ante la verja de la prision esperando verme; cada noche le habia suplicado al policia de guardia que me diera el pote de leche que habia comprado, pero el no habia cedido nunca; mi madre se habia hincado de rodillas ante mi padre para que el me lo trajera, pero tampoco habia cedido. Antes, el amor de mi madre me habria inundado de emociones, pero ahora, mientras nos internabamos en el bosque, yo solo pensaba en una cosa: volver a ver a David.

7.

Mi madre estaba convencida de que en el hospital no sabian realmente lo que era curar. Sobre mis labios aun sensibles, aplicaba cada noche una pasta amarilla de sabor rancio y me masajeaba con suavidad el cuerpo con un aceite espeso. Me ponia las manos abiertas en las caderas y parecia que fueran las alas de un angel las que se posaban sobre mi vientre, cerraba los ojos y yo, si me quedaba tranquilo, podia sentir como latian sus venas. En sus manos habia una especie de misterio. Sabia hallar las hierbas, las hojas, sabia hablarles; entre sus dedos, cada planta encontraba su destino: curar, alejar, calmar, a veces matar. En Mapou, la llamaban por un dolor o por una herida y, susurrando, ella les daba el nombre de una planta, algunas indicaciones al respecto, y si la cosa funcionaba, unos dias mas tarde encontrabamos ante nuestra puerta una fruta, una legumbre o un punado de arroz o de azucar.

Mi madre nunca hablaba conmigo de las plantas, pero se que le transmitio un poco de su sabiduria a mi hijo. Siempre me ha divertido verle ocuparse meticulosamente de su jardin, a el, que trabaja en un mundo tecnologico, y que en su casa, en una biblioteca llena de novelas de ciencia ficcion y de manuales de informatica, haya una zona dedicada a las hierbas medicinales y a la botanica. Cuando paso el fin de semana en su casa, donde se oye el rio que corre por alli cerca, se que mi madre vive un poco en el: le veo abrir y cerrar sus frascos llenos de hojas secas, le observo pesar y mezclar no se que raices carisimas y, cuando prepara una infusion deliciosa que nos tomamos por la tarde en la terraza y le felicito por la bebida, no me responde que se trata de una receta de mi madre, sino que afirma de manera desconcertante: es la abuela.

En apariencia, pocas cosas habian cambiado a mi regreso al hogar a principios de 1945. El bosque nos rodeaba, a veces me parecia un cinturon que se apretaba hasta asfixiar a mi familia, a veces me protegia como un escudo. Mi padre volvia de noche y nosotros nos manteniamos todo lo alejados que podiamos de el. Que volviera a pegarnos a mi madre y a mi era algo que estaba fuera de duda, solo era cuestion de tiempo.

Pero desde que volvi del hospital yo ya no tenia miedo o, mejor dicho, sabia que, a partir de entonces, habia algo mas que la colera de mi padre. Desde que llegamos a Beau-Bassin, gran parte de mi vida y de mi energia habia girado en torno a esa violencia. Pero ahora ya no era lo mas importante.

Despues del colegio, corria sin parar hasta que el aire que me entraba por la boca abierta me despejaba la garganta reseca. Me iba a mi escondite de las alambradas y esperaba a David. Durante las tres semanas que siguieron a mi salida, no aparecio. Otros prisioneros si lo hicieron. Siempre a la misma hora, cuando tenian el sol en los ojos, la luz de traves y a punto de desaparecer tras la colina donde yo me guarecia. Me quedaba hasta el segundo timbrazo, el que los enviaba de regreso a su sitio. A veces reconocia a un paciente del hospital, y eso me animaba, el nino ingenuo que yo era movia la mano, sabia que el no podia verme, pero ?como decirlo?, hacia lo que me dictaba el corazon.

Yo era demasiado pequeno para entender lo que sucedia ante mis ojos, pero la mezcla de aprension y curiosidad, que era lo que me habia llevado hasta alli, en espera de ver a los lAdrOnEs, a los cAnAllAs y a los mAtOnEs, habia desaparecido. Ahora ya sabia que se ocultaba bajo la sombra de los paseos, ya conocia los muros que se alzaban alrededor de ellos, ya habia oido el ruido de la hierba bajo sus pies y sus cantos vespertinos, asi que los observaba con mucha tristeza y esperaba a mi amigo. Si David no salia a estirar las piernas, era porque seguia en el hospital.

Durante esas largas semanas, yo no me desesperaba. Hacia las cosas en serio, metodicamente. Cuando volvia de la prision, sudaba y tenia la ropa cubierta de ramitas, hojas y barro. Mi madre me esperaba en silencio, nunca me pidio explicaciones de esas escapadas de despues de clase. Regresaba sano y salvo, antes que mi padre, y eso era lo que a ella le importaba. Me quitaba la ropa, la oreaba, la sacudia por las mananas con una especie de cuchara plana de madera y yo siempre la encontraba casi limpia; en esa epoca, yo llevaba las mismas prendas durante una semana. Por la noche, despues de cenar, me quedaba sentado afuera, acechando a la naturaleza como ella parecia acecharme a mi. Casi nunca aprecia uno los propios cambios cuando suceden, es algo que se ve mas tarde, a la luz de los acontecimientos y de nuestras reacciones, pero alli, sentado como estaba en mitad de la noche, inmovil, yo lo sentia, ese cambio, tenia la impresion de crecer, de desarrollarme como los arboles que me rodeaban, y me parecia que el soplo de la verde y umbria foresta tenia algo que ver. Seguia siendo enclenque, la ropa me bailaba, mi madre aun podia rodear mi pantorrilla con una mano, pero habia en mi una nueva esperanza, la promesa de una vida menos solitaria y el lazo que se habia creado entre David y yo.

Estoy seguro de que si hubiera tenido que esperar semanas y semanas antes de ver a David, no me habria preocupado lo mas minimo. Yo era de esos crios que aprenden muy pronto que nada se obtiene con facilidad, con rapidez y sin dolor. Cuando me agazapaba en mis escondrijos y los pies se me entumecian, no me levantaba, no me sacudia, sino que me quedaba alli sin moverme y solo a ese precio conseguia olvidarlo todo.

De ese modo, durante dias y dias, mi vida consistio en eso: en esperar a que acabaran las clases, salir pitando del aula, correr sin desfallecer; las piedras, los arbustos, las ramas, la tierra y la oscuridad del bosque no eran nada en comparacion con mi objetivo. A veces, arrastrandome bajo la espesura a lo largo de la alambrada, con el cuerpo aplastando las hojas, me quedaba traspuesto, con el cuerpo subitamente pesado. Pero estaba preparado. Guardaba en una hoja de papel algunas cucharadas de cacao que sisaba durante el recreo, en el colegio. Tambien me guardaba los frutos secos de la merienda de la tarde, cortesia de la escuela, y con todo eso conseguia calmar los temblores y que esos puntitos negros que se me acumulaban delante de los ojos desaparecieran lentamente. Me quedaba alli hasta que se esfumaba el ultimo prisionero, hasta que mi padre abandonaba su puesto junto a la verja y volvia a la sombra del mango, hasta que los policias entraban de nuevo en la casa de las buganvillas y la escena recuperaba su inmovilidad, su limpieza y su pulcritud. Entonces me iba, levemente decepcionado, muy poco, y, con el vacio que reinaba en mi pequena vida de chaval sin hermanos, sin juguetes, sin risas y sin despreocupacion, me obcecaba de nuevo con volver a ver a David y me ponia a esperar el dia siguiente.

Varias veces, durante este periodo, mi padre avanzo en nuestra direccion a grandes zancadas, proyectando manos y pies, y todo lo que he contado empezaba de nuevo, como si fuese una obra de teatro que el hombre interpretara a la perfeccion. Desde mi estancia en el hospital, mi padre se habia hecho con un arma nueva: un bambu que podia hacer dano, quemar y lacerar, pero que no podia lesionarte las costillas, romperte los brazos y la nariz o partirte los labios. Ese nuevo bambu mas grueso, mas verde, me habia recordado a Mapou y a aquel baston con nervios, nudos y la punta afilada que se habia dejado en nuestra casa hecha de bosta de vaca y paja; y, curiosamente, ese recuerdo me tranquilizaba. Me veo acercandome, sopesandolo, mirando en su interior, en el tallo, me decepciona no ver luz al otro extremo y lo vuelvo a dejar en su sitio, contra la pared, mientras me invade una sensacion de nostalgia. Puede que alli abajo, en Mapou, fueramos mas, yo tenia dos hermanos para protegerme y mi padre tenia amigos y cierto orgullo, puede que alla abajo el no se portara tan mal… Al dia siguiente de las noches en que nos pegaba, yo me quedaba en casa, incapaz de moverme, con las extremidades doloridas y los gritos aun resonando en mi cabeza. Mi madre desaparecia en el bosque y volvia al cabo de una hora con las manos llenas de hierbas arrancadas, raices y hojas. Aquellos dias mi padre, con su colera y su violencia, ganaba la batalla y, una vez mas, ocupaba todo el espacio y hacia desaparecer mi nueva fuerza y mi magnifica determinacion.

Transcurrieron varias semanas. Como ya he dicho, yo no contaba los dias, no estaba impaciente, no me habia marcado una fecha mas alla de la cual dejaria de acudir a la carcel. Hacia mucho calor a principios de aquel 1945. Alrededor de casa, la hierba se habia secado y oscurecido. Nuestro pozo estaba cada vez mas seco, y habia que hundir mucho el cubo para sacar agua. De buena manana, ya notabamos el temblor del calor envolviendonos. Por la noche, los insectos revoloteaban mucho rato, enloquecidos por la temperatura, y si prestabas atencion, la hierba achicharrada crujia a veces bajo los pasos de un roedor, de un gato salvaje, de un perro errante. El bosque habia perdido parte de su verde brillo y de su espesor, parecia alejarse de casa, dejandonos cada vez mas a merced de la inmensidad del cielo y las espadas del sol.

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