impaciente, energico, como pase de golpe del hundimiento a la alharaca esa noche, pues si hubiese podido correr hasta Mapou llevandolo a la espalda lo habria hecho, que penso realmente David, creo que se contentaba con estar alli, aqui, ahora, y darme gusto, seguirme, hacer lo mismo que yo, no imitarme, sino aprender de mi, aunque Dios sabe que yo no tenia nada que darle, que es triste a los nueve anos no tener nada que ofrecer, y el me miraba con esos ojos enormes que cambiaban de verde a gris acompanandome en mi fragil y loca felicidad, esos ojos que esperaban tanto de mi, Dios mio, ?que hice con toda esa esperanza, que hice?
12.
Creia que a una edad avanzada contemplaria mi vida con indulgencia, pues se que no sirve de nada lamentarse, que hace falta mucha suerte para que tus suenos se hagan realidad, que la mejor manera de vivir es hacer lo que puedas en cada circunstancia y que hay un monton de cosas que suceden sin nuestra participacion, por mucho que nos pasemos la vida corriendo como locos, creyendo que podemos cambiar lo que sea. Pero cuando me acuerdo de esos dias del verano de 1945, cuando hablo de David, el corazon me pesa, la cabeza me hormiguea y me entran ganas de llorar por lo mucho que lo lamento todo.
Me hubiera encantado que David hubiese tenido la oportunidad de crecer y envejecer como yo. Hubiera deseado que el hubiese contado su propia historia, con sus propias palabras, todo eso que solo el pudo ver. Diria cosas como:
Puede que tambien dijera:
?Acaso pensaba el que le llevaria a Eretz? ?Acaso creia que ibamos a un lugar en el que habriamos podido ser felices, o tan solo -terrorifica pregunta a mi edad- seguia ese itinerario por mi? De su vida de recluso, de judio deportado, de huerfano, de prisionero, de nino sin infancia, de crio que conoce de cerca y sobradamente la muerte, David habia aprendido, creo yo, a dejar de ser, a olvidar que tenia un corazon capaz de algo mas que llorar, unos brazos, unas piernas para correr y un rostro tan dulce ante el que solo cabia la adoracion. Habia olvidado todo eso, habia olvidado que estaba hecho de carne y de sangre, habia olvidado que disponia de la posibilidad de crecer y hacerse un hombre. Ah, vaya cara que tengo al contar todo esto hoy dia, al decir todo eso, al hablar de el con tanta tranquilidad, como si tuviera alguna legitimidad para hablar de esas cosas impronunciables. ?Que sabre yo de lo que el podia sentir? ?Que se yo de la deportacion y de los pogromos? ?Que se yo de la carcel? ?No soy mas que un pobre viejo!
?Acabo de dar un traspie? Mi hijo esta aqui, ayudandome a incorporarme, recogiendo mi baston, aguantandome del brazo. Me habla, pero apenas le oigo, apenas le veo. Me conduce hasta un banco, debajo de un arbol, a unos pocos metros de David; yo me resisto y mi hijo me dice, descansa un poco, que pega mucho el sol, ahora mismo vuelves. Tiene una voz muy carinosa y yo cedo. La sombra me sienta bien. Mi hijo me pasa una botella de agua fresca y se sienta a mi lado. Me pregunta si conocia personalmente a alguien que este enterrado aqui, y yo asiento. No aparto la vista de la tumba de David, y tal vez por eso mi hijo respeta mi silencio y no dice nada mas.
Ahora es demasiado tarde, sesenta anos tarde, para darse cuenta, ante su tumba, de que David se olvido de ser el mismo, de que habia dejado de ser un crio y de que todo lo que hacia, lo hacia por mi, para vivir un poco a traves de mi, pues a base de ver como le robaban la vida, no sabia hacer otra cosa. Durante esos pocos dias que pasamos juntos, ?le ayude a reencontrarse? No. Pues al dia siguiente, ya se trataba de mi historia. Era mi hermano al que iba a reencontrar, era esa urgencia lo que importaba y no el hecho de que David hubiera escapado de la prision, de que yo le hubiera inmovilizado cuando queria ayudar a un amigo, de que me lo llevara a casa, de que yo hubiera hecho nacer en el una esperanza de vida en libertad, de que la idea de la fuga fuera totalmente mia y se la hubiese impuesto a el. Era mi felicidad la que estaba en juego. Espero que me perdone esta indecencia.
Mis recuerdos fermentan desde hace tanto tiempo que a veces dudo de ellos. Hay imagenes fortisimas que me parece haber presenciado ayer por la manana. Vuelvo a pensar en nuestra larga marcha del dia siguiente, en el camino de tierra que bordeaba el bosque y al que nos pegabamos para no volver a internarnos en la foresta, aun no, ese camino de tierra sucia, con ese barro espeso de superficie resquebrajada que se habia formado a ambos lados, las ramas, las hojas, los pajaros muertos, como si una parte del bosque hubiese venido a expirar aqui y su ultimo suspiro resonara a nuestro paso; y nosotros, caminando como chicos obedientes, bien pegados a la izquierda, cuando podriamos haber hecho de ese sendero nuestro terreno de juegos, nuestro mundo particular, y patearlo y removerlo, pero no, caminabamos en imaginaria linea recta, como soldados. Delante y detras de nosotros, el mismo paisaje se extendia hasta el infinito. Una franja de naturaleza muerta. A veces creia ver un fruto que se habia salvado, me agachaba, lo recogia y lo examinaba, pero acababa tirandolo porque los mangos, los lichis, las papayas, todas esas frutas se habian arruinado en plena maduracion y no eran mas que pellejos putrefactos, bolas pegajosas, chorreantes y apestosas. Le ensene a David a probar la calidad de un fruto, como olisquear un mango por la base, como hacer rodar un lichi por la mano, como apretar una papaya entre el pulgar y el indice para verificar la suavidad de la piel. El me escuchaba y aplicaba con seriedad mis indicaciones; luego echaba el brazo hacia atras y lanzaba la fruta aun mas lejos que yo, lo cual era tal vez una manera, nuevamente, de decirme que estaba de mi parte, que no podia estar mas de acuerdo conmigo.
– Escucha.
Era David quien habia murmurado eso, y yo me detuve y preste atencion. Se oia un rumor a lo lejos. Conversaciones ahogadas, gritos urgiendo a trabajar mas rapido, a ir a la izquierda, a la derecha, a pararse. Cogi a David de la mano y seguimos andando, puesta toda nuestra atencion a partir de entonces en los murmullos y pensando yo en una ciudad con sus calesas. Pero fue una casa lo que encontramos en mitad del camino. Era blanca, inmensa, hecha de ladrillos cuyas junturas estaban a la vista. Yo nunca habia visto nada parecido. Las casas de los patrones de Mapou no eran tan imponentes. Recuerdo que me puse a contar las ventanas, y habia el mismo numero de ellas en cada fachada. El sendero de tierra se acababa a unos cincuenta metros de la mansion y empezaba un camino adoquinado. Dos caballos arrastraban troncos de arbol, haces de bambu, follaje y ramas, y avanzaban lentamente haciendo sonar las pesadas herraduras mientras un senor muy mayor, vestido como los del campamento de Mapou, con un trozo de tela atado a la cintura, vigilaba que el cargamento no se soltara. Alrededor de la mansion, habia hombres cavando trincheras para replantar bambu. La tierra y el barro que salian de las zanjas iban a parar a unos cestos de mimbre que dos chavales no mas altos que nosotros llevaban hasta un carromato, y el lodo que rebosaba de los cestos les pringaba las piernas. Habia tambien mujeres que salian de la casa a intervalos regulares para tirar cubos de agua al patio, creando charcos de color marron.
No se quien fue el primero en fijarse en nosotros. Los hombres dejaron de picar, las mujeres pusieron los cubos en el suelo y colocaron las manos en las caderas, los dos chavales soltaron el cesto y el viejo dejo de vigilar la carga. Solo uno de los caballos seguia haciendo ruido con las herraduras.
Un hombre joven vestido a la inglesa, con pantalon de lona, camisa, chaqueta y relucientes zapatos negros de charol, hizo su aparicion. Era un mestizo con ojos azules, y en esa epoca, para mi, en la tierra habia Blancos, Negros e Indios. Pero ese hombre de piel cobriza, ojos azul cielo y cabello rubio y rizado, esa mezcla ambulante, se me antojo un extraterrestre. Se acerco a nosotros y vi que sostenia un par de guantes en la mano izquierda. Nos observo atentamente y reprimio una risotada. Nunca he sabido por que. ?Se debia a nuestro atuendo de escolares aplicados, con nuestro pantalon corto azul, la camisa blanca y la bolsa a la espalda? ?Se trataba de nuestro rostro cubierto de aranazos, nuestra pinta de salvajes, o de la manera en que nos manteniamos cogidos de la mano, firmemente, sin temblor alguno?
Ante mi gran sorpresa, nos ofrecio trabajo. Se dirigio a David en frances, diciendole que habria comida y tres monedas si echabamos una mano, y fui yo quien respondio. El mestizo seguia mirando a David, que no se inmuto. Nunca hay que rechazar un trabajo, dicen nuestros mayores, nunca.
– Si, claro que queremos trabajar.