– ?Es amigo tuyo?

Sin esperar una respuesta, miro a David con gran benevolencia, como si este hubiera realizado un truco de magia o algo por el estilo. Mi madre era de esas mujeres que creen en las senales. Una cotorra roja despues de un ciclon, un ave debil que recupera las fuerzas y se posa con naturalidad en la cabeza de un muchacho antes de dibujar circulos sobre tres personas, mi madre no podia ignorar todo eso y yo estoy convencido de que lo convirtio en una prediccion, en una promesa divina, en un saludo del cielo. Sin una pregunta, sin la menor sombra de sospecha en la mirada, acogio en su casa a un muchachito sucio y cansado. En esos tiempos, me tranquilizo su benevola reaccion, pues me sentia como un crio que se libra de un castigo, pero soy plenamente consciente de lo inverosimil de la situacion. Nosotros no nos tratabamos con los blancos de nuestro pais, casi nunca nos cruzabamos con ellos, y yo en el colegio no tenia ningun amigo de esa raza. Es evidente que, en ese momento, mi madre pensaba en otra cosa.

Sin embargo, desde que entramos en la casa, todavia humeda y con olor rancio, empece a tener miedo. Caia la tarde y el cielo tenido de rosa anunciaba una noche clara y estrellada, pero tambien la llegada de mi padre. Comimos un guiso de arroz sentados en los taburetes de Mapou, pues asi los llamabamos desde que estabamos alli, en Beau-Bassin. Mis padres los habian conseguido de un viejo carpintero de la aldea aledana a la plantacion a cambio de unos fatigosos trabajos de acarreo de agua y de lena que Anil llevaba a cabo para el; y en aquellos tiempos, mientras el resto de los habitantes del campamento seguian comiendo sentados en el suelo, nosotros nos sentiamos privilegiados y afortunados por plantar nuestros traseros en esos taburetes toscamente labrados y que a veces nos dejaban astillas clavadas en los muslos. Creo que mi madre experimentaba la misma angustia que yo, pues si bien no podia o no queria saber de donde venia David, sabia a cambio que a mi padre no le gustaria tener a un extrano entre nosotros. Sin embargo, cada vez que mi mirada se cruzaba con la suya, me sonreia y mostraba un rostro sereno.

Ya he dicho que la casa de Beau-Bassin no tenia punto de comparacion con nuestra choza de Mapou, pero tambien era asaz misera. Disponiamos de una cocina y de una habitacion, eso era todo. Mi madre y yo dormiamos en la habitacion, sobre nuestras esteras, yo contra la pared y ella a mi lado, con la cara vuelta hacia la cocina. En esa habitacion habia un armario de madera que acogia nuestra ropa, nuestras sandalias de recambio, las sabanas y, al fondo, en una especie de rincon que solo tienen los muebles mal hechos, yo guardaba cada noche, antes de que mi padre los viera y quisiera destruirlos: mi pizarra, mis tizas de colores (blancas, rosas y azules), mi borrador, el cuaderno rayado en el que podia escribir y hacer sumas y restas, el lapiz para el papel, la goma y el cubilete de aluminio. El cuaderno y la goma me los habia regalado la senorita Elsa a finales del curso pasado para felicitarme por mis progresos escolares.

Cuando yo haya muerto y mi hijo vacie mi casa, encontrara en mi armario una maletita llena de gomas que he ido acumulando a lo largo de toda mi vida. No podia evitarlo, en cada viaje, por la isla o por el extranjero, compraba gomas de diferentes tamanos y colores. Mi hijo no entendera nada y le parecera una chochez de vejestorio. Tal vez deberia explicarle que esa era mi manera de afrontar la usura del tiempo, de retrasar la muerte y de conservar la ilusion de que podemos borrarlo todo para volver a empezar con mejor pie.

En la cocina habia clavos en la pared para colgar las cacerolas de cobre, mi bolsa de la escuela y la de mi padre. Habia otros utensilios apilados en una mesa baja de madera, y debajo de la unica ventana de la habitacion estaba el hogar en el que cocinaba mi madre.

La casa tenia dos puertas. Una daba al norte, hacia la prision, y nos servia de entrada; la otra se abria a nuestro pequeno y pulcro patio, que el ciclon acababa de destruir. Un huerto, un lavadero, un cobertizo de chapa para la lena, los utiles de labranza, cuerdas para tender la ropa colgadas entre la casa y el cobertizo, el pozo justo al lado. A partir de ahi, el bosque, desde siempre y hasta siempre. Mi padre dormia en la cocina, y ese dia, cuando David paso la noche en casa, mi infancia se fue alejando un poco mas. Mi madre extendio la estera en la cocina, la instalo junto a la de mi padre y cuando nos acosto, a David y a mi, corrio la cortina que separaba ambas habitaciones. Desde que habiamos llegado alli, mi madre siempre dormia a mi lado, y esa cortina nos separaba de mi padre.

No necesito decir mucho mas acerca de esa noche. Oi como mi padre le preguntaba en voz alta a mi madre si yo ya me habia acostado, y luego hubo unos cuchicheos y un silencio que me aterrorizaron mas que el ciclon. Evidentemente, yo era demasiado pequeno para poder entender esas cosas, pero, en cierta medida, las intuia. David dormia, exhausto, y yo me propuse mantener los ojos abiertos hasta el amanecer para hacer frente a cualquier eventualidad, pero el nino que yo era acabo durmiendose de manera profunda.

El dia siguiente fue una de esas jornadas faciles y deliciosas que la vida te ofrece sin que las pidas, y estoy convencido de que si David aun estuviera vivo conservaria el mismo recuerdo emocionado de ese dia que yo. Mi madre habia preparado arroz con leche sazonado con azucar y cardamomo, y para espesar ese desayuno, pues la verdad es que no habia mucha leche, le habia anadido una cucharada de harina. Nos lo comimos con alegria, David repitio, mi madre rebano el fondo de la cacerola y David se lo agradecio con un beso en la mejilla. Yo di un salto para hacer lo mismo y mi madre se rio como el dia anterior. Despues del desayuno, nos pusimos a trabajar para reconstruir el huerto. Trazamos nuevos surcos, plantamos granos y semillas que mi madre habia guardado, jugamos con poca cosa mas que el agua, la tierra y unos bastones, corrimos hasta echar el bofe alrededor de la casa con mi madre diciendo, tened cuidado, tened cuidado, y jugamos a hacer el avion. Reemprendimos nuestros juegos de la carcel, como si nos hubieramos separado la vispera. No habia guardianes, no habia policias que nos vigilaran, podiamos chillar sin tasa.

Le ensene mis tesoros a David y le agradeci mucho a mi nuevo amigo que los respetara tanto. Tras pedirme permiso, cogio el cuaderno en sus manos e hizo desfilar suavemente las paginas como si se tratara de un testamento del antiguo Egipto. Realizamos una incursion en el bosque y yo le ensene a encaramarse a los arboles. David estaba hecho para un oficio noble, pianista o poeta, pero no para ser como yo, un chaval salvaje. Mi cuerpo se adecuaba a la naturaleza, se acoplaba a los arboles, se pegaba a ellos y, practicamente sin pensarlo, yo podia escalar hasta la copa de un arbol con unos pocos movimientos. David era diferente, y era la primera vez que yo conocia a alguien como el. Miraba el arbol, daba vueltas a su alrededor, intentaba detectar los sitios en los que habia que poner los pies y plantar las manos: ese chico era un intelectual.

Fue tambien ese dia cuando me enseno su medalla y me hablo de la estrella de David; y yo, pobre idiota, pobre ingenuo, pobre crio nacido en el lodo, me puse a buscarle las cosquillas. ?Y que mas? ?Te crees que este bosque se llama el bosque de Raj? ?Como iba una estrella a llevar su nombre, eh, podia explicarmelo? ?Me tomaba por tonto o que?

Mi amigo estrecho su estrella y me dijo que ese David era un rey. ?Y que? ?Raj tambien queria decir rey!

Oscurecio muy pronto. David encontro flores silvestres de color rojo que habian salido de la tierra justo despues del ciclon. Hizo con ellas un ramo que le regalo a mi madre al volver. Era la primera vez que yo veia a alguien hacer un regalo semejante, y recuerdo a mi madre con el ramo en la mano, no sabiendo muy bien que hacer o no queriendo desprenderse de el. Ella tenia las mejillas sonrosadas y sonreia con timidez. Incluso a los nueve anos, aunque apenas tuviera educacion y no estuviera muy al corriente de los modales mundanos, me senti impresionado por la belleza de ese gesto que jamas he olvidado. Le regale flores a mi esposa en nuestra primera cita y, aunque eso pueda parecer hoy dia vulgar y escasamente original, puedo deciros que en esos tiempos queria decir algo y que la chica que se casaria conmigo unos meses despues tambien se ruborizo. La habia conocido en la biblioteca municipal. Estaba sentada delante de mi, estudiando, tambien ella, para la oposicion a maestro de escuela, y lo primero en que yo me habia fijado era en los minusculos cabellos que le dibujaban en su fina nuca una especie de comas. Por aquel entonces, ella llevaba su larga cabellera recogida en un mono y, a veces, yo sentia el deseo irresistible de soplarle suavemente en el cuello. Le habia dirigido la palabra por primera vez la vispera de los examenes y le habia propuesto ir a tomar un vaso de leche helada al puerto. Lo habia dicho sin esperanza alguna y me preparaba ya para una respuesta negativa, pero ella me contemplo con mucha franqueza y me dijo que si aprobaba los examenes, me esperaria en el puerto el dia siguiente a los resultados, a las once. Mi mujer era asi, hacia las cosas una despues de otra, con mucha seriedad, y creo que me enamore de ella ese mismo dia. Mientras esperaba los resultados del examen, confiaba en mi, confiaba en ella y, en cierta medida, confiaba en nosotros dos. Tres meses despues, hice un ramo con rosas cortadas en el jardin de mi madre y me fui al puerto, donde ella me esperaba.

La segunda noche, mientras David y yo estabamos acostados como la anterior, oimos a mi padre a lo lejos. Insultaba al mundo entero y se acercaba; se acercaba. Llamaba a mi madre, amenazandola ya, y mi nombre tambien le venia a su boca ebria, y para que sirve que Raj signifique rey, para que darle a su hijo semejante nombre, en esos momentos Raj no era nada mas que un crio asustado y, en breve, molido a palos.

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