La Sombra Sigilosa me envio senales luminosas de asteriscos, signos de interrogacion y numeros y, cuando estos computaron a 1948-1979, intente levantar las manos y agarrar a Anderson por el cuello, pero no pude. El sujetaba mis mas de noventa kilos con una mano firme en mi hombro y una advertencia: «Chist, chist, chist.»

Me cimbree bajo la mano del policia.

Me acomode al ritmo y, en cierto modo, le cogi gusto.

La celda estuvo a punto de ponerse del reves, pero lo evito en el ultimo segundo una voz de nino de coro:

– No creo que soportes verlo, asi que te lo voy a contar. Tengo aqui un Colt Python con un silenciador profesional, y unas tarjetas de credito, y algunas revistas de esas de True Detective, y unas cuantas fotos Polaroid hechas pedazos, tooodas reconstruidas y cubiertas de polvo para huellas dactilares que revelan, ?adivinas que?, dos latentes viables que corresponden a Martin Michael Plunkett, varon, blanco, fecha de nacimiento 11/4/48, Los Angeles, California. ?No nieva nunca en California, Martin?

La mano y la voz me soltaron y me di un golpe en la espalda contra el canto metalico de la litera de arriba. El contacto me sobresalto y Anderson aparecio ante mi como lo que era en realidad: un adversario. Recobre la compostura y empece a captar las lineas mas generales del juego al que se dedicaba. Todavia notaba el tacto de su mano y aun oia su voz, pero logre despojarme de su calor residual y consegui articular:

– ?Que es lo que…?

Me detuve cuando adverti que mi voz estaba imitando la de mi interlocutor, con una suavidad impregnada de amenaza. Anderson sonrio:

– Ese es el halago mas sincero que se me puede hacer; gracias, pues. ?Que es lo que quiero? No se, el chico de Hollywood eres tu: en tus manos dejo lo de escribir el guion.

Di un tono ronco a mi voz y emplee asperas resonancias de baritono.

– Pongamos que salgo de esta celda, monto en mi furgoneta y, sencillamente, me largo…

– ?Eso quieres? Eres libre de hacerlo. Pero no llegaras muy lejos. Ahi fuera tenemos una tormenta mortal.

– ?Me da…?

– No, no. -Anderson agito la bolsa de papel-. No vuelvas a pedirmelo.

Las lineas generales del juego quedaron un poco mas claras. Se reducian a una accion de contencion.

– ?Que va a hacer con las cosas de la bolsa?

– Guardarlas.

– ?Por que?

– Porque me gusta tu estilo.

– ?Y cuando la tormenta se aca…?

Anderson se volvio y su voz se hizo ronca:

– Cuando despeje, seras libre de irte.

Me lleve la mano al bolsillo y toque la llave que me habia entregado.

– El hotel queda al otro lado de la calle, un par de puertas mas alla -continuo Anderson-. Y la policia estatal de Wisconsin se hace cargo de la factura porque hemos causado molestias a un ciudadano inocente.

Abandone la celda, recorri la comisaria y sali a la nieve. Esta me envolvio y, mientras cruzaba la calle en direccion al hotel, vi la furgoneta aparcada junto al bordillo. Su color habia pasado del plateado a un blanco polvoriento. Pense en lanzarme de cabeza a la tormenta, con el Muertemovil como vehiculo de suicidio; pense en largarme, en moverme y punto, pero con cautela. El panico se estaba aduenando de mi, un panico desnudo y amenazador y mezquino… y entonces recorde el tacto de la mano de Anderson en mi hombro y me di cuenta de que, si huia, aquel hombre nunca llegaria a saber que yo resultaba tan peligroso como lo era el.

La unica salida era quedarme.

Corri al hotel y entre en la ruinosa cafeteria cuando ya se disponian a cerrar. Hambriento, pedi rosbif, panecillos calientes y patatas y lo engulli todo. Luego, pase a la recepcion y me sente en un gran sillon que estaba junto a la chimenea a hacer acopio de agallas.

En esta ocasion, las horas de espera pasaron deprisa; el miedo que tenia no estaba impregnado de desazon, sino que era nervioso, masculino, como el que debe de sentir el torero antes de salir al ruedo. A las 10.00, saque la llave, vi el 311 grabado en ella, subi a la habitacion y abri la puerta.

La lampara que colgaba del techo estaba encendida e iluminaba una estancia deprimente, sacada de los anos veinte: una alfombra raida, una cama grande y blanda, una mesilla y una comoda maltrechas. Lo espartano del lugar me impulso a retroceder, no a entrar, y comprendi que habia esperado encontrar un hombre desnudo. La imagen se desvanecio al cabo de un segundo y entre en aquel bucle temporal entre cuatro paredes, cerre la puerta y eche el cerrojo.

El viento batia las ventanas bordeadas de hielo y por los conductos de la calefaccion entraba una vaharada de calor nauseabunda. No habia sillas, por lo que avance hacia la cama y me disponia a sentarme en ella cuando vi que la colcha ya estaba ocupada.

Sobre la felpilla blanca habia una serie de fotos Polaroid, tres ordenadas hileras de cuatro instantaneas en color, dispuestas de forma que cubrian toda la cama. Me incline a mirarlas y observe vivisecciones en diversas fases: cuatro adolescentes desnudas -todas morenas y guapas-, intactas en las primeras fotografias y gradualmente descuartizadas conforme las fotos se acercaban a los pies de la cama.

Los conductos se estremecieron con otro estallido de calor y busque el bano con la mirada. Vi uno tras una puerta lateral abierta, entre corriendo y vomite la cena. Estaba lavandome la cara con agua fria cuando oi un chasquido en la puerta de la habitacion y vi entrar a Anderson.

Cogi una toalla de la barra y me seque. Anderson apoyo el hombro contra la pared, adoptando una pose que tenia la gracia de un modelo publicitario de talento. En aquel instante, adverti que hasta el momento mas nimio de la vida de ese hombre estaba imbuido de elocuencia.

– No me digas que no lo sabias ya-dijo.

Reprimi el impulso de hacer trizas su pose con mis propias manos.

– Lo sabia. ?Por que?

Anderson se atuso el bigote y me lanzo una sonrisa que le conferia el aspecto de un adolescente candido.

– ?Por que? Porque te vi. Hay una carretera que corre paralela a la autovia al sur de la frontera de Illinois y cerca de Beloit esta elevada. Te vi registrar el Cadillac y te vi buscar al conductor, y enseguida supe que no llevabas buenas intenciones, querido amigo. Te di ventaja y luego te localice por radar. Cuando te detuviste, espere cinco minutos, me acerque hasta estar unos seiscientos metros detras de ti y aparque. Enfoque la furgoneta con los prismaticos y te vi guardar de nuevo el Magnum en su escondite. En ese momento comprendi que me gustaba tu estilo.

1969 se impuso a 1979 y pense: «Carga, apunta y dispara.» Puse el cuello del policia en el punto de mira y casi habia encontrado las agallas necesarias para hacerlo cuando Anderson sonrio y dijo:

– Mala idea, Martin.

Consciente de que eran unos labios carnosos y un bigote encrespado -y no la advertencia- lo que me detenia, lo observe de pies a cabeza y algo externo a mi me forzo a decirle:

– Tinete de rubio.

Anderson solto un bufido despectivo y senalo la cama.

– Las rubias son para maricones. Lo mio son las morenas.

Vi una imagen enmarcada de mi padre con una mujer desnuda, los dos con pelucas blancas empolvadas. Conmocionado de que aun fuera capaz de recordar las facciones de mi padre y temeroso de adonde me llevaba la imagen, la ahogue pensando en mi victima de los cabellos nevados, cien kilometros al sur. Tenia directamente delante de mi la pose perfecta de Anderson, que me obligaba a mantener los ojos abiertos y me limitaba el pensamiento. Reuni por fin el valor necesario para actuar y le lance un derechazo a su nariz perfecta.

Esquivo el golpe perfectamente, me agarro por la muneca, me retorcio el brazo, llevandolo a la espalda, y me inmovilizo, rodeandome el pecho con firmeza. Envuelto por una fuerza perfecta, una voz perfecta alivio mi miedo:

– Vamos, queridisimo amigo, vamos. Eres mas grande y mas fuerte, pero yo estoy entrenado. No te culpo por estar furioso, pero no tienes nada de que preocuparte. Ven, te lo demostrare.

Вы читаете El Asesino de la Carretera
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату