camino. ?Tan divergentes como sea posible!
Sofocado por aquella filipica que llevo una sonrisa a los labios de Madame de Schomberg, el mariscal tal vez aun habria encontrado alguna replica de no ser porque en ese instante el rey aparecio en el umbral de la estancia. Las lagrimas resbalaban por sus mejillas y su rostro parecia el de un fantasma, tal era su palidez. Se hizo un profundo silencio. Apoyado en su baston con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, dio dos pasos, se volvio como un automata hacia Monsieur, que le miraba sin atreverse a hablar, parecio hacer un prodigioso esfuerzo sobre si mismo y finalmente articulo:
— ?Pasad a ver a nuestra madre… hermano! Ahora desea despedirse de vos.
Luego continuo su camino para volver a sus aposentos a la espera de que trajeran el viatico a la moribunda.
Al hacerlo, y mientras avanzaba con lentitud entre la doble fila de reverencias y saludos de corte, su mirada se poso en el pequeno grupo formado por las dos mujeres y La Porte. Se detuvo delante de ellos, y sus ojos mostraron en ese momento una increible dureza.
— ?Senora mariscala de Schomberg? -dijo en tono altanero-. No se os ha visto mucho en los ultimos tiempos. ?Que os ha impulsado a venir hoy?
Un relampago de colera cruzo por los ojos azules de quien en otro tiempo fue llamada la Aurora, y que seguia mereciendo el sobrenombre.
— El amor y la fidelidad que desde siempre profeso a Su Majestad la reina madre. Deseaba volver a verla…
— ?Os habia llamado ella?
— No, Sire.
— En tal caso, sereis ciertamente mas feliz en vuestra bella mansion de Nanteuil-le-Haudouin…
Antes de que Marie, confusa, pudiese contestar algo, Luis XIV paso a Sylvie.
— Tenemos que hablar con vos, senora duquesa de Fontsomme. Cuando la reina, nuestra augusta madre, haya recibido al Senor y sus consuelos, presentaos en nuestros aposentos. En cuanto a vos, Monsieur de La Porte, no es bueno a vuestra edad recorrer tan largo camino en pleno invierno. Teneis prisa, supongo, por volver a Saumur…
— Sire…
— ?He dicho Saumur!
Y se alejo, rigido como un automata vestido de brocado, sin preocuparse mas de los que acababa de aplastar bajo los altos tacones rojos que utilizaba para parecer mas alto. Alrededor de ellos se elevo un murmullo, y todos se apartaron instintivamente de aquellas personas caidas en desgracia como si se tratara de enfermos contagiosos.
Desde su alta estatura, Marie de Schomberg miro a los cortesanos con una sonrisa de desprecio, y luego deslizo su brazo por el de Sylvie:
— ?Vamonos, querida! No tenemos nada mas que hacer aqui. ?Venid tambien, La Porte!
— Id los dos a esperarme a mi casa, Marie -dijo Sylvie-. Tengo que quedarme, puesto que el rey me hace el honor de recibirme de inmediato. Tomad mi coche y enviadmelo de nuevo.
— No os dejare sola en este palacio.
Una voz grave se dejo oir entonces:
— No estara sola -dijo D'Artagnan, que acababa de reaparecer y habia presenciado la escena anterior-. Me quedo con la senora duquesa y la escoltare ante el rey cuando llegue el momento.
Con una mirada llameante y el mostacho enhiesto de arrogancia, ofrecio su puno a Sylvie para que ella colocara alli su mano, y juntos abandonaron el Grand Cabinet. Pero en las antecamaras vieron obstruido su camino: la reina Maria Teresa atravesaba los aposentos para recibir, a la puerta del palacio, el Santo Sacramento que traian de Saint-Germain-l'Auxerrois. Todo el Louvre quedo paralizado por el respeto y se mantuvo inmovil mientras Dios permanecio en la cabecera de la moribunda. El rey habia vuelto junto a su madre.
Esperaron largo tiempo.
Finalmente, al fondo de los aposentos resono el eco fragil de la campanilla agitada ante la gran custodia de oro, escoltado por los taconazos de los guardias que presentaban armas. La procesion de la reina, entre letanias, cruzo a continuacion las antecamaras, llego al Grand Degre y desaparecio en sus profundidades. Luego, el rey regreso a sus aposentos. De nuevo D'Artagnan ofrecio su mano.
— Venid, senora.
Ella opuso entonces alguna resistencia.
— Os lo ruego, amigo mio. No me cabe ninguna duda de que me espera la desgracia. ?No os comprometais viniendo conmigo! El rey podria no perdonaroslo.
— Me conoce, senora, y sabe que mi fidelidad empieza por el, pero se extiende a quienes am… a mis amigos. Es mas, si el no lo comprendiera asi, seria yo el decepcionado.
La mirada que ella le dirigio estaba llena de admiracion, pero tambien de gratitud. Dios mio, era bueno encontrar en aquel momento dificil a ese hombre todo corazon, valiente entre los valientes, que le ofrecia con tanta generosidad un refugio contra la tempestad que acababa de golpear a Marie y La Porte y que no dejaria de abatirse sobre ella si la causa era la que temia adivinar.
Al llegar a los aposentos del rey, D'Artagnan, sin dejar su mano, la confio al chambelan de servicio cuidando de precisar que se quedaria alli el tiempo que fuera necesario para llevarla el mismo a su coche o a los aposentos de la reina, segun el resultado de la audiencia.
— Y no me digais que actue de otra manera -anadio volviendose hacia ella-. Ignoro lo que desea de vos Su Majestad, pero si imagina que tiene algo que reprocharos, ?se ha equivocado!
En el momento en que iban a introducir a Sylvie en el gabinete real, Colbert salia de el. Saludo con toda la cortesia deseable, pero a ella no le gusto el brillo sardonico de sus ojos negros, ni la sonrisa de satisfaccion que disimulaba mal su bigote, y el corazon le dio un vuelco. Para que estuviera tan contento, a ella debian de esperarle muy malas noticias.
— ?La senora duquesa de Fontsomme! -anuncio el chambelan.
Luis XIV no se volvio. Estaba de pie delante del gran retrato de su padre pintado por Philippe de Champaigne, encuadrado por dos soportes monumentales provistos de varias velas gruesas cuyas llamas moviles parecian animar la efigie de Luis XIII; y lo examinaba con tanta atencion como si lo viera por primera vez. Solo el crepitar del fuego encendido en la chimenea de porfido animaban un silencio que a Sylvie, desde el fondo de su reverencia y sin osar incorporarse, le parecio muy pronto insoportable. Pero le estaba prohibido hablar la primera… Las rodillas empezaban a hacerle dano cuando el rey se giro bruscamente y, con una mano a la espalda y la otra atormentando el encaje de su corbata de punto de Malinas, observo a la mujer prosternada delante de el.
— ?Levantaos, senora!
La voz sono seca, el tono duro. No la invito a sentarse, pero pese a todo fue un alivio recuperar la posicion vertical. Inspiro profundamente, aunque con discrecion, y espero a que el hablara. Lo que no se hizo esperar mucho.
Lentamente, Luis XIV fue a ocupar su sillon detras de la gran mesa en la que reinaba un desorden impresionante en un hombre del que todo el mundo sabia que era un esclavo del trabajo. Y entonces ataco:
— Hemos resuelto, senora, apartaros del circulo de la reina, en el que, por lo visto, hicimos mal en incluiros… La compania de una soberana joven debe ser ofrecida como prioridad a mujeres de una moralidad sin tacha.
Al oir aquella frase insultante, la sangre subio al rostro de la duquesa, en la que desperto de golpe la Sylvie de otros tiempos, espontanea y facilmente irritable. Sin embargo, consiguio contenerse.
— ?Puedo preguntar al rey que encuentra de reprensible en mi… moralidad?
— En vida de vuestro esposo fuisteis la amante de mi primo Beaufort, y sin duda aun lo sois. Hemos sabido hace poco, con dolor, que para desembarazaros de el hicisteis matar a vuestro esposo en duelo por vuestro amante, a fin de que el infeliz no pudiera descubrir que estabais embarazada de otro…
— ?Es falso! -Llevada por la indignacion, grito su protesta.
El entrecejo ya fruncido de Luis XIV se apreto aun mas.
— No olvideis delante de quien estais y dejad de lado esas maneras de verdulera, nada impropias sin embargo de la concubina del llamado Rey de Les Halles.