comodo convento de Nantes a consecuencia de un pequeno accidente, y habia engordado hasta el punto de doblar su volumen normal, lo que le habia valido la dolorosa crisis de gota que padecia.
— Sus amadas monjas querian quedarselo -explico Beaufort entre risas-, ?pero el senor abate ha insistido en acompanarnos para hacer penitencia!
— Era necesario de todo punto que volviera -explico el enfermo, transportado con prudencia por dos fuertes lacayos-. Necesito seguir un regimen mas frugal y adelgazar.
— Me extranara que lo consigais aqui -exclamo Perceval con una carcajada-. ?Tenemos seguramente al mejor cocinero de Francia! Muy pronto podreis juzgar por vos mismo.
Las cocinas, en efecto, habian despertado en cuanto se oyo el paso de los caballos, y Lamy habia puesto manos a la obra.
— ?Esa es una buena noticia! -clamo Beaufort-. Nos morimos de hambre.
Sylvie no le oyo: lloraba de felicidad entre los brazos del hijo al que habia temido no volver a ver nunca. No paraba de abrazarlo mas que para contemplarle con admiracion: ahora era un magnifico hombreton del que cualquier madre se habria sentido orgullosa. El duque comento, entre nuevas risas:
— Me confiasteis a un muchacho y yo os devuelvo, me parece, un duque de Fontsomme hecho y derecho.
— ?Me lo devolveis? -suspiro Sylvie, incredula.
— Es mi intencion, pero…
— Pero yo no quiero, madre -puntualizo Philippe-. Alli donde vaya el senor mariscal, quiero ir tambien yo.
— Luego hablaremos de eso -le interrumpio este-. Hace un frio atroz en este vestibulo. ?Vamos a calentarnos!
Despues de llevar al abate de Resigny a su antigua habitacion con todo el cuidado deseable, y de prometerle que se le serviria alli la cena, el resto de los viajeros se instalo ante una mesa preparada en un tiempo record y servida ya con numerosos platos. Antes de sentarse, la duquesa volvio a la realidad y creyo oportuno prevenir:
— Teneis que saber, monsenor, antes de sentaros a esta mesa, lo que me ha sucedido. He sido…
— ?Exiliada? Lo se. Me lo ha dicho Mademoiselle, muy indignada, y yo comparto su sentimiento. Ese pipiolo coronado empieza muy mal su reinado si castiga a sus subditos mas fieles, pero hablaremos mas tarde de ese tema. Solo dire que, para mi, esa es una razon mas para devolveros a Philippe. Es el jefe de la familia, y lo necesitareis.
La alegria de Sylvie disminuyo considerablemente.
— En este caso os equivocais, amigo mio. El rey me ha dado a entender con mucha claridad que su orden de exilio solo me afecta a mi, y que se propone mantener en su favor a mis hijos, si le sirven bien.
— ?Eso es! -dijo, triunfal, Philippe-. ?Que os decia, monsenor? Mi madre tiene un alma demasiado elevada para querer guardarme entre sus faldas cuando sabe hasta que punto amo el servicio en el mar. En cambio, esperaba encontrar aqui a Marie. ?Donde esta?
— Ha regresado a su servicio junto a Madame.
— ?No esta un poco loca? Despues de caer como un nublado sobre Tolon exigiendo por asi decirlo que el senor almirante se casara con ella, cosa que el tuvo la bondad increible de aceptar, desaparecio de golpe dejando tan solo una carta por la que la muy tonta le devolvia su libertad. ?Y ahora ha vuelto con Madame? La veis con frecuencia, supongo.
— Nunca -dijo Perceval, lanzandose en auxilio de Sylvie, cuyos ojos veia cuajarse de lagrimas-. Deja a tu madre, ya te explicare, pero no te equivocas al pensar que tu hermana esta un poco loca.
— ?Pues bien, yo la hare entrar en razon! Ahora ese es mi papel, y tendra que darme cuentas de su conducta. La verdad…
— Olvidadla por un instante, hijo mio -corto Sylvie, que no queria que la conversacion se centrara demasiado en un tema que preferia con mucho confiar a la diplomacia de su padrino-. Vos, monsenor, hablabais hace un instante de «una razon mas» para separaros de Philippe. ?Quiere eso decir que hay otras?
— Claro que hay otras -intervino el joven-. El senor almirante quiere irse a la cruzada y piensa que tiene pocas posibilidades de regresar vivo…
— ?A la cruzada?
Beaufort dio un punetazo en la mesa que hizo saltar la vajilla de plata dorada.
— ?Y si me dejaras hablar a mi? -bramo-. Es asunto mio, y vas a dejar que yo mismo lo explique a tu madre y al caballero de Raguenel.
Aparto el plato y vacio de golpe la copa, que el criado colocado a sus espaldas se apresuro a llenar de nuevo. El gesto atrajo hacia el la atencion del duque.
— Me gustaria que estuvieramos solos en esta sala -dijo.
Un gesto de Perceval hizo salir a los criados. Beaufort, de codos sobre la mesa, volvio a tomar la palabra en un tono en el que vibraba la colera:
— Mis relaciones con Colbert se han hecho detestables. Ese hombre me odia, y no se por que razon.
— Aqui la conocemos todos -dijo Perceval en tono serio-. Porque erais amigo de Fouquet y preparabais juntos grandes proyectos…
— Ha retomado esos proyectos por su propia cuenta, y yo no se lo reprocharia si no estuviera vaciando el cargo de almirante de Francia de toda su sustancia. Desde que el ano pasado el rey le encargo de los asuntos relacionados con la marina del Levante y el Poniente, no hay nada que no dependa de el y no pase por sus manos. Asi, esta haciendo construir muchos navios con el fin de dotar al reino de flotas capaces de enfrentarse a cualquier enemigo, pero yo no tengo derecho a construir ni uno solo. De hecho, no mando mas que un punado de barcos viejos. Si quiero uno nuevo, y marinos para su tripulacion, tengo que pagarmelo con mis propios bienes. Y el rey le da la razon…
Sylvie se sintio estremecer. La mirada que cruzo con Raguenel estaba llena de angustia. Adivinaba demasiado bien lo que se escondia detras de esa especie de impotencia a la que Luis XIV y su ministro condenaban poco a poco a este hombre, ahora que el rey habia descubierto el verdadero parentesco que les unia. El caballero y Sylvie sabian que el marino no lo soportaria mucho tiempo. Estaban apostando por que despertaran los viejos demonios de la Fronda e impulsaran a Beaufort a rebelarse. Le escucho distraida mientras el acababa de vaciar el vaso desbordante de su amargura: continuamente le reprochaban sus mejores iniciativas, como el acuerdo que habia alcanzado con el rey de Marruecos, gracias al cual se habia asegurado la posibilidad de replegarse a una serie de puertos seguros tanto en el Mediterraneo como en el Atlantico.
— Me reprochan que me meto en lo que no me concierne, y Colbert se atreve a exigir que yo, principe frances, no me dirija a el mas que por intermedio de un secretario. ?Pretende que mis cartas son ilegibles! ?Ha tardado mucho tiempo en darse cuenta!
Si aquel detalle no mostrara mas que una voluntad deliberada de ofender al almirante, Sylvie tal vez habria sonreido. Con los anos, la ortografia de Francois y los giros poco ortodoxos que utilizaba no habian mejorado. Pero le parecia cruel ver como aquel principe tan generoso y noble era humillado sistematicamente por un ministro sin duda dotado de un gran talento, pero que utilizaba todos los medios a su alcance siempre que se trataba de molestarle o de disminuir sus meritos. Con un tono en el que se percibia su cansancio, Francois concluyo:
— Yo sabia ya que no habia lugar para los dos en la armada, pero es el quien gana, porque el rey acaba de nombrarle secretario de Marina.
— ?Vais a retiraros a vuestras tierras? -pregunto Perceval, incredulo.
— Me conoceis lo bastante para saber que no. El papa Clemente IX llama a los soberanos de Europa a la cruzada para liberar la isla de Candia, posesion de Venecia, que el turco asedia desde hace mas de veinte anos. ?Veinte anos! Un sitio tan gigantesco, que lo han bautizado la «Gigantomaquia». Hay alli un hombre extraordinario, de nombre Francesco Morosini, capitan general de las tropas de la Serenisima Republica y de las de sus raros aliados, como el duque de Saboya, mi sobrino. Esta conteniendo a los asaltantes con recursos asombrosos. Cuando los turcos intentan excavar minas bajo sus fortalezas, lanza sobre ellos gruesas bombonas de vidrio llenas de una mezcla sulfurosa que estalla y mata a trescientos hombres de golpe. Un soldado de ese valor merece ayuda, y el sultan, que ha puesto precio a su cabeza, lo sabe tan bien que ha enviado a Fazil Ahmed Koprulu Pacha, su gran visir, a dirigir en persona el ataque contra Morosini. Asi pues, he decidido que, como no me dejan