ocultando en ocasiones el disco blanco de la luna. El Petit Arsenal, una construccion alargada flanqueada por casas bajas, aparecia en una especie de aislamiento silencioso, pero el barrio vecino exhibia una coleccion de casuchas mas o menos ruinosas en las que nadie parecia dormir: algunas velas iluminaban las ventanas sucias, y en una taberna cuya ensena chirriaba, alguien cantaba...
Los dos amigos recorrian las callejuelas, interrumpidas por zanjas y en las que se pisaban mas basuras que adoquines, sin encontrar nada sospechoso, cuando de repente se oyo un grito, el terrible grito que ya conocian.
—?Por alli! —susurro Theophraste, senalando una calle por la que habian pasado poco antes.
Acudian ya, guiados por un gemido intermitente, cuando se oyo otro grito, mas espantoso que el primero, en la direccion contraria. Esta vez sonaba cerca del Arsenal...
—?Seguid solo! Yo voy alla —decidio Perceval, y echo a correr hacia la construccion militar.
Al doblar en una esquina vio a un hombre que, como una rata, se escurria por un callejon entre dos edificios bajos, y lo siguio. Pero apenas habia entrado en aquel estrecho pasaje cuando tropezo con algo y cayo cuan largo era sobre un cadaver aun caliente. En el mismo instante recibio en la nuca un golpe violento que le hizo perder la conciencia.
Naturalmente, Corentin no sabia que habia ocurrido en realidad. Por tanto, no pudo contar a Sylvie mas que lo que le habia confiado el oficial de policia Desormeaux, el buen amigo de Nicole Hardouin que, por suerte, habia sido encargado del registro del domicilio del presunto culpable. Fue en efecto una suerte, porque gracias a el los queridos libros y papeles de Perceval, y su bonita casa, sufrieron relativamente pocos danos. Lo que no obstaba para la gravedad de lo que dijo Desormeaux: la ronda, prevenida por un escrito anonimo, se habia trasladado al lugar indicado y encontrado alli al caballero desvanecido sobre el cuerpo de una muchacha degollada y que llevaba en la frente el famoso sello de lacre. El cuchillo utilizado para el crimen estaba al alcance de su mano, como si se le hubiera escapado, y lo que es mas, se habia encontrado en su bolsillo un pedazo de lacre, un encendedor, una candela y un pequeno sello con la letra omega grabada. Este ultimo detalle acabo por indignar a Sylvie.
—?Y nadie se ha preguntado quien pudo golpearle? ?O piensan que lo hizo el solo?
—La conclusion a que han llegado es que alguien le sorprendio en el momento de su fechoria, pero que, aterrorizado por el espectaculo, prefirio huir.
—Y no se ha pensado que el sello y las demas cosas pudieron ser colocadas en sus bolsillos por el asesino, que tu y yo sabemos muy bien que no es el. ?Y el senor Renaudot, que iba con el? ?No ha dicho nada?
—No puede, porque esta en cama con fiebre alta. Lo encontraron a pocas toesas de distancia del Arsenal, con una herida en la cabeza. Tambien el debio de ser golpeado.
—?Tambien estaba encima de una mujer degollada?
—No, no habia nada. El teniente civil piensa que nuestro amo pudo pelearse con el y que intento matarlo antes de irse a cometer su fechoria.
—?Eso no tiene sentido! Los dos buscaban al asesino del sello de lacre y, por mas que tenga fiebre alta, el senor Renaudot debe poder decir la verdad.
—?Oh, no! No puede porque no ha recuperado aun el conocimiento...
Aterrorizada, Sylvie dirigio una mirada de angustia a Jeannette. Esta pregunto:
—?Donde esta el senor caballero en este momento?
—En el Gran Chatelet, adonde le llevo la ronda. Pero como es gentilhombre, lo trasladaran a la Bastilla para la instruccion del proceso.
—?Es ridiculo! ?Un hombre como el, arrestado por esos crimenes abyectos? ?Hay que ser loco o idiota para no creer lo que dice!
—Los policias, ya se sabe, creen lo que ven y no buscan mas lejos. Si Desormeaux ha consentido en ayudarnos un poco, es porque quiere a Nicole y sabe muy bien el trato que recibiria si se comportara de otra manera. ?Ya esta manana ella ha estado a punto de atizarle con un calientacamas!
—Tiene que haber un medio de demostrar su inocencia. La sola idea de que esta en manos de ese abominable Laffemas me espanta. ?Es un hombre odioso!
—Si, pero esta al servicio del rey.
—?El rey! —exclamo Sylvie, iluminada por lo que acababa de decir Corentin—. ?Necesito ver al rey!
—No ignorais, senorita Sylvie, que el rey ha marchado esta manana temprano a Versalles.
—?La reina, entonces! ?Ahora que espera un hijo, su marido no le negara nada!
—La reina no puede hacer nada en este caso —objeto Corentin—, ?y me extranaria que intentara hacer algo! Ademas, se dice en Paris que nuestro Sire no esta tan contento como se podria creer... Si me permitis atreverme a daros un consejo...
—?Damelo, deprisa! ?No andes con rodeos!
—Yo sugeriria que fuerais a ver al cardenal. Estais en buena relacion con el. Y Rueil no esta tan lejos de Versalles.
Sylvie, que habia empezado a pasearse retorciendose las manos para impedir que le temblaran, se detuvo en seco.
—Puede que tengas razon. ?Ire! Pero primero he de conseguir permiso para salir. Y luego necesitaremos un coche.
—No he venido a pie, senorita Sylvie. He tomado el nuestro. Esta esperando fuera, vigilado por un chiquillo.
Sylvie fue a ver a la reina con la idea de contarle la historia y que ella hablara a su vez a su esposo. La mala suerte quiso que Marie de Hautefort, el mejor abogado deseable para defender la causa del inocente Perceval, estuviera ausente por unos dias para atender a su abuela, Madame de Flotte, que la habia precedido antano en el puesto de dama de compania. La influencia de Marie sobre el rey era muy grande, y —al menos Sylvie asi lo pensaba— con ella las cosas se habrian arreglado mas facilmente. Pero la joven ni siquiera sabia donde se encontraba. Ademas, cuando entro en el gabinete de la reina, este estaba lleno de gente, y no precisamente de la que mas simpatia sentia por ella. Desde el anuncio del futuro nacimiento, la popularidad de la reina habia subido como la espuma. Asi pues, Sylvie se contento con pedir a Madame de Senecey permiso para ausentarse del castillo durante unas horas.
Mantenia una buena relacion con la dama de honor, que la trataba con mucha amabilidad. Esta no necesito mas que una ojeada al rostro encantador, siempre sonriente, de la «gatita», para comprender que se encontraba ante un problema grave.
—?No teneis buen aspecto, hija mia! ?Que sucede? ?Adonde quereis ir, tan tarde?
—Voy a Rueil, senora.
—?A ver al cardenal? ?Ha pedido el que vayais?
—No, pero es preciso que le vea. Mi padrino, el caballero de Raguenel, acaba de ser arrestado por un crimen del que es inocente. Tengo que ver al cardenal para darle unas explicaciones que le convenceran de ello, o asi lo espero.
—?Pero, pobre pequena, no se consigue una audiencia con tanta facilidad! Primero teneis que escribirle, y luego esperar la respuesta, favorable o no. En el primer caso os indicara una fecha y una hora...
—?Cuando esta en juego la vida de un hombre, madame, eso significa esperar demasiado! Cada minuto cuenta... —Sylvie mostraba tanta determinacion que impresiono a Madame de Senecey.
—Bien —suspiro—. En tal caso, aceptad al menos un consejo. Cuando esteis en Rueil, intentad averiguar si se encuentra en el castillo el senor de Chavigny. Es, si lo recordais, uno de los dos secretarios de Estado que acompanaron al cardenal cuando vino a Chantilly. Es un hombre de bien, y somos amigos. No os sabria recomendarlo bastante que le presenteis a el vuestro problema; pero si no esta, y puesto que vuestra urgencia es tan grande, preguntad por el padre Le Masle, que es el secretario de Su Eminencia. Tal vez el consiga que os reciban.
Sylvie doblo la rodilla en una apresurada reverencia, y al hacerlo tomo impulsivamente la mano de la dama y le deposito un beso de agradecimiento.
—?Gracias! ?Oh, gracias, senora! ?Seguire vuestro consejo!
Luego desaparecio en un torbellino de terciopelo castano y enaguas blancas. Unos momentos despues, la pequena carroza de Perceval conducida por Corentin descendia las colinas de Saint-Germain para cruzar el Sena por Le Pecq. En su interior, Sylvie, envuelta en su gran capa y sentada junto a una Jeannette decidida a no apartarse de ella, procuraba con mucho esfuerzo recuperar la tranquilidad necesaria para enfrentarse al hombre