— ?Gracias a Dios, esta en un lugar seguro! -suspiro mientras volvia a plegar la carta que acababa de leer en voz alta-. ?Solo nos queda rezar por que vuelva con nosotros algun dia! Ahora unicamente me falta recibir pronto noticias de Philippe. ?Un silencio tan largo es cruel!

El Cielo decidio sin duda mostrarse clemente, porque a la manana siguiente llego una carta del abate de Resigny. Estaba fechada en La Rochelle y llena de entusiasmo; en ella no habia la menor alusion al drama del castillo familiar. Los barcos de Beaufort no habian hecho mas que tocar tierra en Tolon para reavituallarse antes de pasar al Atlantico, donde les esperaban dos misiones. Primero, escoltar hasta Lisboa a la prometida del rey de Portugal, que no era otra que la turbulenta Marie-Jeanne-Elisabeth, sobrina de Beaufort; y despues, o al mismo tiempo, oponerse a posibles ataques de Inglaterra a Holanda, aliada de Francia por tratado. Carlos II, el bienamado hermano de Madame, habia hecho destruir los establecimientos comerciales holandeses de Guinea, y en America se habia apoderado de Nueva Amsterdam. [29] De modo que, despues de largas negociaciones, Luis XIV se habia decidido a apoyar a su aliada con las armas. Bajo el alto mando de Beaufort, sus dos marinos mas ilustres, Abraham Duquesne y el caballero Paul, se hicieron cargo de las flotas, el uno de la de Poniente y el otro de la de Levante.

«La guerra nos espera -escribia el abate en un tono que se adivinaba puntuado por suspiros-. Sera dura, porque Inglaterra posee muchos mas navios que nosotros, pero todos los locos que me rodean se alegran, empezando por nuestro joven heroe, que me encarga envie mil carinosos besos a la senora duquesa y a Mademoiselle Marie. Su salud es excelente… mucho mejor que la de vuestro servidor, a quien las olas verdes del Atlantico no sientan mejor que las ultimas bendiciones dadas a los moribundos sobre el puente de un navio cubierto de sangre y acribillado de metralla… Quiza me dejen en Lisboa, o bien me enviaran a esperar a la flota en Brest, adonde ira a recalar este invierno.»

— El abate se hace viejo -comento Perceval-. Se merece un poco de reposo, y mas ahora que en realidad Philippe ya no le necesita…

— Hace tiempo que no le necesita, pero es tanto el afecto que les une que no me atrevo a pedirle que vuelva aqui. Y ademas, ?quien nos escribiria?

Curiosamente, la guerra que se iniciaba de nuevo contra Inglaterra iba a influir en las dudas de Marie.

Para Madame habia pasado la epoca feliz de los inicios de su matrimonio; las relaciones con su esposo se iban deteriorando a pesar de la presencia de dos hijos. Buena parte de culpa la tenian los amigos de Monsieur: unos porque la detestaban, como el caballero de Lorraine o Vardes, al que habia hecho exiliar; y otros, como Guiche, porque la querian demasiado. Ademas, aunque en sus relaciones con el rey seguian primando la confianza e incluso el carino, porque Luis XIV veia en ella la relacion mas segura con Inglaterra, unido a una consejera inteligente y sagaz, se habia llegado a una situacion de ruptura casi completa con Maria Teresa, que no ocultaba unos celos por lo menos tan fuertes como los que le inspiraba La Valliere. Finalmente, lo que ocurria en Londres inquietaba a la princesa, incluso la desolaba: la reina Enriqueta, su madre, habia vuelto a Francia, huyendo de la terrible peste que se habia extendido por la capital inglesa y matado a muchos de sus amigos; pero no era ninguna gran ayuda para su hija, ya que repartia su tiempo entre su castillo de Colombes y las aguas de Bourbon. Luego, a consecuencia de la epidemia y de los numerosos fuegos encendidos para destruir los cadaveres, Londres, un ano despues, se vio arrasado casi en su totalidad por el terrible incendio que destruyo todos los barrios antiguos y marco un hito en la historia del pais. Finalmente, el pequeno duque de Valois, que iba a cumplir dos anos, cayo enfermo cuando se deterioraban las relaciones entre los dos hombres a los que ella mas amaba en el mundo: su hermano Carlos II y su cunado Luis XIV. Entonces, al saber que la joven Marie de Fontsomme, a la que siempre habia querido con ternura, se habia retirado al convento de Chaillot, le envio a Madame de La Fayette para pedirle que volviera a su lado. Y Marie emprendio de nuevo el camino del Palais-Royal y recupero un lugar privilegiado junto a la princesa. Por orden de esta, Madame de La Fayette escribio a la madre exiliada una carta en la que le daba cuenta de las novedades; pero Marie, por su parte, siguio guardando silencio… Sylvie, resignada, se contento desde ese momento con aguardar acontecimientos.

El curso regular, y con frecuencia monotono, de los dias, las semanas y los meses se deslizaba sobre Fontsomme y sus habitantes. Sylvie, que habia vuelto a montar a caballo, se ocupaba bastante de sus campesinos. Ellos le devolvian su solicitud en forma de respeto y amistad, aunque le siguio siendo imposible aclarar el secreto de la desaparicion del cuerpo de Nabo. Acabo por desistir: era un secreto de ellos y no queria forzar sus conciencias.

Al contrario que en sus primeros diez anos de viudedad en Fontsomme, no mantenia ninguna relacion con los propietarios de los castillos vecinos. Estos, tan obsequiosos antes, ya no se interesaban por una mujer que habia incurrido en la colera del rey. A ella no le importaba, y menos aun a Perceval, que se dedicaba con pasion a la botanica, la lectura, el arte de la jardineria y las encarnizadas partidas de ajedrez con el abate Fortier o con su amigo Meurisse, que venia a veces a pasar unos dias. Ademas, mantenia una voluminosa correspondencia con amigos parisinos -a Sylvie no le gustaba mucho escribir, y era el quien se encargaba del correo de la casa-, gracias a los cuales los ecos del mundo seguian llegando a su retiro. Mademoiselle era la mas asidua, y gracias a ella no ignoraban nada de cuanto sucedia en la corte. Supieron asi que, a pesar de los hijos que seguia dando al rey, La Valliere iba eclipsandose poco a poco, empujada hacia la sombra de la desgracia por un astro ascendente de brillo irresistible: la arrebatadora Athenais de Montespan tenia a Luis XIV cautivo en sus redes. Cuando La Valliere, embarazada una vez mas, recibio el titulo de duquesa, nadie dudo de que se trataba de un regalo de ruptura, porque hacia ya bastante tiempo que la mas timida de las favoritas habia iniciado su calvario personal. La caida de Madame de Montespan en brazos del rey se produjo poco despues de ese acontecimiento, y en esta ocasion fueron los chismes de la region los que llevaron la novedad a los habitantes de Fontsomme: en efecto, fue en La Fere, a tan solo unas leguas de distancia, donde llevo Luis XIV a las damas para que admiraran su ejercito y donde logro abatir una virtud que se decia inconquistable. La Valliere, que se habia quedado voluntariamente en Paris, no pudo soportarlo. Subio a una carroza a pesar de su embarazo y del mal estado de los caminos para reunirse con un amante al que adoraba, pero no pudo sino constatar su desgracia: su antigua companera entre las doncellas de honor de Madame la habia suplantado… Unos meses despues, dejo la corte para refugiarse en el convento de Chaillot. En cuanto a Madame de Montespan, nunca volvio a escribir a Fontsomme.

Sylvie se pregunto entonces si la amistad de la marquesa por su hija subsistiria ahora que la favorita podia dejar a sus espaldas los testigos de los tiempos dificiles. Empezando por su marido, con el que sin embargo se habia casado por amor, y que ahora escandalizaba a la ciudad y a la corte con los excesos de su furor: dio una paliza a los Montausier, a los que acusaba de haber entregado a su mujer al rey; llevaba cuernos en su sombrero, y queria provocar a Luis XIV a un duelo. Lo unico que consiguio fue ir a parar a la Bastilla. En la pluma de Mademoiselle, sus excentricidades eran de una comicidad irresistible, pero la princesa sabia senalar tambien el dolor autentico que revelaban. Por desgracia, nunca decia nada referente a Marie, solo entre lineas: asi, comento que despues de la muerte de su hijo el pequeno duque de Valois, Madame, entregada a su dolor, se mantenia apartada de la corte; y Sylvie dedujo que lo mismo le ocurriria a Marie…

En realidad, lo que siempre esperaba encontrar en las cartas de Mademoiselle eran noticias de Francois, de quien ella seguia siendo fiel amiga. Apenas si se referia a el, salvo para deplorar el rapido deterioro de las relaciones del duque con Colbert a pesar de las batallas libradas -y ganadas-, y del enorme trabajo realizado para la reconstruccion de la flota -algo que el ministro deseaba-, a la que Beaufort consagraba todo el tiempo que estaba en tierra. Ya nunca se le veia en Paris, como tampoco a Philippe, pegado a el como una sombra.

Por fin, un atardecer de invierno…

Los criados empezaban a cerrar los postigos interiores y Corentin realizaba con sus perros la ronda habitual, mientras en las cocinas se cubrian los fuegos para la noche, cuando la gran avenida de los olmos se lleno con los ecos de una cabalgata: el alegre entrechocar de los cascos, el tintineo de las barbadas de los caballos, el chirrido de las ruedas de una carroza… En un instante, el castillo entero se movilizo. Se aprontaron linternas y antorchas, Corentin volvio a toda prisa, y Sylvie, que bordaba una casulla para el abate Fortier, y Perceval que tomaba un caldo de pintada junto a la chimenea de la biblioteca, corrieron a las ventanas. Llegaba una carroza de viaje precedida por tres jinetes y seguida por media docena de hombres armados.

— ?Sera Mademoiselle, que vuelve? -pregunto Raguenel.

Sylvie, con un grito ahogado, se recogio las faldas y corrio al gran vestibulo. Antes incluso de que las luces iluminaran los rostros y de que los sombreros fueran lanzados alegremente al aire, su corazon habia reconocido a los recien llegados: eran Francois y Philippe, acompanados por Pierre de Ganseville. Se oyo la voz recia de Beaufort, que reclamaba «una silla para trasladar al senor abate». En efecto, el ocupante de la carroza era el abate de Resigny, pero ?que cambiado! Se habia quedado en tierra durante la ultima campana, refugiado en un

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