—?Que edad tienes, Carlee?

—Casi diecisiete anos.

—Eres muy joven. ?Crees que podras hacer este trabajo?

—Oh, si. Se peinar y me gusta cuidar ropas.

—No tenia idea… —Se mordio el labio—. Crei que eras mayor. —Se acerco a mi, siempre mirandome—. Quisiera que revises mi guardarropa. Ponlo en orden. Me enganche el zapato en el encaje de un vestido de noche. ?Sabes arreglar encaje?

—Oh, si —le asegure, aunque jamas lo habia hecho.

—Es una labor muy delicada.

—Puedo hacerla.

—Necesitare que prepares mis cosas todas las tardes, a las siete. Subiras el agua para mi bano. Me ayudaras a vestirme.

—Si —repuse—. ?Que vestido quiere ponerse esta noche?

Ella me habia desafiado y yo iba a demostrar mi eficiencia.

—Oh… el de raso gris.

—Muy bien.

Me volvi hacia el armario. Ella se sento junto al espejo y se puso a jugar nerviosamente con los peines y cepillos, mientras yo iba al ropero y sacaba las ropas. Jamas habia visto nada tan magnifico. No pude resistirme a acariciar los terciopelos y los rasos. Encontre el vestido gris, lo examine y lo estaba extendiendo sobre la cama cuando entro Justin Saint Larston.

—?Mi amor! —Fue como un susurro, pero yo oi el tono subyacente de incansable pasion. Levantandose, habia ido a su encuentro; pese a mi presencia, lo habria abrazado si el la hubiese alentado un poco—. Me preguntaba que te habria ocurrido. Te esperaba…

—?Judith! —dijo el; su voz fue fria, como una advertencia.

Ella rio diciendo:

—Ah, esta es Carlee, la nueva doncella.

Nos miramos. Justin no habia cambiado mucho, en realidad, con respecto a ese hombre muy joven que estaba presente cuando fui sorprendida en la pared. Su mirada no indico que me reconociera. Habia olvidado aquel incidente tan pronto como termino; la nina de las cabanas no habia dejado ninguna impresion en el.

—Bueno, ahora tendras lo que deseabas.

—No deseo en el mundo otra cosa que…

Casi imponiendole silencio, Justin se dirigio a mi:

—Ya puedes irte. Te llamas Carlee, ?verdad? La senora Saint Larston te llamara cuando te necesite.

Incline levemente la cabeza. Al cruzar la habitacion senti que ella me observaba y lo observaba al mismo tiempo. Sabia lo que estaba pensando, merced a lo que habia oido estando oculta en el armario, en esa misma pieza. Era una mujer violentamente celosa; no soportaba que el mirase a otra mujer… ni siquiera a su propia criada.

Toque los rollos de cabello que tenia sobre la cabeza; tuve la esperanza de que mi complacencia no fuese evidente. Al volver a mi pieza, pensaba que la riqueza no hacia necesariamente feliz a la gente. Era bueno recordarlo cuando alguien tan orgulloso como yo se encontraba de pronto en una situacion humillante.

* * *

Esos primeros dias en el Abbas siempre resaltaran con claridad en mi mente. La casa misma me fascinaba todavia mas que la gente que en ella vivia. La rodeaba una dudosa atmosfera de intemporalidad. Cuando se estaba sola, era muy facil creerse en otra epoca. Desde que oyera la historia de las Virgenes, mi imaginacion estaba cautiva; con frecuencia me habia imaginado explorando el Abbas… y esta era una de esas poco habituales ocasiones en que la realidad sobrepasaba a la imaginacion.

Esas altas habitaciones, con sus cielorrasos tallados y decorados, algunos pintados, otros con inscripciones en latin o en dialecto de Cornualles, eran, un deleite para mi. Me gustaba tocar la suntuosa tela de las cortinas, quitarme los zapatos y sentir la mullida alfombra. Me agradaba sentarme en los sillones y canapes e imaginarme dando ordenes; y a veces hablaba conmigo misma como si yo fuese el ama de la casa. Eso se convirtio en un juego del que yo disfrutaba, y nunca me perdia una oportunidad de jugarlo. Pero aunque tanto admiraba los aposentos, lujosamente amueblados, que la familia utilizaba, me sentia atraida una y otra vez hacia esa parte de la casa que casi nunca se usaba y que evidentemente habia formado parte del antiguo convento. Era alli donde Johnny me habia llevado la noche del baile. La rodeaba un aroma que repelia y fascinaba al mismo tiempo; un olor humedo, oscuro; un olor a pasado. Las escaleras, que parecian surgir de pronto y enroscarse por algunos peldanos para luego terminar en una puerta o en un corredor; la piedra que habia sido desgastada por millones de pisadas; esos extranos y pequenos— aposentos, con ventanas que parecian hendiduras, que habian sido las celdas de las monjas; y bajo tierra estaban las mazmorras, ya que la casa habia tenido una prision. Descubri la capilla —oscura y humeda— con su antiquisimo triptico, sus bancos de madera, su piso de baldosas de piedra, su altar donde habia velas que parecian preparadas para que los ocupantes de la casa acudiesen a orar. Pero yo sabia que nunca se la utilizaba ya, puesto que los Saint Larston iban a orar a la iglesia de Saint Larston.

En esa parte de la casa habian vivido las seis virgenes; sus pies habian pisado esos mismos corredores de piedra; sus manos habian aferrado la soga al subir los empinados peldanos.

Empece a querer a esa casa; y puesto que amar era ser feliz, no era desdichada, en esos dias, a pesar de pequenas humillaciones. Me habia hecho valer en la sala de los criados, y mas bien habia gozado de la batalla que alli se hubo de librar, especialmente porque, segun me lo aseguraba, yo habia sido la vencedora. No era hermosa con los rasgos finamente cincelados de Judith Saint Larston ni con el sutil encanto de porcelana de Mellyora, pero con mi resplandeciente cabello negro, mis grandes ojos que eran muy buenos para expresar desden, y mi orgullo, era mas sorprendentemente atractiva que ellas. Era alta y delgada casi hasta la flacura, y poseia una indefinible cualidad de extranjera que, empezaba a darme cuenta, podia utilizarse en mi beneficio.

Haggety era consciente de ella. Me habia colocado en la mesa junto a el mismo, una circunstancia que desagradaba a la senora Rolt; lo sabia porque la habia oido protestar.

—Oh, querida mia, por favor —respondio el—, despues de todo es la doncella de compania, como usted deberia saber. Es un poco diferente de esas criadas suyas.

—Y a mi me gustaria saber de donde vino.

—Eso no tiene remedio. Lo que debemos tener en cuenta, es lo que ella es.

?Lo que ella es!, pense mientras me pasaba las manos por las caderas. Cada dia, a cada hora, me estaba reconciliando mas y mas con mi vida. Humillaciones, si, pero la vida en el Abbas podia ser mas regocijante que en cualquier otra parte. Y yo vivia alli.

Sentada a la mesa, en la sala de los criados, tenia la oportunidad de estudiar a los ocupantes de la casa que vivian en la planta baja. A la cabecera de la mesa, el senor Haggety —ojillos porcinos, labios propensos a aflojarse ante un plato o una mujer suculentos, gobernando el gallinero—, el rey de la cocina, el mayordomo del Abbas. Lo seguia en importancia la senora Rolt, el ama de llaves, que se autodenominaba viuda, pero muy probablemente utilizara el 'senora' como titulo de cortesia, esperando que algun dia el senor Haggety le hiciera la pregunta y el 'senora' fuese suyo en derecho cuando hubiese cambiado su apellido, de Rolt a Haggety. Mezquina, taimada, decidida a mantener su puesto: jefa de personal bajo las ordenes del senor Haggety. Despues la senora Salt, cocinera, devota de la comida y las habladurias; su talante era lugubre; habiendo sufrido en su vida matrimonial, habia abandonado a su marido, a quien se referia como 'aquel' cada vez que era posible; lo habia abandonado al venir al Abbas desde la misma punta de Cornualles al oeste de Saint Ives; y expresaba grandes temores de que 'algun dia el la encontrara. Estaba tambien su hija, Jane Salt; una mujer de unos treinta anos que era doncella, silenciosa, duena de si misma, devota de su madre. Luego Doll, hija de un minero, mas o menos veinte anos, con terso cabello rubio y una aficion al azul brillante, que lucia cuando disponia de una o dos horas para salir de conquista, como decia. La simplota Daisy trabajaba con ella en las cocinas, la seguia por todas partes, la imitaba y anhelaba salir de conquista; la conversacion de ambas parecia limitarse a dicho tema. Todos estos criados vivian en la casa, pero estaban ademas los sirvientes externos, que entraban para las comidas. Polore, la senora Polore y el hijo de ambos, Willy. Polore y Willy estaban asignados a los establos, mientras que la senora Polore cumplia tareas domesticas en el Abbas. Habia dos cabanas en el cercado; la otra estaba ocupada por el senor y la senora Trelance y la hija de ambos, Florrie. Parecia haber la opinion de que Florrie y Willy debian

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