De roja que estaba, Sylvie se puso muy palida. Contemplo a aquel joven coronado al que ella habia querido y adornado con todas las cualidades, y en el que ahora descubria cada dia una increible ausencia de sentimientos. En ese momento le recordaba de una manera extrana a Cesar de Vendome, cuando con una violencia y una crueldad increibles intentaba convencer a la nina que ella era aun, de que cometiera un crimen. ?Bien se veia que corria por sus venas la sangre de Estrees, vengativa y despiadada! Sylvie no ignoraba quien podia haberle dado ese informe venenoso y sucio, pero de subito decidio no defenderse.
— Quien diria que hubo un tiempo en que el rey decia amarme, y anadia que esperaba ver durar ese afecto, del que yo estaba tan orgullosa.
Se encogio de hombros, retrocedio dos pasos y realizo una reverencia profunda pero rapida; luego se giro decidida, para salir. El se lo impidio con un:
— ?Deteneos! Os marchareis cuando yo lo juzgue oportuno. Todavia no he terminado con vos.
Ella advirtio de pasada que el abandonaba el plural mayestatico, pero no extrajo ninguna conclusion de aquello. Tal vez era una buena senal, porque Luis fue a sentarse en un sillon de respaldo alto cubierto por una tapiceria preciosa, planto los codos y apoyo su mejilla en el puno cerrado.
— ?Sentaos en el taburete que veis ahi! ?No sois duquesa? Teneis derecho.
Sin obedecer, ella contesto con una ligera sonrisa de desden:
— ?El rey piensa que es preferible estar sentada para hacerse insultar? ?Prefiero seguir de pie! Ese taburete se parece demasiado a la silla a la que tienen derecho los nobles cuando son juzgados.
— Estais siendo juzgada, senora duquesa de Fontsomme, con la unica diferencia de que yo soy el unico juez. ?Y os ordeno que os senteis!
Para no exasperarle, ella lo hizo. Penso sobre todo en sus hijos, cuyo futuro tenia que esforzarse en preservar.
— ?Ahora, contadme! -ordeno el.
— ?Contar que, Sire?
— Vuestros amores con Monsieur de Beaufort. ?Quiero saberlo todo! ?Y no alegueis no se que secreto! Puesto que la gente habla de ello, ya no hay secreto. Pero en primer lugar, una pregunta: ?vuestro hijo es de el?
— Si.
El resoplo ligeramente y esbozo una media sonrisa que significaba «lo sabia». Sylvie continuo, con una dignidad que impresiono al joven autocrata.
— Es el fruto de un amor de infancia… y de una hora de abandono. ?Una sola! A eso se reducen mis «locos» amores con Francois de Beaufort, al que despues no he vuelto a ver durante diez anos.
— ?Contadme! -repitio el, en un tono algo mas suave.
Y Sylvie conto…
El escucho sin interrumpirla, y ella creyo ver suavizarse su expresion. Cuando acababa su relato, llamaron con discrecion a la pequena puerta que daba a la alcoba real y aparecio Colbert, saludo y con el espinazo doblado fue a colocar un papel ante el rey antes de retirarse. Luis XIV le echo una ojeada, lo dejo y se irguio, recuperando de subito toda su amenazadora impasibilidad.
— Admito -dijo- que habeis sido victima de ciertas circunstancias que no me gusta recordar. En recuerdo de esas circunstancias… y del afecto que me unia a vos en otro tiempo, vuestros hijos no sufriran las consecuencias de vuestra falta. Vuestro hijo conservara el nombre, el titulo y las prerrogativas que ostenta. En cuanto a vuestra hija, que lo es tambien del difunto duque, nada se opone a que haga una boda brillante… de lo que nos ocuparemos, por otra parte. En lo que a vos respecta, deseo que os alejeis de la corte y os instaleis en vuestras tierras de la Picardia. Me importa mucho que alrededor de la reina solo haya mujeres de una virtud inatacable.
A pesar de la gravedad del momento, ella estuvo a punto de echarse a reir en sus narices.
— Desde luego nunca se alabara bastante la de la senora condesa de Soissons -no supo privarse de decir, y experimento una alegria maligna al ver que el acusaba el golpe: las aletas de la nariz palidecieron y sus dedos soltaron la pluma de oca con que jugueteaban desde hacia unos minutos.
— No sabia que fuerais chismosa -gruno.
— Yo tampoco, Sire, y lo siento, pero hay ocasiones en que determinadas comparaciones se imponen. Pido perdon al rey. ?Puedo retirarme ya?
— ?No, senora! -dijo impaciente-. No he terminado todavia con vos, porque podria, en rigor, olvidar todo lo que acabais de contarme si no tuviera que reprocharos aun algo que considero un verdadero acto de rebelion.
— ?Un acto de rebelion? ?Yo?
— Si. ?Vos! En una circunstancia reciente y penosa, deposite en vos toda mi confianza, y creo que os di de ello una senal tangible al encargaros de cierta mision.
— No recuerdo haberme encargado de ninguna mision -respondio Sylvie, mirandolo a los ojos.
— He aqui una actitud que yo alabaria sin reserva si, con una finalidad en la que entreveo sombras peligrosas, no hubierais sustraido a mi justicia a ese miserable esclavo negro.
— ?Justicia, Sire? Ese infeliz, refugiado en una de las salas desiertas del viejo Louvre, escapo de milagro a unos matachines que querian asesinarle. Busco refugio en mi casa…
— ?Y por que en vuestra casa?
— Quiza porque siempre le trate como a un ser humano, no como un juguete desprovisto de alma. Nunca ha estado cerrada mi puerta a quien pide socorro. Me educo Madame de Vendome. De ella aprendi la caridad, y tambien de Monsieur Vincent…
Al oir el nombre del viejo sacerdote ya fallecido cuya aura de caridad le habia impresionado en su infancia, Luis XIV dio un respingo y, como obediente a una orden superior, su voz se suavizo.
— Dios no quiera, senora, que yo reproche nunca a alguien el haberse mostrado compasivo, pero ese muchacho ha cometido un crimen de extraordinaria gravedad, y no debe seguir con vida para jactarse algun dia.
— Sire, no es mas que un nino aun…
— Un nino que comete el crimen de un hombre no lo es… Tiene que desaparecer, del mismo modo que tiene que desaparecer cualquier huella de lo que vos sabeis.
— ?Sire! -exclamo Sylvie llena de angustia-. El rey no va a…
— ?A eliminar a la pequena? No soy un monstruo, senora, pero en el caso de que hayais guardado algun recuerdo de vuestro viaje fuera de Paris, sabed tan solo que ya no esta en el lugar donde la dejasteis. Retiraos ahora, senora, y marchad tan pronto como os sea posible a vuestras tierras de Fontsomme. Muy bellas, por lo que me han contado…
— El rey me expulsa -dijo Sylvie con amargura-, del mismo modo que expulsa a Marie de Hautefort y Pierre de La Porte, que consagraron su vida, por amor y fidelidad, a su madre…
— No expulso a nadie. Sencillamente, en el comienzo de un nuevo reinado, pretendo barrer los vestigios del antiguo. ?Idos ya, senora duquesa! Despedire por vos a la reina… ?Una palabra aun! A menos que tenga de vos noticias que me desagraden, nadie tocara ni vuestros bienes ni a vuestra persona. ?Pensad en vuestros hijos!
A pesar de la colera y la indignacion que hervian en su interior, su reverencia fue un modelo de gracia y orgullosa dignidad.
— No dudo de que el rey sabra rodearse en adelante de servidores que contenten a su corazon… o mejor dicho a sus gustos.
— ?Quereis insinuar que no tengo corazon? -rugio-. A peticion de mi madre, voy a llamar de nuevo a los Navailles.
— El difunto cardenal de Richelieu pensaba que esa viscera no tenia ninguna funcion en el gobierno de un Estado. Vuestra Majestad tiene todas las cualidades para convertirse en un gran rey…
Furioso, Luis XIV olvido la majestad que se imponia a si mismo, corrio a la puerta y la abrio el mismo para hacer salir a la insolente; pero en el umbral encontro a D'Artagnan, y volco en el su colera.
— ?Que haceis aqui? No os he llamado.
— En efecto, Sire. Pero he acompanado hasta aqui a la senora duquesa de Fontsomme, y estoy esperandola para llevarla a donde a ella le parezca bien.
— Es el rey quien decide adonde van sus servidores. ?Y si os ordenaramos conducirla a la Bastilla?