la «tierra del sol de medianoche». El ultimo amanecer se habia producido el 21 de junio, doce dias atras, y para el proximo atardecer, en el 18 de julio, faltaban todavia quince dias. A unas decenas de metros de ellos, en tiendas junto a la orilla, dormian sus familias, a la espera de la siguiente captura, para encargarse de desollar y despojar a la ballena blanca de todo lo aprovechable. De pronto, todas las miradas se desviaron hacia el cielo, para contemplar con espanto el espectaculo que ofrecia el firmamento. Pero en cuestion de segundos la vision se adentro en el cielo meridional y desaparecio.

Los hombres permanecieron en silencio, paralizados, unos instantes despues del paso del asteroide. Luego, al unisono, empezaron a gritarse unos a otros en su lengua nativa; la emocion era tal que por unos momentos ignoraron por completo la pareja de ballenas beluga que habia salido a la superficie a escasos veinte metros de donde se encontraban. Entonces alguien las senalo y aviso a los demas. Aquellos cuyas barcas estaban mas proximas a las ballenas desecharon el asteroide de sus pensamientos y se pusieron manos a la obra; arrancaron los pequenos motores fueraborda y acercaron cuanto pudieron sus embarcaciones de cinco metros a las despreocupadas ballenas. A la proa de cada barca se habian apostado ya dos hombres que, de pie, sostenian, uno, un arpon de mano atado por una cuerda a dos barriles metalicos de cerveza vacios, y el otro, un rifle, con el que remataria la faena tan pronto el arpon hiciera blanco.

A una velocidad de trescientos treinta y cinco metros por segundo, pasaron tres minutos antes de que la onda de choque del asteroide alcanzara las barcas, mas abajo. Cuando lo hizo, las golpeo como lo hubiera hecho un muro de ladrillo, haciendo anicos, como si de cristal barato se tratara, los cascos de fibra de vidrio, astillando los huesos de los hombres y sus familias como madera de balsa y reduciendo sus cuerpos a sacos informes.

* * *

Detras del asteroide se formo un tremendo vacio que la atmosfera circundante se apresuro en llenar, creando una cola de aire sobresaturado sobre el oceano Artico y una racha de viento que al rizarse formo hileras e hileras de enormes ciclones, como remolinos detras de una barca de pedales.

Para los habitantes de Kaktovik, en Alaska, doscientos un kilometros mas al oeste, el asteroide aparecio en el cielo como una gigantesca estrella en llamas. (Pasaron ocho minutos y medio antes de que las primeras rachas de viento les alcanzaran; apenas dos minutos despues, el pueblo entero habia desaparecido en el mar Artico y con el todos sus residentes.) Para los desafortunados esquimales inuit de Kay Point, emplazados directamente bajo el asteroide, habia sido como si el sol de medianoche explotara. Doce segundos despues, para las gentes de Fort McPherson, trescientos veintiun kilometros mas al sur, por donde el asteroide paso a tan solo cuarenta y un kilometros de la superficie, fue como si ardiera el firmamento.

Nadie en Fort McPherson entendia lo que estaba ocurriendo. Las noticias sobre el cambio de curso del asteroide empezaban a emitirse ahora por television y radio y, al no haber tiempo para recrear simulaciones por ordenador, nadie podia ni siquiera aventurarse a hacer estimaciones sobre el nuevo rumbo del asteroide o sobre donde y cuando impactaria contra la Tierra, si es que lo hacia. En Fort McPherson, los adultos senalaban y sus hijos daban palmas regocijados, como ante una exhibicion de fuegos de artificio. Casi todos, grandes y pequenos, permanecian despiertos a pesar de lo avanzado de la hora para contemplar el asteroide. Les habian dicho que no iba a verse mas que una luz brillante, como una estrella gigante, surcando el cielo a toda velocidad. Pero lo que vieron fue una montana de fuego del tamano de la isla de Manhattan que se desmoronaba sobre ellos y los dejaba atras a una velocidad increible, seguida de una estela en llamas tan luminosa como la manana misma. Fue una vision imponente que ninguno tuvo tiempo de asimilar. Cuatro segundos despues, cuando el asteroide se encontraba ya ciento seis kilometros mas al sur pero seguia claramente visible por su enorme tamano, las gentes de Fort McPherson lo seguian contemplando atonitos al tiempo que eran engullidos desde detras por una onda de calor de proporciones nucleares.

No tuvieron escapatoria, pero la suya fue, por lo menos, una muerte rapida. Todas las personas y objetos situados en un radio de veinticuatro kilometros al este y al oeste de Fort McPherson fueron incinerados y reducidos a cenizas en escasos segundos. Lo que no se quemo se fundio, y todo fue barrido del lugar por la tremenda onda expansiva del asteroide, y no quedo rastro en el paisaje repentinamente baldio de los hogares, escuelas o vidas de las setecientas veinte almas llenas de vigor que alli habian vivido.

Cargados con la humedad del mar Artico y de los rios Peel y Channel, los vientos huracanados de la estela del asteroide se extendieron en cuestion de minutos por cientos de kilometros al este y al oeste, arrancando y derribando miles de kilometros cuadrados de bosque virgen canadiense, borrando de la faz de la tierra a pueblos enteros, y reduciendo a escombros cuanto se encontraban a su paso. Tras ellos, gigantescas bolas de fuego, avivado por la atmosfera sobrerrecalentada y el metal fundido del asteroide, fueron arrastradas por el viento como llamas infernales, que consumian cuanto quedaba, como en un horno gigantesco, y en pocos minutos reducian bosques centenarios a brasas humeantes. Lagos y rios enteros rompieron a hervir a borbotones, destruyendo toda forma de vida en su seno, antes de ser succionados por la inmensa fuerza del viento. El vapor se condensaba en las diminutas particulas de asteroide fundido ya frias, en el polvo y en otros residuos, y se precipitaba en forma de lluvia. Parte caia sobre la Tierra, parte era barrida a la atmosfera superior por la tremenda fuerza del viento, donde se congelaba en forma de pedriza, caia y volvia a repetir el ciclo hasta que enormes pedriscos, algunos de hasta once kilos, se precipitaron sobre la Tierra, chisporroteando, como mantequilla en una sarten, al entrar en contacto con el abrasado paisaje.

Bajo el asteroide, los escombros, incluidos objetos de varias toneladas de peso, fueron barridos y arrastrados a velocidades de miles de kilometros por hora. Automoviles, camionetas, camiones, barcos, caravanas, aviones, losas de roca y de hormigon, fragmentos de casas y otras estructuras, junto con su contenido -tan retorcidos y destrozados que apenas guardaban algun parecido con su estado anterior-, fueron izados del suelo y transportados por el aire a cientos de kilometros de distancia.

Unos ciento sesenta kilometros al sur de Fort McPherson, a sesenta y seis grados latitud norte, el asteroide empezo por fin a penetrar en la noche. Sesenta y tres segundos despues, diecinueve mil kilometros al sur de donde habia estado ubicado Fort McPherson, el asteroide paso a 30,32 kilometros sobre el oeste de Edmonton, Alberta, la primera zona densamente poblada en su trayectoria, y descargo sobre sus setecientos cincuenta mil habitantes la misma destruccion que con anterioridad habian sufrido los de Fort McPherson, Fort Goodhope, Norman Wells, Fort Norman y Wrigley. En escasos segundos, todas las construcciones de la ciudad y su extrarradio fueron pasto de las llamas. La mayoria de la poblacion murio con la primera explosion de calor y la lluvia de hierro fundido; el resto lo hizo escasos momentos despues en los incendios o fueron absorbidos por la estela del asteroide. A la mortal fusion se sumaron explosiones de gas natural, petroleo y otros combustibles, que incineraron los restos de los pueblos y hogares de los alrededores de Edmonton como rastrojos. En las calles, el asfalto en llamas fluia como agua, formando charcos de brea alli donde el terreno formaba alguna hondonada. Aqui y alla, la intensidad del calor alcanzo temperaturas tan altas como para derretir los fragmentos de vidrio de los edificios demolidos.

En los diecisiete segundos siguientes, el asteroide paso sobre Red Deer, Calgary y Medicine Hat descargando sobre todas una destruccion similar. Los pocos edificios que quedaron en pie en los limites occidentales de Calgary fueron derribados como castillos de arena por la onda de choque que siguio escasos momentos despues. A los ocho segundos, el asteroide atraveso implacable la frontera con Estados Unidos, y solo cuatro segundos mas tarde, ahora a menos de veinticuatro kilometros de la superficie del planeta amenazado y despues de arrasar Shelby, Havre, Great Falls, Lewiston y Roundup, alcanzo Billings, en el Estado de Montana.

La estela del asteroide, de mas de cuatrocientos ochenta y dos kilometros de largo, arrastraba con violencia los objetos que habia ido recogiendo por el camino, como la cola de una cometa infantil. Entre los mas pequenos se contaba un numero creciente de seres antes vivos -tanto personas como animales- que, al no encontrarse lo suficientemente cerca del asteroide, no habian sido incinerados por la onda de calor, aunque si zarandeados y despedazados. Sus cuerpos sin vida, semejantes ahora a munecos de trapo viejos y desgastados, sufrian una tremenda presion y luego eran barridos a zonas de vacio casi absoluto, donde eran aplastados como uvas y exprimida su sangre como vino de sacrificio en honor a la roca extraterrestre. Animales salvajes, ciervos, alces, caribues y osos, miles de cabezas de ganado y ovejas, y poblaciones enteras de pueblos y aldeas entregaban su sangre a la mezcla de lluvia y granizo tan pronto eran succionados y desplazados cientos o miles de kilometros en escasos segundos. Entre los despojos humanos, estaban los de muchos que habian muerto las semanas previas y que, arrancados de sus tumbas recientes por la violenta turbulencia, se habian unido al cortejo del asteroide.

De forma imperceptible, salvo para los satelites meteorologicos que observaban su avance desde lo alto, y sin

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