Me desperto un enfermo que gritaba. Era por la tarde, lo sabia por el apagado resplandor amarillento de la luz y por el calor agobiante que me envolvia. Se trataba de una mujer vieja, la mas vieja que yo hubiera visto nunca, ?y mira que habia viejos en Mapou! Esta estaba hundida en la cama, y de lejos podria parecer que esa cama estaba vacia, a no ser porque su brazo raquitico se alzaba de vez en cuando. En el momento en que aparecieron las enfermeras, pego un salto. Incluso yo, que asistia a la escena desde detras de la mosquitera y a seis camas de distancia -las habia contado-, me sobresalte. La mujer tenia el rostro como aplastado por algo, chafado y lleno de arrugas. La piel de alrededor de los ojos habia sido aspirada hacia el interior, lo cual daba la impresion de que las orbitas iban a empezar a tambalearse en su cabeza de un momento a otro. La vieja agarro del cuello a una enfermera y todo el mundo grito, yo incluido. Es curioso, no me di cuenta de inmediato de que hablaban en un idioma que yo desconocia. Aparecio un medico, e hicieron falta tres adultos para dominar a la vieja senora. La ataron a la cama con sabanas y luego los tres adultos, altos y fuertes, se apoyaron contra la cama de hierro, resoplando como si vinieran de correr por el bosque.
Una enfermera me vio, apoyado en los codos, y se acerco a mi. Me miro con sus ojos azules, y eso me impresiono sobremanera. Me puso la mano en la frente, saco un termometro del bolsillo, me lo coloco bajo la lengua un momento y me dijo, en frances:
– Ya no tienes fiebre. Pronto podras volver a casa.
Se quedo al pie de la cama un ratito, con las manos en los bolsillos, como si quisiera decirme algo, y luego me arreglo la mosquitera que rodeaba la cama y se fue. Mientras atravesaba la sala, de las camas se alzaban brazos suplicantes, implorando, pero ella caminaba lentamente, con la cabeza baja, sola en el mundo. Al llegar a la salida, se dio la vuelta e hizo una senal amplia y lenta con la mano para barrer la sala, y todos los brazos cayeron. Me dije que, a lo mejor, en su idioma, esa era una manera de tranquilizar, de pedir un poco mas de paciencia.
Pensaba en todo eso cuando David se acerco a mi cama. Le oi, claro esta, pues menudo ruido hacia, caminaba algo desarticulado y con cada uno de sus pasos golpeaba el suelo, era como si tuviera trozos de hierro en los pies.
No se como explicar lo que senti cuando se puso ante mi, con su cabello rubio, sus ojos verdes, sus mejillas hundidas, la sonrisita que tenia -eso que hacia de levantar solo una comisura, a eso se le llamaria hoy dia una sonrisa displicente, pero no era nada de eso, no tenia nada, nada que ver con la ironia, el no era en absoluto capaz de algo asi, no, David no, era como el esbozo de una sonrisa, el comienzo de algo mejor, de algo hermoso que te llevaria a quedarte ahi, esperando con impaciencia la continuacion-, su camisa vieja como la mia, un trozo de su cadena de oro que le recorria el cuello, caia en el hueco de la clavicula, remontaba el hueso saledizo para desaparecer bajo ese tejido gris, la manera dubitativa que tuvo de apartar la mosquitera y mirarme con la misma benevolencia que la vez anterior, cuando lloramos juntos… ?Estaba tan contento de volverlo a ver y, sobre todo, me sentia tan tranquilo al saber que existia realmente!
Al principio me hablo muy bajito, en ese idioma extrano y susurrante. Eso no me preocupo, y el se puso a murmurar durante un buen rato. Se habia inclinado sobre mi, y para mis orejas su discurso era un largo silbido que me tranquilizaba sobremanera, como si se tratara de una oracion que alguien me soplara al oido. A fin de cuentas, puede que fuera una oracion. Lamente no entender lo que me decia, lo que le salia del corazon y queria compartir conmigo antes incluso de saber como me llamaba, pero le escuche sin quitarle ojo de encima y me senti bien, rodeado de su presencia y de sus palabras. Cuando termino, se incorporo y se me quedo mirando. Tuve la impresion de que esperaba que yo hablara, asi que le dije, como lo habia aprendido en el colegio, separando las silabas mientras, en la cabeza, tenia la imagen de esta frase escrita por una mano imaginaria a medida que yo la iba pronunciando:
– Me llamo Raj y vivo en Beau-Bassin.
David me miro y dijo, con la misma lentitud:
– Me llamo David y vivo aqui. Antes vivia en Praga.
Yo no tenia la menor duda de que Praga estaba aqui, en este pais, en alguna parte, algo perdido, algo olvidado, como Mapou. Recuerdo que en la escuela, en la pared, habia un mapa de nuestra isla, pero Mapou no figuraba y yo se lo habia dicho a la senorita Elsa. Ella me enseno Pamplemousses, luego otra ciudad cuyo nombre he olvidado, y me dijo que estaba por ahi, moviendo los dedos, y me sonrio mientras me decia que lo sentia mucho pero que en un mapa solo salian las ciudades importantes y las grandes poblaciones. Esa tarde, cuando David me dijo que antes vivia en Praga, yo pense, evidentemente, que eso andaba por alli, perdido entre dos ciudades importantes, porque era un simple pueblo, demasiado insignificante como para destacar en un mapa.
– ?Por que estas en la carcel?
– No lo se. ?Y tu?
– No lo se.
– ?Eres judio?
– No.
– ?Tu mama esta aqui?
– No, esta en casa. ?Y la tuya?
– Esta muerta. Mi padre tambien esta muerto. ?Tienes hermanos y hermanas?
– No, estoy solo.
– Yo tambien.
Creo que fue asi como sucedio. Despues de todos estos anos, rasco y rebusco en mis recuerdos y pido disculpas, pues a veces me resulta mas dificil de lo previsto. Es posible que no fuera ese el orden en que me dijo las cosas, es probable que mi mente arregle un poco los recuerdos, pero lo que se con seguridad es que hablamos muy despacio, durante horas, a la luz declinante de la tarde. Las palabras en esa lengua francesa nos resultaban extranas a los dos, esa lengua que a partir de entonces habia que adaptar a nuestra manera de ser, a lo que queriamos decir, en vez de, como haciamos en la escuela, contentarnos con descodificarla y repetirla. Haciamos el mismo esfuerzo para comunicarnos, y lo haciamos con lentitud, pacientemente, y tal vez gracias a eso pudimos decirnos, con mucha rapidez, cosas importantes como: estoy solo. Yo tambien.
Esa noche, la enfermera de ojos azules nos deseo un buen ano. Separo las manos y batio palmas varias veces. Era como un aplauso en camara lenta y resultaba muy extrano. Nadie movio un dedo. Yo tenia la cara contra la pared, pensaba en mi madre, confiaba en que me esperara en casa y me decia que tenia nueve anos. Mi madre me habia dicho que el primero de enero yo cumplia un ano mas. Pronto seria tan alto como Anil. Pense en la ropa que habiamos recibido en Mapou, esas prendas que nos hacian sentir tan importantes y con las que habian muerto mis hermanos.
Avanzada la noche, David vino a despertarme. Yo dormia a medias, como la mayoria de los pacientes de la sala, y descubria que la enfermedad no es algo silencioso. Le segui en la oscuridad, su camisa blanca me servia de guia, eso me recordo a Anil y el dia del diluvio, pero segui tras el, lentamente, paso a paso. David me hacia reir con su manera de andar, el sabia que hacia ruido y trataba de mejorar, pero era en vano. Parecia el chaval mas ingravido de la tierra, lleno de gracia, y en efecto todo empezaba bien: levantaba la rodilla, la alzaba bien alto y lentamente, muy lentamente, ponia la pierna delante de el, pero en vez de posar con suavidad el pie en el suelo, lo dejaba caer de golpe como si se fatigara de repente y no pudiera controlar sus movimientos. Con cada ?plac! se quedaba quieto, y yo, en la oscuridad, imaginaba que su cabello rubio se le ponia de punta; pero nadie nos prestaba atencion, ni siquiera la enfermera de guardia, quien, a no ser que fuera sorda, tendria que habernos oido. Creo que desde que David estaba en el hospital salia tal cual todas las noches, pues era su unica manera de ser un nino, y todos los enfermos de ese dormitorio sucio, atestado y trufado de quejas y gemidos lo habian entendido y le dejaban andar a su aire.
Yo aun tenia el cuerpo dolorido, la nariz hinchada, los labios encerrados en una costra fragil que amenazaba con quebrarse en cualquier momento y soltar un hilillo de sangre. David tenia accesos de fiebre, a causa de la malaria, y pasaba la mitad del tiempo evacuando en las letrinas o metido en la cama, alimentado con suero, pero todo eso resultaba irrisorio comparado con la excitacion que sentimos esa noche mientras nos deslizabamos hacia el exterior, como autenticos lAdrOnEs.
El hospital estaba encajado al fondo de la prision, al norte, en una zona que yo no podia ver desde mi escondite. En el interior de la carcel habia otro muro que separaba el area de los hombres de la de las mujeres, y el hospital se hallaba en la parte reservada a estas. Fue David quien me lo explico durante nuestros jueguecitos vespertinos.