siguiente montabamos a caballo por las extensas planicies castellanas en compania de Don Quijote; sin embargo, inmediatamente despues, pasabamos a ser un emperador romano y su emperatriz, desfilando en una cuadriga ante nuestros subditos. Aquel baile era una fantasia, la experiencia mas erotica de mi vida. Serguei se movia dando zancadas a nuestro alrededor, con los brazos flotando sobre su cabeza, pero con un movimiento de pies claramente varonil. Dimitri y yo casi nos tocabamos, deteniendonos imperceptiblemente y al momento siguiente, nos separabamos. La melodia de la musica se repetia una y otra vez, abocandonos a los brazos del otro para despues separarnos, impulsandonos hacia delante, seduciendonos, atrayendonos hacia el climax.

Cuando Serguei indico una pausa, a Dimitri y a mi nos faltaba la respiracion. Nos aferramos el uno al otro, temblando. Serguei era un mago que nos habia transportado de ida y vuelta a los infiernos. Yo estaba ardiendo por la fiebre, pero no podia hacer que mis piernas se movieran al otro lado de la habitacion para sentarme.

La aguja chasqueo en el tocadiscos y Serguei encendio las luces. Me sobresalte al ver a Amelia, con un cigarrillo colgando de la punta de los dedos y su elegante cabello negro, como una estola de vison, resaltandole el rostro. Al verla, me estremeci. Hizo un anillo de humo, contemplandome como si fuera un general del ejercito calibrando el tamano y la naturaleza del enemigo. Desee que dejara de mirarme. Estaba arruinando el entusiasmo que habia sentido al acabar el bolero. Debio de leerme el pensamiento, porque dejo escapar una risita, se dio media vuelta y se marcho.

Apenas habia creido la promesa de que Serguei me llevaria al Moscu-Shanghai tras mi decimoquinto cumpleanos, pero un dia en agosto del ano siguiente, emergio de su estudio y anuncio que, por fin, podria ir al club aquella noche. Amelia saco el vestido color verde esmeralda que la senora Woo me habia confeccionado, pero casi no podia metermelo por la cabeza, de lo mucho que habia crecido. Serguei llamo a una costurera para que hiciera un reajuste de urgencia. Cuando se fue, Mei Lin vino a peinarme. Amelia entro detras de ella, balanceando un hermoso estuche entre sus manos. Me coloreo de maquillaje las mejillas y los labios, y me aplico perfume de almizcle en las munecas y detras de las orejas. Cuando acabo, se inclino hacia atras y sonrio, satisfecha por el resultado.

– Ya no me molestas tanto, ahora que eres adulta -me dijo-. Es a los ninos llorones a quienes no soporto.

Sabia que estaba mintiendo. Todavia no podia soportarme.

Me sente entre ella y Serguei en el coche. Pasamos por el camino del pozo de la risa como en una pelicula muda. Habia mujeres jovenes de todas las nacionalidades junto a las puertas de los clubes nocturnos, brillando con vestidos de lentejuelas y boas de plumas. Saludaban a los transeuntes, atrayendo a los clientes con sus sonrisas. Grupos de juerguistas avanzaban dando tumbos por las concurridas aceras, chocandose en sus ebrios tambaleos con otros peatones y vendedores ambulantes, mientras que los tahures se apinaban en las esquinas, como insectos alrededor de las luces de neon.

– ?Ya hemos llegado! -anuncio Serguei. La puerta se abrio y un hombre vestido de cosaco me ayudo a salir del coche. Su gorro era de piel de oso y no pude resistirme a tocarlo, al tiempo que miraba boquiabierta la magnificencia que se desplegaba ante mi. Una alfombra roja recorria la amplia escalinata de piedra, bordeada a ambos lados por una cuerda trenzada de color dorado. Una cola de hombres y mujeres esperaba para entrar en el club, ostentando vestidos de noche, pieles, rasos y joyas que brillaban a la luz de las farolas de color sepia, a la vez que el aire se electrificaba con la algarabia de sus conversaciones. Al final de las escaleras, se elevaba un portico con gigantescas columnas neoclasicas y dos leones de marmol que guardaban la entrada. Dimitri esperaba alli. Nos sonreimos mutuamente, y el se apresuro a bajar la escalinata para recibirnos.

– Anya -me dijo, aproximando su cabeza a la mia-. A partir de ahora, siempre seras mi pareja de baile.

Dimitri inspiraba respeto, como encargado del club. Mientras nos conducia a lo largo de la alfombra roja, los clientes se apartaban por deferencia y los cosacos se inclinaban a nuestro paso. En el interior, el vestibulo era impresionante. Las blancas paredes de marmol artificial y los espejos dorados reflejaban la luz de una enorme lampara de arana que colgaba del techo bizantino. Los huecos de las ventanas postizas habian sido pintados con un cielo azul de nubes blancas, que simulaba un crepusculo permanente. El vestibulo me recordo a una fotografia que mi padre me habia ensenado del palacio del zar, y entonces me acorde de que el me habia hablado de pajaros enjaulados que cantaban cada vez que alguien entraba. Sin embargo, no habia pajaros enjaulados en el Moscu-Shanghai, sino un grupo de mujeres jovenes engalanadas con vestidos rusos festoneados, que se encargaban de colocar en el guardarropa los abrigos y estolas de los clientes.

En el interior del club, el ambiente era completamente distinto. Las paredes estaban forradas de paneles de madera, y las alfombras turcas rojas rodeaban la pista de baile, que rebosaba de bailarines dando vueltas al son de la musica interpretada por la banda. Entre las distinguidas parejas, los oficiales estadounidenses, britanicos y franceses bailaban valses con las atractivas bailarinas del local. Otros clientes observaban desde las sillas de caoba y los sofas de terciopelo, mientras bebian sorbos de champan o whisky y les hacian gestos a los camareros para que les trajeran pan y caviar.

Respire el aire lleno de humo. Exactamente igual que la tarde en la que Serguei nos enseno a bailar el bolero, me estaba zambullendo en un nuevo mundo. Excepto porque el Moscu-Shanghai era real.

Dimitri nos condujo escaleras arriba hacia el restaurante en la planta superior, con vistas a la pista de baile. Docenas de lamparas de gas decoraban las mesas, que estaban todas ocupadas. Un camarero cruzo apresuradamente ante nosotros con una brocheta flameante de shashlik ensartada en una espada, que impregno el aire del aroma de la tierna carne de cordero, las cebollas y el conac. Independientemente de donde dirigiera la vista, abundaban los diamantes y las pieles, las lujosas lanas y las sedas. Banqueros y directores de hoteles discutian de negocios con gansteres y empresarios extranjeros, mientras actores y actrices les lanzaban miradas insinuantes a diplomaticos y a oficiales de la marina.

Alexei y Luba ya estaban sentados en el otro extremo del restaurante, con una garrafa semivacia de vino que reposaba junto al codo de Alexei. Conversaban con dos capitanes de la marina britanica y sus esposas. Los hombres se levantaron cuando llegamos, mientras sus esposas, con un rictus adusto, nos observaron a Amelia y a mi sin apenas disimular su repugnancia. Una de las mujeres contemplo tan fijamente los pliegues de mi vestido que senti un escalofrio de verguenza.

Los camareros vestidos de esmoquin nos trajeron la comida en bandejas de plata, disponiendo un banquete de ostras, piroshki rellenos de calabaza dulce, blini con caviar, sopa de crema de esparragos y pan de centeno. Jamas podriamos terminarnos tal cantidad de comida, pero siguieron trayendo platos: pescado en salsa de vodka, pollo a la Kiev, compotas y, de postre, una tarta de chocolate y cerezas.

Uno de los capitanes, Wilson, me pregunto si me gustaba Shanghai. En realidad, no habia visto demasiado, excepto la casa de Serguei, la escuela, las tiendas de las pocas calles por las que me permitian pasear a solas, y un parque de la Concesion Francesa. Sin embargo, le dije que me encantaba. Asintio, mostrando su aprobacion, y se inclino hacia mi para susurrarme:

– La mayoria de los rusos en esta ciudad no viven como usted, senorita. Mire a esas pobres chicas ahi abajo. Probablemente, son las hijas de principes y nobles. Y ahora tienen que bailar y entretener a borrachos para ganarse la vida.

El otro capitan, que se llamaba Bingham, comento que habia oido que a mi madre la habian llevado a un campo de trabajo.

– Ese loco de Stalin no estara ahi para siempre -declaro, llenandome el plato de verdura y volcando el pimentero mientras me servia-. Ya veras como habra otra revolucion antes de que se acabe el ano.

– ?Quienes son estos idiotas? -le pregunto en un murmullo Serguei a Dimitri.

– Inversores -le contesto Dimitri-. Asi que sigue sonriendo.

– No -replico Serguei-, tendras que entrenar a Anya para que lo haga ella, ahora que es lo suficientemente mayor. Ella es mucho mas encantadora que cualquiera de nosotros.

Cuando se sirvio el oporto despues de la cena, me escabulli al tocador y reconoci las voces de las mujeres de los capitanes, que estaban hablando a traves de las paredes de los cubiculos del bano. Una de las mujeres le estaba diciendo a la otra:

– Esa mujer estadounidense deberia avergonzarse de si misma, en lugar de pasearse por ahi como la reina de Saba. Ha arruinado la felicidad de un buen hombre y ahora la ha tomado con ese ruso.

– Ya lo se -contesto la otra mujer-. ?Y quien es la chica que viene con ella?

– Ni idea -le dijo la primera-, pero me apuesto lo que quieras a que, dentro de poco, a ella tambien le jugara

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