Cerro los ojos.

Por primera vez en su vida deseo ser creyente. Tener un asidero nada desdenable al que agarrarse. Llena de gratitud, cambiaria cada objeto de aquella habitacion por disfrutar de un apice de consuelo durante un segundo siquiera. La sensacion de que existia un sentido, una causa fundamental que ella no comprendia, un plan divino en el que confiar. Pero no existia tal cosa. La vida le habia demostrado definitivamente su completa condicion de absurdo, y que ningun esfuerzo era capaz de cambiar nada. No existia nada en lo que creer. Ningun consuelo que recibir.

Su mundo estaba construido a base de conocimiento. Todo lo que habia aprendido, lo que utilizaba, en lo que confiaba, estaba bien pesado y medido y confirmado. Solo aceptaba resultados de investigacion exactos y construidos sobre una base solida, capaces de demostrar su vigencia. En eso hallaba la seguridad. Y aqui, en su hogar perfecto. En lo que podia verse y juzgarse. Asi cobraban su valor todas las cosas. Pero ya no era suficiente, ahora que todo se tambaleaba y pedia a gritos un sentido. Bastaria con la sensacion de una leve, levisima impresion, una impresion debilisima, con tal de que la hiciese dejar a un lado tanta logica y sentir confianza.

Sono el telefono. Como de costumbre, se oyeron cuatro tonos antes de que saltase el contestador.

«Soy yo otra vez. He de decir que… la verdad, no se si voy a aguantar esto… Te agradeceria mucho que me llamaras y me explicases lo que esta pasando. Quiza no sea mucho pedir, ?no?»

No sintio nada al oir su voz. El llamaba desde otra vida, una existencia que ya nada tenia que ver con ella. A la que ya no tenia derecho. A el no le debia nada, eran otros sus acreedores.

El telefono estaba en el alfeizar de la ventana. Tomo el auricular y marco su numero, marco la conocida sucesion numerica por ultima vez. El contesto enseguida.

– Hola, aqui Thomas.

– Soy Monika Lundvall. Me has dejado un mensaje en el contestador pidiendome una explicacion. Bien, solo llamaba para decirte que no quiero que nos veamos mas. ?Vale? Adios.

Fue a la cocina y lleno de agua la tetera electrica, la encendio y se quedo alli de pie. Eran las siete menos veinte. En algun lugar, muy lejos de alli, se despertaba una nina de un ano que ya no tenia padre. Fue al despacho y cogio la guia para buscar su nombre. Solo habia un Mattias Andersson, pero al menos alli existia. Lo borrarian para la proxima edicion de la guia. Anoto la direccion y guardo el numero de telefono en su movil. Y alli se quedo parada de nuevo. El vapor salia silbando de la tetera y Monika vio el boton verde que indicaba que el agua estaba lista. Pero no hizo nada. Fue al vestibulo y se puso el abrigo.

Era un grupo de bloques de alquiler en forma de U, de cuatro plantas. En la porcion de cesped central habia un pequeno parque vallado con un banco, unos columpios y un arenero. Su puerta estaba en el bloque de la izquierda. Se quedo alli un rato haciendose con el entorno, buscando indicios de que hubiese alli personas a las que hubiese sobrevenido la tragedia. Un ruido le hizo girar la cabeza. En la planta baja del bloque de la derecha se abrio la puerta de un balcon y el perro mas gordo que habia visto en su vida asomo la cabeza por entre dos de los barrotes. El animal la observo un rato, hasta que perdio el interes y se quedo como considerando si en verdad merecia la pena desplazar su pesado cuerpo y bajar el escalon que conducia al jardin. Monika dejo al perro a lo suyo y empezo a caminar hacia la puerta de la familia de Mattias. A cada paso que daba era consciente de que iba siguiendo su huella, de que era su camino el que recorria. Poso la mano sobre el picaporte redondo de plastico negro que abria la puerta. Cerro los ojos sin mover la mano. Era curioso lo de los picaportes; jamas pensaba en ellos pero, cuando tras muchos anos de ausencia volvia a algun edificio que habia frecuentado con anterioridad, sus manos siempre los reconocian. Nunca olvidaban. Las manos tenian una capacidad particular para almacenar recuerdos y conocimiento. Aquel picaporte habia sido de Mattias. Sus manos habian llevado consigo el recuerdo de su forma, habian abierto la puerta con naturalidad cada vez que iba a entrar en casa y el jueves pasado, cuando partio, no tenia la menor idea de que jamas volveria a hacerlo.

Abrio y entro en el portal. En la pared de la izquierda habia un tablon acristalado con los nombres de los residentes en el bloque escritos con mayusculas de plastico de color blanco sobre un fondo de fieltro azul. El apartamento de los Andersson estaba en la segunda planta. Muy despacio, empezo a subir la escalera. Fue deslizando la mano por el pasamanos, preguntandose si tambien el lo haria. Presto atencion a los sonidos matinales que se filtraban por las puertas de los pisos ante los que iba pasando. Voces apagadas, alguien que abria un grifo en algun piso de mas arriba, una puerta que se abria y se cerraba con el tintineo de un juego de llaves. Se cruzaron en el tramo de escalera entre la primera y la segunda planta. Un hombre mayor con abrigo y maletin que la saludo educado. Monika le sonrio y le dijo hola. Luego el hombre desaparecio y ella emprendio el camino hacia el segundo piso. Habia tres puertas. Los Andersson vivian en la de en medio. Alli dentro estaban.

Sobre la ranura para el correo habia un dibujo de un nino fijado con cinta adhesiva. Monika se acerco un poco mas. Trazos incomprensibles y garabatos dibujados sin orden ni concierto con un rotulador verde. De los garabatos salian flechas de color rojo, en cuyo extremo alguien que sabia escribir habia anotado una explicacion con el significado de la obra de arte. «Daniella, la mama Pernilla, el papa Mattias.» Acerco la mano al picaporte, la dejo justo encima, sin tocarlo, solo queria experimentar la sensacion de estar tan cerca. En ese momento, Daniella rompio a llorar en el interior del apartamento y Monika aparto la mano de inmediato. El ruido de otra puerta que se abria por alli, en algun lugar del bloque, la impulso a volver a bajar la escalera a toda prisa y a regresar al coche.

Pero ya sabia donde encontrarlas.

Cuando Monika llego a casa, el la estaba esperando ante la puerta de su apartamento, sentado en el amplio alfeizar de la ventana del rellano. Ella lo vio antes de subir los ultimos peldanos y sus piernas aminoraron la marcha sin detenerse del todo. Simplemente, paso por delante de el y siguio hasta llegar a la puerta.

Creia que me habia explicado bien por telefono. No tengo mucho mas que decir.

Le hablo dandole la espalda mientras sus dedos buscaban la llave. El no respondio, pero Monika sintio su mirada clavada en la nuca. Abrio la puerta y se volvio hacia el.

– ?Que quieres?

Parecia cansado, tenia ojeras e iba sin afeitar. Ella no deseaba otra cosa que arrojarse en sus brazos.

– Solo queria verte, que me lo dijeras en persona.

La doctora Lundvall cambio de postura con gesto impaciente.

– Vale. No quiero que volvamos a vernos.

– ?No podrias contarme que ha pasado?

– Nada. Simplemente, me he dado cuenta de que no somos compatibles. Fue un error desde el principio.

Dio un paso hacia el interior de su apartamento e hizo amago de cerrar la puerta.

– ?Has conocido a otra persona?

Monika se detuvo, reflexiono un instante y cayo en la cuenta de que eso era, precisamente, lo que le habia ocurrido.

– Si.

A ella misma le sono como un desplante. Sintio la necesidad instintiva de defenderse: la gente que resoplaba asi se ganaba el desprecio de los demas.

– He conocido a alguien que me necesita de verdad.

– Y, segun tu, ese no es mi caso.

– Quiza lo sea, pero no tanto como esa otra persona.

Monika cerro la puerta y lo arranco de su vida de un portazo. Sabia que todo lo que le habia dicho era verdad. Habia conocido a otro hombre, el que ahora estuviese muerto era un dato que Thomas no tenia por que conocer. La inmensa responsabilidad de Mattias seguia viva y, a partir de aquel momento, Monika tenia el deber de asumirla. Era lo menos que podia hacer. Deshacer lo hecho era imposible, solo quedaba intentar resarcir en la medida de lo posible. Al permitirse estar con Thomas se habia agenciado una felicidad a la que no tenia derecho y lo que le ocurrio a Mattias fue una reconvencion definitiva. Ahora no tenia mas remedio que someterse. Su sacrificio no era nada comparado con la desolacion de la que era responsable.

Entro en el bano y se lavo las manos.

Oyo la puerta al cerrarse en el portal cuando el se marcho y, al verse la cara en el espejo, se dio cuenta de que estaba llorando.

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