mostrare donde podemos hablar. Yo te ayudare.
La adivina entrelazo su brazo con el mio. Su piel marchita era suave y olia a polvos de talco. De repente, no parecia tan extravagante, sino simplemente vieja y cansada de todo. Podria perfectamente haber sido mi abuela.
Me condujo a un bloque de apartamentos a unas manzanas del cafe, parandose con frecuencia para recobrar el aliento. El llanto de un bebe resonaba en el patio y podia oir a dos mujeres tratando de consolarle. Las paredes de cemento del edificio estaban llenas de grietas, de las que brotaban hierbajos. El agua se filtraba por un oxidado tubo de desague, formando charcos de cieno en las escaleras y en la entrada. Un gato atigrado estaba lamiendo el agua de uno de ellos. El esqueletico animal nos observo antes de saltar por encima de la valla de madera y desaparecer de la vista.
El vestibulo del edificio estaba frio, y en el suelo se amontonaba la basura. Cientos de moscas zumbaban sobre los montones de sobras que brotaban de los cubos demasiado llenos. Vislumbre la figura de un hombre al final del vestibulo, iluminado a contraluz por la debil claridad de una unica ventana. Estaba fregando el suelo y me sorprendi al comprobar que, en el edificio, hubiera alguien dedicado a la limpieza. Siguio con la mirada a la anciana cuando pasamos, y me percate de que en sus brazos tenia unas marcas color carmesi, una de ellas en forma de dragon. Se bajo la manga cuando me vio contemplandola.
Nos detuvimos frente a una puerta de metal con una rejilla en la parte inferior. La anciana saco una llave que llevaba atada al cuello con un trozo de cuerda. Fue necesario sacudir la puerta varias veces para abrir el pestillo, y, cuando finalmente lo consiguio, la puerta protesto con un chirrido al abrirse. La mujer se apresuro a entrar en aquel apartamento subterraneo, pero yo me quede en el desgastado umbral, observando el interior. El techo tenia las canerias al descubierto y el papel de las paredes estaba lleno de manchas. Hojas de periodicos viejos cubrian el suelo. Las sabanas estaban amarillentas y rasgadas, como si alli viviera algun animal, que durmiera, comiera y orinara en el papel del suelo. El olor a polvo y a aire estancado me mareo. Cuando la mujer se dio cuenta de que no la habia seguido al interior, se volvio hacia mi y se encogio de hombros.
– Percibo por tu ropa que estas acostumbrada a algo mejor. Sin embargo, esto es lo mejor que puedo ofrecerte.
Me sonroje y entre en el apartamento, avergonzada de mi propio esnobismo. En mitad de la habitacion habia un sofa raido, cuyo relleno sobresalia por las costuras. La mujer lo limpio con la mano y echo una manta que exhalaba un olor rancio sobre los cojines.
– Por favor, sientate -me dijo.
Hacia aun mas calor en el apartamento que en la calle. Las ventanas manchadas de barro estaban cerradas, pero podia oir los pasos de los transeuntes y los timbres de las bicicletas que pasaban por la calle. La mujer lleno un hervidor y encendio el hornillo. Este contribuyo a calentar el ambiente aun mas, y, cuando vi que la anciana no miraba, me lleve mi panuelo a la nariz para tratar de aliviarme con el aroma fresco y perfumado de la tela. Pasee la mirada por el apartamento, preguntandome si tendria un cuarto de bano. Me costaba entender como ella podia parecer tan limpia residiendo en un mugriento apartamento como aquel.
– Hay tantas y tantas personas sufriendo -susurro la anciana-. Todo el mundo ha perdido a alguien: padres, maridos, hermanas, hermanos, hijos… Yo trato de ayudar, pero hay demasiados.
El agua rompio a hervir, y la mujer la vertio en una descascarillada tetera, colocandola, junto con dos tazas, en la mesa frente a mi.
– ?Me has traido algo de ella? -inquirio, inclinandose hacia delante y acariciandome la rodilla.
Saque el panuelo del bolsillo y lo desdoble, colocando su contenido en la mesa. La anciana fijo la mirada en el collar. Lo cogio y lo balanceo frente a su cara, cautivada con solo mirarlo.
– Es jade -declaro.
– Si. Y oro.
Ahueco la otra mano y dejo caer el collar en ella, sopesandolo en la palma.
– Es precioso -confeso-. Y muy antiguo. No se encuentra joyeria como esta hoy en dia.
– Es precioso -asenti, y, de repente, recorde a mi padre diciendo lo mismo. Me vino un recuerdo a la cabeza. Yo tenia tres anos y mis padres y yo estabamos celebrando las Navidades con unos de sus amigos de la ciudad. Mi padre nos llamo:
– ?Lina! ?Anya! ?Venid rapido! ?Mirad que arbol tan magnifico!
Mi madre y yo entramos corriendo en la habitacion y lo encontramos de pie, junto al gigante abeto, cuyas ramas estaban decoradas con manzanas, nueces y caramelos. Mi madre me tomo en brazos. Con mis deditos, pegajosos de pastel de jengibre, juguetee con el collar, que mi madre lucia en su esbelto cuello.
– Le gusta tu collar, Lina -comento mi padre-. Te queda estupendamente.
Mi madre, que llevaba un vestido blanco de encaje y muerdago adornandole el cabello, me paso a los hombros de mi padre para que pudiera tocar la figura de cristal que representaba a la reina de las nieves situada en lo mas alto del arbol.
– Cuando sea lo suficientemente mayor, se lo dare a ella -le contesto mi madre-. Para que pueda acordarse de ti y de mi.
Me volvi hacia la anciana.
– ?Donde esta mi madre? -le pregunte.
La mujer presiono el collar dentro del puno. Tardo un rato en contestar.
– A tu madre la alejaron de ti durante la guerra. Pero esta a salvo. Sabe como sobrevivir.
Un espasmo me atenazo los hombros y los brazos. Me lleve las manos al rostro. De alguna manera, percibi que lo que me habia dicho era cierto. Mi madre aun seguia viva.
La mujer se hundio un poco mas en el asiento, apretandose el collar contra el pecho. Los globos oculares le giraban bajo los parpados, como si estuviera sonando, y su pecho subia y bajaba.
– Esta buscandote en Harbin, pero no te encuentra.
Me enderece rapidamente.
– ?Harbin?
De repente, las mejillas de la mujer se hundieron, y los ojos se le salieron de las orbitas a causa de un espasmo de tos que hizo vibrar su fragil cuerpo. Se llevo una mano a la boca y pude ver la flema sanguinolenta resbalandole por la muneca. Rapidamente le servi un poco te y se lo di, pero lo rechazo.
– ?Agua! -jadeo-. ?Agua!
Corri hacia el fregadero y abri el grifo. Una explosion de agua de color pardo me cayo sobre el vestido y por el suelo. Cerre un poco el grifo y deje correr el agua, mientras vigilaba nerviosamente a la mujer. Estaba en el suelo, apretandose el pecho y resollando.
– ?No deberia hervir el agua? -le pregunte mientras le acercaba el vaso a los labios temblorosos. Su rostro estaba ensombrecido por una horrible tonalidad grisacea, pero tras un par de sorbos, se le calmaron las convulsiones y la sangre le volvio a colorear las mejillas.
– Toma un poco de te -me indico, entre dos tragos-. Lo siento, es el polvo. Mantengo las ventanas cerradas, pero aun asi, entra desde la calle.
Aun me temblaban las manos cuando servi el te. Estaba tibio y sabia a hierro, pero me tome un par de sorbos por educacion. Me preguntaba si la mujer tendria tuberculosis, que abundaba en aquella zona de la ciudad. Serguei se enfureceria si se enteraba de que habia estado alli. Me tome otro sorbo de aquel nauseabundo te y volvi a colocar la taza en la mesa.
– Por favor, continue -le pedi-. Digame algo mas sobre mi madre.
– Ya he tenido suficiente por un dia -me contesto-. Estoy enferma.
Pero ya no tenia aspecto de estar enferma. Estaba estudiandome. Esperando.
Me rebusque en el vestido, saque los billetes que me habia escondido en las enaguas y los puse sobre la mesa.
– ?Por favor! -suplique.
Dirigio sus ojos hacia mis manos. Pude notar como los dedos empezaban a temblarme. Senti los brazos tan pesados que no podia levantarlos.
– Tu madre -continuo la anciana- ha vuelto a Harbin en tu busca. Pero los rusos han huido de alli, y no sabe donde estas ahora.
Trague saliva. Sentia la garganta tensa y me costaba respirar. Trate de ponerme en pie, para poder abrir la puerta y poder respirar un poco de aire, pero mis piernas no querian moverse.
