reproches de su hermano mayor, corria con ella por los prados, le contaba historias y despues, al desearle las buenas noches, le daba sonoros besos en las mejillas y le decia que olia a manzanas y hierba fresca, dos cosas que gustaban mucho tanto a el como a ella. Ella lo queria mucho, y cada dia un poco mas porque a su lado se sentia protegida.

Sylvie tambien queria mucho a Elisabeth, que jugaba con ella como si fuese una muneca, dandose aires de mama. Le ensenaba a comer sin mancharse, le probaba vestidos inventados por ella que una sirvienta cosia sin parar para adaptarlos a las dimensiones de su cuerpecito, y pasaba largos ratos, armada con un cepillo, intentando alisarle los bucles morenos, tupidos y rebeldes. En otros momentos, le ensenaba a leer en un libro con bonitas estampas de colores que fascinaban a la pequena; y tambien, claro esta, la llevaba dos veces al dia a la capilla para rezar por todos los ausentes, en particular por dos personajes misteriosos que tenian nombres demasiado complicados para la memoria de Sylvie. Rezaban tambien por su mama, de la que le decian que habia marchado para un largo viaje. En la capilla sonaba una hermosa musica, y eso compensaba un poco el largo rato que habia de estar de rodillas sobre las losas del suelo, con las manos juntas. Por fin, una tarde soleada, Jeannette aparecio en el castillo y Sylvie se llevo una gran alegria porque era la hija de la Tata, y porque jugaba muchas veces con ella cuando el servicio —bastante despreocupado, todo hay que decirlo— se lo permitia.

La recien llegada llevo casi al paroxismo la angustia de Madame de Bure, que oficiaba en cierta manera de ama de casa en ausencia de Madame de Vendome. ?Aprobaria esta, cuya ausencia se estaba prolongando de forma inquietante, que se alojase de esa forma a los supervivientes de La Ferriere? Es verdad que su caridad era inagotable y que, despues de todo, se trataba solo de una pequena criada para la que siempre se encontraria un empleo al servicio de Elisabeth.

Por su parte, Francois y su hermana se iban encarinando con su protegida. Su chachara y sus reflexiones infantiles, el afecto que les mostraba, les distraian un poco de la ansiedad en que los sumia, cada dia un poco mas, la falta de noticias. Su madre no daba senales de vida y, para colmo, el caballero de Raguenel parecia haberse evaporado en el eter. Todo lo que habia podido decir su criado al traer a Jeannette fue que habia partido en direccion a Paris sin precisar adonde iba, contentandose con indicar que despues iria a Vendome.

La inquietud comun habia acercado a los dos menores a su hermano mayor, del que sabian que en caso de desgracia se convertiria en jefe de la familia. ?Una pesada carga cuando solo se tienen catorce anos de edad! Louis no podia evitar estremecerse al pensar en la posibilidad de recibir sobre sus hombros una herencia tan pesada. Que por anadidura iba a ser necesario defender, pero ?contra quien? Si se trataba del rey y de su temible ministro, la partida estaba perdida de antemano, se decia desesperado el adolescente, por mas que la villa de Vendome se alineara al lado de su duque. Lo que era de desear porque, si no, el joven Mercoeur no se imaginaba atrincherado en el inmenso castillo, que habia mantenido su aire decididamente feudal a pesar de la vivienda apenas algo menos severa construida en el recinto por su abuela paterna Jeanne d'Albret, y de la decididamente mas amable que habia ordenado edificar el duque Cesar, pero cuyas paredes se estaban empezando a alzar por entonces. Evidentemente era posible resistir alli mucho tiempo porque la prevision del duque Cesar habia abarrotado los almacenes de vituallas, armas y municiones, y los subterraneos daban acceso a una fuente abundante que corria en el nivel del valle. Pero si queria herir a su hermanastro con mayor seguridad aun que arrebatandole Bretana, el rey no dejaria de atacar Vendome, simbolo del titulo ducal y la mas amada posesion de Cesar. Amaba su ciudad, y sin embargo, ?Dios sabia que no le habia sido facil hacerse reconocer por ella!

Incluso despues de pasados treinta y siete anos, Vendome no olvidaba el trato que le habia hecho sufrir, en noviembre de 1589, el heredero designado por el rey Enrique III, asesinado el 1 de agosto anterior. Enrique IV, todavia protestante por entonces, se habia apoderado de la ciudad que le pertenecia por derecho de herencia pero en la que se habia hecho fuerte el duque de Mayenne, partidario de la Liga. Y Vendome habia luchado junto al usurpador, grave delito que el rey habia castigado entregandola al pillaje, sin excluir sus iglesias y conventos. El gobernador Maille de Benehart fue decapitado, y el portero del convento de los Cordeliers, ahorcado, Dios sabe por que.

Una vez pasada la resaca de la borrachera —la guerra es un terrible alcohol—, el Bearnes sintio remordimientos, tanto mas vivos por cuanto los curtidores, que representaban la mayor riqueza de Vendome, habian huido para encontrar refugio en Chateau-Renault y se negaban a regresar.

Creyendo arreglar las cosas, el rey dono el ducado a su hijo primogenito, Cesar, que tenia entonces cuatro anos de edad. Mientras se creyo al nino destinado a convertirse en rey de Francia, los habitantes de Vendome no pusieron objeciones; pero al morir Gabrielle, y sobre todo cuando Enrique caso con Maria de Medicis, soplo un viento de revuelta. Hasta entonces villa real y residencia de numerosos hugonotes, a Vendome no le gusto tener por amo a un medio Borbon, o dicho de otro modo un bastardo, hasta que el matrimonio del joven duque con Mademoiselle de Mercoeur hizo virar el viento. La alta cuna de la nueva duquesa, su profunda piedad y su inagotable caridad, unidas al encanto de Cesar y a su generosidad, atrajeron a muchos corazones. Se fundaron nuevos conventos y sobre todo una ejemplar casa de atencion a los enfermos, instalada en el barrio de Chartrain, que fue a inaugurar Monsieur Vincent. En cuanto a los protestantes causantes de los primeros disturbios, fueron expulsados.

Si, ahora habia buenas relaciones entre el castillo y la villa pero, desconfiado por naturaleza, el joven Mercoeur no llegaba a convencerse de que en caso de un ataque real el pueblo se pondria de su lado. Probablemente quedaban aun algunos descontentos, que podian arrastrar a otros. Y cuando oia a Monsieur d'Estrades conversar con Monsieur de Preaulx, el nuevo gobernador, y con su lugarteniente, Monsieur d'Argy, Louis no podia evitar echarse a temblar: no reinaba precisamente el optimismo, entre los tres personajes.

Por su parte, Francois sonaba con hazanas belicas. Rogaba cada dia, con la inconsciencia de sus pocos anos, tener la oportunidad de batirse por un padre al que adoraba y de mostrar el valor que sentia hervir en su interior. Un buen asedio, con su alboroto y su violencia, le parecia preferible con mucho a la calma de un verano sofocante vivido en el interior de una vieja fortaleza colgada del flanco abrupto de un cerro a cuyos pies corria mansamente el Loira y donde nunca pasaba nada.

Los tres jovenes Vendome tomaron por costumbre subir cada tarde a la torre de Poitiers, tan alta y solida que le daban el nombre de torreon, por mas que no lo fuera. Desde alli, contemplaban la puesta de sol en toda su gloria incandescente, pero sobre todo tenian la esperanza, una y otra vez decepcionada, de divisar una nube de polvo que revelara la llegada de una carroza o al menos de un jinete. Nadie venia. Monsieur d'Estrades, tan preocupado como sus pupilos, hacia sin embargo todo lo posible por confortarles explicandoles que era necesario cultivar la virtud de la paciencia y que era muy raro que se encerrase a alguien en prision para sacarlo de alli al dia siguiente, pero que podian depositar toda su confianza en que la senora duquesa removeria cielo y tierra en favor de su esposo. Si ella no volvia, era sin duda porque aun no habia conseguido ser oida por el rey.

Esas ascensiones vespertinas desolaban a Sylvie, que seguia a Francois como un cachorrillo siempre que le era posible. Y alli, no le era posible sin ayuda: los escalones del «torreon» eran demasiado altos y empinados para sus piernecitas. Intento escalar los dos o tres primeros, pero solo consiguio magullarse las manos en aquellas piedras irregulares. La unica solucion era que la llevaran a cuestas, pero estaba muy alto y nadie se sentia con animos. Ademas Louis, ya en la primera ocasion, habia hecho escuchar su voluntad:

—Alli arriba tenemos la oportunidad de estar solos los tres. No quiero que nadie venga a estorbarnos.

—?Es muy pequena! —intercedio Elisabeth.

—Precisamente por eso no tiene nada que hacer alli. Y ademas, Francois, deberias dejar de llevarla detras de ti a todas partes. Muy pronto llegara el momento de que ingreses en la Orden de Malta y participes en sus peregrinaciones. No pensaras llevarla, supongo.

El interpelado se echo a reir.

—?Claro que no! Pero si me gustaria llevarla a Belle-Isle como hicimos el ano pasado, para pasar las vacaciones con el duque de Retz. Es muy buena companera: no tiene miedo de nada.

—Es verdad —dijo Elisabeth—, pero este ano no tenemos vacaciones, y todo lo que podemos hacer es rogar al cielo que vuelvan los tiempos felices. Por esta vez, Francois, Louis tiene razon: hemos de acostumbrar a Sylvie a separarse de nosotros de vez en cuando.

A pesar de sus lagrimas y chillidos, la pequena tuvo que quedarse al pie de la torre mientras su angel subia como si ascendiese al cielo. Cuando volvio a bajar ella seguia alli, tendida sobre un escalon, llorando en silencio. El se sento a su lado, la incorporo y la sento sobre sus rodillas para secarle con su panuelo la carita sucia de polvo y lagrimas.

—Cuando seas mayor —le dijo— tambien subiras arriba, pero de momento es imposible.

Ella le tendio sus bracitos.

Вы читаете La Alcoba De La Reina
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату