Despues acudio la senora Novi, junto con Clara Fanti, para hablarle de la modificacion del traje.

«?No le gusta?», pregunto Dorigo a la primera bailarina.

«Si, si, me gusta mucho, pero es imposible bailar con ese penacho en la cabeza».

El la miraba. Vista asi, de cerca, en leotardos, la famosa no era precisamente esa como minuscula y tremula hada que se habia acostumbrado a ver desde la platea o en las paginas de las revistas, pero tambien a ella la ropa de batalla la hacia resultar sexualmente mucho mas atractiva. Tenia una cara precisa y bien dibujada de nina concienzuda, solo los brazos, con los musculos marcados, parecian tener al menos treinta anos; en cambio, las piernas eran perfectas y ella las volvia aun mas provocativas, al ponerse sobre los leotardos negros un par de largas medias rosa que le llegaban hasta lo alto de las piernas y por abajo acababan en los tobillos. Sin perder esbeltez, los muslos y en particular las pantorrillas resultaban asi mas fuertes, firmes y autoritarios, con lo que absorbian la personalidad total de la figura, de una ligereza y casi fragilidad infantiles, por lo demas, pero, curiosamente, a Antonio no le inspiraba el menor deseo.

«No es un penacho», dijo. «Deberia ser muy ligero, como una filigrana».

«?De que deberia estar hecho?»

«Ah, eso no puedo decirselo, confieso que yo de eso no entiendo, pero sin el penacho, como dice usted, habria que cambiar todo el traje».

«No, si el traje me gusta».

«Pues entonces es necesario el penacho».

«Pero, ?como voy a poder bailar con ese trasto en la cabeza? Digame usted como voy a poder hacerlo».

Intervino la senora Novi, siempre alegre y duena de la situacion. Propuso hacer el penacho un poco mas pequeno, el material seria muy ligero, Clara ni siquiera se daria cuenta de que lo llevaba puesto.

Entretanto, algunos bailarines y bailarinas se habian agrupado alrededor, para mirar el boceto del traje, pero Laide no estaba entre ellos.

La conversacion duro pocos segundos, Novi y Fanti se fueron.

El se encontro solo y desplazado en medio del escenario, que de nuevo estaba llenandose, porque estaba a punto de reanudarse el ensayo, y se quedo un momento indeciso, mirando en derredor.

Entonces se dio cuenta de que a un paso de el, dandole la espalda, estaba Laide. Tenia las manos en jarras y estaba charlando con dos bailarines, entre los cuales no estaba el de antes.

Fue una escena muy rapida, una particula de tiempo que, sin embargo, se le quedo grabada en el recuerdo para siempre.

Otra bailarina, rubia, se acerco a Laide y le dijo:

«Oye, Mazza, ven un momento, por favor».

Laide se volvio para seguirla, tras haber hecho una senal de despedida a los dos companeros con la mano izquierda, con lo que se encontro frente a frente con Dorigo.

Ella, inevitablemente, por una fraccion de segundo al menos, lo miro a la cara. El estaba a punto de saludarla. Como antes ella no le habia hecho la menor sena, Antonio habia intuido que alli, en la Scala, la muchacha preferia fingir no conocerlo -como por un escrupulo de pulcritud, tal vez, para no mezclar el diablo con el agua bendita-, pero ahora estaban tan cerca, casi cara a cara, y relativamente aislados (desde luego, nadie estaba observandolos), que no saludarse resultaba absurdo.

Pero Antonio se contuvo y espero a que fuera ella la que lo hiciese. Ahora bien, la bailarina, despues de haberlo mirado a la cara, aparto la suya para seguir a su amiga. En aquella forma de eludirlo no habia la prisa, la precipitacion, caracteristica de quien quiere evitar un contacto. Eso era lo extrano precisamente: que en la muchacha no se advertia la menor traza de simulacion y teatro, sino una indiferencia absoluta o, mejor dicho, una absoluta falta de reaccion, porque incluso la indiferencia es una forma de comportarse para con la realidad exterior. Como si ella, aun mirandolo a la cara, ni siquiera lo hubiese visto. Como si el hubiera sido una pared, un mueble o un ser tan habitual, que casi ya no existiese y eso no era propio de ella y a Dorigo le resultaba incomprensible. Laide deberia haber hecho un guino atemorizado con los ojos, haber tenido un palpito de sorpresa o fastidio o espanto que le hiciera entreabrir los labios. En cambio, nada y era algo inexplicable, que le infundia inquietud por dentro.

Pensaba: 'Es incluso comprensible que quiera mantener separadas sus dos vidas: la de prostituta y la de bailarina de la Scala; es comprensible que, una vez concluida la prestacion, quiera excluir a un cliente de su vida privada y profesional; al encontrarsela en la Scala, el cliente pasara a ser un desconocido cualquiera.

Pensando en eso, Dorigo se sentia mortificado y ofendido tambien como hombre y como artista.

Pero lo que habia sucedido o, mejor dicho, lo que no habia sucedido, le parecia peor, aun mas humillante para el, y le provocaba una confusion, un resquemor, una rabia cuyo motivo no lograba explicarse. ?Seria por haber comprobado que el, Antonio, no existia para ella ni siquiera como recuerdo? ?Seria porque su calidad de escenografo no le habia causado la menor impresion? ?Seria porque ella se obstinaba en ver en Dorigo a un puro y simple cliente, es decir, una larva fisica indiferenciada, y en modo alguno estaba dispuesta a considerarlo un companero de trabajo? ?Seria por esa imposibilidad de interesarle, ya que no de gustarle, de entrar de algun modo en su mundo?

Pero en aquel punto le daba rabia sentir rabia. ?Por que se lo tomaba asi? ?Por que se consumia asi? ?Por que se comia los higadillos? ?Que le importaba, en el fondo, Laide? Se sabia de memoria todo lo que se podia esperar de ella como companera de cama, de la que ya estaba saciado. En cuanto a lo demas, se trataba de una cretinilla cualquiera. ?O tal vez se ejercia sobre el el encanto romantico de la bailarina? ?Seria posible? ?Algo tan ridiculamente provinciano? Y, ademas, ?de que bailarina se trataba? De una bailarinilla cualquiera, un simple numero, sin personalidad alguna de artista. Y, ademas, ?estaba seguro de que de verdad era ella aquella a la que habia visto en el ensayo?

IX

Tres dias despues, telefoneo a la senora Ermelina:

«Digame una cosa: ?podria ver a Laide manana por la tarde?»

El hecho de que ella hubiera fingido no verlo se le habia quedado atravesado, queria tener una explicacion con ella.

«?Laide?», dijo la senora Ermelina. «Mire, el otro dia, que usted, senor Tonino, no pudo venir, ella llego puntual, la pobre».

«?Llego a las cuatro?»

«A las cuatro en punto estaba aqui».

Resultaba inexplicable. A las cuatro era el ensayo en la Scala y el habia visto a Laide alli, en el escenario. ?O aquella sinvergonzona habia llegado a tiempo al teatro para la entrada de los duendes? Tal vez eso explicara su actitud desganada.

Pero Dorigo prefirio no indagar con la senora Ermelina: eran cosas que no le incumbian. Quedaron para el dia siguiente a las dos y media.

Pero la manana siguiente Laide le telefoneo al estudio, era la primera vez y su vocecita con su erre particular le dio un extrano placer.

«Oye», dijo, «deberias hacerme un favor. A las dos y veinte tengo que salir para Roma».

«?Para Roma? ?Para que?»

«Voy a casa de mis tios, por una semana. Todos los anos me invitan. Es una ocasion que no quiero perderme».

«?Y la Scala?»

«Me he conseguido un certificado medico».

«Pues, ?entonces no nos vemos?»

«No. Lo que queria preguntarte era si tu podrias adelantar la cita».

«?A que hora?»

«No se: a la una, la una y cuarto. Asi despues puedes acompanarme a la estacion».

«Entonces habra que hacerlo todo aprisa y corriendo».

«Si tu no puedes, paciencia».

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