«No, no, veamonos. ?Quedamos a la una?»

«A la una en casa de la senora Ermelina. Hasta luego».

?Tendria precisamente ganas de verlo Laide? ?O era solo por las quince mil liras? Dorigo tenia un monton de trabajo, aquel dia, pero arreglo las cosas para estar libre. Saltarse el almuerzo poco le importaba.

A la una estaba en casa de la senora Ermelina. Esta, que aun no habia acabado de comer, le hizo acomodarse en el salon y volvio corriendo a la cocina, donde se oia otra voz de mujer. El se puso a fumar.

La una y cinco, la una y diez. Volvio a aparecer la senora Ermelina.

«Todas igual, estas chicas. No tienen cabeza. ?Sabe adonde tuve que ir anoche a buscar a Laide, que por telefono no respondia?»

«?Adonde?»

«Al night-club, al Due, donde hace su numero».

«?Hace ese numero todas las noches?»

«Cuando esta en Milan, si».

«?Por que? ?Sale con frecuencia?»

«Pues en estos ultimos tiempos siempre esta en Modena»

«?Por que en Modena?»

«Ella dice que va por asuntos de trabajo, para hacer fotografias de moda».

«?En Modena?»

«Dice que hay una casa de modas importante, pero quien sabe».

«?Y ahora? Ya es la una y cuarto y me ha dicho que va a tomar el tren de las dos y veinte».

«Pues no deberia hacer cosas asi».

«Seguro que ya no viene». (Debio de ser la vigesima vez que miraba el reloj, que cosa mas ridicula, ni que estuviera esperando a su amor; al fin y al cabo, se trataba tan solo de una chica de alterne cualquiera, a disposicion de quienquiera que tuviese veinte mil liras para gastar y probablemente menos incluso; no habia que excluir que en otro sitio Laide se entregara incluso por menos, era probable incluso, esas chicas cuanto mas ganan mas gastan, nunca tienen bastante dinero, cinco mil liras mas siempre vienen bien e incluso cuatro mil, incluso tres mil; al pensarlo, Dorigo sentia algo dentro, una rabia, un tormento, un escozor irracional, volvio a mirar el reloj, era la una y diecisiete.)

«No, no», dijo la senora Ermelina, «si ha dicho que va a venir, esa viene, ya puede usted estar tranquilo», y puso una sonrisa maliciosa, «a mi no me dejan plantada».

«De todos modos, si tiene que partir a las dos y veinte, ahora ya no hay tiempo. Debe de estar ya en la estacion…»

«Vendra, vendra, de eso no hay duda».

E hizo con la cabeza tres o cuatro veces una sena de asentimiento, entornando un poco los ojos. ?Querria decir que seguro que Laide no se dejaba perder esas quince mil o diez mil liras o las que fueran? ?O que nunca se atreveria a faltarle al respeto a ella, Ermelina? Faltaria mas, no habria vuelto a poner el pie en su casa, aquella furcia, habia miles y miles como ella en Milan, mas guapas, jovenes y lozanas incluso, que no deseaban otra cosa, y su clientela, la de Ermelina, era la mas elegante de Milan, la mas respetable, rica y segura; desde luego, las alcahuetas eran ya innumerables en la ciudad, pero las otras, ?puah!, o explotaban a las chicas hasta chuparles la sangre o las metian en lios: no es plato de gusto para una estudiante de buena familia o una senora con marido e hijos y todo verse sorprendidas, por ejemplo, de buenas a primeras desnudas en la cama con alguien a quien ni siquiera conocen de nombre y despues llevadas a la comisaria en el furgon y retenidas veinticuatro horas como minimo en la prevencion junto con las mas guarras fulanas y que, ademas, avisen a sus familias, el escandalo, las escenas, y eso si no son menores de edad, porque, de lo contrario, acaban ante la Justicia. Mientras que con ella, Ermelina, podian estar tranquilas, entre sus clientes habia demasiadas personas encumbradas para que pudieran crearle problemas y, ademas, a ella, a la senora Ermelina -tal vez quisiera decir tambien esto- las chicas le tenian miedo. Ella era la honestidad en persona, era una mujer con corazon, a cuantas de aquellas desgraciadas no habia ayudado en los momentos dificiles, ella era como una madre para sus queridas ninas, pero, ?ay de ellas si se arriesgaban a hacerle una faena! ?Faltaria mas! Ah, habia habido alguna que lo habia intentado, pero se le habian pasado las ganas para siempre. Hacia falta poco para deshonrar a una muchacha que se hubiera expuesto demasiado; ella, Ermelina, siempre estaba bien informada, lo sabia todo de todas ellas, a veces bastaba una llamada de telefono a su casa, una notita anonima, para que sentaran cabeza. No habria sido la primera a la que ella, Ermelina, hubiese arruinado completamente.

De pronto Antonio se dio cuenta de que se habia levantado del sofa, por la impaciencia, y estaba recorriendo, nervioso, el cuarto de extremo a extremo, incapaz de dominarse, mientras la senora Ermelina lo observaba complacida. Para la edad que tenia, ?menudo deseo tenia, pues, el arquitecto!

«Mire», le dijo, «?no le apeteceria un cafe?»

«No, gracias», dejo escapar el, «ni siquiera he comido».

Ermelina solto una carcajada:

«Ah, esta si que es buena… un hombre como usted… por Laide… ?saltarse el almuerzo un hombre como usted! ?Sabe que es un usted muy simpatico! ?Es lo que se dice un nino!»

En aquel momento sono el timbre de la puerta. Faltaba un minuto para la una y media.

X

Ella entro palida, jadeante, con la expresion de un animalito perseguido.

«?Dios mio, que cara traes!», dijo la senora Ermelina y le dio un ligero sopapo afectuoso. «Vamos, vamos. ?Que te ha ocurrido?»

«He venido corriendo, ?que carrera!», respondio Laide sin siquiera saludar a Antonio. «En el teatro habia ensayo, no me dejaban marchar».

«Pero, si te vas a Roma una semana», dijo Antonio, «?que importaba ya la prueba?».

«Es que en el teatro son asi. ?Que hora es?»

«Ya es la una y media».

«Vamos, vamos, vayan para alla, no pierdan tiempo», los exhorto la senora Ermelina riendo.

Dorigo, para no entretener a Laide, se desnudo en un instante. Ella, en cambio, no: extranamente, parecia no tener prisa.

«Vengo en seguida», dijo y se retiro al bano. El seguia mirando el reloj. Oyo caer el agua largo rato en el. Reaparecio a la una y treinta y siete.

«Dime una cosa», se apresuro a preguntarle, en cuanto la tuvo entre los brazos, «?por que el otro dia en el ensayo fingiste no reconocerme?».

«Disculpame», se apresuro a responder ella, «pero prefiero evitarlo. Si supieras lo cotillas y maliciosas que son todas alli dentro. Si te hubiese saludado, despues se habrian puesto en seguida a preguntarme donde te habia conocido y esto y lo otro».

«Pero, ?al menos una sonrisa, una sena!»

«No, no, yo para eso soy muy estricta».

«Pero ahora ya se como te llamas».

«?Vaya, hombre! Laide me llamo».

«No, el apellido».

«?Sabes mi apellido?»

«Si».

Ella separo la boca de la de el:

«A ver, ?como me llamo?»

«Mazza, te llamas».

Entonces ella, rabiosa, se puso a dar punetazos a la almohada:

«?Que rabia, que rabia! Ya te dije que no me gusta dar a conocer esas cosas. ?Y como te has enterado?»

«Muy facil. Se te acerco una y te dijo: 'Oye, Mazza'».

«Pues no me hace ninguna gracia».

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