El dia en que volvi a ver a David, por fin, las flores fragantes y coloridas, el cesped crecido y verde, el mango con su sombra y su espeso follaje, las buganvillas avidas y rapidas, todo eso habia sido como fulminado por un rayo, y el resultado era un paisaje empequenecido, reseco, coagulado. Mi arbusto ya no era el mismo, y tuve que recurrir a un amasijo de ramas secas, astillas y hojas para camuflarme. Sono el timbre y, como cada dia, el corazon me empezo a latir con mas fuerza. David llego el primero, y eso me sorprendio, pues seguia mentalizado para buscarle, para, por asi decirlo, descubrirle. Los demas aparecieron lentamente y, en su mayor parte, sin moverse mucho. David camino a lo largo de la casa de las buganvillas, apoyado contra el muro de madera, y miro en mi direccion. A un metro de el, habia un policia que no paraba de quitarse la gorra para secarse la cabeza con un panuelo. Sali de mi escondite y me arrastre hasta la alambrada, bien pegado al suelo. David miraba hacia el sitio en el que se habia sentado y llorado, hacia donde me habia visto y sonreido con aquella sonrisa, con aquella manera de levantar una comisura que tanto quise imitar yo, sin mas resultado que una mueca siniestra. Mirar, arrastrarse, esperar y rezar. Rezaba para que se fuera el policia, para poderme poner de pie, para hacer una senal, agitar la camisa o la bolsa de tela, decirle estoy aqui, siempre he estado aqui, no te dejare en esta carcel, Dios mio, solo unos segundos, eso era todo lo que necesitaba.
Pero el policia se quedo cerca de David, hasta intercambiaron algunas palabras, y entonces,sono el segundo timbre. David se aparto del muro y penetro en la sombra, seguido por todos los demas. Yo solo tenia nueve anos, y la paciencia de la que habia hecho gala durante esas largas semanas desaparecio de golpe. Contuve los berridos ante el inmenso despecho que acababa de experimentar, golpee el suelo con ambas manos y me agarre a la alambrada con una rabia que pocas veces habia conocido hasta entonces. Tenia los ojos banados en lagrimas, y la prision no era mas que una imagen borrosa. Apretando los dientes, hundi las palmas en los nudos de hierro, el dolor se me mezclo con la colera, sacudi la barrera con todas mis fuerzas y, con un ruido ahogado, algo salto de repente como una mala hierba arrancada. Parte de la alambrada se habia salido del suelo. Temblaba.
Me podria haber partido un rayo y nada habria cambiado. Todo en mi se detuvo, la ira que me cegaba, la rabia en manos y pies, las lagrimas que caian, me habia convertido en un bambu seco. Me deslice hacia el escondrijo. Me quede ahi esperando, muerto de miedo, pero no aparecio nadie. Me levante y eche a andar hacia casa. Hoy dia, asi como recuerdo los rizos de David, me acuerdo tambien del olor a oxido y sangre de mis manos. En el bosque, de regreso, me olisqueaba las palmas como si fueran una droga, y con cada aspiracion me hacia con una bocanada de serenidad y de esperanza.
8.
Fue el ciclon que cayo en la region esa misma noche lo que mas me ayudo en toda esta historia. Cuando regrese esa tarde, con las manos oliendo a oxido y a sangre, el sol era un disco redondo y de color amarillo palido oculto tras espesas nubes, y asi escondido, podiamos contemplarlo. Mi madre observaba el cielo como antes miraba los cumulos enganchados a la montana de Mapou, con las manos en las caderas, olisqueando el aire. Me acerque a ella y, sin bajar la cabeza, abrio uno de sus brazos, me atrajo hacia si y nos quedamos un segundo de esa guisa. Aun lo recuerdo, la naturaleza y mi madre parecian estar al acecho; y yo, el pequeno Raj, me sentia, si, creo que puedo afirmarlo, me sentia bien. Justo entonces, en el preciso instante en que mi cabeza se hundio en su cintura y senti su mano en el hombro, mientras yo la agarraba del talle, en ese momento exacto, pensando en David, pensando en el alambre de espino arrancado, el calor de mi madre se funde en mis brazos y me encuentro bien. Mi madre era la parte tierna de nuestra vida hecha de miseria, tristeza y bambu que te azota el cuerpo. Me queria, me protegia, me curaba, me hablaba suavemente, era carinosa, me daba de comer con sus dedos desnudos cuando estaba enfermo y su paciencia no parecia tener limites. Nunca he visto eso en ninguna otra parte, y era gracias a esa paciencia, gracias a esa manera de llegar hasta el fondo de todo, por penoso y lento que fuera, pienso que era gracias a eso que tenia ese don con las plantas. Mi madre fue la oportunidad de mi vida, lo que me ofrecio la existencia para mantenerme en vereda, en el buen camino, un pilar de fortaleza, de bondad, de constancia y de renuncia, para hacerme entender que habia otras cosas en la tierra, y con ella a mi lado durante la infancia no me volvi loco, ni malo, ni desesperado.
Mi madre soporto durante toda su vida, al igual que yo, la muerte de Anil y de Vinod; y, al igual que yo, nunca consiguio ponerle nombre a ese duelo. Puedes decir que eres huerfano, viudo o viuda, pero cuando has perdido dos hijos el mismo dia, dos hermanos queridos el mismo dia, ?que eres? ?Con que palabra te defines? Esa palabra nos habria ayudado, habriamos sabido de que sufriamos exactamente cuando las lagrimas nos asomaban de manera inexplicable a los ojos y cuando, anos despues, bastaba un olor, un color, un sabor en la boca para caer de nuevo en la tristeza, esa palabra nos habria podido describir, disculparnos, y todo el mundo lo habria entendido.
Tras un largo instante de inmovilidad, mi madre me dijo, sin dejar de mirar el cielo:
– Manana no hay colegio.
Y esa era la senal que estaban esperando el bosque, las nubes y el mundo que nos rodeaba. El viento se levanto, atraveso el bosque de extremo a extremo, todo se agito y, a nuestro alrededor, los arboles cantaron un largo y hermoso lamento. Nubes bajas, deshilachadas y negras como fantasmas maleficos desfilaron con rapidez sobre nosotros, mientras las que estaban pegadas a la cupula celeste se espesaban a toda prisa, amenazadoras. Las copas de los arboles danzaban contra el ballet de las nubes, una bandada de pajaros echo a volar subitamente, graznando, y detras de nosotros, de forma repentina, surgio un relampago y yo, como me habia ensenado a hacer Anil, me puse a contar para saber a que distancia estaba la tormenta. Uno, dos, tres, cuatro… La tierra temblo, y yo, como si hubiese recibido un golpe en la cabeza, no se por que, pero, en cuestion de segundos, me fui hacia atras en el tiempo y empece a gritar. ?Vinod, Anil, Vinod, Anil!
El ciclon duro cuatro dias y cuatro noches. Para nosotros era una novedad estar protegidos por paredes; el agua entraba por todas partes, pero la casa no se venia abajo. Fuera, el bosque crujia, se rasgaba, resistia, y parecia que rodeara nuestra casa una turba rugiente, un ser vivo enloquecido. Mi padre se habia quedado bloqueado en la carcel por la tempestad, y me pregunto si se entero de lo mucho que lloramos mi madre y yo durante esos dias. No teniamos miedo de la tempestad, no teniamos miedo del viento, de la lluvia que nos ametrallaba, de las ramas y de las piedras que golpeaban nuestras paredes. Llorabamos por mis hermanos. En el momento exacto en que estallo el trueno, tuvimos la impresion de que una mano gigante y malvada venia para llevarse a Vinod y a Anil, y que la casa de Beau-Bassin, el bosque, la prision, la escuela nueva, los largos meses transcurridos desde aquel dia en Mapou, se habian volatilizado de golpe y nuestro corazon y nuestro dolor estaban de nuevo en carne viva. Es en semejantes momentos cuando haria falta una palabra que describiera aquello en que se convierte uno para siempre cuando pierde a un hermano, a un hijo.
Al quinto dia, un cielo puro y una luz que brillaba por aqui y por alla, a borbotones repartidos por el bosque, nos desvelaron el paisaje devastado. El claro estaba salpicado de troncos, hojas, ramas, animales muertos, chatarra. Los arboles mas afectados, los del lindero, yacian en el suelo, arrancados o partidos en dos, pateticos. El bosque parecia haberse recogido en un silencio increible…
Mi padre habia necesitado varias horas para encontrar nuestra casa porque todos los caminos habian desaparecido, y debo decir que parecia contento de vernos. Nos pusimos a la labor sin demora. Al final de la jornada, detras de la casa, quemamos lo que el viento habia traido y que no podiamos utilizar. En una esquina apilamos la lena, las ramas, el papel, la chatarra, en esa epoca se aprovechaba todo. Al dia siguiente sacamos los taburetes, el armario, las esteras de dormir y los utensilios de cocina y los pusimos a secar en el exterior. Un fuerte olor a moho planeaba sobre la casa, y mi madre encendio en cada esquina minusculos hogares de alcanfor y astillas de eucalipto. Al sol, los cuencos y las cacerolas de cobre de mi madre brillaban como joyas que yo no me cansaba de admirar. Esa noche, mi padre volvio sobrio, sin cantar ni insultar, sino con una bolsa de comida. No nos quedaba nada que comer. Trajo patatas, berenjenas, mangos y una chirimoya. Los mangos estaban blandos y tenian la piel negra. En el centro de cada patata germinaba un punto negro de putrefaccion. La chirimoya estaba banada en agua, traslucida y picada de moho verde; y, para atenuar la amargura de las berenjenas, mi madre las habia sazonado con el ingrediente favorito de los pobres, el que disfrazaba el sabor rancio de cualquier alimento: la pimienta. La lengua nos quemaba, pero eso era preferible al sabor amargo.
Unos dias despues, me interne por fin en el bosque. Reinaba un silencio aterrador. Todos mis rincones, mis lugares favoritos, mis escondites y mis secretos habian desaparecido: los mangos, los bananos, los eucaliptos, los nidos, los agujeros, las protuberancias, los hormigueros, la joroba de un arbol, un sendero, una fuente, las raices