En un instante, todo entro en ebullicion. Habia que preparar los dos viajes, el segundo mas importante que el primero puesto que se trataba de una verdadera mudanza. Lacayos y camareras entraron en actividad despues de que se sirviera, para gran alivio del obispo, medio muerto de hambre y fatiga, una cena que a punto se habia estado de olvidar.

Mientras tanto, Perceval de Raguenel galopaba, a la cabeza de una decena de hombres armados, hacia el pequeno castillo de La Ferriere, que conocia bien. Situado en la linde del gran bosque de Dreux, era una bella mansion perteneciente desde siempre al principado de Anet. Los barones de Valaines eran sus titulares desde que Hughes habia seguido a Simon d'Anet a la cruzada a la que habia sido empujado por las palabras ardientes de Bohemundo de Antioquia, venido a Chartres para desposar a Constanza, hija del rey Felipe I. Desde entonces, sus descendientes mantenian su fidelidad a la corona en primer lugar, y de inmediato a sus senores, fueran quienes fueren...

A Enrique IV no le habia costado el menor trabajo obtener su lealtad, y Jean, el padre de Sylvie, combatio con valentia en Ivry y otros lugares. Eso le valio casarse con una joven prima de Maria de Medicis, a quien la reina madre habia llamado a su lado para buscarle un partido. Chiara Albizzi tenia veinte anos y Valaines le doblaba la edad. Ella era preciosa y el no demasiado bien parecido, pero el matrimonio, bendecido al dia siguiente del asesinato de Concini, no fue por ello menos apacible y armonioso. Tres hijos vinieron a completarlo. Primero una nina, Claire, nacida en 1618; un varon, Bertrand, nacido el ano siguiente, y finalmente la pequena Sylvie, que vino al mundo en el otono de 1622 pero que su padre apenas tuvo tiempo de conocer: pocas semanas despues del nacimiento, una piedra lanzada por la honda de un desconocido le llevo a la tumba. Nunca se supo quien habia sido el asesino. A Chiara de Valaines le quedaron sus bellos ojos para llorar a un esposo al que amaba, sus hijos, una fortuna solida y algunos amigos, entre los cuales se encontraba Perceval de Raguenel, tal vez el mas discreto de todos por estar locamente enamorado de la joven viuda sin haberse atrevido a declararse jamas.

El era de origen breton. A los diez anos se convirtio en paje de la duquesa de Mercoeur, madre de Madame de Vendome, y luego ocupo el puesto de escudero de su hija, con no poca satisfaccion porque adoraba los caballos. Ademas, el cargo le dispensaba de verse envuelto en la barahunda de un ejercito siempre dispuesto a perseguir a un enemigo que, en aquella epoca agitada, cambiaba con frecuencia. Eso no quiere decir que fuera cobarde. Manejaba la espada como un virtuoso, pero preferia con mucho la pluma, y era un gran aficionado al estudio de la historia, la geografia, la astronomia, la literatura y la musica; tocaba el laud y tambien la guitarra, que le habia ensenado un transfuga espanol. De un ingenio a menudo caustico, era un mozo de buena estatura cuyo aire sonoliento, con los parpados casi siempre semicerrados, ocultaba una mirada particularmente penetrante.

Su primer encuentro con Chiara se remontaba a ocho anos atras. El tenia entonces diecinueve y carecia de experiencia en la pasion amorosa, pero quedo fulminado a la vista de aquella exquisita estatuilla de marmol coronada por un cabello negro y brillante, con unos ojos oscuros tan grandes que parecian una mascara colocada sobre su rostro delicado. Sucedio durante una fiesta celebrada en Anet, y a partir de entonces efectuo frecuentes visitas a los Valaines sin informar de ello a la duquesa. Siempre era recibido en La Ferriere como un amigo fraternal, sobre todo despues de la muerte del baron. De modo que, cuando poco antes vio a la pequena Sylvie en un estado tan penoso, su corazon se lleno de aprension. Si no hubiera llegado tan de inmediato la orden de Madame de Vendome de enviarlo en busca de noticias, el se habria precipitado por su cuenta a la casa de Chiara sin pedir permiso.

Cuando con su criado Corentin Bellec y su tropa cruzo el antiguo puente levadizo, la noche era muy oscura y el silencio total. Ni una luz, ni un fuego encendido en el castillo, en las cocinas o en la graciosa residencia renacentista que Perceval conocia tan bien. Sin embargo, a la luz de las antorchas que llevaban, Raguenel pudo distinguir el cuerpo de una mujer que los cascos de su caballo habian estado a punto de pisotear. Desmonto y, de rodillas ante ella, reconocio a Richarde, la nodriza de Sylvie. Una gran herida cruzaba su espalda, y al volverla Perceval encontro entre sus dedos una pequena cinta azul similar a la que habia visto atada a los bucles rizados de la pequena. Richarde habia debido morir protegiendo a la nina, que luego se habia escurrido de sus brazos para correr hacia lo desconocido con su muneca.

Mientras, los hombres exploraban el interior de la mansion. Uno de ellos, su criado, volvio a la carrera:

—?Es espantoso, senor! No hay nadie vivo en la casa. Los servidores, los ninos... todos han sido asesinados.

—?Y Madame de Valaines?

Corentin dirigio a su amo una mirada en la que brillaba algo parecido a la piedad.

—Venid —dijo—. Pero os prevengo que os hara falta valor.

Al franquear la puerta baja y bellamente decorada con florones de la mansion, Raguenel noto que el olor dulzon de la sangre se le aferraba a la garganta; y en efecto, habia sangre por todas partes: una decena de cuerpos acuchillados yacian en las diferentes estancias, pero el mayor horror le aguardaba en el dormitorio de la castellana. El espectaculo era tan macabro que, espantado, en el primer momento tuvo el impulso de huir de alli: en medio de un caos de muebles volcados y rotos, de almohadones y colchones despanzurrados, yacia Chiara, casi desnuda y degollada. Su vestido alzado y desgarrado, sus piernas separadas revelaban con claridad que, antes de asesinada, habia sido violada. Los ojos de la joven estaban aun abiertos de par en par al martirio que habia sufrido. La expresion que se habian llevado a la eternidad reflejaba espanto y dolor. Para colmo de horrores, habian impreso en su frente, sin duda como senal de diabolica posesion, un sello de lacre rojo en el que unicamente se leia la letra griega omega.

Raguenel dejo escapar una risa seca, mucho mas triste que un sollozo:

—Mira, Corentin, esto no ha sido obra de un salteador de caminos cualquiera o de un sicario acostumbrado a las matanzas en masa... ?El verdugo es un hombre culto! Lee el griego, e incluso lo escribe. ?Por que omega? ?Es una inicial elegida con una intencion galante o bien el final de algo en la gran tradicion cristiana: la omega de no se que alfa? ?Pero no estoy dispuesto a que un angel lleve en la tumba ese signo de infamia!

Saco su daga y, arrodillado sobre los escalones del lecho, intento despegar el sello, pero el lacre estaba muy pegado y sus manos temblaban. Corentin intervino:

—Deberiais dejarme a mi, senor. No es ese el modo de despegar el lacre. Se necesita una hoja muy fina, la de una navaja de afeitar, que se pone a calentar. Luego, cuando la cera se ha reblandecido, se desliza con suavidad un pelo de crin de caballo. Muy suavemente, para no estropear nada.

—?Donde has aprendido eso?

—Con los benedictinos de Jugon. Cuando me tomasteis a vuestro servicio, no os oculte que me habia escapado. Alli me cogio carino el padre Anselmo, que tenia pasion por los manuscritos, las cartas y esa clase de cosas. Fue el quien me enseno a leer y escribir. Tambien me enseno como actuar cuando se quiere conservar intacto un sello. Si no se hace asi, se rompe en pedazos...

—Seria hacerle mas dano a ella —protesto Perceval, con los ojos fijos en la joven muerta—. Pero, quiero conservar ese lacre. Es el testimonio del martirio de una inocente y tal vez me lleve hasta el asesino. A este, me propongo enviarlo a los infiernos para reunirse alli con sus semejantes. ?Intenta quitar ese horror sin herirla, mi Corentin!

—Lo hare lo mejor que sepa, pero de todos modos debajo esta la quemadura de la cera caliente...

—Es evidente. Necesitamos una navaja barbera.

Iba a salir cuando aparecio uno de los hombres que le habian acompanado.

—?Que hacemos, senor? No podemos dejar a estos infelices a merced de las alimanas. Ademas llegan los dias de calor y...

—?Buscad sabanas, mantas, todo lo que pueda servir de mortaja! ?Traed a los ninos aqui, junto a su madre, y esperadme! Vuelvo al castillo a informar a la duquesa y recibir ordenes de ella. Regresare con un cura, el magistrado del principado y todo lo necesario para que estas pobres gentes sean enterradas cristianamente.

Antes de salir, Raguenel dejo que sus ojos se posaran por ultima vez sobre la que tanto habia amado, y que se llevaba con ella los recuerdos mas tiernos de su juventud. De haber sido un personaje mas importante, no habria dudado en pedirla en matrimonio, pero no tenia nada que ofrecerle, salvo un gran amor y un nombre sin tacha. Por mas joven que fuese, supo en ese momento que ninguna mujer podria hacerle olvidar su sonrisa, su mirada de terciopelo, la gracia de su persona en los menores gestos. Le quedaba el recuerdo y una amarga sed de venganza. Nada le apartaria de su busqueda: aunque tuviese que viajar hasta los confines de la tierra y el mar, buscaria al omega asesino y, cuando lo encontrase, ningun poder humano le libraria de su brazo. Despues, pensaria en hacer las paces con Dios, porque esta escrito que la venganza unicamente le pertenece a El; no

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