'Aubray recibira ordenes en ese sentido.
— ?Suplico al rey que no haga nada! -rogo Sylvie, presa de una nueva ansiedad-. Si mi hijo esta encerrado en su casa, cosa que dudo, Madame de La Baziniere tendra tiempo sobrado de hacerlo desaparecer. No quiero poner en peligro su vida… admitiendo que este aun vivo -anadio ahogando un sollozo.
El rey se levanto y fue hasta ella, inclinandose incluso para tomarle las manos en las suyas.
— ?Hasta ese punto la temeis? Mi pobre amiga, sin embargo habra que darle un escarmiento…
— Pero hay que impedir que sepa que ha sido desenmascarada -exclamo Beaufort, mirando a Colbert-. ?Dejadme hacer a mi, Sire, en nombre de los lazos de parentesco que nos unen!
— ?Y que a veces habeis olvidado!
— Me lo reprocho sin cesar. El rey sabe bien que en adelante no deseo otra cosa que servirle con todas mis fuerzas.
— El rey lo sabe, senor duque -intervino Colbert en un tono cuya suavidad sorprendio a todo el mundo-. Lo sabe tan bien que hoy mismo venia a presentarle a la firma vuestro mando, a fin de preparar nuestros navios de Brest para poder unirse a los de La Rochelle y estar en condiciones de emprender la proxima campana de primavera.
Habia sacado de su portafolio un papel de gran tamano hacia el que tendio la mano el rey sin desviar la mirada de la de su primo.
— Espero que esteis contento, querido duque -dijo-. Se que sonais para nosotros con una marina nutrida y poderosa… algo que aun esta lejos de ser, pero para lo que contareis con toda la ayuda necesaria. [18] Beaufort enrojecio, palidecio, y sus ojos azules se llenaron de pronto de estrellas. Se inclino profundamente y murmuro una frase de agradecimiento emocionado; pero al incorporarse pregunto:
— ?Cuando debo marchar a Brest?
— Cuanto antes, mejor -respondio Colbert-. Ocho navios tienen necesidad urgente de los cuidados de los maestros de hacha [19] y los maestros veleros. Monsieur Duquesne os espera.
— Sire -dijo Beaufort-, haceis realidad mi sueno mas caro. Sin embargo…
— ?Sin embargo? -repitio Luis XIV con altaneria.
— No podria partir en paz si Madame de Fontsomme no ha encontrado a su hijo.
— ?Eso puede llevar mucho tiempo! -gruno Colbert, pero le interrumpio una mirada asesina de Beaufort.
— ?No para mi, senor! No para mi…
— En ese caso, os concedo ocho dias -dijo el rey-. Luego marchareis a Brest. Madame de Fontsomme, la reina prescindira de vuestros servicios todo el tiempo que necesiteis para recuperar vuestra serenidad, pero no dejeis de tenerme informado de un asunto que me importa por la amistad que siento hacia vos. -Y en tono menos grave anadio-: ?Habeis ensenado a tocar la guitarra a vuestro hijo?