compania de Orleans. Con aspecto fatalista, Corentin trotaba junto a la portezuela del coche, que describio una graciosa curva antes de detenerse delante de la escalinata. De el salio una mujer alta, tan envuelta en pieles que parecia un oso tocado con un sombrero de plumas azules y blancas, seguida por un hombrecillo rubio y robusto. Perceval sabia ya de quien se trataba y se precipito al encuentro de Mademoiselle, al tiempo que se preguntaba que la habia llevado alli. Ella se encargo de satisfacer su curiosidad de inmediato.
— ?Me alegro de veros, Monsieur de Raguenel! Estaba ayer de visita en casa de Madame de Montespan cuando llego vuestro intendente buscando a la joven Marie, y nos conto el triste estado de Madame de Fontsomme, perdida entre las nieves de las llanuras picardas sin ninguna posibilidad de una atencion medica adecuada. De modo que os traigo a un hombre genial que he descubierto por la mayor de las casualidades y que alojo en mi casa… ?Donde esta nuestra enferma?
Perceval se esforzaba en seguir a la vez aquella catarata de palabras y la marcha tumultuosa de la princesa a traves del castillo, ante la mirada atonita de los criados. A la velocidad que llevaba, la imaginaba cayendo como el rayo en la alcoba de Sylvie. Se precipito a interponerse y la detuvo.
— ?Por favor, senora! Suplico a Vuestra Alteza que perdone mi audacia, pero es necesario que me preste un minimo instante de atencion.
— ?De que quereis que hablemos? Hay cosas mas urgentes que hacer.
— Tal vez, pero es del rey de quien deseo hablaros. ?Sabe Vuestra Alteza que Madame de Fontsomme esta exiliada?
— ?Por supuesto que lo se! Supe esa… iniquidad en mi castillo de Eu, adonde habia ido a supervisar reformas importantes. Volvi a Paris de inmediato para saber algo mas.
— Todo lo que puedo deciros es que Vuestra Alteza corre el riesgo de enojar gravemente a Su Majestad al venir aqui, y que…
— ?Y que que? -lo fulmino Mademoiselle, que aproximo su gran nariz al rostro de Raguenel y le miro al fondo de los ojos-. Hace mucho tiempo que mi primo me conoce; sabe que es muy dificil impedirme hacer lo que quiero. ?Que arriesgo? ?Que me envie una vez mas a mis tierras? ?Como guste! En Eu tengo muchas cosas que hacer, y en Saint-Fargeau he encargado la confeccion de unos tapices de gran tamano, y tengo ganas de acercarme para ver como va el trabajo.
— ?Oh! Se que Vuestra Alteza no tiene miedo de nada…
— ?Si!
Tomo bruscamente el brazo de Perceval y lo llevo a un rincon, haciendo una senal a sus acompanantes para que se quedaran atras.
— Si -repitio en voz mas baja-. Tengo mucho miedo de los reproches que podria hacerme mi primo Beaufort si dejara a la dama de sus pensamientos marcharse de este mundo cuando dispongo de los medios para salvarla. Quiero mucho a mi primo, caballero. Es un viejo camarada de armas, un complice, y cuando el rey le confio sus barcos, vino a decirme adios al Luxembourg. Fue entonces cuando me confio su preocupacion porque nuestra amiga no desconfiaba lo bastante de ese patan de Colbert y manifestaba quiza demasiada amistad por el pobre Fouquet. Le prometi hacer lo que pudiera para velar por ella, en la medida de mis medios y tambien con toda la discrecion posible. Hoy cumplo mi promesa, pero incluso sin ella habria venido: me gusta mucho la pequena duquesa. Vamos, ?me llevais a su habitacion, si o no?
Perceval se inclino con un respeto lleno de emocion y luego precedio a la princesa hasta la galeria a la que se abrian las habitaciones. El medico, reclamado con un gesto energico, se habia unido a ellos. A la puerta de la alcoba, Mademoiselle se dio cuenta de que tenia mucho calor, se quito las pieles de zorro que doblaban su volumen, las dejo en el suelo, lanzo su sombrero sobre las pieles y, aferrando al medico del brazo, lo arrastro al interior de la habitacion.
— ?Que nos dejen solos! -ordeno-. ?Venid, maese Ragnard!
Perceval vio pasar con resignacion al buen hombre, que llevaba el nombre de un temible jefe vikingo y al que Mademoiselle casi levanto del suelo al tirar de el para hacerle entrar. Jeannette estaba con Sylvie, y sin duda se bastaria para ejecutar las ordenes del medico. Por su parte, el fue a ocuparse del alojamiento del sequito civil y militar de la princesa. Como conocia el proverbial apetito de esta, bajo a las cocinas para hacer algunas recomendaciones a Lamy, pero el cocinero ya estaba al corriente de la situacion y en sus amplios dominios reinaba un zafarrancho de combate: los fogones zumbaban y Lamy distribuia ordenes en todas direcciones.
— Bendita sea esa buena princesa que viene a vernos en contra de la voluntad del propio rey -declaro a Perceval con entusiasmo-. ?Es preciso que guarde de su estancia entre nosotros un recuerdo imborrable!
Raguenel estuvo a punto de objetar que el estado de la duquesa no era tal vez el mas propicio para una comida de fiesta, pero el buen hombre estaba tan contento de trabajar para la prima del rey que habria sido una lastima aguarle su entusiasmo. Le dejo hacer y volvio a subir para esperar el diagnostico del pequeno medico. Tardo mucho. Habia transcurrido mas de una hora cuando por fin aparecio Mademoiselle, sola.
— ?Y bien? -susurro Perceval, que se temia lo peor.
— Dice que si hacemos lo que el indique, hay esperanzas de salvarla…
— ?Por supuesto que se hara lo que indique!
— Esperad a saber de que se trata -dijo la princesa, medio en serio medio en broma-. Va a instalarse en su habitacion y no quiere a su lado a nadie salvo a la «sirvienta», como el la llama, para la ropa de cama, el aseo y la comida. Y eso, solo cuando el la reclame.
— ?Eso quiere decir que no tenemos derecho a ver a Sylvie? Ese hombre esta loco, ?no?
— No, pero tiene sus metodos y se niega a que nadie se entrometa en ellos. ?Si no aceptais, se marcha manana por la manana conmigo!
— Pero ?y si llegan sus hijos?
— Esperaran, y basta. A proposito, no se si os lo ha dicho vuestro intendente, pero nadie sabe donde se esconde la joven Marie.
— ?Ni siquiera Madame de Montespan?
— ?Ni siquiera! Y tampoco lo saben en el sequito de Madame, donde todo el mundo esta convencido de que ha entrado en un convento. Volviendo a maese Ragnard, es un hombre que no habla, o habla justo lo necesario, al que le horrorizan las preguntas y que no contestara si se las haceis. En mi casa vive solitario en una gran estancia en el desvan, que tiene abarrotada de libros y objetos. Se hace subir alli las comidas, y no sale mas que si le necesito o cuando cambio de residencia.
— ?Y esta satisfecha Vuestra Alteza?
— Absolutamente, por mas que mi Ragnard se parece mas al brujo normando que a un medico tradicional. Pero la buena salud que me envidia toda la corte deberia haceros confiar.
— ?Cierto! Sin embargo, Vuestra Alteza acaba de decir que se marcha manana…
— Si, pero os lo dejo. Cuando este satisfecho de su obra, os lo hara saber y me lo mandareis de vuelta. Debo decir ademas que no aceptara ningun pago… ?Hummm! -anadio haciendo palpitar las aletas de la nariz-. ?Huele esplendidamente! Ensenadme mi habitacion para que me lave las manos, y vamos a la mesa. Me muero de hambre.
Dio pruebas de ello haciendo honor a la cocina de Lamy con un entusiasmo contagioso. De modo que Perceval, que no tenia apetito, se sorprendio a si mismo secundandola de forma muy honorable. Ella se empeno incluso en felicitar al joven cocinero en unos terminos que hicieron temer a Perceval que iba a ofrecerle pasar a su servicio, pero Mademoiselle tenia un corazon demasiado bueno para reclamar un pago por la ayuda que dispensaba. Se marcho al dia siguiente como habia anunciado, y no oculto su placer al encontrar en su coche una cesta llena de pates, tortas, pasteles y confituras que le ayudarian a soportar el largo camino de vuelta. Tendio por ultima vez la mano a Perceval y murmuro:
— Teneis mi promesa, caballero, de que hare todo lo que pueda para reconciliar al rey con Sylvie. Sigue sintiendo por ella un gran afecto, y no comprendo que ha podido pasar para que se haya producido un cambio tan grande.
— ?Ahora no, senora! Suplico a Vuestra Alteza que no intente nada antes de… cierto tiempo. Las ordenes de exilio fueron dictadas en un momento de colera del rey. Es mejor dejar que se apacigue. Tanto mas, por cuanto de momento seria dificil para mi pobre ahijada aparecer en la corte.
— ?Sea! Esperaremos un poco… pero no mucho. Tampoco es bueno dejar que le olviden a uno.
Raguenel pensaba, por el contrario, que hacerse olvidar seria lo mejor para Sylvie y los antiguos conjurados del Val-de-Grace, [28] pero tampoco queria