—?Llevar! —dijo unicamente, pero Francois puso su cara mas seria.
—No. Una dama debe aprender a esperar. Nuestro padre esta preso en una gran torre y nuestra madre no puede estar a su lado, pero no por eso se echa al pie de la escalera a llorar y chillar.
Sylvie se llevo a la boca un dedo sucio, bajo la cabeza y dijo tan solo:
—?Ah!
Desde entonces, tarde tras tarde, se quedo sentada sin protestar en el primer escalon, pero poco a poco la torre se convirtio en su enemiga y, para su pequeno cerebro, en un simbolo: le parecia que ella iba a permanecer siempre abajo, en la sombra, mientras el ascendia hacia la luz. Le parecia que, incluso cuando fuera lo bastante grande para subir todos aquellos escalones, nunca iba a poder acompanar al que tanto amaba: el iria mas lejos, mas arriba, siempre mas arriba hasta quedar fuera de su alcance. Por eso, mientras tanto y para aprovechar lo mas posible su compania, se contentaba con trotar incansablemente detras de sus pasos, con
Como las cosas nunca ocurren como las imaginamos, los dos hermanos estaban banandose en el rio con su preceptor una tarde de agosto cuando vieron de repente que una gran carroza polvorienta, rodeada de jinetes, cruzaba el puente que llevaba a la rampa de acceso al castillo.
Salir del agua, secarse, vestirse y montar en los caballos para volver apenas les exigio unos minutos. Sin embargo, cuando llegaron al patio, el lacayo del caballero de Raguenel, estaba ya haciendo sus preparativos de marcha. Colorado de jubilo, les grito:
—Mi amo esta en Paris, en casa del mariscal de Bassompierre, que acaba de darme la noticia. Esta herido pero se recupera y voy a reunirme con el...
Aquel atardecer, un soplo de esperanza vino a aliviar a los jovenes habitantes del castillo. La firme determinacion de Bassompierre, su optimismo —que tal vez forzo un poco en beneficio de sus jovenes anfitriones— eran contagiosos. Prometio hacer lo imposible para abogar por su padre y les tranquilizo, con firme conviccion, sobre la suerte de su madre.
—Por graves que sean los cargos que pesan sobre los senores de Vendome, la senora duquesa no puede ser implicada en ellos. La mujer debe seguir a su esposo alla donde este vaya, y el rey ha heredado de su padre el respeto por las damas... aunque las ama menos que aquel. Y lo que es mas, hay que pensarselo dos veces antes de enemistarse con la casa de Lorena. Creedme, hijos mios —concluyo despues de vaciar con evidente agrado una gran copa de vino de Vouvray muy fresco—, volvereis a ver a vuestra madre antes de que pase mucho tiempo.
—?Y a nuestro padre? —pregunto Francois.
Los anchos hombros del mariscal alzaron el gran cuello de encaje de Venecia dispuesto sobre el jubon de hilo de Flandes bordado en plata, al tiempo que su amable rostro se ensombrecia levemente.
—Hay que rezar a Dios para que no sufra una prision muy larga, porque, en lo que respecta a su vida, me niego a creer que pueda estar en peligro: el rey no cargaria su alma con un pecado mortal solo por ofrecer su cabeza al cardenal.
—El cardenal es un clerigo —exclamo Louis con rabia—. Puede absolver un pecado mortal. ?Incluso del rey!
El mariscal partio a la manana siguiente, aprovechando el fresco matutino, y aquella misma tarde Louis, Elisabeth y Francois volvieron a subir a la torre de Poitiers. Finalmente llego el dia en que quedo recompensada su espera. Vieron llegar a dos jinetes poco antes del crepusculo, unos dias despues de la festividad de San Luis, que se celebro en la abadia de la Trinite con una hermosa misa cantada en presencia de toda la villa. Al reconocer al senor de Raguenel, sintieron verdadera alegria.
El caballero se sintio conmovido al recibir sus muestras de afecto, y todavia mas cuando una pequena figura de tafetan rosa y rizos oscuros desordenados se lanzo contra sus piernas llamandole «buen amigo». El hecho de que la nina conservara el recuerdo del nombre que le daba su madre, pudo con su flema habitual. Alzandola del suelo, la estrecho contra si y enjugo unas lagrimas furtivas en aquella mejilla satinada...
Raguenel habria querido continuar al dia siguiente su camino en direccion a Nantes para reunirse con Madame de Vendome, pero se vio enfrentado a una verdadera coalicion formada por los ninos, su preceptor, el gobernador del castillo y Madame de Bure: estaba todavia demasiado fatigado para seguir galopando en medio del calor y el polvo en busca de una dama que posiblemente habia emprendido ya el camino de vuelta.
—Como no sabemos por que ruta regresara, correis el peligro de no encontrarla, caballero —dijo Madame de Bure—. Lo mejor, dadas las circunstancias, es esperarla aqui con nosotros.
Era un consejo prudente, y Perceval se dejo convencer, feliz en el fondo por prolongar algun tiempo el descanso despues de una cabalgata que le habia resultado mas dura de lo que pensaba. Y tambien estaba Sylvie, que parecia dispuesta a pegarse a el como si adivinara que era el ultimo lazo que la unia a su mundo desaparecido. Louis de Mercoeur advirtio con satisfaccion que se apartaba un poco de Francois para pasear con su «buen amigo», que sostenia su manita.
Y despues, llego por fin el feliz dia en que aparecio la carroza del obispo de Nantes —que ya no lo era—, llevando a este, a Madame de Vendome y a Mademoiselle de Lichecourt; la primera visiblemente fuera de si, y la segunda tan imperturbable y, por desgracia, tan fea como siempre.
Las primeras palabras de la duquesa despues de bajar y librarse de los guardapolvos y cofias destinados a proteger sus vestidos de las salpicaduras de barro —llovia continuamente desde hacia dos dias—, antes incluso de abrazar a sus hijos, fueron para ordenar que se hiciera el equipaje y se preparasen todos para volver a Paris.
—?Paris en este momento? —protesto Louis—. ?Hace mas calor que en cualquier otra parte, y la ciudad apesta!
—No sabia que fuerais tan delicado, Louis. Pues bien, os quedareis en Anet con vuestra hermana y vuestro hermano, pero yo me voy a donde se encuentra vuestro padre.
Y entro a toda prisa en la casa en busca de un bano y de ropa limpia, sin decir nada mas. Fue Philippe de Cospean quien informo a los ninos. Parecia mas calmado que la duquesa, pero muy pronto se hizo evidente que esa calma ocultaba graves preocupaciones.
—Los principes ya no estan en Amboise —explico—. Los llevan por el rio al torreon de Vincennes. No —dijo con un gesto que corto la palabra a Francois —, no se te ocurra hablar ahora de escapar, hijo mio. Es imposible. La embarcacion que les transporta esta protegida, en el interior y desde las orillas del Loira, por los mosqueteros del senor de Treville, su teniente. En caso de ataque al barco, tienen orden de hacerlo estallar.
—?Ha podido hablar con el rey nuestra madre? —pregunto Louis.
—Si. El le ha hablado con mucha bondad y le ha dado toda clase de seguridades para vosotros y para ella misma. Ningun peligro os amenaza, ni a vuestras personas ni al ducado. ?Y menos aun a las posesiones de la duquesa!
—?Y a nuestro padre? —pregunto Francois, que apenas podia contenerse—. ?Tambien le ha dado seguridades?
El obispo desvio la mirada:
—Ninguna. El duque y el Gran Prior seran juzgados por el Parlamento.
—?Y los demas? —pregunto Raguenel—. Nuestros senores no eran los unicos acusados de conspiracion: estaban Monsieur, por mas que le haya parecido conveniente traicionar a todo el mundo, Madame de Chevreuse, el principe de Chalais, del que hemos sabido que estaba detenido...
El rostro austero de Philippe de Cospean expreso en ese momento un horror extremo, y se estremecio. Despues de persignarse, murmuro:
—En cuanto a este, hay que rogar a Dios que se apiade de el, porque ha sufrido un verdadero martirio. El 18 de este mes fue decapitado en la plaza de Bouffay, en Nantes, a pesar de las suplicas de su madre. ?Si puede llamarse decapitacion a la carniceria que vimos con nuestros propios ojos!
Y conto a los jovenes horrorizados que, con la esperanza de retrasar al menos la ejecucion, los amigos del joven principe —solo tenia dieciocho anos— habian secuestrado al verdugo, pero la despiadada justicia del cardenal habia encontrado el remedio: se prometio el perdon a un miserable condenado a la horca si se encargaba de la ejecucion. Como nunca habia manejado la pesada espada del verdugo, el aprendiz, aterrorizado,