El fantasma se volvio hacia ella.

– Epona me envio la senal solo a mi. La diosa me esta preparando para lo que va a suceder.

«Es solo responsabilidad de La MacCallan. Y tu fuerza sera necesaria cuando llegue el momento».

– ?Podria detenerlos! -exclamo Elphame, sintiendo frio y nauseas-. Soy La MacCallan, y podria prohibir su union.

«?Y a que precio, muchacha? No puedes enganar al destino, pero puedes causar mucha infelicidad si lo intentas. Conozco tu dolor. Yo tenia una hermana, una muchacha joven a la que queria con todo el corazon. Ojala hubiera podido ahorrarle el dolor a Morrigan».

A Elphame se le acelero el corazon. Su hermana, la madre de Lochlan. ?Lo sabia? ?Que era lo que le estaba intentando decir?

El fantasma volvio a mirar al mar.

«Preparate para la tormenta. Se esta acercando».

Antes de que ella pudiera seguir haciendole preguntas, el fantasma se desvanecio y desaparecio de la torre. Elphame se quedo hundida en la tristeza. Sono un trueno, y el cielo se abrio finalmente y acribillo al castillo a gotas de lluvia. Elphame se dio la vuelta y comenzo a bajar las escaleras con los hombros encorvados. Se sentia fria y vacia, no fuerte, como deberia sentirse La MacCallan. Se sentia como una hermana asustada.

«Tu fuerza sera necesaria cuando llegue el momento».

Las palabras del fantasma resonaron incesantemente por su cabeza. Necesitaba paz…

Y solo habia un lugar donde podia encontrarla aquella noche.

Capitulo 30

La lluvia hacia un ruido reconfortante contra la tienda mientras Brenna observaba a Cuchulainn, que estaba acostando a la lobezna, despues de alimentarla, en una camita que le habia hecho Brenna. Le parecia extrano tener a un hombre en su tienda. No era un sentimiento malo, solo diferente… desconcertante… intimo. Y, sin embargo, el estaba alli por invitacion suya, en su tienda y en su vida. Fand gimoteo, y Cuchulainn le acaricio la cabecita mientras le susurraba algo melodico. Brenna lo reconocio con sorpresa. Era una nana. Ella sonrio; el guerrero tenia una ternura increible. Aquella era una de las cosas que lo separaban de los demas hombres. Tenia emociones fuertes en su interior, emociones que no se correspondian con su apariencia curtida de guerrero. Su capacidad para amar a la lobezna, y para amarla a ella, era la prueba de que Cuchulainn era distinto, y Brenna le envio a Epona una oracion de agradecimiento por haberlo creado.

Cuchulainn se puso en pie lentamente, y con un exagerado sigilo, se acerco para sentarse junto a Brenna, al borde de la cama. Le tomo la mano y se la llevo a los labios.

– Gracias por hacerle esa cama. Era muy sucio tener a una lobezna durmiendo toda la noche sobre mi pecho -dijo en un susurro.

Despues miro a su alrededor por la tienda. La cama era igual que la suya, pero la de Brenna estaba perfectamente hecha. En el centro habia una almohada rellena de hierbas fragantes. Ella tenia dos baules, uno a los pies de la cama, y el otro cerca de su escritorio. El ultimo estaba abierto, y Cuchulainn veia que estaba lleno de frascos y botellas, de tiras de lino y de cuchillos pequenos. El arqueo las cejas.

– ?Es aqui donde se originan tus legendarias pociones?

– Si. Tambien las cataplasmas, los balsamos y muchas otras cosas curativas.

– ?No tienes sangre de dragon ni lengua de sapo?

– Seguramente, si buscas bien. ?Te gustaria que te hiciera una infusion con ellas? -pregunto Brenna, fingiendo inocencia.

– ?No! -exclamo Cuchulainn, y bajo la voz inmediatamente, al ver que Fand se movia-. Pero me gustaria mucho ver los regalos que te hizo Epona, y que te recuerdan a mis ojos.

A Brenna se le corto la respiracion. No podia sorprenderse por el hecho de que el lo recordara. No deberia sorprenderse por nada que el dijera o hiciera. Sin embargo, su amor era tan inesperado que ella no podia evitar sentirse como si estuviera en un sueno, y como si pronto fuera a despertar y a darse cuenta de que el solo habia sido una maravillosa ilusion.

– ?Brenna? No tienes por que hacerlo, si te resulta incomodo.

– No, no. Quiero compartirlos contigo -respondio ella.

Entonces lo guio hacia un rincon de la tienda, que estaba en sombras, y le indico que se arrodillara a su lado. Despues encendio cuatro pequenas velas, una para cada punto cardinal, y el altar se ilumino.

Brenna le senalo el primer objeto.

– Talle esta cabeza de yegua como recuerdo de un sueno que tenia a menudo cuando era nina. En el sueno siempre aparecia una mujer muy bella montada en esta yegua. Tenia el pelo rojizo y rizado -explico Brenna con una sonrisa timida-. Yo no podia reproducir la belleza de la mujer, asi que me concentre en la yegua.

– ?Puedo tocarla? -le pregunto el.

Brenna asintio.

Con reverencia, el tomo la talla de madera y la observo atentamente.

– Has hecho un buen trabajo recreando a la Yegua Elegida. Incluso has conseguido plasmar el arco arrogante de su cuello.

– ?La encarnacion equina de Epona? Pero yo no tenia intencion de tallar a la Yegua Elegida.

Cu sonrio y le acaricio la cara.

– ?Y como no iba a ser asi? Sonaste con ella, como sonaste con mi madre.

– No. Yo…

– ?Recuerdas bien el sueno?

– Si.

– Piensa en los ojos de la mujer.

Brenna se concentro en el sueno que habia tenido con tanta frecuencia durante su dolorosa ninez. No le resulto dificil. Siempre le habia proporcionado placer. La yegua y la mujer eran tan bellas, y estaban tan felices, tan libres de los horrores que Brenna habia tenido que soportar, que ella no tuvo dificultad para pensar en la mujer, y en recordar sus ojos…

Entonces, se quedo sorprendida.

– ?Tiene tus ojos!

No eran exactamente del mismo color, porque los ojos de Etain eran mas verdes que azules, pero su forma era exactamente igual.

– En realidad, como ella misma te dira, yo tengo sus ojos.

Brenna se echo a temblar. Habia sonado con la madre de Cuchulainn una y otra vez.

Cuchulainn deposito la cabeza de la yegua sobre el altar. Primero, paso un dedo por la piedra turquesa, y despues acaricio la pluma azul.

– Tenias razon, Brenna, estos dos objetos son del mismo color que mis ojos.

Despues, fijo su atencion en la perla perfecta, que tenia la forma de una gota, y comenzo a reirse suavemente.

– ?Que pasa? -pregunto Brenna.

– ?Oh, amor mio! Estamos destinados el uno al otro -le dijo el, y le acaricio la cara-. Sonaste con mi madre, y tienes la talla de la Yegua Elegida en tu altar. Coleccionas cosas que tienen el color de mis ojos, y ahora, esta perla -dijo, y se rio de nuevo-. Mi padre me traera un anillo que voy a regalarte. Ha estado durante generaciones en mi familia. Es un aro de plata labrada con hojas de hiedra, y en su centro tiene una perla exactamente igual a esta.

– Me la encontre -dijo Brenna, con una indescriptible alegria en el pecho-. Fue el ano en que me converti en mujer. Estaba sola, y muy triste. Estaba sentada junto a un riachuelo, y vi algo que me llamo la atencion. Mire hacia abajo y alli estaba.

Cuchulainn la abrazo y la estrecho contra si.

– Nunca mas. Te prometo, Brenna, que nunca volveras a estar triste.

Entre sus brazos, compartiendo la fuerza de su cuerpo y de su amor, Brenna sintio que los ultimos vestigios

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