sobre las que me sentaba. Todo estaba mezclado, los estipites se unian a las raices, el cielo se colaba por donde antes del ciclon habia una sombra refrescante, a veces la tierra aparecia hundida sobre si misma, a imagen nuestra, de los hombres, hincados de rodillas ante la fuerza de la desgracia, y miles de gusanos se agitaban, alimentandose del desastre en la hondonada recien creada.

A duras penas consegui llegar hasta el final del bosque. El camino de ronda que rodeaba la fortaleza de Beau-Bassin habia desaparecido bajo los arboles derribados y el barro. Gire a la izquierda e improvise un sendero hacia lo alto de la subida, donde se acababa el muro y empezaba la alambrada. Se oian gritos en el patio de la carcel.

Mi padre y los policias estaban pegados a la verja de entrada. En el patio, los prisioneros se habian agrupado, y juntos parecian menos cereos, menos debiles. Gritaban, extendian los brazos, y cuanto mas se acercaban a la verja, mas se enganchaban a ella mi padre y sus compinches. Al otro lado, el coche negro del director de la carcel brillaba bajo el sol. El mango habia sido arrancado y ahora yacia sobre la casa de las buganvillas. Sus raices recordaban a una flor enorme, y a mi me causaba estupor ver caido a ese gigante de espesa sombra, tupido follaje y jugosos frutos. El mango habia destrozado el despacho del director. El patio de la carcel se parecia al claro que rodeaba nuestra casa, pues estaba lleno de basura y no quedaba nada del verde y mullido cesped, ni de aquellas flores suaves y coloridas. Finalmente, esa prision de Beau-Bassin donde estaban encerrados los judios expulsados de Palestina se parecia a lo que realmente era: una monstruosidad.

Yo estaba tan ocupado en observar el paisaje devastado, en seguir el curso de la revuelta, que me habia olvidado un tanto de David. Pensaba que estaba en medio de ese grupo que chillaba, que no podia ser de otra manera. La portezuela del coche negro se abrio, salio el director, muy erguido con sus prendas almidonadas, con guantes. Contemplo de manera despectiva a los prisioneros que seguian gritando y luego escupio. Eso me sorprendio, viniendo de alguien como el, pues era un pedazo de escupitajo cargado de repugnancia que le habia obligado a mover toda la cabeza. Los gritos redoblaron, los punos se agitaban en el aire, la masa de prisioneros se acercaba cada vez mas a la verja, indiferente a las porras que los policias hacian silbar ante ellos. Yo empezaba a preocuparme por lo que podia ocurrir y, en ese preciso momento, note una mano fria en el hombro.

Incluso en la actualidad, aunque me de algo de risa, recuerdo el miedo repentino, similar a una descarga electrica, que me hizo soltar un grito y pegar un salto. Como estaba concentrado y en cuclillas, no pude echar a correr pese a que todo mi ser pugnaba por salir pitando de alli. No, por primera vez en la vida, me hice un lio con los pies -yo, el rey de la salida subita- y me cai al suelo de bruces. Y mientras estaba ahi tirado, con el corazon amenazando con explotar, vi detras de mi a un chaval con el pelo rubio. Maldito David, como se moria de risa.

?Como describir a David cuando se reia asi? Echaba la cabeza hacia atras, sacudia los hombros, se golpeaba los muslos con las manos, abria la boca de par en par, balanceaba el cuerpo adelante y atras, cerraba los ojos, hipaba, y hasta entonces yo no habia visto a nadie reir de esa manera, a pleno pulmon, de la cabeza a los pies. Le atice una colleja amistosa, haciendo como que me sentia humillado, y eso fue todo, pues esa tarde de mediados de febrero de 1945 no eramos mas que dos crios normales y bromistas, ajenos a la gravedad de la situacion.

David habia aprovechado el jaleo posterior al ciclon. No me cuesta nada imaginar que esos prisioneros, venidos de Checoslovaquia o de Polonia, acostumbrados a una naturaleza que avisa, a los entretiempos, se habian creido que el fin del mundo era inminente. David me relato su escapada con todo lujo de gestos. Se acerco a la verja, se puso a buscarme. Nadie le habia visto, pues la turba que protestaba le protegia de las miradas de los policias y mi padre. Me habia llamado, y recuerdo que el corazon se me encogio cuando me lo contaba, poniendo las manos en torno a la boca. Raj, Raj, Raj, Raj, ?estas ahi? Y en ese momento solo le respondian el silencio y los estragos del huracan. Sonrei cuando me enseno la verja levantada del suelo, estaba encantado de haberlo descubierto, como lo habia hecho yo unos dias antes.

En la actualidad, cuando cierro los ojos y lo vuelvo a ver sentado a mi lado, rodeados por un desorden de ramas, hojas y sombra, contandome su evasion, me cuesta creer que ese chavalito rubio y flaco tuviera diez anos. Yo le sacaba una cabeza de altura, podia cargarlo a la espalda, pues era aun mas canijo que yo, aunque en el colegio yo seguia siendo el mas delgado de la clase. Tenia las piernas blancas, casi transparentes, y una piel temblorosa como la de los viejos, de esas que amenazan con desgarrarse a cada movimiento.

En esa epoca, yo no tenia la menor idea de cuanto tiempo llevaba alli. David tenia la impresion de estar encerrado desde hacia bastante, pero para mi eso no queria decir nada. Nos quedamos en el humedo escondrijo, contemplando la agitacion en el patio. David pataleaba mucho. Pense que deberia ensenarle a mantenerse inmovil, a subir a los arboles, a correr sin hacer ruido, a deslizarse entre dos troncos, a hundirse en la tierra, a plantarse detras de una puerta, y solo con pensar en todo eso que nos esperaba a partir de entonces, en todas esas jornadas que viviria con David, me daba tal alegria que tenia que reprimirme para no levantarme, tirar de el y empezar mi nueva vida de inmediato.

De repente, oimos un motor y puertas que se cerraban, y aparecieron docenas de policias con la porra en la mano junto al coche negro. Como por arte de magia, la verja de hierro de la prision se abrio, y lo que sucedio durante los siguientes minutos fue algo muy desagradable de ver para un par de crios. Los policias cargaron contra los prisioneros. Mi padre acabo en el suelo y, mientras se arrastraba con dificultad hacia el mango derribado, los prisioneros, sorprendidos, se dispersaron lo mas rapidamente posible. Algunos corrian todo lo que podian, en todas direcciones, hacia el dormitorio o hacia nosotros, pero enseguida los alcanzaban los policias y, si no obedecian de inmediato, si no se ponian de rodillas frente al porche de la casa destrozada, eran empujados de cualquier manera. Arrastraban los pies por el suelo, perdian los zapatos, forcejeaban, pero no tenian fuerzas. Hubiera preferido no tener que ver algo asi. Los policias chillaban, los presos gritaban y lloraban, y David se puso tambien a sollozar, sin contenerse, igual que antes reia a mandibula batiente. Le rodee los hombros con el brazo porque no sabia que otra cosa hacer, y era como si la tempestad hubiera vuelto, con su estruendo y sus ganas de romperlo todo.

De repente, aparecio un muchacho que corria en nuestra direccion. Tendria quince o dieciseis anos y les llevaba cierta ventaja a los dos hombres que le perseguian. Se lanzo contra la alambrada y yo aun recuerdo su rostro lleno de rabia. Ese joven no tenia miedo, no tenia miedo de nada, ni del alambre, recuerdo como su cuerpo se estrello contra la verja con un ruido de chatarra, recuerdo el grito que ahogo y las ordenes de los policias que tenia detras. Todo paso muy rapido. David salto hacia delante y, en una fraccion de segundo, yo le agarre por el hombro y me lance sobre el. No se si aquel joven llego a vernos, no se si pretendia escalar la alambrada, no se nada, pero me acuerdo de la sensacion que se apodero de mi, de ese instinto que me habia llevado a berrear en medio de la tempestad durante horas el dia en que murieron mis hermanos y a lanzar el baston de Anil al rio. Ese otro Raj que habia en mi interior se aplasto sobre David y le puso la mano en la boca, paralizandolo. A un metro de nosotros, tambien los policias inmovilizaron al joven a base de porrazos en los rinones, y lo arrastraron hasta la casa destrozada. No mire a David, no, no hubiera podido sostenerle la mirada, pero notaba como crecia su fuerza debajo de mi, luchando, y mientras lo mantenia en el suelo, yo lloraba, lloraba, pedia perdon. Cuando vuelvo a pensar en eso, me tranquilizo como puedo, me digo que si no llego a hacer aquello, los policias habrian descubierto a David, lo hubiesen detenido, hubieran registrado el bosque y consolidado la barrera. Tambien me habrian descubierto a mi, y quien sabe lo que me habrian reservado, tanto en la carcel como luego en manos de mi padre. Y hubiera vuelto a estar solo.

Ahora soy viejo y puedo decirlo, con verguenza, con tristeza, bajando la cabeza todo lo posible. Eso fue lo que hice cuando tenia nueve anos: le impedi a David ayudar a uno de sus companeros, a un judio como el, encerrado porque nadie sabia que hacer con ellos; y si yo no hubiese hecho lo que hice, puede que David aun estuviera vivo.

9.

Todavia me pregunto por que me siguio. Cuando lo solte, tenia la boca rodeada de marcas rojas, justo donde mis manos lo habian amordazado. Le volvi a pedir perdon, le dije que no queria que los policias lo vieran, le implore el perdon de nuevo, una y otra vez, pero no sirvio de nada. Ya no podia volver atras, ya no podia deshacer lo que habia hecho.

Las palabras se atropellaban unas a otras en mi garganta, me salian desordenadas de la boca, como en un

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