A partir de ese dia, tanto la corte como la ciudad contuvieron el aliento. En el palacio real se caminaba casi de puntillas, por miedo de ahuyentar a los fragiles espiritus que presiden los embarazos.
La reina pasaba en oraciones mas horas que de costumbre. En cuanto al rey, cambio de confesor: en la manana que siguio a la famosa noche, el padre Caussin, que tambien habia sido el confesor de Louise, se confundio respecto del contenido de las recomendaciones de la joven novicia y fue a rogar a su augusto penitente que hiciera regresar del exilio a la reina madre, rompiera sus alianzas con los holandeses y los principes protestantes de Alemania, bajara los impuestos e hiciera las paces con Espana; y en resumidas cuentas, que enviara a Richelieu a comprobar si por la parte de Lucon crecia mejor la hierba. Para ser un jesuita, aquel santo varon dio pruebas de escaso discernimiento: Luis XIII le recomendo, no sin humor, que fuera a discutir sus proyectos con el cardenal, despues de lo cual un despacho sellado exilio al imprudente a Rennes, donde por lo demas fue tratado con toda consideracion. Otro jesuita, el padre Sirmond, ocupo su lugar. Era un hombre de edad avanzada y algo duro de oido, lo que obligo a Luis XIII a vocear sus confesiones, pero por lo menos no se inmiscuia en los asuntos de Estado.
En cuanto a Francois, se dedico a ahogar sus penas en los placeres. Se le vio con frecuencia en el
—?Os estais convirtiendo en un libertino, hermano! ?Creeis que es la mejor forma de obtener la mano de Mademoiselle de Borbon-Conde?
—?Quien os dice que tengo ganas de obtenerla?
—Cuando no estais en el garito de la Blondeau, andais zumbando alrededor de ella como una abeja en torno a una flor. Imagino que os gusta.
—Es muy bella, pero me desconcierta su forma de ser: es todavia mas fria y altiva que Mademoiselle de Hautefort, y ofrece una extrana mezcla de coqueteria infernal y devocion austera...
—?Teneis algo en contra de la devocion? A nuestra madre le apenaria mucho.
—Nada. Yo mismo me considero un hombre piadoso, pero estimo que no conviene mezclar los generos. En resumen, hermano, no tengo muchas ganas de convertirme en el esposo de la bella Anne-Genevieve. En cambio, me agrada que la gente piense que estoy deseandolo...
Mercoeur no insistio. Sabia que la logica de su hermano era distinta de la de todo el mundo. Francois volvio a sus placeres.
Las fiestas que se celebraron al termino de aquel ano de 1637, tan favorable a las armas francesas, fueron brillantes. En Saint-Germain hubo baile. Mademoiselle de Hautefort, a la que el rey volvia a cortejar, brillo alli con mil luces, y Mademoiselle de l'Isle, cuya voz se escucho en diversas ocasiones, bailo por primera vez, con una gracia que encanto a la corte. Sin embargo, como Francois no asistio —y tampoco Jean d'Autancourt, que se habia reunido con su padre en la Provenza—, aquel pequeno triunfo no le satisfizo tanto como habia esperado.
En efecto, en tanto que amiga de la favorita y proxima a una reina a la que ahora todos adulaban, la nina de los pies descalzos de otra epoca se habia convertido, si no en un poder, si al menos en una personita encantadora a la que era conveniente cortejar... De modo que el cardenal unicamente tenia sonrisas para ella.
Tambien Su Eminencia participaba en la alegria general. En su castillo de Rueil, Richelieu ofrecio una gran fiesta en la que el rey, que se ocupaba gustoso del montaje de esos grandes espectaculos de corte, organizo —y bailo— su ballet de las Naciones, en el que intervinieron las damas mas bellas.
Tambien Sylvie represento un pequeno papel, y en cuanto a la Aurora, eclipso con su resplandor a todas las demas.
Y luego... luego, en su primera
?Por fin la reina estaba encinta! Paris desbordaba de jubilo. Marie y Sylvie lloraron la una en los brazos de la otra. En cuanto a Francois, se emborracho como una cuba en solitario, hasta el punto de que sus escuderos hubieron de llevarlo inconsciente al
Mas tarde alego que habia sido su manera particular de celebrar el acontecimiento, pero su «alegria» se parecia mucho a la de Monsieur. En efecto, en el castillo de Blois se esforzaron en poner a mal tiempo buena cara, ante una noticia que anulaba las esperanzas del duque de Orleans. Esperanzas que, no obstante, intento reanimar pensando que la reina habia tenido ya algunos abortos espontaneos y que, en el peor de los casos, si se obstinaba en tener el hijo, habia un cincuenta por ciento de posibilidades de que fuera nina. De modo que las oraciones del inquieto heredero, asi como sus confesiones, adquirieron un sesgo curioso.
Durante la primera quincena de febrero llevaron a la reina, con gran pompa, el cinturon de la Virgen del Puy-Notre-Dame, al sur de Saumur, traido de Jerusalen en la epoca de las Cruzadas, y del que se aseguraba que poseia el don de atenuar los dolores del parto. Desde ese dia, los aposentos de Ana de Austria empezaron a oler tanto a incienso que muchas veces se hizo preciso abrir las ventanas.
Fue al dia siguiente cuando aparecio por Saint-Germain un angustiado Corentin para anunciar a Sylvie una terrible noticia: la noche anterior, Perceval de Raguenel habia sido arrestado por la ronda y por el teniente civil en persona, por haber asesinado a una prostituta.
11
Una trampa inmunda...
En aquella noche de luna llena, Perceval y su amigo Theophraste estaban al acecho por la parte de la puerta Saint-Bernard, en las proximidades del Petit Arsenal, donde el rey habia instalado hacia poco la fabrica de polvora de canon, integrada antes en el Grand Arsenal situado junto a la Bastilla. De ahi que el lugar, desierto y mas bien inquietante, fuese frecuentado por truhanes deseosos de tranquilidad y se abriesen alli algunas animosas bodegas en las que se cerraban fructiferos tratos. Con toda naturalidad, a esa fauna se habian sumado las busconas.
El azar no habia intervenido en absoluto en la eleccion de aquel nuevo terreno de exploracion: una breve nota garabateada en un papel sucio y arrugado habia llegado a la mesa de Theophraste. La escritura temblorosa dejaba suponer que el desconocido corresponsal estaba medio muerto de miedo. Por si fuera poco, recomendaba a Renaudot la mayor prudencia, porque el asesino del sello de lacre era peligroso.
—?Por que razon os previene a vos? —objeto Raguenel, que encontraba extrano el procedimiento—. ?No vais a sustituir, supongo, a los arqueros de la ronda?
—No se si lo habeis advertido, pero los caballeros encargados de la paz nocturna de Paris no andan muy sobrados de osadia. Y esta historia desprende un olorcillo de azufre muy propio para helar la medula de los huesos. Ademas, tambien podria ser que nuestro corresponsal no tenga la conciencia muy limpia y prefiera no acercarse demasiado a unas autoridades que tienden en ocasiones a la confusion entre el delator y el culpable.
—Teneis razon. Bien, iremos esta noche.
El tiempo, humedo y templado para la estacion, anunciaba ya la primavera cuando la barca de Renaudot dejo a los dos hombres en el puerto Saint-Bernard. Las nubes se perseguian de uno a otro extremo del cielo,