Larry King y tal y cual. Te pagaron de mas por contratarte entonces y ahora te han elegido. Me sorprende que hayas durado tanto, si quieres que te diga la verdad.

– Da igual, eso no me hace sentir mejor.

– Lo se, pero tenia que decirtelo. Ahora he de irme. ?Vas a casa?

– Voy a tomarme la ultima.

– No, tio, ya tienes bastante.

– Una mas. No pasa nada, si no ya cogere un taxi.

– Que no te hagan soplar, tio. Es lo ultimo que te falta.

– Si, ?que me van a hacer? ?Despedirme?

Asintio como si yo hubiera hecho una intervencion impresionante, luego me dio una palmadita en la espalda, un poco demasiado fuerte, y se alejo de la barra. Me quede sentado solo, mirando el partido. En la siguiente copa pase de la Guinness y el Bailey’s y fui directamente al whisky con hielo. Me tome dos o tres mas en lugar de solo uno. Y pense que ese no era el final de mi carrera que habia previsto. Creia que a esas alturas estaria escribiendo larguisimos reportajes para Esquire y Vanity Fair. Que me vendrian a buscar en lugar de tener que acudir yo a ellos. Que podria elegir lo que queria escribir.

Pedi uno mas y el camarero hizo un trato conmigo: solo echaria mas whisky en mis cubitos de hielo si le daba las llaves del coche. Me parecio un trato justo, y lo acepte.

Con el whisky quemandome desde debajo del cuero cabelludo pense en lo que me habia contado Larry Bernard sobre el tipo de Baltimore y su corte de mangas definitivo. Creo que asenti para mis adentros un par de veces y levante el vaso para brindar por el periodista sin futuro que lo habia hecho.

Y entonces otra idea me quemo el cerebro y dejo su impronta en el. Una variacion del «que os den» de Baltimore: una alternativa con cierta integridad y tan indeleble como el nombre grabado en un trofeo de cristal. Con el codo en la barra, alce de nuevo el vaso. Pero esta vez lo hice por mi.

– La muerte es lo mio.

Palabras pronunciadas antes, pero no como mi propio panegirico. Asenti para mis adentros y supe exactamente lo que iba a hacer. Habia escrito al menos mil articulos sobre homicidios a lo largo de mi carrera. Iba a escribir uno mas. Un articulo que quedaria como mi epitafio periodistico, que haria que me recordaran despues de mi marcha.

El fin de semana paso en una neblina de alcohol, rabia y humillacion mientras me enfrentaba con un nuevo futuro que no era tal. Despues de despejarme un poco el sabado por la manana, empece a releer el borrador de mi novela. Enseguida me di cuenta de lo que mi exmujer habia visto mucho tiempo antes; lo que yo deberia haber visto: no habia novela y me estaba enganando al pensar lo contrario.

La conclusion era que tendria que empezar de cero si pretendia seguir ese camino, y la idea se me antojo agotadora. Tome un taxi para ir a recoger mi coche al Short Stop, y termine quedandome y cerrando el local el domingo por la manana, despues de ver a los Dodgers perder otra vez y de contar, borracho, historias a completos desconocidos sobre lo jodido que estaba el Times y todo el sector periodistico.

No logre despejarme del todo hasta el lunes. Llegue tres cuartos de hora tarde al trabajo, despues de recoger por fin el coche en el Short Stop, y todavia olia el alcohol que salia por mis poros.

Angela Cook ya estaba sentada detras de mi escritorio, en una silla que habia cogido de un cubiculo vacio, uno de los muchos que habia desde el inicio de la politica de reconversion y despidos.

– Siento llegar tarde, Angela -dije-. Ha sido un fin de semana largo, empezando por la fiesta del viernes; deberias haber venido.

Ella sonrio con recato, como si supiera que no habia existido ninguna fiesta, sino solo el velatorio de un hombre solo.

– Te he traido cafe, pero supongo que ya estara frio -dijo.

– Gracias.

Cogi la taza que ella me habia senalado y, en efecto, estaba frio. Sin embargo, lo bueno de la cafeteria del Times era que podias volver a llenarte la taza gratis, al menos eso todavia no habia cambiado.

– Mira -dije-, deja que eche un vistazo por la seccion; si no esta pasando nada podemos ir a rellenar las tazas y hablar de como vas a hacer esto.

La deje alli y sali del reino de los cubiculos hacia la seccion de Metropolitano. Por el camino me pare en la centralita, que se alzaba como el puesto de un socorrista en medio de la redaccion, bien elevada para que los operadores pudieran mirar a traves de la inmensa sala y ver quien estaba alli y quien podia recibir llamadas. Me quede a un lado del puesto para que una de las operadoras pudiera verme.

Era Lorene, que estaba de servicio el viernes anterior. Levanto un dedo para pedirme que esperara. Transfirio rapidamente dos llamadas y se bajo un lado del auricular para destaparse la oreja izquierda.

– No tengo nada para ti, Jack -dijo.

– Lo se. Queria preguntarte por el viernes. Me pasaste una llamada de una tal Wanda Sessums a ultima hora. ?Hay algun registro de su numero? Olvide pedirselo.

Lorene volvio a colocarse el casco y atendio otra llamada. Luego, sin destaparse la oreja, me dijo que no tenia el numero. No lo habia anotado en ese momento y el sistema solo conservaba una lista de las ultimas cinco llamadas recibidas. Habian pasado mas de dos dias desde que Wanda Sessums me habia telefoneado y la centralita recibia casi mil llamadas al dia.

Lorene me pregunto si habia llamado al 411 para conseguir el numero; en ocasiones se olvidaba el punto de partida basico. Le di las gracias y me dirigi a la mesa. Ya habia llamado a Informacion desde casa y sabia que no constaba ningun numero a nombre de Wanda Sessums.

La redactora jefe de Local era una mujer llamada Dorothy Fowler. Se trataba de uno de los puestos mas cambiantes del periodico, una posicion que, por los condicionantes tanto politicos como practicos, parecia una puerta giratoria. Fowler habia sido una buena periodista politica y solo llevaba ocho meses al frente del equipo de Local. Le deseaba lo mejor, pero sabia que era casi imposible que tuviera exito, considerando los recortes y los cubiculos vacios en la sala de redaccion.

Fowler tenia una de las oficinas acristaladas, pero preferia estar entre los periodistas. Normalmente ocupaba una mesa a la cabeza de la formacion de escritorios donde se sentaban todos los SL, los subdirectores de Local. Se la conocia como la Balsa porque todas las mesas estaban juntas, como si formar una especie de flotilla les proporcionara fuerza numerica contra los tiburones.

Todos los periodistas de Local estaban asignados a un SL como primer nivel de direccion y control. El mio era Alan Prendergast, quien supervisaba a todos los periodistas policiales y de juzgados. Como tal, tenia turno de tarde y solia llegar alrededor de mediodia, puesto que las noticias que proporcionaban los periodistas que trabajaban en sucesos policiales y judiciales normalmente no se producian a primera hora.

Eso significaba que mi primer control del dia era con Dorothy Fowler o con el subredactor jefe de Local, Michael Warren. Siempre trataba de que fuera con Fowler, porque tenia mas poder y porque Warren y yo nunca nos habiamos llevado bien. Ello obedecia seguramente al hecho de que yo habia conocido a Warren mucho antes de llegar al Times, cuando trabajaba en el Rocky Mountain News de Denver y competi con el por un gran articulo. Warren actuo de manera poco etica y por eso no confiaba en el como redactor.

Dorothy tenia los ojos pegados a la pantalla y tuve que llamarla en voz alta para captar su atencion. No habiamos hablado desde que me habian dado la rosa, asi que levanto inmediatamente la mirada con una mueca de compasion mas propia de que acabara de enterarse de que me habian diagnosticado un cancer de pancreas.

– Vamos al despacho, Jack -dijo.

Fowler se levanto, salio de la Balsa y se dirigio a la oficina que apenas usaba. Se sento detras del escritorio, pero yo me quede de pie porque iba a ser algo rapido.

– Solo queria decirte que vamos a echarte mucho de menos, Jack.

Asenti para darle las gracias.

– Estoy seguro de que Angela se pondra al dia enseguida.

– Es muy buena y tiene hambre, pero le falta practica. Al menos por el momento, y ese es el problema, claro.

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