superior al contabilizado en Nueva York.

La diseccion no hizo sino sumar un nuevo elemento de confusion sobre el origen del insecto; para desconcierto de los entomologos, no se pudo identificar ningun tipo de organo reproductor.

* * *

Cinco horas despues, Decker volvio en si. Tenia en el brazo una via intravenosa por la que se le suministraba suero para evitar que se deshidratara. Estaba en uno de los dispensarios del edificio de Naciones Unidas rodeado de otras victimas, algunas conscientes y otras no. Los que estaban despiertos, como el, hubiesen deseado no estarlo. Ya no se escuchaban aquellos penetrantes gritos de agonia, solamente quejidos penosos, pero no porque se hubiese aliviado del dolor a quienes los emitian, sino porque estaban demasiado agotados para seguir gritando. El dispensario no tenia ni mucho menos la capacidad necesaria para hacer frente a tan elevado numero de pacientes, pero los hospitales neoyorquinos se encontraban totalmente colapsados por la afluencia de victimas del ataque. Sencillamente, no habia otro lugar donde ubicarlas.

A su alrededor todo eran llantos y quejidos, pero tampoco es que le importara. Unos pocos suplicaban la muerte, pero el dolor que sentia Decker era demasiado intenso como para que los problemas de los otros pudieran distraerle. Dieciseis verdugones enormes, de entre quince y veinte centimetros de diametro, le cubrian la piel de arriba a abajo. La temperatura le habia subido a treinta y nueve grados y medio, como consecuencia de la reaccion del cuerpo al veneno. Jamas habia experimentado un dolor semejante. Gimoteaba, y las lagrimas no cesaban de surcar sus mejillas, pero ni siquiera lo sabia. Los medicos le habian suministrado las dosis mas elevadas de una docena de tranquilizantes diferentes, pero ninguno habia surtido efecto. Cada segundo que pasaba era una eternidad. El tiempo se habia detenido, y ahora solo conocia el tormento.

De entre la selva de perchas metalicas que poblaba el espacio junto a su cama, con sus zarcillos y sus frutos de plastico transparente, le observaba un rostro familiar, aunque Decker no lo veia. Christopher Goodman miro a su alrededor, para cerciorarse de que no habia medicos ni enfermeras cerca, y extendiendo la mano toco a Decker en la frente. Al hacerlo, una placentera ola de alivio recorrio el cuerpo de este. Estaba agotado, pero en ese mismo instante desaparecieron el dolor y la fiebre.

– ?Como estas, viejo amigo? -pregunto Christopher, con una sonrisa.

Decker rompio a llorar, aliviado.

– Gracias -dijo sollozando, y alargo la mano para tocar el brazo de Christopher.

– He venido en cuanto me he enterado -contesto Christopher.

Decker miro a los que seguian tumbados a su alrededor, y luego levanto la vista hacia Christopher. Este asintio con la cabeza y se alejo. Christopher se movia rapidamente de cama en cama pero, a diferencia de lo que habia hecho con Decker, ahora, cada vez que tocaba a uno de los pacientes, susurraba suavemente «duerme», y estos se sumian silenciosamente en un sueno apacible, ignorando el regalo que les habia sido otorgado.

Con enorme esfuerzo, Decker consiguio mantener los ojos abiertos, para ver como Christopher abandonaba la sala para atender a otros pacientes. Luego se quedo dormido.

10

NAORIMASHITA

Dos dias despues

Nueva York, Nueva York

Al despertar, Decker se encontro rodeado por varios medicos de la ONU, que examinaban su cuerpo, extranados. Los verdugones habian desaparecido, igual que los de los demas pacientes. Era algo que los medicos no se podian explicar. En el resto del mundo, las victimas del primer dia de ataques de los insectos no se habian recuperado todavia. Los resultados del analisis del veneno apuntaban a que su efecto podia tardar una semana o mas en remitir. Y, sin embargo, se hallaban ante un unico grupo aislado de pacientes que parecian ser la excepcion a la norma. En su caso, no solo habia desaparecido el dolor; la recuperacion era completa e incluso algunos aseguraban no haberse sentido tan bien desde hacia anos.

Decker se incorporo en la cama. Varios pacientes habian abandonado ya el dispensario.

– ?Cuanto tiempo llevo aqui? -pregunto a la medico encargada.

– Dos dias -contesto.

– ?Y que hay de…? Esto… -Decker vacilo, sin saber como referirse exactamente a los insectos que le habian atacado.

– ?Las langostas? -dijo la doctora, echandole una mano con la pregunta. Decker asintio, ligeramente sorprendido ante el termino escogido-. Siguen aqui.

Decker encontro su ropa y sus zapatos en una taquilla, y empezo a vestirse. El traje, que habia sido nuevo, estaba todo agujereado como resultado del ataque de los insectos. Una vez vestido se miro al espejo. La barba de dos dias y aquel traje andrajoso le daban un aspecto absolutamente desalinado. Pero se podria asear y mudar de ropa mas tarde; por el momento, lo que deseaba antes que nada era ver a Christopher.

* * *

– ?Cuanto me alegro de que estes bien! -exclamo Jackie Hansen, al tiempo que corria a darle un abrazo a Decker, nada mas entrar este en la oficina de Christopher, en la mision italiana-. Fui a verte al dispensario, pero tenias tanto dolor que dudo mucho de que te enteraras de que estaba alli.

– Es poco lo que recuerdo salvo el dolor -dijo Decker, devolviendole el abrazo-. ?Esta Christopher?

– Acaba de salir, pero no tardara en volver. Puedes esperarle en el despacho, si quieres -le ofrecio Jackie.

– Gracias -dijo Decker dirigiendose hacia la puerta del despacho.

– El subsecretario Milner tambien le esta esperando.

– Oh -dijo Decker. Desde que Christopher regreso del desierto israeli, Milner no parecia separarse de el ni un instante.

– Por cierto, bonito traje -anadio Jackie sonriendo, e introdujo el dedo menique en uno de los agujeros.

Decker puso los ojos en blanco.

Cuando entro en el despacho, Milner estaba sentado a la mesa de Christopher y hablaba por telefono. Levanto la vista y empezo a examinarle con lo que Decker interpreto como un gesto de desaprobacion; no se trataba solamente de los agujeros del traje o de la barba sin afeitar. Habia algo mas.

Decker le saludo con un gesto, sin estar muy seguro de que era lo que habia provocado aquella extrana reaccion en Milner, y se acerco hasta la ventana. Abajo, la calle estaba practicamente desierta. Habia menos de una docena de coches, y solo un par de peatones, que se desplazaban a toda prisa. Pasado un momento, Christopher entro en el despacho.

– Decker, ?como te encuentras? -pregunto Christopher con cierta emocion en la voz.

– De maravilla -repuso Decker-. Gracias por lo que hiciste. Supongo que no deberia sorprenderme en lo mas minimo, pero no sabia que pudieras hacer cosas asi.

– Yo tampoco -contesto Christopher-. En ese momento, me parecio que era lo mas natural que podia hacer.

Robert Milner colgo el auricular e hizo ademan de unirse a la conversacion, pero Christopher se le adelanto.

– Bienvenido -dijo, volviendose hacia el-. Te hacia en Espana.

– Y asi era -contesto Milner-, hasta que me entere de lo ocurrido en el dispensario de la ONU.

– ?Quieres decir que la gente sabe lo que ocurrio? -le interrumpio Decker.

– No -contesto Christopher tranquilamente-. No exactamente. Lo unico que se sabe es que, por una razon inexplicable, los pacientes del dispensario experimentaron una recuperacion inusitadamente rapida.

– Christopher, no puedes correr esta clase de riesgos -dijo Milner-. ?Y si alguien te ve? -Milner habia

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