tendia en cierto modo a considerar a los Borbones como un linaje menos antiguo, y por consiguiente menos respetable, que los Mortemart. «Seria un placer -escribio- ensenar a ciertos hombres y a sus concubinas el respeto que deben a las damas de calidad, y a una infanta en particular.»Aquella salida hizo sonreir a Sylvie, pero la historia la dejo desolada porque revelaba una faceta aun oculta del rey al que tanto habia amado: el desprecio absoluto por todo lo que no fuera su propio placer, y una indiferencia total tanto por el sufrimiento de los demas como por el valor de la vida humana.
Tuvo una nueva prueba de ello al dia siguiente de la llegada de la carta: Corentin, desolado e indignado a la vez, vino a anunciarle que el molinero de Fontsomme acababa de encontrar el cadaver de Nabo atrapado entre las hierbas heladas del canal del molino. No se habia ahogado y llevaba aun al cuello la cuerda con que le habian colgado. El detalle mas horrible era que habian marcado a hierro en su mejilla una flor de lis, como habrian hecho con un ladron o un esclavo fugitivo.
— No le vi ayer -explico Corentin-, pero no me preocupe demasiado. Desde que vino aqui le gustaba recorrer los campos y dar largos paseos por los bosques…
— ?Con este tiempo glacial, y viniendo de un pais calido?
— Si. Es extrano, ?verdad? La blancura le fascinaba, y me parece que la nieve y la escarcha mas que cualquier otra cosa. ?Quien ha podido hacer una cosa asi?
— ?Piensa un poco, Corentin! La flor de lis es respuesta suficiente: el rey ha enviado a sus verdugos para llevar a cabo su venganza… Debo ver a nuestro cura para que organice los funerales, porque estaba bautizado.
— Tiene mucho trabajo de momento, porque todo el pueblo le presiona. Gritan no se que de una maldicion y no quieren que acoja al muerto en la iglesia ni en el cementerio.
— ?Voy alli!
Despues de calzarse unas botas forradas y envolverse en una amplia capa, Sylvie, escoltada por Corentin y Jeannette, bajo a la aldea, donde, en la plaza de la iglesia, se habia reunido mucha gente alrededor del cura, el abate Fortier, y de un pretil en el que, cubierto por un saco de grano, reposaba el joven negro. Su llegada produjo un respetuoso silencio: ella sabia que toda aquella gente la queria, pero temia un poco el miedo que veia en sus ojos. Por lo demas, no le dieron tiempo a tomar la palabra. El hombre con mas autoridad de la aldea, un tal Langlois, se adelanto hacia ella, saludo y declaro:
— Senora duquesa, con todo respeto he de deciros en nombre de todos que no queremos a un negro entre nuestros muertos. No podrian descansar en paz.
— ?Por que? ?A causa del color de su piel?
— Algo hay de eso… pero tambien por su fea muerte. Ha sido asesinado y no queremos que su alma en pena venga a atormentarnos.
— Solo podria atormentar a su asesino, y me consta que no es ninguno de vosotros. Ademas, no olvideis que Nabo era cristiano, bautizado en la capilla del castillo de Saint-Germain con el nombre de Vincent. Y que no ha cometido ningun crimen.
— Eso no lo sabemos, y tampoco vos, senora duquesa. Sobre todo porque nunca veis nada malo en ninguna parte…
— Puede ser, pero lo veo aqui, porque se niegan a un cristiano las oraciones y una sepultura cristiana.
— Es lo que intentaba explicarles, senora duquesa -suspiro el abate Fortier-, pero no atienden a razones.
— ?No nos pidais eso! -insistio Langlois, y todos a coro le secundaron.
Ella penso un poco, y luego ordeno:
— En ese caso, llevadlo al castillo.
— ?No ireis a hacer eso? -protesto Langlois-. ?No lo enterrareis en la capilla, en medio de nuestros duques?
— No, sino en la islita que esta en el centro del estanque. El abate Fortier vendra manana a consagrar una porcion de tierra. Mientras tanto, que lo lleven a la habitacion que ocupaba en las dependencias.
La obedecieron en silencio: el cadaver fue colocado en su lecho y alrededor encendieron velas y dispusieron un cuenco de agua bendita con una ramita de boj de la ultima Pascua florida, que unicamente utilizaron Sylvie y los suyos. Pero al dia siguiente, cuando llego el abate Fortier a bendecir la tumba que se habia cavado sin demasiado esfuerzo en una tierra en la que el deshielo ya habia empezado, el cuerpo de Nabo habia desaparecido. Alguien se lo habia llevado como por encantamiento de las dependencias del castillo, y sin dejar la menor huella. Como fue imposible encontrarlo, toda la aldea clamo de forma unanime que el Diablo habia venido a buscarlo y que debian llevarse a cabo los ritos de purificacion.
Aliviada a pesar de todo por ese desenlace, porque los aldeanos tambien habrian podido reclamar que se prendiera fuego a todo lo que habia pertenecido al infeliz muchacho, y a su habitacion antes que nada, Sylvie accedio a lo que pedian, pero hizo decir misas en su capilla privada y se esforzo en olvidar aquel penoso suceso que le parecia cargado de amenazas y que daba la medida del caracter vengativo del rey.
El futuro, que Sylvie siempre habia deseado sencillo y claro, se cargaba de nubes sombrias, mas opresivas si cabe en aquel gran castillo donde, a pesar de la presencia de la fiel Jeannette y de la numerosa servidumbre, Sylvie se sentia sola.
Aun le faltaba tocar el fondo del sentimiento de abandono que se apoderaba de ella en las horas negras de las noches en que, a pesar de las tisanas calmantes de Jeannette, se esforzaba en vano en conciliar el sueno. El segundo domingo de febrero, cuando salia de la misa mayor en la iglesia de la aldea -era muy raro que se la viera en la capilla del castillo despues de la marcha del abate de Resigny- y emprendia a pie el camino de vuelta acompanada por Corentin, Jeannette y la mayor parte de sus criados, el grupo fue adelantado por una silla de posta que hizo latir con mayor fuerza su corazon. Apresuro el paso. ?Por fin iba a tener noticias! ?No podia ser mas que Perceval de Raguenel!
— Me extranaria -dijo Corentin, que habia fruncido el entrecejo-. Si fuese el senor caballero, habria hecho parar el coche al llegar a vuestro lado.
— Entonces ?quien puede ser?
Era Marie.
Una Marie que despues de dejar caer las pieles con que se abrigaba, esperaba en pie junto a la chimenea del gran salon, en la que ardia un tronco de arbol, ofreciendo las manos desenguantadas a su calor. Ni siquiera se volvio cuando su madre entro en el salon, tan amplio que casi le devolvia su estatura de nina pequena, y tampoco cuando esta grito, con una alegria que le costaba retener:
— ?Mi pequena Marie! Has vuelto…
Solo cuando Sylvie estuvo a su lado, dispuesta ya a abrazarla, volvio hacia ella un rostro mas frio que el marmol blanco de la chimenea.
— He venido a deciros adios… ?Y tambien que os odio! A partir de este dia, no teneis ninguna hija.
— ?Marie! ?Que quieres decir?
— Quiero decir que habeis arruinado mi vida y que no os lo perdonare nunca, ?entendeis? ?Nunca! -Un sollozo estrangulo la ultima palabra.
A pesar de la colera que sentia crecer en su interior ante tanta injusticia, Sylvie se esforzo por guardar la calma: las huellas de llanto que mostraba aquella preciosa cara la impulsaban mas a abrir los brazos que a blandir el rayo. Sin duda, Francois la habia rechazado y… Dios mio, ya era bastante bueno que no hubiera llevado a cabo su terrible amenaza y estuviera alli, bien viva…
— ?Por que no intentas contarme que ha ocurrido? ?Por que has dejado, en pleno invierno, el castillo de Sollies, en el que tan a gusto estabas, para hacer un camino tan largo? ?Y sola, ademas! ?No has visto a Perceval?
Esta vez, Marie la miro de frente y cruzo los brazos como para impedirle el paso hacia su corazon.
— No, no lo he viste. Como tampoco he visto al hombre con el que queria casarme y que me habia dado su palabra…
No retenia ya sus lagrimas, y Sylvie sintio que le invadia el espanto. A pesar de los lazos de sangre que le habian sido revelados, ?habria Luis XIV hecho asesinar a Beaufort, de la misma manera que habia mandado ejecutar al pobre Nabo?
— ?Por que no le has visto? ?Que… que le ha pasado?
En medio de su llanto, Marie esbozo una sonrisa despectiva.