semblante adusto y silencioso.
– ?Que haremos entonces el proximo miercoles? -pregunto, mientras silbaba, pidiendo un rickshaw-. ?Quieres jugar al tenis?
– No, ya hago suficientes cosas de ese estilo en la escuela -respondi. Me imaginaba una de sus manos entre mis omoplatos, la otra entrelazando sus dedos con los mios, mientras nuestras mejillas se mantenian unidas. Me mordi el labio y estudie a Dimitri, en busca de alguna senal que demostrara que el sentia lo mismo. Pero su rostro era como una mascara. Vacile un momento antes de decirle entusiasmadamente:
– Quiero que me ensenes a bailar aquello que bailabas con Marie y Francine. -Dimitri dio un paso atras, sorprendido. Note que me sonrojaba, pero no me iba a echar atras ahora-. El tango -anadi.
Se echo a reir, echando la cabeza hacia atras, por lo que pude ver su blanca dentadura.
– Ese es un baile muy atrevido, Anya. Creo que antes deberia pedirle permiso a Serguei.
– He oido que el mismo era un excelente bailarin hace tiempo -conteste, con la voz acartonandoseme por los nervios. A pesar de que Dimitri habia dicho que me consideraba hermosa e inteligente, podia comprobar que seguia pensando que yo era una cria-. Quizas podemos pedirle a Serguei que nos ensene.
– Quizas -volvio a reirse Dimitri de nuevo-. Aunque esta siendo muy correcto contigo. Estoy seguro de que insistira en ensenarnos el vals vienes.
El porteador de un rickshaw con pantalones cortos y una camisa raida se acerco a la verja. Dimitri le dio la direccion del club. Le contemple mientras se encaramaba al asiento.
– Anya -me llamo. Mire hacia arriba y vi que estaba inclinado hacia mi. Esperaba que fuera a besarme, por lo que le ofreci la mejilla. Pero me coloco la mano en el oido y me susurro:
– Anya, quiero que sepas que lo comprendo. Yo tambien perdi a mi madre cuando tenia tu edad.
El latido de mi corazon resonaba tan fuerte dentro del pecho que apenas logre oirle.
Le indico al porteador que iniciara la marcha y el rickshaw se alejo por la calle. Justo antes de que doblara la esquina, Dimitri se volvio y me saludo con la mano.
– ?Hasta el proximo miercoles! -grito.
Me hormigueaba la piel. Me sentia tan febril que pense que se me estaban derritiendo los huesos. Mire a mis espaldas y percibi a la anciana doncella observandome, mientras sujetaba con su huesuda mano la verja. Corri hacia el jardin y al interior de la casa pasando a su lado: una orquesta china resonaba en mi interior al ritmo de mis sentimientos.
4
El invierno en Shanghai no era tan frio como el de Harbin, pero tambien era menos hermoso. No habia ninguna capa de nieve que recubriera los edificios y las calles, ni estalactitas que adornaran los aleros como si fueran de cristal, ni un refugio silencioso del mundanal ruido. En su lugar, el cielo se tenia de un perenne color gris; una procesion interminable de seres desalinados con cara de necesidad recorria las sucias calles, y el aire estaba tan humedo y cargado de aguanieve que una sola inhalacion me producia escalofrios y melancolia.
El jardin en invierno tenia un aspecto espantoso. Los parterres se convertian en enlodadas parcelas baldias en las que apenas lograban asomar las hierbas mas resistentes. Rodee el arbol de gardenias con una malla y le coloque una cubierta. El resto de los arboles, corroidos por la escarcha, exhibian su desnudez sin hojas ni nieve, y proyectaban amenazadoras sombras sobre mis ventanas por la noche, como esqueletos levantandose de sus tumbas. El viento aullaba entre sus ramas, hacia temblar los cristales y crujir las vigas del techo. Muchas noches, me quedaba tumbada y despierta durante horas, llorando por mi madre e imaginandome que ella estaria a la intemperie, en algun lugar bajo la tempestad, hambrienta y temblando.
No obstante, mientras las flores y las plantas todavia hibernaban, mi cuerpo crecia rapidamente. En primer lugar, las piernas se me alargaron, practicamente alcanzando el extremo final de la cama, por lo que supe que iba a ser alta, como mis padres. La cintura se me afino, mientras que las caderas se me ensancharon y mis infantiles pecas se atenuaron bajo una piel de color marfil. Despues, para mi regocijo, comenzaron a crecerme unos timidos senos. Observaba con interes como se expandian, presionando contra mi jersey como brotes primaverales. Mi cabello mantuvo su color rubio rojizo, pero las pestanas y las cejas se me oscurecieron y mi voz se volvio mas adulta. Parecia que lo unico que permanecia igual, aparte de mi pelo, eran mis ojos azules. Los cambios acontecieron tan rapidamente que no pude evitar pensar que mi crecimiento habia estado conteniendose, como un rio bloqueado por un tronco, y que algo habia ocurrido en Shanghai que habia retirado el obstaculo, desencadenando una riada de sorprendentes novedades.
Me pasaba horas posando desde el borde de la banera, contemplando en el espejo a la extrana en la que me estaba convirtiendo. Los cambios en mi ser me alborozaban y deprimian a partes iguales. Cada progreso hacia la madurez era un paso que me acercaba a Dimitri y otro que me alejaba de la nina que habia sido para mi madre. Ya no era la hija pequena a la que habia cantado canciones sobre champinones, o a quien le habia producido un moraton en la manita al apretarsela con fuerza; por no querer separarse de ella. Me preguntaba si mi madre lograria reconocerme.
Dimitri fue fiel a su promesa y me visitaba cada miercoles. Corrimos los sofas y las sillas a los extremos del salon de baile y le rogamos a Serguei que nos ensenara a bailar. Tal y como Dimitri habia predicho, Serguei insistio en ensenarnos el vals vienes. Bajo la severa mirada de los retratos que colgaban en las paredes, Dimitri y yo girabamos y nos deslizabamos, perfeccionando nuestros movimientos. Serguei era un profesor exigente y nos detenia con frecuencia para corregir nuestro juego de pies o la posicion de los brazos y las cabezas. Pero yo me sentia feliz por encima de mis propias expectativas. ?Que importaba el estilo de baile o el tipo de musica, mientras pudiera bailar con Dimitri? Cuando estaba con el, aquellas pocas horas a la semana, lograba olvidar la tristeza. Al principio, me preocupaba que Dimitri unicamente me visitara porque sintiera lastima por mi, o porque Serguei le hubiera instado en secreto a hacerlo. Sin embargo, le observaba como un gato a un raton, en busca de la mas minima senal de interes: finalmente acabe por encontrar varias. Nunca llegaba tarde a nuestras clases y parecia decepcionado cuando se terminaban, demorandose en el vestibulo mas tiempo del necesario para recoger el abrigo y el paraguas. A menudo, cuando creia que yo no le miraba, le sorprendia observandome. Yo me giraba rapidamente y el apartaba la mirada, simulando que se interesaba por otra cosa.
Para la epoca en la que rebrotaban los primeros narcisos y los pajaros volvian al jardin, tuve mi primera menstruacion. Le rogue a Luba que le pidiera a Serguei que me dejara ir al Moscu-Shanghai. Ya era una mujer. La respuesta me llego en una tarjeta plateada, que llevaba pegada una ramita de jazmin:
Aguarda a tu decimoquinto cumpleanos. Necesitas mas experiencia como mujer.
No obstante, Serguei le dijo a Dimitri que nos ensenaria a bailar boleros. Yo anhelaba bailar el tango y, como nunca habia oido hablar del bolero, me senti decepcionada.
– No, este baile es mucho mas simbolico -me aseguro Dimitri-. Serguei y Marina bailaron un bolero el dia que se casaron. No nos lo ensenaria si pensara que no nos lo tomamos en serio.
La semana siguiente, Serguei atenuo las luces del salon de baile. Coloco la aguja del tocadiscos y nos situo a Dimitri y a mi de modo que estuvieramos el uno frente al otro; yo me puse ligeramente hacia la derecha y tan cerca de el que notaba los botones de su camisa apretados contra mi pecho. Podia sentir el pulso de Dimitri y el latido de su corazon contra mis costillas. La luz ambarina le daba un aspecto demoniaco al rostro de Serguei, y nuestras sombras se deformaban en siluetas grotescas moviendose por las paredes. La musica fluia con un implacable ritmo de marcha, marcado por la percusion de los tambores. Despues, la flauta, hipnotica como la de un encantador de serpientes, comenzaba una melodia. Las audaces trompetas y las apasionadas trompas se unian al frenesi. Serguei comenzo a bailar, ensenandonos los pasos sin pronunciar ninguna palabra. Dimitri y yo le seguiamos, manteniendo el ritmo del sonido metalico de los platillos, bajando y subiendo, dando un paso al frente y despues meciendonos lentamente hacia atras, balanceando nuestras caderas en la direccion opuesta a la de los pies. La musica me embargo y me arrastro como un remolino hacia un misterioso mundo subterraneo. Por un momento, me imagine que Dimitri y yo eramos el rey y la reina de Espana presidiendo nuestra corte; al momento