sueno cuando intentas desesperadamente hablar, y hubiera deseado que el entendiera mi lengua materna para que los conceptos fluyeran con mas facilidad, para que yo pudiera encontrar la palabra exacta, el sentimiento adecuado. Me quede callado mientras el me miraba sin parpadear con unos ojos inmoviles y secos, el rostro palido, la boca estriada de rojo, y casi esperaba que me pegase, ya encogia yo los hombros y blandia los punos para parar los golpes. David aparto la mirada y contemplo largamente la prision. Le cayeron por las mejillas unas lagrimas silenciosas, de manera tan torrencial que tuve miedo de que no dejaran nunca de manar. Por primera vez desde que lo conocia, se habia quedado tan inmovil como yo lo estaba por costumbre, y creo que era la pena lo que nos ponia el cuerpo tan en tension.

Yo no sabia que hacer ni que decir, todo se removia en mi interior, sensaciones y pensamientos sufrian un frenesi incomparable. Y pensaba en mis hermanos y en nuestro rio y en Mapou, y no en su muerte, por una vez no, pensaba simplemente en ellos, en su presencia afectuosa: se que el hombre en quien me he convertido les debe mucho, pues Anil y Vinod me amaron de la manera mas sencilla y entregada posible, sin permitir que nuestra miseria cotidiana amargara y arruinara nuestros sentimientos. Hace falta mucha bondad y mucha fuerza para eso. Pensaba en la nube de vapor ondulante sobre el campamento verde, en ese perfume como de licor que desprendian las canas cortadas cuando llegaba la cosecha y flotaba en el aire el polen de las flores. Y pensaba en mi vida posterior, en mi madre, en su valor y en sus manos abiertas ante mi padre, y en el, el, el, siempre el para romper, destrozar, impedir la construccion de lo que fuese. Y David y la escuela y la carcel y el bosque, y los adultos a los que se arrastra por el asfalto que rasga la piel, y ese joven que se arroja sobre la alambrada asesina, y yo, tan triste, tan debil, yo que me tiro encima de David, que lo paralizo usando una fuerza venida de no se donde, que lo amordazo poniendole la muneca entre los dientes, que soporto sin rechistar sus mordiscos. Y nuestra nueva vida en Beau-Bassin, que parecia mas facil pero no lo era, pues estaba rodeada de una gran soledad en ausencia de mis hermanos, de los vecinos, de la fabrica, del rio con sus aguas algo dulzonas, sin la plantacion de cana y sin la chimenea de la fabrica, de la que salian aquellas nubes maravillosas.

En el arbusto, junto a un David quieto y colerico, me vino la idea absurda e inverosimil de que igual yo habia sido feliz alla, en el chamizo de Mapou.

El corazon me latia mas rapido y me sentia perdido, al borde del desmayo. Notaba un peso en el estomago y una sensacion difusa que me invadia y cuyo origen, en esa epoca, me resultaba imposible desentranar. Creo que todo lo vivido desde la muerte de mis hermanos, cada instante transcurrido en la casa al fondo del bosque, mis tardes consagradas a la prision, la violencia creciente de mi padre, nuestra vida a tres, la escena terrible a la que acababa de asistir, creo que todo eso me alejaba de la infancia, y aunque esta nunca hubiera sido muy rutilante, me seguia enganchando a ella sin motivo y pese a todo. Esa sensacion, cual nausea que sube y baja, era la perdida de la infancia y la conciencia de que nada, ya nada me protegeria a partir de entonces del mundo terrible de los hombres.

No sabia que hacer, pero no me podia quedar alli. Asi pues, me incorpore y contemple a David. Las lagrimas le habian trazado unos surcos en el rostro ensuciado por el barro y el polvo. Se levanto a su vez y, sin una palabra, sin una sonrisa, sin una mirada, me siguio.

Se mantenia detras de mi y yo no paraba de darme la vuelta para asegurarme de su presencia. En el bosque, David se acerco a mi, creo que tenia miedo, pues caminabamos sobre ramas y troncos tirados por el suelo, con lo que el terreno no resultaba muy estable. Apenas habiamos dado unos pasos cuando David resbalo con unas ramas humedas y se derrumbo cuan largo era. Me miro con dolor, y cuando le ayude a levantarse le dije estas palabras, exactamente estas, en este orden:

– Quedate conmigo, haz lo que yo haga y no nos separaremos. Te lo prometo.

No son unas palabras extraordinarias, pero recuerdo que las separe al enunciarlas, como si sopesara cada una de ellas, como si aprendiera a pronunciarlas por primera vez; y sin embargo, no las habia pensado, esa frase tan sencilla me habia venido de manera natural porque era lo que me habrian dicho mis hermanos y lo que yo les habria dicho a ellos si me hubieran necesitado.

La tension que habia entre nosotros, los rostros transidos, su ira, mi verguenza, todo eso se disipo tranquilamente en el bosque asesino. Y durante los dias que siguieron y que pasariamos juntos, hasta el final, me quede con el, le protegi lo mejor que supe y falto poco para poder cumplir mi promesa al completo como un hombre de palabra.

Durante ese primer trayecto por el bosque, a menudo lo cogia de la mano. Le ensene a comprobar la solidez de una rama en el suelo. A ponerle el pie encima, a moverla para verificar que no se desplazara, a apoyar un pie, a no eternizarse en la tienta, a estar siempre en movimiento y, sobre todo, a utilizar las manos todo lo posible para agarrarse y repartir el peso por todo el cuerpo. Debo decir que no fue facil. David resbalaba, me arrastraba con el y acababamos con frecuencia en el barro. Ese bosque era tan nuevo para el como para mi, pero yo intentaba mantener el tipo, conservar el rumbo, fijarme en los detalles que habia descubierto a la ida. Trataba de recordar lo que hacia Anil cuando ibamos a un sitio por primera vez y como confiabamos en el para nuestra seguridad, trataba de recordar su rostro, su sonrisa tranquilizadora y su actitud de hermano mayor, para imitarla. Cuando por fin divisamos la casa, estabamos empapados, sucios y agotados.

Mi madre estaba en el lindero y sostenia algo en las manos a lo que no quitaba el ojo de encima. Avanzaba prudentemente hacia nosotros como si hubiera sentido nuestra presencia. De lejos pense que llevaba un cuenco lleno hasta arriba de leche de vaca fresca y que no queria derramar ni una gota, pues en aquella epoca la leche era un lujo para nuestra familia. David se escondio detras de mi y yo le dije que se trataba de mi madre. Seguimos andando tal cual y mi madre, mirandose las manos, me decia, ?ven, Raj, ven a ver! Yo iba hacia ella a paso de lobo, intentando dar con una explicacion para la presencia de David, plenamente consciente de que no podia hablarle de la carcel. Nunca le habia mentido a mi madre, pero no podia decirle que David era uno de los presos de las mazmorras de Beau-Bassin. Porque en el fondo, para los demas, para mi padre, para los policias, para el director y para los escasos habitantes de Beau-Bassin que estaban al corriente, David no era mas que un simple presidiario encerrado entre cuatro paredes y vigilado las veinticuatro horas del dia: un mAlvAdO, un mAton, un lAdron.

Yo estaba a dos pasos de mi madre. Evidentemente, no habia encontrado nada brillante que decirle. David se aparto un poco hacia la derecha y dijo, irguiendo la espalda:

– Buenos dias, senora, me llamo David y vengo de Praga.

Mi madre arrugo el ceno, me miro como para calarme y descubrir la verdad, entreabrio la boca y entonces sucedio algo increible, como en los cuentos de hadas. Mi madre sostenia en las manos una cotorra de color rojo, que en esos tiempos era toda una rareza. Si mi madre poseia el poder de matar ratas, serpientes y escorpiones con unas pocimas cuyos secretos conocia, tambien tenia la bondad de recoger pajaros y darles calor con sus manos, de darles de beber usando las palmas como recipiente, sin preocuparse por los picotazos, derrochando paciencia y ternura. Habia recogido a la cotorra y creo que la habia alimentado con esos granos magicos que sacaba de ninguna parte.

Sorprendida ante la presencia de David, ante sus palabras, mi madre hizo un gesto con la mano y la cotorra echo a volar. Solo oiamos el batir de sus alas, y estabamos fascinados por su color rojo intenso que se recortaba contra el cielo azul. Como un nino que aprende a andar, la cotorra perdio de pronto algo de vigor y empezo a caer dibujando un circulo, hasta posarse en la cabeza de David. Era todo un espectaculo ver a ese pajaro majestuoso, cubierto de suaves plumas rojas, peinado con un erizado tupe, con los ojos vivarachos y negros y una larga cola terminada en dos o tres plumas, no menos largas, que asemejaban el manto de una reina, posandose sobre los rizos rubios de David, como si entre las tres cabezas que tenia a su disposicion hubiera elegido la mas hospitalaria.

David se quedo quieto, los ojos se le redondearon y todo lo que se le ocurrio decir fue, oh, oh, oh, ante lo que mi madre se echo a reir a carcajadas. Yo ya no recordaba cuando la habia visto reir asi, pero seguro que habia sucedido cuando mis hermanos aun vivian. Se me puso el corazon en un puno y rei y llore a la vez al ver al pajaro rojo sobre la rubia cabeza de David y la cara de susto que se le ponia a este, y al oir la risa de mi madre y darme cuenta de que mis hermanos, al morir, habian estado a punto de llevarse consigo la risa de mi madre.

Acto seguido, la cotorra alzo el vuelo trazando con una cabriola roja en el aire el circulo que componiamos mi madre, David y yo. Era magnifico e irreal verla dar vueltas asi, parecia que nos consolidaba, que nos bendecia, parecia que se alimentaba de nosotros antes de desaparecer, parecia un sueno que teniamos los tres a la vez, al mismo tiempo. Nos quedamos inmoviles, nadie se atrevia a romper el circulo imaginario, a seguir con la mirada a la cotorra hasta que se la tragaran el cielo azul y el bosque verde.

Mi madre suspiro como para recuperar 'el aliento y me pregunto:

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