contradecir a Mademoiselle. Se mordio la lengua, saludo por ultima vez y vio como la carroza escoltada por el grupo de jinetes se alejaba por la avenida a buena marcha.
Empezo entonces en el castillo un periodo extrano: Sylvie permanecia encerrada, sola con aquel medico desconocido sin que nadie pudiera saber a que tratamiento la sometia; y a su alrededor estaba el castillo entero, cuya vida parecia concentrada en aquella habitacion cerrada. Ni siquiera Jeannette podia decir lo que ocurria dentro. Seguida por un lacayo siempre cargado que esperaba fuera, llevaba agua y alimentos consistentes casi siempre en potajes de legumbres, leche y compotas; cambiaba las sabanas de la cama y la ropa de la enferma, cuya delgadez la asustaba, o tenia que procurarse cosas tan curiosas como hielo y sanguijuelas. Pero cada vez que entraba, el medico estaba de pie ante la ventana, vuelto de espaldas, con las manos apoyadas en la falleba; y no se movia salvo para ayudar a cambiar las sabanas, porque no permitia la entrada de ninguna otra criada. No hablaba, ni siquiera miraba a Jeannette, lo que tenia el don de molestarla. En cuanto a Sylvie, siempre la encontraba dormida.
— Seguramente le da alguna droga antes de que yo llegue -confio a Perceval y Corentin-. Pero se diria que mejora. Ya no esta colorada, incluso se la ve algo palida. Solo que a veces parece sufrir en suenos. ?Oh, que prisa tengo por que nos la devuelva! -concluyo secandose los ojos con la punta de su delantal-. Ademas no es decente, un hombre que vive encerrado con ella dia y noche.
— Si es el precio a pagar por su curacion, tiene poca importancia -suspiro el caballero-. Una enferma grave no es una mujer para su medico, y el medico no es tampoco un hombre…
Esa confianza no le impedia pasar las noches en blanco delante de la puerta siempre cerrada, arrellanado en un sillon que instalaba alli cada tarde para espiar los ruidos, a veces extranos, que venian de la habitacion: parecian rezos, o salmodias en una lengua desconocida. Aquello le hacia pensar que Jeannette, cuando decia que aquel Ragnard era un brujo, no se equivocaba mucho. Eso explicaba el cuidado con que Mademoiselle ocultaba a su medico: la temible Compania del Santo Sacramento tenia orejas largas, e incluso una princesa debia andarse con cuidado.
Mientras tanto, a Perceval el tiempo se le hacia muy largo, sobre todo porque ademas le faltaban las noticias del mundo exterior. Seguia sin saberse que habia sido de Marie. El mismo habia hecho un rapido viaje de ida y vuelta a la Visitation de la Rue Saint-Antoine, con la esperanza de que ella hubiera regresado alli, pero nadie la habia visto. Ademas -y eso era aun mas inquietante-, no habia recibido la menor respuesta de Tolon. Nadie habia contestado a su ultima carta. Ni siquiera el abate de Resigny, aquel infatigable escribidor. ?Se habia desplazado la flota a otro puerto? ?Como saberlo en aquel Fontsomme aislado a la vez por las nieves y el exilio de su ama?
Por fin, el invierno desaparecio. Reaparecieron la tierra embarrada, los charcos y los primeros brotes de los arboles. Y luego, una manana, cuando Perceval se llevaba a su cuarto el sillon en que habia pasado la noche, se abrio la puerta de Sylvie y aparecio maese Ragnard, vestido de pies a cabeza y llevando en la mano su equipaje. Miro al caballero con calma, y pronuncio las primeras palabras que este escuchaba de su boca:
— ?Quereis hacer que me preparen un caballo, por favor?
— ?Os marchais?
— Sin duda. Mi obra ha terminado. La enferma ha entrado en convalecencia y ya no tengo nada que hacer aqui.
Se dirigia ya a la escalera, cuando dio media vuelta.
— Encontrareis en la mesa mis instrucciones sobre los cuidados convenientes en los dias proximos. ?Servidor, Monsieur! ?Ah!, tened en cuenta que necesita una atencion constante.
Loco de alegria, Perceval le acompano a las caballerizas y busco un medio cualquiera de mostrarle su agradecimiento y de saber algo mas sobre la enfermedad de Sylvie; pero el otro se obstino en un mutismo total y se contento con saludarle levantando el sombrero una vez montado, antes de enfilar la gran avenida del castillo. Perceval no espero a que se hubiera alejado y corrio a la alcoba de su ahijada, donde se le habia anticipado una Jeannette entusiasmada. Sylvie estaba tendida en el lecho con los ojos abiertos de par en par, unos ojos claros que miraban en derredor. Se la veia aun debil, pero sus labios habian recuperado algo de color y le sonrio, tendiendole los brazos.
— ?Que alegria veros de nuevo! Me parece que hace anos que no os veia…
— A mi me ha parecido un siglo, querida. ?Que ha sido de ti durante todo este tiempo?
— No lo se… Todo lo que recuerdo es haber sufrido con todo mi cuerpo, y en particular haber dormido… y sonado. Primero eran pesadillas horribles, pero luego los suenos se hicieron mas agradables… Me parecia que volvia a Belle-Isle… y que era feliz…
— Ahora sere yo la que se ocupe de vos, y todo ira bien -declaro Jeannette con un aire desafiante que revelaba cuanto habia soportado durante aquellos dias. Empezo por hacer desaparecer las huellas del paso del medico, y luego coloco un catre para ella en la habitacion misma de su ama.
Poco a poco, Sylvie volvio a hacer una vida normal y recupero su anterior aspecto. Sin embargo, su humor habia cambiado. Era como si en su interior se hubiera aflojado un resorte, y eso disminuyera hasta cierto punto el gusto por la vida que la caracterizaba desde su primera infancia. Durante los paseos que daba cada dia del brazo de Perceval, a campo traves, acabo por dar a entender la tristeza que le producia el silencio de los que llamaba «nuestros marinos», pero no hizo ninguna pregunta relativa a Marie. No porque hubiera expulsado a su hija de su corazon -era imposible, la queria demasiado-, sino porque se resistia a evocar su recuerdo e incluso su imagen, como rechaza la vista de un instrumento de tortura quien ha sufrido sus efectos.
Perceval lo comprendia, y en el fondo aquello le convenia porque no se atrevia a decirle que Marie habia desaparecido. Y habia algo mas: una manana que fue a Saint-Quentin con el joven Lamy, este para reaprovisionar de ajos a la abadia y Perceval para devolver a su amigo el cirujano Meurisse un libro prestado, se entero de una noticia poco tranquilizadora. Mientras bebia con Meurisse en el albergue de la Croix d'Or unas jarras de excelente cerveza, maese Lubin, el patron, le entrego un par de guantes olvidados alli por Mademoiselle de Fontsomme. Mediante algunas habiles preguntas hechas al buen hombre, Perceval supo que Marie habia parado alli unas semanas atras, habia dejado en el lugar al amigo que viajaba con ella, y lo habia recogido aquella misma tarde antes de reemprender, por la manana, el camino de Paris. Un comportamiento extrano que no habia dejado de plantear interrogantes a un hombre acostumbrado, sin embargo, a las manias de sus huespedes. Conocia bien a Mademoiselle Marie y no comprendia que podia estar haciendo en compania de un hombre que habria podido ser su padre, pero el elevado rango de la joven no le permitia otra cosa que hacer conjeturas. Simple curiosidad de todos modos, porque las relaciones de los dos no parecian ir mas alla de una simple amistad. Habian tomado habitaciones distintas, y Marie trataba a su acompanante con cierto despego… Al respecto, despues de que Perceval insistiera en sus preguntas, el posadero dio una descripcion tan minuciosa del viajero que a Perceval no le quedo la menor duda: el acompanante de Marie era Saint-Remy, y eso era decididamente inquietante. ?Por que ese viaje juntos, y, sobre todo, que lugar ocupaba aquel miserable, asesino y falsario en el animo de Marie? No podia haber carino entre ellos: ?cuando se ama a un Beaufort, no se vuelca el afecto decepcionado en un Saint- Remy! Pero a pesar de todo, de vuelta en Fontsomme Perceval busco con ahinco un pretexto valido para ir a Paris y dedicarse a una investigacion minuciosa.
El correo vino en su ayuda.
Desde el momento en que maese Ragnard regreso al palacio del Luxembourg y la informacion de que Madame de Fontsomme estaba fuera de peligro circulo entre la sociedad parisina, en la que conservaba buen numero de amigos, aquellos que no reglamentaban su vida en funcion del ceno del rey se apresuraron a escribirle: primero Mademoiselle, y luego Madame de Montespan, Madame de Navailles, D'Artagnan por mas que no fuera hombre de pluma, y sobre todo la querida Madame de Motteville.
Como la muerte de Ana de Austria habia disuelto su servicio, su fiel acompanante abandono una corte en la que no tenia nada que hacer y se instalo en la Visitation de Chaillot, donde su hermana, Madeleine Bertaut, habia sucedio en el cargo de superiora a sor Louise-Angelique, conocida en el siglo por el nombre de Louise de La Fayette. Por ella se supo la llegada de Marie a aquel convento, en el que no conocia a casi nadie.
«Me dio a entender que no deseaba profesar, sino concederse un tiempo de reflexion y aconsejarse con su conciencia y con Dios…»
Las ultimas palabras tuvieron el don de irritar a Perceval. ?Aconsejarse con Dios? Ya era hora, despues de que aquella pequena estupida atravesara Francia entera en compania de un maleante y colocara a su madre a dos pasos de la muerte. Sin embargo, se contuvo para no herir a Sylvie, que parecia muy tranquilizada.