—No he dicho unicamente eso. Si Vuestra Eminencia tiene a bien hacer memoria, he mencionado hace un instante que Monsieur de Raguenel buscaba al asesino del sello de lacre rojo desde hacia varios meses. Deberia haber dicho anos...!
—?Anos? Por lo que sabemos, ese miserable empezo a actuar la primavera pasada.
—Habia actuado ya al menos una vez, hace once anos, en los alrededores de Anet...
—... Que es feudo de los Vendome, de quienes era servidor el mismo Raguenel. No veo de que modo esa circunstancia le libraria de la sospecha de haber cometido los actuales crimenes. Por el contrario, diria que le acusa mas todavia.
—La victima fue mi madre, a la que Monsieur de Raguenel amaba. Ella y sus hijos fueron asesinados por un grupo de hombres enmascarados que querian recuperar unas cartas de gran importancia para un alto personaje. ?Su jefe era ese hombre! Y Monsieur de Raguenel juro matarlo algun dia. Fueron la casualidad y Monsieur Renaudot los que le permitieron descubrir que en Paris ese hombre cometia la misma clase de crimenes...
—?Vuestra madre y sus hijos fueron asesinados? ?Y vos, entonces?
—Perdonadme; yo fui la unica excepcion, debido a que mi nodriza me oculto bajo su cuerpo, y a que despues Francois de Vendome me encontro vagando por el bosque. ?Yo tenia cuatro anos, y el diez!
El cardenal se levanto de pronto de su sitial, cruzo el comulgatorio y asio a Sylvie por la muneca:
—?Venid conmigo! En este lugar sagrado es impropio hablar sobre tales horrores.
—?Nunca habeis oido a nadie en confesion? ?Yo digo la verdad, y por tanto no temo la ira de Dios!
—Puede ser, pero prefiero que no sigamos aqui nuestra conversacion. Comprendereis que vayamos a mi gabinete...
Sylvie no insistio. La gran estancia de trabajo seria mas comoda para aquel hombre envejecido antes de tiempo, que ya le habia llamado la atencion en ocasiones anteriores por su palidez y la tension que reflejaban sus rasgos, a pesar del ligero maquillaje con que intentaba disimularlos. Y de hecho, una vez vuelto a su despacho con Sylvie tras sus talones, Richelieu saco de su sillon a su gato favorito, que, bruscamente despertado, protesto. El cardenal tomo asiento y coloco sobre sus rodillas al animal. Algunas caricias lo calmaron rapidamente.
—Hay algo extrano en vuestra historia, Mademoiselle de l'Isle. Yo os creia originaria del sur del Vendomois, donde estan vuestras tierras. Ahora me hablais de un... ?castillo en los alrededores de Anet?
—En efecto. El nombre que llevo me fue dado con el fin de protegerme...
—?Estais diciendome que la reina os tomo a su servicio sin conocer vuestra verdadera identidad?
—Ignoro lo que se trato entre la senora duquesa de Vendome y Su Majestad. Si esta lo sabe, nunca lo ha dejado traslucir. Por otra parte, hace solo muy poco tiempo que se quien soy en realidad. Me llamo Sylvie de Valaines. Mi madre, una florentina llamada Chiara Albizzi, era prima de la reina Maria, que la tomo a su servicio antes de casarla con el baron de Valaines, mi padre. Este habia ya fallecido cuando ocurrio el drama. Mi madre estaba sola en La Ferriere con mi hermano, mi hermana y yo, ademas de los criados, entre ellos mi nodriza. Todos fueron asesinados pero, antes de morir, mi madre sufrio un trato innoble: su asesino la violo y la marco en la frente con un sello de lacre rojo que llevaba impresa la letra omega...
Y subitamente, antes de que el cardenal pudiese hacer algun comentario, una bocanada de colera la arrebato:
—?Y que nadie pretenda decirme que ese miserable era Perceval de Raguenel, que adoraba a mi madre y que, ese dia, no abandono ni un solo instante la compania de la senora duquesa de Vendome! ?Nadie ha olvidado ese dia horrible, en Anet, y todos podran dar testimonio! No acudio alli mas que por orden de la duquesa, despues de que el principe de Martigues me llevara al castillo, con los pies descalzos y vestida unicamente con un camison ensangrentado. Lo que vio en La Ferriere lo trastorno y le colmo de dolor; y juro encontrar al verdugo para hacerle pagar su fechoria...
—?Y lo encontro?
—Sabeis muy bien que no. ?Fue el otro quien le encontro a el, y quiere cargarlo con sus crimenes! ?Y ahora se pretende que el pague por ellos? ?Es que un hombre de Dios, como Vuestra Eminencia, puede condenar asi sin saber? ?Oh, es infame, es infame!
La colera de Sylvie cedio de repente, y con ella su resistencia nerviosa. Cayo sobre la alfombra, sacudida por sollozos convulsivos. Richelieu se puso en pie y se acerco a ella, pero prudentemente dejo pasar lo peor de la tormenta. Solo cuando los sollozos empezaron a espaciarse, se inclino para tomarla del brazo:
—?Vamos, levantaos! Es hora de que os calmeis. Todavia tenemos que hablar...
Ella obedecio a la ligera presion que ejercia sobre su brazo, y se dejo guiar hasta un sillon en el que se dejo caer, sin fuerzas. El cardenal contemplo el oleaje de terciopelo castano en medio del cual parecia perdida aquella fragil silueta. ?Quince anos, y ya con una historia tan terrible a sus espaldas! Incluso un corazon acorazado como el suyo podia conmoverse...
Movido por un sentimiento de compasion fue, como habia hecho en varias ocasiones cuando ella iba a cantar para el, a servir en una copa un dedo de malvasia:
—Tomad... Bebed, hija mia, y os sentireis mejor. Teneis que reponeros.
Ella le miro con los ojos anegados en lagrimas, y al tomar la copa se ruborizo de repente. Se habia acordado del frasquito de veneno que le habia dado el duque Cesar y del que no se habia deshecho, con la idea de que algun dia esa puerta abierta a la muerte podria servirle de ayuda, si llegaba a sufrir demasiado. Aquella tarde no penso en llevarlo consigo. ?Para que, por otra parte? Debia seguir con vida para cuidar de Perceval, y la muerte del cardenal solo tendria por resultado precipitar la de aquel. ?Lo harian desaparecer sin la menor vacilacion!
Para alejar aquellas ideas inquietantes, bebio un poco de vino, y en efecto se sintio mejor.
—?Cuanta bondad, monsenor! Ruego a Vuestra Eminencia que perdone mi acceso de colera. Se debe por entero al carino que profeso a mi padrino...
—Asi lo he entendido. Ahora seguid sentada, y hablemos... Para empezar, ?como se llama el castillo de vuestra infancia?
—La Ferriere, monsenor. Pertenece en la actualidad al baron del mismo nombre, que hace poco deseaba obtener mi mano. Al parecer consideraba que los Valaines eran unicamente intrusos, y consiguio que... el rey se lo donase.
A pesar de su angustia, Sylvie habia tenido la suficiente presencia de animo para atribuir a Luis XIII un regalo que ella sabia muy bien que procedia del cardenal. Los ojos de este parecieron estrecharse.
—?Sabiais eso cuando rechazasteis al senor de La Ferriere?
—En absoluto, monsenor. No supe la verdad hasta hace unas pocas semanas. Lo rechace porque no lo amaba, e incluso me daba un poco de miedo. Y no sin motivo, porque no ha renunciado a perseguirme. Este verano, en la Place Royale, el senor de Cinq-Mars se interpuso entre el y yo...
—?E hizo bien! ?No son maneras! A proposito de la tragica muerte de vuestra madre, hablabais de unas cartas que alguien deseaba recuperar. ?Sabeis de quien eran esas cartas?
—No se gran cosa, monsenor. Simplemente que habian sido escritas por la reina madre. Era bastante normal, me parece, puesto que mi madre era su prima, pero ignoro su contenido y a quien iban dirigidas. A mi madre, tal vez...
El cardenal hizo una mueca de duda:
—Tenian que haber contenido confidencias graves, y me cuesta creerlo. ?No habeis dicho que eran importantes para un alto personaje? ?Que sabeis de este?
—?Nada en absoluto! Solamente se me ha ocurrido que podria tratarse del rey, puesto que las cartas eran de su madre.
—El rey habria enviado soldados mandados por uno de sus nobles. Ahora bien, no solo los guardias reales no tienen vocacion de asesinar a mujeres y ninos, sino que ademas habeis mencionado a... ?hombres enmascarados?
—Si, monsenor. Se hablaba de una docena de jinetes enmascarados y vestidos de negro, y...
—Mis gentes van vestidas de rojo, ?y yo no empleo a espadachines! —replico Richelieu en tono seco.
—Perdonadme, monsenor, pero el rey y Vuestra Eminencia no son las unicas personas que podrian haberse interesado por esas cartas, y son numerosos los altos personajes que disponen de tropas mas o menos regulares —anadio Sylvie, que, sabiendo lo que le habia contado Perceval, no dudaba que los asesinos habian seguido ordenes del ministro. Admitia sin embargo que muy posiblemente su jefe habia actuado al mismo tiempo por cuenta propia, y llegado mucho mas alla de las instrucciones recibidas. Por desgracia, le era imposible explicar a