monstruos y de diablos. Nos deteniamos, con el cuerpo temblando y el corazon latiendo, para escuchar mejor los ruidos que habiamos creido oir. Resbalabamos, tropezabamos, nos atacaban las zarzas; nuestras bolsas, que antes se mantenian fijas en la espalda y el pecho, ahora se nos clavaban en la carne, se enredaban en los arbustos y nos lanzaban bruscamente hacia atras. Tres veces seguidas sentimos renacer la loca esperanza al descubrir un lindero cercano, y tres veces seguidas nos dimos de bruces con el camino terrible, liso y pulcro que llevaba a la prision. Y en cada ocasion, la misma verdad: eramos unos mAtOnEs y, a partir de entonces, ese era nuestro sitio.
Cuando por fin encontramos el camino, de puro milagro, y vi la enorme piedra pintada de blanco que marcaba la entrada del pueblo, solo eramos dos animales asustados y temblorosos. Yo me daba cuenta de que no habiamos avanzado, de que se hacia de noche y habiamos necesitado toda una tarde para recorrer un camino que yo antes me hacia en media hora, ?y cargado con un fardo de ropa!
Por primera vez, pense en regresar a casa. Lo que me esperaba se me antojaba menos horrible que lo que habia vivido, y crei que lo mismo le sucederia a David con la carcel. Este pensamiento terrible y vergonzoso en la cabeza, esos instantes en los que quise volver a encerrarlo…, eso es a lo que debo enfrentarme, que nadie se llame a engano. No quise sacar a David de la prision porque alli era desdichado, no, quise sacarle porque el desdichado era yo. Unas cuantas horas en el bosque habian bastado para reducir mi generosidad a un valor de pacotilla.
Justo despues de la piedra blanca, a la vuelta del camino, veriamos aparecer la casa blanca de las dalias rojas de la senora Ghislaine. Rodee con el brazo los hombros de David -ese temblor de animal herido que lo sacudia, esos huesos que destacaban como los mios… ?como pude pensar, aunque solo fuera por un momento, en volverlo a encerrar?- para ayudarle a agacharse y que pudiera pasar bajo el seto de bambu de la costurera, pero ya no habia ni casa ni dalias, no habia bambu donde, a veces, esa mujer que amaba a Jesus, el hijo de Dios, me ensenaba nidos de gorriones en los que reposaban unos huevos con manchitas marrones, y lo hacia con la paciencia y la admiracion de una persona que mostrase la propia obra de Jesus, el hijo de Dios. La hilera habia sido aplastada por un pie gigantesco, de la casa de la senora Ghislaine quedaban tres muros de madera. El tejado, desaparecido, al igual que el tejadillo con frisos y las columnas de la veranda en la que a veces me esperaba. En el patio, una cama de hierro patas arriba, prendas colgadas de aqui y de alla, una o dos cacerolas, lena astillada por todas partes, y mientras yo daba la vuelta a la casa desmembrada, vi la maquina de coser negra, rota y tirada en el suelo.
Todo el pueblo estaba igual, desplomado, y pense en nuestra casita minuscula, encajada al fondo del bosque, que si habia resistido. Los setos que resguardaban de las miradas indiscretas las casas de los aldeanos, esos arboles que a veces estaban tan cargados de fruta que parecia que se inclinaban de manera exagerada para que se les quitara algo de peso, las flores, los huertos, la sombra para reposar, la luz para secar la colada…, todo habia desaparecido. Como en el patio del colegio, la devastacion venia acompanada de un silencio espeso y aterrador. No habia nadie para lamentar la perdida de su casa, de sus cosas, solo habia ese cielo abierto de par en par, y yo recorde lo que nos habia contado mi padre cuando regreso de la prision, todas esas personas desaparecidas cuyos nombres iban siendo desgranados en la radio. -
Encontramos un rincon resguardado del viento. Habiamos compartido pan y fruta, y David habia ingerido concienzudamente su mejunje verde. Yo pensaba en mi madre y me veia obligado a apretar los dientes y a agarrarme las rodillas contra el pecho para no salir corriendo en su busca. La noche nos envolvia y yo iba perdiendo la seguridad y la confianza, pues la dificultad de la tarea se me hacia evidente. La duda, el miedo y la ausencia de mi madre me pesaban, y solo mi promesa y la presencia de David -ese algo indescriptible, una mezcla de ternura, simplicidad y deber, si, algo me decia que estaba en deuda con el, ?acaso no le habia impedido salvar a su amigo, no me lo habia llevado conmigo, con lo que, ahora y alli, que dirian mis hermanos si supieran de mi cobardia? me impedian dar media vuelta.
?Por que hable de Mapou esa noche? ?Para recuperar la confianza, para compensar las ganas de estar entre los mios? ?Para hacerle olvidar a David ese mal momento en el bosque, para prometerle sol y cielo azul? Llene esa noche oscura de palabras, con la unica historia que realmente me sabia, la de Mapou.
Recuerdo que las piernas de David estaban cubiertas de aranazos de sangre seca y que el las habia dejado caer al suelo, estiradas, pues no tenia fuerzas ni para llevarselas al pecho. Arrastramos con dificultad hasta el rincon lo que quedaba de la cama de cobre para resguardarnos. Me acuerdo de la maquina de coser, de la manera en que habia quedado patas arriba, rota, aplastada. Recuerdo el patio de antano, siempre tan bien cuidado, aquellas dalias rutilantes de las que solo quedaba un monton de barro. Y ese silencio, tan distinto del que reinaba en el bosque. En el bosque, se trataba de un silencio casi animal en el que la naturaleza estaba a la espera, preparada para saltar, un silencio espeso, turbado por crujidos, roces, presencias. El de aqui era un silencio abandonado, no habia nada mas que el viento soplando en un entorno inanimado.
Al principio hable de las cosas buenas de Mapou -canas de azucar para morder y chupar, el rio, bodas celebradas de noche en las que todo el mundo encendia lamparas de tierra y el campamento adquiria un aire festivo, juegos con mis hermanos-, pero enseguida se me hizo ese nudo en la garganta que cada vez me apretaba mas y que me llevaba a no decir nada alegre ni hermoso, pues solo pensaba en la tormenta, en la lluvia, en los truenos y en el rio que se convertia en un torrente. ?Le hable, tal vez, del miedo en la tripa, de la camisa blanca de mi hermano mayor y de su voz que grita vamos, vamos, y de ese miedo que estalla de golpe cuando la camisa desaparece, la voz se calla, la lluvia redobla y el trueno aun resuena, le conte como mi hermano pequeno y yo berreamos su nombre, el nombre de nuestro hermano mayor -ese hermano perfecto que adoraba su baston con el extremo en forma de U, ese hermano que me urgia a hacer el avion, aunque en nuestras vidas habiamos visto muy pocos aviones pasar por encima de la cabeza, momento en el que todo el mundo salia de las chozas y nosotros, los ninos, saltabamos gritando A-VION, A-VION, como si pensaramos en rozar el aparato volador a base de saltos, tal cual, por eso nos gustaba tanto jugar al avion-, le explique como, de pronto, ya no tenia hermanos y solo quedaba yo, nada de hermano mayor, nada de hermano pequeno, nada de nosotros tres, nada de hermanos, solo yo, el eslabon mas debil, que grita Anil, Vinod, Anil, Vinod, y acaso le hable del cuerpo de Vinod, del baston que lance al agua, acaso pude narrar todo esto, de principio a fin, sin dejarme nada, sin olvidar nada?
Y los ojos humedos de David y sus preguntas, David no lo entendia, lo mezclaba todo, decia un solo cuerpo, dos hermanos, por que tan solo el baston y el no, tu hermano no, por que no lo encontraron,