faltaban los monasterios a los que podria ir a enterrarse... Mientras tanto, necesitaba reflexionar, buscar, investigar el pasado tan breve de aquel lirio florentino arrancado de la manera mas brutal... Y de subito le parecio oir, en el fondo de si mismo, una voz debil y dulce que imploraba:

«?Mi hija... mi pequena Sylvie! ?Piensa en ella! Cuida de ella...»Entonces, aun una ultima vez, se acerco al lecho, se inclino sobre una de las manos menudas, tan blancas y frias ahora, y poso en ella sus labios.

—Por mi honor y por la salvacion de mi alma, os lo juro, Chiara. ?Descansad en paz!

Sin preocuparse de los dos testigos de aquella emotiva escena, se precipito fuera de la estancia, bajo a la carrera por la escalera, desato su caballo, se aupo de un salto y partio a galope tendido a traves del bosque nocturno que antano cruzaba al paso y dejando la rienda floja cuando regresaba de La Ferriere, para tener tiempo de sonar y escuchar aun el eco de un laud pulsado por unas bonitas manos blancas. Pero esa noche Perceval de Raguenel, aquel joven siempre tranquilo, a veces hasta la despreocupacion, sentia la necesidad de un ejercicio violento. Una lechuza, el ave simbolo de la sabiduria, lanzo su grito por tres veces en la espesura del bosque, pero el no la oyo. Sus oidos estaban llenos de un viento huracanado...

Despues de veinte minutos de loca carrera, entro en Anet a una velocidad infernal, salto al suelo en el patio iluminado por antorchas, puso la brida en manos de un palafrenero salido de ninguna parte y se precipito hacia los aposentos de la duquesa.

Al pie de la escalera tropezo con el joven Ranay, uno de los pajes de la mansion, que lo miro con asombro.

—?Que os ocurre, senor? Se diria que estais llorando.

—?Yo? ?Jamas de los jamases! Suenas, muchacho.

Pero antes de llamar a la puerta de Madame de Vendome se seco los ojos en el puno de encaje.

2

Una memoria increible

En pie delante de una ventana abierta a la noche templada, indiferente al vaiven de sus servidoras que arrastraban baules de cuero o cargaban con pilas de ropa, Francoise de Vendome intentaba dominar la angustia que se habia apoderado de ella desde el instante en que habia sabido a su esposo preso. ?Cesar encerrado, encadenado quizas! ?Impensable!

La decision de acudir en su ayuda se le habia ocurrido de inmediato. Sin embargo, despues de un rato empezo a preguntarse si su intervencion no conduciria a otra cosa que a exponerla al fuego cruzado de la colera del rey y el rencor de su ministro. Ahora bien, en ese momento era la unica persona adulta de la familia —su turbulenta cunada Catherine, duquesa d'Elbeuf, apenas merecia ese titulo— que disponia de libertad de movimientos. Si la arrestaban tambien a ella, sus hijos, tan jovenes aun, quedarian sin mas defensa que sus servidores. Criados fieles sin duda, oficiales de honor demostrado, pero pese a todo extranos de los que no podia saberse como reaccionarian ante las amenazas que seguramente pesarian sobre ellos. ?Sabrian defender contra inconfesables codicias su fabuloso patrimonio: el Vendomois y la villa fortificada que le daba nombre; Anet, Chenonceau, Verneuil, Ancenis, La Ferte-Alais, el gran hotel de Vendome en Paris, y tantos otros bienes?

Despues de sentarse en uno de los sillones tapizados de seda azul con galones de plata, la duquesa dejo reposar su cabeza fatigada en un almohadon y contemplo las pinturas del techo, cuyo tema era la Noche; el personaje principal era la diosa Diana, a la que iban a despertar el genio de la caza y sus lebreles favoritos. La estancia habia sido un nido de amor, como lo indicaban en distintos lugares del castillo las iniciales H y D[7]entrelazadas, casi confundidas, para recordar con orgullo que alli habia reinado una mujer que a lo largo de su vida, y hasta la lanzada de Tournelles, tuvo cautivo a un amante regio veinte anos mas joven que ella. ?Bien es cierto que era bellisima!

Francois e deseaba desde siempre un dormitorio distinto a aquel templo de caricias, pero era la habitacion mejor decorada, la designada para la castellana, y Cesar queria que fuera la de su mujer.

—?Por que no habrias de encontrarte a gusto aqui, amiga mia? —decia riendo—. ?Tu tambien eres encantadora! ?Un poco gazmona quiza, pero mucho mas joven!

?Cesar! ?Como si no conociera el poder de su atractivo sobre la altiva princesa lorenesa que tanto le habia costado desposar! Su matrimonio, decidido en la mas estricta tradicion de las uniones principescas, habia acabado por convertirse en un problema tremendamente complicado. En 1598, Enrique IV habia obtenido para su hijo Cesar, de cuatro anos de edad en aquel momento, la mano de Mademoiselle de Mercoeur-Lorraine que tenia seis. No fue facil: el duque de Mercoeur se resistia tanto mas a dar a su hija por cuanto le exigian por anadidura que revirtiera en su yerno el gobierno de Bretana, que habia desempenado durante mucho tiempo. Pero el joven Cesar habia sido legitimado y reconocido como heredero, y ya se anunciaba que el rey Enrique iba a casarse con su madre, la deslumbrante Gabrielle d'Estrees, ennoblecida con el titulo de duquesa de Beaufort. No era tan mal negocio casar a su hija con un futuro rey... Pero, ay, pocos dias antes de la boda y de la coronacion, la bella Gabrielle murio debido a una crisis de eclampsia que mas de uno juzgo providencial. Y Cesar cayo desde su rango de heredero al de simple bastardo.

Mercoeur se hizo matar en la guerra contra los turcos bajo las banderas del emperador Rodolfo II, y Enrique IV penso que la viuda del heroe, que se habia instalado en Paris, donde construia una enorme mansion y, pegado a ella, un gran convento para capuchinas, estaria demasiado ocupada con sus rezos y obras de caridad para enfrentarse a el y oponerse al matrimonio. Era conocer muy mal a la luxemburguesa.[8] Madame de Mercoeur era una mujer de criterio, la mas devota de Francia tal vez, pero tambien quiza la mas rica, y su hija habia de aportar una dote considerable que incluia, entre otros, el ducado de Penthievre, es decir la sexta parte aproximadamente de Bretana, sin contar los bienes que heredaria de su madre. De modo que la duquesa dio a entender que el matrimonio propuesto no le parecia deseable, y con mayor razon porque su hija preferia retirarse a las capuchinas antes que consentir en convertirse en Madame de Vendome; e incluso propuso enviar al rey cien mil escudos como compensacion.

Enrique IV considero que la respuesta era una mala excusa, pero de hecho era la estricta verdad: Francoise se habia sentido halagada por la perspectiva de ser reina de Francia pero no queria oir hablar de Cesar de Vendome, un chicuelo de catorce anos (ella tenia dieciseis) que, segun decian, era turbulento, brutal, y sobre todo mas inclinado a la compania de los muchachos que a la de las jovenes. Esta etapa de sus relaciones le habia resultado penosa por la simple razon de que el orgullo de Francoise habia entrado en contradiccion con su corazon. Cesar le parecia encantador, con su cabello rubio, sus ojos azules y sus rasgos ya llenos de majestad. Prometia ser un hombre magnifico, y mas de una mujer lo miraba con anhelo. Francoise habia sentido su atractivo, pero tambien tenia justa conciencia de lo que ella misma era: una princesa perteneciente a una de las casas mas nobles de Europa, sobrina de una reina de Francia,[9] bonita por anadidura, muy rica y sobre todo educada en los rigurosos principios que ya conocemos y que no tolerarian el vicio de Sodoma...

Tal vez se habria resignado, como la dulce y piadosa tia Louise habia acabado por resignarse a los amiguitos de su esposo; pero la corona y el manto real transmiten mucho valor a la persona digna de llevarlos, y en cambio ya no existia ninguna posibilidad de que el hijo de Gabrielle ascendiese jamas al trono. Sin embargo, la rebelde fue obligada a someterse. No ante una orden del rey —Enrique IV sabia que no disponia de ningun medio para obligar a Mademoiselle de Mercoeur a casarse con su hijo bastardo—, sino ante la voluntad del duque de Lorena, el jefe de la familia. Este, Enrique II el Bueno, viudo en primeras nupcias de Catalina de Borbon, hermana de Enrique IV, queria guardar buenas relaciones con su cunado. Dio a entender que el matrimonio le convenia, y las dos rebeldes, madre e hija, hubieron de someterse. Y fue una bonita boda, todo ha de decirse.

Al recordarla, Francois e no podia dejar de sonreir. Volvia a ver la capilla del castillo de Fontainebleau, perfumada por las flores, iluminada por los cirios y centelleante por los atuendos de los asistentes en aquella noche del 5 de julio de 1609. Veia de nuevo a Cesar, ya mas alto que ella, deslumbrante y magnifico en su casaca

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