– Pero los comunistas… la mataran… -comence. Las manos me temblaron, se me contrajo la garganta-. ?Como pudo salir de Rusia? Los sovieticos vigilan la frontera.

Las facciones de la mujer se me volvieron borrosas.

– Es imposible -acerte a decir.

– No es imposible -contesto la anciana, poniendose en pie. Y anadio amenazante-. Tu madre es como tu. Impulsiva y decidida.

Se me revolvio el estomago. Me ardia febrilmente el rostro. Me volvi a desplomar en la silla, con el techo dandome vueltas.

– ?Como sabes todas esas cosas sobre mi madre? -le pregunte.

La mujer lanzo una carcajada que me estremecio.

– Yo veo, escucho conversaciones, adivino -me contesto-. Ademas, todas las pelirrojas tienen mucha fuerza de voluntad.

Un pinchazo en el costado me produjo un dolor agudo como una patada. Mire la taza de te y lo entendi todo.

– Mi madre no es pelirroja -fue lo ultimo que llegue a decir.

La mujer sostuvo el collar sobre mi cabeza. No hice ningun intento de cogerlo. Sabia que estaba perdido. Oi como se abria la puerta, y una voz de hombre llamando. Despues no vi nada mas. Solo negrura.

Las voces de unos hombres me devolvieron la consciencia. Estaban discutiendo. Sus gritos me hicieron pitar los oidos. La luz me quemo los ojos y note dolor en el pecho. Tenia algo apoyado sobre el estomago. Trate de fijar la vista y vi que era mi propia mano. La piel del dorso estaba aranada y magullada, y las unas estaban rotas y llenas de suciedad. Tenia los dedos entumecidos y cuando trate de moverlos, no pude. Algo duro me atenazaba la pierna. Intente sentarme, pero la cabeza me dio vueltas y tuve que volver a tumbarme.

– No se quien es -dijo uno de los hombres en un ingles incorrecto-. Entro en mi cafeteria sin mas. Se que es de buena familia, porque normalmente va muy bien vestida.

– ?Asi que ya la habia visto antes? -le pregunto el otro hombre. Tenia un ligero acento indio.

– Ha entrado en mi cafeteria dos veces. Nunca dijo como se llamaba. Siempre preguntaba sobre Rusia.

– Es muy bonita. Quizas le parecia atractiva.

– ?No!

Tras otro intento, logre sentarme y balancear los pies hacia el suelo. La sangre se me subio a la cabeza y me entraron nauseas. Cuando se me paso la ceguera, logre enfocar los barrotes y me di cuenta de que estaba en la celda de una carcel. La puerta estaba abierta, y yo estaba sentada en un banco fijado a la pared. Habia un lavabo y un cubo en una esquina. Las paredes de cemento estaban cubiertas de pintadas en todos los idiomas imaginables. Me mire los pies. Igual que las manos, estaban cubiertos de mugre y llenos de aranazos. Me recorrio un escalofrio y me di cuenta de que solo llevaba puestas las enaguas. A traves de la tela, note que tampoco llevaba puesta la ropa interior. Recorde al hombre del vestibulo. Sus ojos ausentes, las cicatrices de sus manos. Debio de ser el complice de la anciana. Me eche a llorar, abriendo las rodillas y palpandome entre las piernas en busca de senales de algun dano. Pero no habia nada. Entonces me acorde del collar y llore aun mas fuerte.

El policia se apresuro a entrar en la celda. Era joven, con una piel suave y dorada como la miel. Llevaba un complicado uniforme con galones en los hombros y el pelo recogido en un turbante. Se aliso la chaqueta antes de arrodillarse para hablar conmigo.

– ?Tienes a alguien a quien puedas llamar? -me pregunto-. Me temo que te han robado.

Serguei y Dimitri llegaron a la comisaria poco despues. Ser-guei estaba tan palido que podia verle las venas bajo la piel. Dimitri tuvo que sujetarlo por el brazo.

Serguei me entrego un vestido y un par de zapatos que me habia traido de casa.

– Espero que esta ropa este bien, Anya -me dijo, con su voz tensa por la preocupacion-. Fue Mei Lin la que fue a buscarla por mi.

Me asee en el lavabo con una aspera pastilla de jabon.

– El collar de mi madre… -logre exhalar, mientras se me cerraban las vias respiratorias por la afliccion. Queria morirme. Tirarme al fregadero e irme por el desague. Hacerme invisible para siempre.

Eran las dos de la manana cuando lleve al policia, a Dimitri y a Serguei de vuelta al decrepito bloque de apartamentos. Parecia aun mas siniestro a la luz de la luna, con sus muros agrietados resaltando en el cielo nocturno. En el patio, aguardaban las prostitutas y los traficantes de opio, que desaparecieron como cucarachas en las sombras y las grietas en cuanto vieron aparecer a un policia.

– ?Oh! ?Dios mio! Perdoname, Anya -exclamo Serguei, mientras me ponia un brazo sobre los hombros-, por no dejarte hablar sobre tu madre.

Me senti desorientada en el tenebroso vestibulo, dudando frente a cada apartamento: no estaba segura de cual era el correcto. Cerre los ojos y trate de recordar como era el vestibulo a la luz del atardecer. Me gire hacia una puerta que quedaba detras de mi, era la unica que tenia una rejilla. El policia y Serguei se miraron.

– ?Es esta? -pregunto el policia.

Podia oir que alguien se movia en el interior. Mire a Dimitri, pero el aparto la mirada, apretando firmemente las mandibulas. Unos meses antes, me habria emocionado al volver a verle, pero ahora me preguntaba por que habria venido.

El policia llamo a la puerta. Los susurros se detuvieron y nadie contesto. Volvio a hacerlo, y luego la aporreo con el puno. No estaba cerrada, asi que se abrio, girando sobre sus goznes. La vivienda estaba a oscuras y no se oia ni un ruido. Unos palidos rayos de luz provenientes de las farolas de la calle se filtraban por las minusculas ventanas.

– ?Quien anda ahi? -apremio el policia-. ?Salgan!

Una sombra se deslizo por la habitacion. El policia encendio la luz de un chasquido. Todos nos sobresaltamos cuando la vimos. Mostraba un rostro espantado, como el de un animal salvaje. Reconoci sus ojos dementes, y la tiara a la que le faltaban varias cuentas colgandole ladeada de la cabeza. La mujer grito como si estuviera sufriendo un dolor incontenible y se acurruco en una esquina, tapandose los oidos con las manos.

– Dusha-dushi -susurro-. Dusha-dushi.

El policia se le abalanzo encima y la hizo caer al suelo. Luego, se restrego las manos en los pantalones con repugnancia.

– La conozco de la cafeteria -dije yo-. Es inofensiva.

– ?Shh! ?Shh! -chisto la mujer, llevandose los dedos a los labios y gateando hacia mi-. Han estado aqui -dijo-. Han venido de nuevo.

– ?Quien? -le pregunte.

La mujer me sonrio. Tenia los dientes amarillentos y picados.

– Vienen cuando no estoy en casa -respondio-. Vienen y dejan cosas aqui para mi.

Serguei se adelanto y ayudo a la mujer a sentarse en una silla.

– Senora, por favor, diganos quien ha estado en su apartamento -le pregunto-. Se ha cometido un delito.

– El zar y la zarina -respondio ella, recogiendo una de las tazas de la mesa y ensenandosela-. Mire.

– Me temo que lo mas probable es que no encontremos el collar -declaro el policia, abriendonos las puertas del coche-. Seguramente, esos ladrones lo habran destrozado y habran vendido las piedras y la cadena por separado. Te han espiado y tambien a esa mujer de la cafeteria. No volveran a esta parte de la ciudad durante algun tiempo.

Serguei le metio un fajo de billetes en el bolsillo.

– Intentelo -le dijo- y habra una recompensa aun mayor esperandole.

El policia asintio y se acaricio el bolsillo.

– Vere lo que puedo hacer.

A la manana siguiente, abri los ojos y note la luz del sol danzando sobre mi a traves de las cortinas correderas. Habia un cuenco de gardenias en la mesilla de noche. Recorde que yo misma las habia puesto alli hacia unos dias. Contemple las flores y experimente un destello de optimismo: pense que habia estado sonando y que ninguno de los sucesos del dia anterior habia ocurrido en realidad. Por un momento, crei que si me deslizaba fuera de la cama y abria el primer cajon del tocador, encontraria alli el collar, a salvo en su estuche, donde habia

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