– Mi mujer no para de insistir en que compre un radiotransmisor y ahora comprendo por que. -Senalo la Polaroid y anadio-: ?Fotografo, eh? Dicen que son ustedes capaces de ir a donde sea por una instantanea, y ya no tengo ninguna duda de ello.

Saque la 357 y le puse la boca del silenciador delante de la nariz. «?Eh? ?Pero que…?», balbuceo el hombre. Sonrei y replique: «Solo quiero tu dinero.»

Temblando, mas de miedo que de frio, el tipo dijo que lo llevaba encima y oi el castaneteo de sus dientes. Le indique que se dirigiera hacia los abetos situados a unos diez metros de donde estabamos. Le deje abrir la marcha y, cuando estaba a tres metros de una solida barrera de troncos, le dispare dos tiros por la espalda.

El silenciador emitio un estampido amortiguado, el gordo volo hacia delante y me llego el eco de la madera al astillarse. Puse el cronometro a ocho minutos, para ser ultracauto, y conte despacio hasta veinte para que mi victima tuviera tiempo de morir. Cuando estuve seguro de que no me molestaria con espasmos reflejos ni rociadas de sangre, lo agarre por los talones y lo arrastre hasta los arboles en los que era mas probable que se hubieran alojado las balas. Cuando vi las puntas huecas incrustadas, una junto a la otra, en el tronco de un arbolillo joven, las saque con los dedos y las guarde en el bolsillo de la chaqueta. Despues, arrastre el cuerpo a traves de un claro hasta un banco de nieve que ya tenia un metro de profundidad. No llevaba guantes, por lo que me cubri las manos con las mangas para sacar la cartera del bolsillo interior de su chaqueta y extraer de ella un fajo de billetes de cien, veinte y diez, ademas de una coleccion de tarjetas de credito. Guarde billetes y tarjetas en los bolsillos traseros del pantalon, me aparte del cuerpo, respire profundamente y descolgue del hombro la Polaroid.

4.16 transcurridos.

Hice inventario de mi persona y toque el Magnum, las balas disparadas y las tarjetas y billetes robados. Las huellas de pisadas y la sangre eran faits accomplis; la nieve que seguia cayendo no tardaria en cubrirlas. Baje la vista al muerto y adverti que la corona de nieve le conferia cierto aire de romantico de epoca, como si fuese un lechuguino de los tiempos de Beethoven que disimulaba su fealdad bajo una peluca empolvada. La idea me inspiro, y me incline sobre el muerto para sacarle una foto, un primer plano de la parte posterior de la cabeza. La camara expulso el papel en blanco y, cuando aparecio en el la imagen de la corona de nieve, guarde la foto en el bolsillo delantero, le di la vuelta al cuerpo y tome otra instantanea de su mascara mortuoria, con los ojos saltones y la boca ensangrentada. Mi memoria centelleo y, con seis minutos por delante, eche nieve sobre el cuerpo hasta que quedo cubierto con un monticulo de pristina blancura. Cuando hube terminado el trabajo, estudie la cara de la foto mientras volvia al Muertemovil.

Despues de guardar de nuevo el 357 en su compartimento de seguridad, continue el viaje. Coloque las fotos en el salpicadero, donde pudiera verlas contra la nieve/peluca empolvada. Avance despacio, sin apartarme del carril derecho, e imagine a la madre naturaleza borrando mi rastro del escenario del crimen. La tormenta alcanzaba proporciones de ventisca y me di cuenta de que seria imposible llegar a Lake Geneva antes de medianoche; pronto tendria que buscar abrigo. El limpiaparabrisas apenas conseguia apartar el polvo que chocaba con el cristal y, cuando llegue a una larga curva en forma de S, tuve que detenerme y bajar a despejarlo con las manos.

Entonces vi el control de carreteras.

Estaba a sesenta metros de distancia y al momento comprendi que no podia ser por mi: habia matado al gordo limpiamente, hacia ya una hora y media, y si me hubieran identificado como el asesino, la policia ya habria hecho un movimiento de aproximacion. Por dentro, me tense como un tambor. Limpie el parabrisas con la manga, volvi al volante y, haciendo pedazos las fotos de muerte, las arroje a la nieve por la puerta del acompanante. Me acorde de las balas y las tarjetas de credito que llevaba en el bolsillo y me deshice de ellas tambien. Despues, entre una marcha y me aproxime al puesto de control.

Junto a las vallas que cortaban el paso estaban apostados numerosos policias del estado armados con fusiles, y detras de ellos se alineaba media docena de coches patrulla azules y blancos. Cuando me detuve, dos polis se acercaron al Muertemovil en un movimiento envolvente, apuntandome directamente con las armas. Desde detras de la barrera, una voz amplificada electronicamente grito: «?Conductor de la furgoneta plateada! ?Abra la puerta del vehiculo, ponga las manos sobre la cabeza y camine hasta el centro de la calzada! ?Hagalo despacio!»

Obedeci, muy despacio, bajo la nevada. Los dos policias continuaron apuntandome. Los ojos de sus fusiles del calibre 12 se veian grandes y negros contra el blanco de la nieve. Cuando llegue al centro de la calzada, un tercer agente me agarro los brazos por detras, los junto a mi espalda y me puso las esposas. Una vez inmovilizado, una nube de policias salto las vallas y se lanzo sobre el Muertemovil mientras los dos de los fusiles bajaban sus armas y se acercaban. El que me habia puesto las esposas me cacheo por detras y anuncio: «Limpio.» Los otros dos me indicaron que volviera a la furgoneta. Habia agentes encima, debajo y dentro del Muertemovil II; aquello me irrito y me di cuenta de que la mejor manera de afrontar mi primer interrogatorio serio desde el de Eversall/Sifakis, ocurrido cuatro anos atras, seria mostrarme indignado.

– ?A que cojones viene esto?-exclame.

Los polis de los fusiles me empujaron contra la furgoneta y tambien ellos se apoyaron en su costado. Asi, los tres tuvimos cierta proteccion del viento y de la nieve. El policia de mas edad, que llevaba una insignia de teniente en la parte delantera de su sombrero de agente forestal, me pregunto a bocajarro:

– ?Nombre?

– Martin Plunkett.

– ?Direccion?

– No tengo direccion, en este momento. Me dirijo a Lake Geneva a buscar empleo.

– ?Que clase de empleo?

Emiti un suspiro de irritacion y respondi:

– Ascensorista o barman en invierno y, quiza, caddie durante la temporada de golf.

Intervino el otro agente:

– ?Eres un transeunte profesional, Plunkey?

– Llameme por mi apellido -replique.

El teniente me quito la cartera del bolsillo de atras y se la entrego a un agente que habia entrado en la cabina del Muertemovil.

– Informa a todas las unidades -dijo y, volviendose hacia mi, anadio-: Senor Plunkett, tiene derecho a guardar silencio. Tiene derecho a que este presente un abogado durante su interrogatorio. Si no puede pagarse el abogado, se le designara uno de oficio.

Me trague la letania. Al fondo, oi pronunciar mi nombre, acompanado de los datos del permiso de conducir, por el microfono de la radio de un coche patrulla. Al parecer, el registro de la furgoneta ya estaba terminando.

– ?Quieres hacer una declaracion, Plunkey?-pregunto el poli raso.

Le dirigi una sonrisa a lo Bogart:

– ?Me la quieres chupar, mamon?

El agente cerro los punos y el teniente me agarro y me aparto unos metros. Oi que una voz anunciaba: «?El vehiculo parece limpio, jefe!», y el teniente me previno:

– No se ponga chulo, joven. No es momento ni lugar para eso.

Fingi una expresion dolida y replique:

– No me gusta que me acosen.

– ?Que lo acosen? ?Lo han detenido alguna vez?

– Si, una vez, hace diez anos, por un robo. Desde entonces, no me he metido en lios.

El teniente sonrio y se limpio de nieve los labios.

– Esta es la clase de historias que me gusta oir, sobre todo si la corroboran las comprobaciones que estamos haciendo sobre ti -dijo. Adverti que ya no me trataba de usted.

– Ya lo vera.

– Asi lo espero, sinceramente, porque en los ultimos tiempos han sido violadas y asesinadas en esta zona tres mujeres jovenes (la ultima, esta misma manana, cerca de la frontera de Illinois); de ahi el despliegue de controles. ?De que grupo sanguineo eres, Martin?

No supe como reaccionar a la coincidencia y mi expresion de perplejidad debio de resultar convincente, pues

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