David no necesitaba luz cuando nos escapabamos del hospital, se lo conocia todo de memoria. Durante tres noches, hicimos siempre lo mismo; como todos los ninos del mundo, instauramos una rutina, un ritual. Esperabamos hasta el final de la cena, el apagado de luces, las quejas que la noche fomentaba entre los enfermos y los desdichados; y entonces, finalmente, disponiamos de unas horas sin agitacion, de una penumbra con la que podiamos contar como si fuera un amigo fiel que nunca te falla. Yo le seguia, le escuchaba, olvidaba Mapou durante unas horas, a mi madre, a mis hermanos, a mi padre, y ni una sola vez me asusto la inmensidad de la noche ni me entraron ganas de buscar un agujero en el que meterme. Podiamos convencernos de que disponiamos de un enorme patio de recreo. Durante el dia eso resultaba imposible de creer, pues los muros eran negros, el alambre de espino te saltaba a la cara, habia un policia con porra en cada esquina, el sol servia como proyector, no habia donde esconderse, no se podia jugar a nada. Y, de todas maneras, a mi no se me permitia abandonar el dormitorio de los enfermos.

Los juegos eran nuestro idioma fraternal. Escuchar nuestros pasos, a menudo ahogados por la hierba que anunciaba el muro de separacion, seguir sus cabellos y no perder de vista ni un segundo esa aureola rubia, recurria a todas mis fuerzas para ello, para no perderle, oir como se acercaba el viento que hacia temblar las hojas secas del eucalipto de la izquierda, cerca del campamento de las mujeres, atrapar con el panuelo los insectos que revoloteaban en torno a las lamparas de petroleo junto al hospital, reir al oir al policia de guardia canturreando y haciendo mmm, mmm, mmm en tono muy agudo, morirse de risa sin hacer ni un solo ruido, limitarse a dejar temblar de alegria a nuestros cuerpos hasta que nos doliera la tripa. Ensenarle como dejar caer el pie sin hacer ruido, a pegar los brazos al cuerpo para colarse mejor entre dos arboles, a caminar sobre una linea imaginaria sin desviarse jamas -cerrar los ojos e imaginar que estabamos en un puente sobre un rio crecido- y, por primera vez, a hacer el avion.

David saltaba sobre mi y se estiraba horizontalmente en mis brazos, con el cuerpo tieso y las manos extendidas, dispuesto a echar a volar. Tenia un ano mas que yo, pero por una vez yo era el mas fuerte. Con su peso pluma, ese peso imperceptible en los brazos, yo giraba, giraba y giraba en la noche. Sentiamos como el viento nos golpeaba en la cara mientras la penumbra se convertia en un torbellino negro, y necesitabamos toda nuestra voluntad para hacer entrar en nuestros vientres esa extrana felicidad y no gritar de gozo. Cuando nos deslizabamos de nuevo en la cama, yo experimentaba esa excitacion y ese orgullo de no haber sido descubierto, me costaba calmar a mi corazon batiente y me decia que eramos muy buenos en ese juego. Como es logico, solo eramos unos crios que se creian libres porque era de noche y no veian el muro y las alambradas. Hoy dia, estoy convencido de que las enfermeras, los pacientes, los medicos y hasta el policia de guardia sabian que David y yo jugabamos cuando se hacia de noche, pero esos adultos eran conscientes de que no habia escapatoria, de que, a fin de cuentas, no podiamos llegar muy lejos.

Durante el dia, yo me quedaba en la cama y dormia mucho. Sonaba con mis hermanos y con mi madre, sonaba con la escuela y me mantenia lo mas discreto y silencioso posible. Queria que se olvidaran de mi, que llegara la noche para encontrarme con David. Habia muchas idas y venidas, muchos sollozos, incluso por parte de las enfermeras. A veces tambien habia colera, los enfermos lanzaban las bandejas contra las paredes y gritaban, supongo, el odio que sentian hacia esa prision, hacia esa isla.

Todos los pacientes hablaban de barcos, esa era su obsesion permanente. En cuanto aparecia un medico por la manana, tan pronto como un policia venia a hacer su ronda, preguntaban sin parar cuando salia el barco para Eretz. Durante mi estancia en el hospital de la carcel, yo habia comprendido que no eran gente de nuestra isla, y eso me habia parecido muy extrano. ?Por eso estaban encerrados?, me preguntaba.

Una manana, antes incluso de abrir los ojos, note un cambio en la atmosfera del dormitorio. Habitualmente, siempre estaba muy tranquilo por la manana, parecia que a los enfermos les costara despertarse, que necesitaran tiempo para darse cuenta de donde estaban realmente, y es posible que de noche sonaran con su pais, con su Eretz, y que cuando se hacia de dia se agarraran a sus suenos, y que eso fuera lo que le daba ese extrano ambiente de esperanza al dormitorio cuando amanecia. Ese dia, por el contrario, yo note un temblor, y cuando abri los ojos casi todos los pacientes estaban sentados en la cama y cuchicheaban en todas direcciones. Cuando cruce la mirada con algunos de ellos, me sonrieron y, por primera vez, algunos hasta me saludaron discretamente con la mano. Las enfermeras se habian agrupado y charlaban de buen humor. Luego aparecio un policia y dijo en voz alta que, a pesar de los rumores, esa tarde no habria barco para Haifa y que la guerra no habia terminado. Nunca he olvidado esa frase. Para mi carecia de sentido en esa epoca, y, sin embargo, adivinaba que tenia un significado terrible. No hubo gritos ni protestas, como si no fuera la primera vez que alguien barria sus esperanzas. Los enfermos se acostaron de nuevo, las enfermeras se fueron y el dormitorio volvio a ser triste y gris.

David me habia dicho que sus padres estaban muertos. Cuando hablabamos, nos ayudabamos con muchos gestos, mucha mimica, un poco como los sordos. Cuando me conto eso, David habia cerrado los ojos e inclinado la cabeza a un lado de golpe para que quedara claro que estaban muertos. Iban a Eretz. ?Esta muy lejos Eretz?, me habia preguntado. Yo no tenia ni idea, pero le prometi que se lo preguntaria a mi maestra de escuela, que lo sabia todo.

Le dije que yo tambien habia viajado antes de llegar alli, pues asi era como yo veia las cosas por aquel entonces, kilometros y oceanos carecian de importancia, David y yo habiamos dejado el lugar en que nacimos y habiamos seguido a nuestros padres hacia un destino extrano, misterioso y ligeramente aterrador en el que pensabamos poder escapar de la desgracia.

No se si debo avergonzarme de decirlo, pero eso es lo que hay: yo ignoraba que habia una guerra mundial que duraba desde hacia cuatro anos; cuando David me pregunto, en el hospital, si era judio, no sabia que queria decir eso, le dije que no porque tenia la vaga impresion de que ser judio era una enfermedad, pues por algo estabamos en un hospital; nunca habia oido hablar de Alemania, aunque la verdad es que mi desconocimiento era enorme. Habia encontrado a David, un amigo inesperado, un regalo caido del cielo, y en esos comienzos de 1945 eso era lo unico que me importaba.

Para decirle que mis hermanos habian muerto, le imite, cerre los ojos y movi la cabeza hacia un lado. Pero entonces, claro esta, se me hizo un nudo en el estomago que empezo a subir, subir y subir. Estabamos sentados detras del hospital, bajo el tejadillo, y a cinco pasos de nosotros se hallaba el muro del recinto. Caia una lluvia fina pero copiosa y era mi ultima noche alli, aunque yo aun no lo sabia. David, huerfano, exiliado, deportado, encarcelado, afectado de malaria y de disenteria, me reconforto. Acerco su cabeza a la mia, y todavia hoy, en la parte derecha de mi rostro, me parece sentir sus suaves rizos. Es posible que haya olvidado muchas cosas de esos dias pasados en el hospital, pero sus rizos dorados y su tacto sedoso me pertenecen eternamente.

La enfermera de ojos azules me desperto esa manana. Recogio la mosquitera haciendo un gran nudo. Antes incluso de que dijera nada o de que hiciese un gesto para indicarme que tenia que salir de la cama, lo supe. No tenia mas opcion que seguirla. David estaba sentado en su cama y me miro sin moverse. Le salude levemente con la mano, pero no me contesto. Me dio pena porque era como si no me conociera, como si mirara a traves de mi, como si ya me hubiese olvidado. Camine despacio, con la cabeza baja, con un paso pesado, con todo el peso de mi cuerpo concentrado en la planta de los pies. De repente, a mi espalda, escuche una especie de castaneteo. Me di la vuelta. David andaba como un cangrejo, se torcia a izquierda y derecha, movia las manos para pedirme que le esperara. Me detuve y sonrei, estaba contento, me habia equivocado, claro que me conocia, hacia un momento estaba demasiado sorprendido, no sabia que hacer, por eso tenia los ojos vacios. Mi corazon paso de golpe, cual prenda del reves, del abatimiento a la alegria, todo mi cuerpo se irguio como por arte de magia, mis pies ya no eran de plomo y estaba preparado para lanzarme hacia el, para hacer el avion, para saltar, jugar y charlar.

Pero no fue eso lo que sucedio. La enfermera me alzo en vilo y, como un paquete, me lanzo a los brazos duros y peludos de un policia. Oi como David me llamaba y luego gritaba cosas en su idioma, pero no me resisti, no chille, no me sentia capaz de ello. Una piedra enorme se me caia encima y lo aplastaba todo, la garganta, el corazon, el estomago, el vientre. Cruzamos de una zona de sol a una zona de sombra y el policia me paso a mi padre. Dijeron cosas que no recuerdo. Mi padre me habia dejado en el suelo y mantenia la mano contra mi nuca. Tenia la palma humeda y caliente. De lejos podia parecer un gesto de ternura, pero no lo era. Me tenia pillado, esa era la verdad, preparado para zarandearme por la piel del cogote como si fuera un perro. En un momento dado, se echo a reir y se tapo la boca con los dedos. Eso era algo que nunca hacia en casa.

Se abrio la verja, mi padre me empujo hacia fuera y poco despues estaba yo en brazos de mi madre. Me tuvo pegado a ella durante todo el camino, y corria, mi pobre madre, con prisa por alejarse de esa carcel. Yo tenia la cabeza apoyada contra su hombro y vi como desaparecian los muros por detras de los arboles. Mi madre lloraba y hablaba a la vez. Lo hacia a menudo. Me contaba lo que habia hecho en mi ausencia, cada manana se plantaba

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