—La reina es buena —le habia asegurado Elisabeth mientras la ayudaba a hacer su equipaje—. Te tratara bien, sobre todo porque ha sido ella, como sabes, la que te ha reclamado desde que en nuestra casa te oyo cantar acompanada a la guitarra. Y tambien le gusta que hables espanol. Es un gran favor, y no te sentiras abandonada alli, mi madre y yo iremos con frecuencia. Y como sabes, mis hermanos son visitantes asiduos...
Esa era la gran ventaja, que tal vez veria con mas frecuencia a Francois. En los ultimos anos el apenas paraba en casa, excepto cuando tenia que reponerse de alguna herida ante la cual el corazon de Sylvie se sentia desfallecer. Pero estaba contenta de tenerlo alli. En efecto, despues de la prision de su padre, vinieron los dos anos pasados en los Paises Bajos para aprender el oficio de las armas; ?dos anos de tristeza mortal! Y luego la guerra, la primera gesta heroica ante Casale, en el Piamonte, donde el joven Vendome se habia destacado al cargar a caballo y espada en mano, vestido solamente con las calzas, las botas y una camisa blanca sin abrochar, el largo cabello rubio ondeando al viento. Despues, sus hazanas se habian hecho incontables, lo mismo, ay, que sus amantes, porque gustaba a las mujeres mucho mas de lo que hubiera deseado la nina a la que dedicaba cada vez menos atencion...
—Parece un principe vikingo —decia entre risas Monsieur de Raguenel—. ?Tiene su estatura y la misma divertida incultura! ?Pero que esplendido muchacho!
Ciertamente era guapo aquel Francois a quien su padre habia dado cuatro anos antes, al regreso de su campana italiana, el titulo de duque de Beaufort, que habia llevado antes su abuela, la bella Gabrielle. Con mas de seis pies de altura, espaldas de luchador, un cuerpo que habria podido servir de modelo a una estatua griega recubierto por una piel curtida por el sol y la intemperie hasta el punto de no mostrar palidez sino cuando su propietario se veia forzado a pasar una temporada de convalecencia en el lecho o la hamaca, y un rostro risueno en el que destacaba como un trofeo la nariz de los Borbones, iluminado por dos ojos de un azul translucido, de ese matiz peculiar que puede verse en los glaciares de alta montana, y por unos dientes de predador, tan blancos que hacian estremecer. El resultado era que la mayoria de las mujeres enloquecia por el, y se susurraba que incluso la reina lo miraba con buenos ojos. Sin contar las numerosas novias que se le adjudicaban. Por supuesto, no se habia vuelto a hablar de la peregrinacion a Malta, cosa que no hubiera desagradado a su pequena enamorada: al menos, entre monjes soldados y marinos, no cabria hablar de matrimonio.
Porque eso era lo que mas temia. Que Francois —ahora le llamaba monsenor— se casase y ella, perteneciente a una nobleza demasiado modesta para pretender ser digna de el, lo perdiera para siempre. Ya era demasiado hermoso que Madame de Vendome y su hija le hubiesen tomado tanto afecto como para renunciar a enviarla a educarse en un convento. Aquello se debia sobre todo al soberbio desprecio que en general sentian los Vendome por el estudio. Tenian como principio que un hombre de mundo siempre sabia todo cuanto necesitaba saber. El latin, las armas, las Santas Escrituras, el arte de comportarse en la corte, que incluia la musica, la danza y por supuesto la equitacion, era todo lo que bastaba. Se habia juzgado inutil atiborrar el cerebro de los jovenes Vendome con historia, geografia, matematicas, filosofia y otras fantasias. Y si Mademoiselle de l'Isle aprendio mas que sus companeros, lo debio a la persona que se habia convertido en su padrino y tutor. Perceval de Raguenel, que por su parte poseia una cultura extensa, le enseno el espanol y el italiano, y al descubrir en ella una bonita voz, dulce y pura como el cristal, la inicio en el arte del canto, del laud y la guitarra. Y como ademas compartia los mismos maestros que Elisabeth, era a los quince anos una damita perfecta, que bailaba con gracia y sabia coser, bordar y administrar una casa que jamas podria aspirar a que fuese principesca. Ademas, era encantadora. No muy alta pero de una figura exquisita, mas graciosa que bella, y tambien de una viveza agradable. Su rostro en forma de corazon seguia siendo infantil, como la naricilla siempre a punto de arrugarse para reir, las graciosas pecas, las mejillas redondeadas, los dientes blancos que mostraba con frecuencia su risa maliciosa. Su mayor belleza eran unos ojos de color avellana claro, y el cabello castano con reflejos de un rubio casi blanco. Peinado a la ultima moda, formaba a cada lado del rostro un espeso racimo de bucles brillantes sujeto por una cinta de seda, y el resto se alzaba en un mono por encima de la nuca. Ese dia, las cintas eran de raso blanco, a tono con la elegancia del resto del atuendo.
Jeannette, que se habia convertido en su camarera y por ello iba a acompanarla en sus nuevas funciones, la habia enfundado en un vestido de terciopelo verde oscuro con un gran cuello y punos altos de encaje de Venecia de una blancura deslumbrante, bajo el cual Sylvie llevaba unos botines forrados. Guantes, una cadena de oro y un amplio manto con capuchon doblado y ribeteado de piel de marta completaban el atuendo, porque si bien Madame de Vendome, al contrario que su esposo, era mas bien parca en sus gastos, habia querido que su protegida no desentonara en una corte celebre por su elegancia. Ademas la habia provisto de un ajuar lo bastante completo para no desentonar en ninguna circunstancia, incluida la caza. Le habia regalado tambien un ejemplar de la
Por el momento, sentada en la carroza frente a la duquesa, que murmuraba sus oraciones, Sylvie veia desfilar las casas grises, el cielo gris, las gentes grises, y el corazon aceleraba sus latidos mientras se preguntaba que la esperaba al final del camino.
Subitamente el pesado vehiculo se detuvo, y el cochero asomo por la portezuela, sombrero en mano:
—?Por donde pasamos, senora duquesa? La Rue d'Autriche esta obstruida por una carreta de coles volcada.
—Ya veo —dijo esta, ya que el rezo del rosario no le impedia interesarse por lo que pasaba en el exterior—. Ve por la Croix-du-Trahoir, y asunto concluido. No nos retrasara demasiado.
—Es que veo a mucha gente. Quiza nos cueste pasar por ahi...
—Sera alguna ejecucion. Bien, mientras esperamos rezaremos por el alma del infeliz que nos deja con este tiempo horrible.
En efecto, se trataba de una ejecucion. Eran bastante frecuentes en aquella pequena plaza formada por el cruce de varias calles. Alli se despachaba la morralla indigna de los fastos de la Place de la Greve. Y ese dia, como enseguida pudieron ver las ocupantes de la carroza, se preparaban para aplicar la rueda a un malandrin. A pesar del frio, se habia reunido una multitud alrededor del cadalso bajo el que estaba instalada una gran rueda a la que el verdugo sujetaria al condenado para romperle los miembros y el torax, y dejarle despues agonizar el tiempo que Dios quisiera... Pero el cochero se habia visto obligado a renunciar a la idea de avanzar entre la muchedumbre: el verdugo ocupaba ya su lugar, y una carreta flanqueada por arqueros del prebostazgo traia al desdichado.
Desde el lugar en que el cochero habia detenido el carruaje, casi en la esquina de la Rue des Poulies, las pasajeras pudieron ver bastante de cerca el macabro cortejo. El hombre, al que asistia un monje casi congelado, era joven, vigoroso, vestido unicamente con una camisa, y no parecia tener miedo. Miraba aproximarse el cadalso con impasibilidad, y si en ocasiones un temblor sacudia su cuerpo, era debido unicamente al frio. Sobre todo, ni siquiera intentaba volverse para mirar al nino que corria detras de la carreta gritando y llorando. Era un chiquillo de unos diez anos, pobremente vestido y que parecia llegado al ultimo extremo de la desesperacion. Una mujer entre la muchedumbre exclamo:
—?Pobre rapaz! No es culpa suya si su padre es un ladron. No debe de tener a nadie en el mundo...
Pero el nino acababa de ver a un personaje vestido denegro, montado en un grueso caballo, que vigilaba la ejecucion. Se precipito hacia el, a riesgo de ser pisoteado por la multitud:
—?Gracia, senor! —imploro—. ?Perdonadle! Es mi padre y no tengo a nadie mas que a el... ?Por todos los dolores de Nuestro Senor, tened piedad!
—Un ladron es un ladron. Debe sufrir el castigo que merece.
—Pero no ha matado a nadie... ?Encerradlo en prision, pero no lo mateis!
—?Basta! ?Vete! Espantas a mi caballo.
Pero el chicuelo no cejo. El condenado estaba ya en el cadalso, mirando a la muchedumbre. Se le oyo gritar:
—?Pierdes el tiempo, Pierrot! Es como intentar que se apiaden los muros del Chatelet. ?Vete, hijo! ?No es un espectaculo para ti!
Pero el pequeno seguia insistiendo, aferrado al estribo del hombre de negro. Entonces este alzo su fusta y lo golpeo por dos veces, con tanta fuerza que lo hizo rodar por el barro. No contento con eso, hizo girar su caballo con la intencion evidente de pisotear el cuerpo tendido. Fue mas de lo que Sylvie podia soportar. Abrir la portezuela, saltar al suelo y colocarse delante del infeliz chico no le costo mas que un santiamen.
—?Retroceded! —grito—. No es mas que un nino y quereis matarlo. ?Que clase de monstruo sois?
Sin preocuparse de los estragos que causaba a su atuendo, Sylvie se agacho para ayudar a levantarse al