apartamento. Tengo un par de pizzas congeladas que estan pidiendo comeme.

Aquella noche, mantuve el monologo de Borchard centrado en un solo tema: el robo con escalo. No tuve que fingir atencion: en esta ocasion, vino por si sola, como si el operador de cabina que utilizaba para las peliculas mentales estuviera en huelga y yo hubiese encontrado un entretenimiento mejor. Aprendi la utilizacion practica de las hermosas herramientas de acero mate; me entere de las tecnicas rudimentarias para neutralizar alarmas. Aprendi que la adiccion a las drogas y la propension a alardear de las propias hazanas solian conducir a la ruina del ladron y que si este no era demasiado codicioso y cambiaba a menudo de zona de actuacion, podia eludir la captura indefinidamente. Los tipos criminales quedaron grabados en aquella parte de mi mente donde solo moraba la logica: rateros que robaban dinero y joyas sueltas que podian tragarse si se presentaba la pasma; ladrones de tarjetas de credito que hacian una retahila de compras y vendian el material a los peristas. Envenenadores de perros guardianes, asaltantes que penetraban en una casa y violaban a la duena, y atrevidos ladrones que pegaban palizas y robaban se unieron a la Sombra Sigilosa en mi sequito mental.

Hacia medianoche, Borchard, grogui de pizza y cerveza, bostezo y me acompano a la puerta. Cuando ya me iba, me tendio la palanca cincel.

– Diviertete, chico. Dale a L. B. J. unas cuantas veces de parte del tio Walt, pero procura no estropear la pared. Ese contrachapado es caro.

Note en la mano las estrias del acero, que parecian arder. Regrese a mi habitacion sabiendo que tenia coraje para hacerlo.

6

La noche siguiente, di el golpe.

El dia se habia reducido a furiosas peliculas mentales y temblores externos, y el bibliotecario jefe me pregunto un par de veces si habia pillado un resfriado; pero cuando cayo la oscuridad, se adueno de mi una profesionalidad largo tiempo enterrada y mi mente se concentro en las exigencias del trabajo que se avecinaba.

Ya habia decidido que mi «chicha» serian las viviendas de mujeres solitarias y que solo robaria lo que, razonablemente, pudiera llevar encima. Sabia, por anteriores monologos de Walt Borchard, que la zona que quedaba justo al sur de East Griffith Park Road estaba relativamente libre de pasma; era un barrio de clase media con baja criminalidad que solo requeria una vigilancia superficial. Con esta informacion privilegiada en la cabeza, me encamine hacia alli cuando sali del trabajo.

Las calles de la zona de Los Feliz y Hillhurst eran una combinacion de casas de estuco de cuatro vecinos y casitas unifamiliares, de jardines delanteros estrechos y anchos. Trazando un ocho, rodee los bloques de viviendas desde Franklin hacia el norte, comprobando si habia o no coches en los garajes particulares y buscando puertas debiles que se vieran faciles de forzar. La palanca cincel descansaba en mi bolsillo trasero, envuelta en un par de guantes de goma que habia comprado durante la hora del almuerzo. Estaba preparado.

El sol empezo a ponerse a las siete y media y tuve la sensacion de que los garajes que todavia estaban vacios seguirian estandolo. Entre las seis y las siete habia habido una gran marea de gente que volvia a casa del trabajo, pero el trafico ya estaba disminuyendo y empezaba a ver mas y mas viviendas a oscuras y sin coches en las calzadas privadas de acceso. Decidi esperar a que anocheciese del todo para ponerme en marcha.

Veinticinco minutos despues, me encontraba en New Hampshire Avenue, acercandome a Los Feliz. Llegue a una zona de oscuras casas de una planta y empece a pasar junto a los patios delanteros, deteniendome a buscar nombres de mujeres solteras en los buzones. Los cuatro primeros identificaban a los inquilinos como «Sr. y Sra.», pero la quinta era chicha: «Srta. Francis Gillis.» Anduve hasta la puerta y llame al timbre antes de que el miedo pudiera atenazarme.

Silencio.

Un timbrazo. Dos. Tres. Detras de la ventana de la fachada, la oscuridad parecia intensificarse con el eco de cada llamada. Me puse los guantes, saque la herramienta y la encaje en el estrecho espacio entre la puerta y el dintel. Me temblaban las manos y me dispuse a empujar, forzar y astillar. Sin embargo, justo entonces, los temblores se aceleraron y el filo plano de la ganzua corrio limpiamente el pasador de la cerradura. La puerta se abrio con un clic por pura chiripa.

Me cole dentro y cerre la puerta; luego, me quede absolutamente inmovil en la oscuridad del interior, esperando a que se revelara la forma y distribucion de la estancia. Notaba una comezon desde la pelvis a las rodillas y, mientras estaba alli plantado pensando en la Sombra Sigilosa, la sensacion se fue concentrando en mi entrepierna.

Entonces se produjo un ruido de rascar de unas y una poderosa fuerza bruta me golpeo la espalda. Unos dientes se cerraron sobre mi rostro y note que me desgarraban una parte de la mejilla. Dos ojos amarillentos brillaron de inmediato ante mi, enormes y extranamente traslucidos. Supe que se trataba de un perro y que la Sombra Sigilosa queria que lo matara.

Los dientes se cerraron de nuevo; esta vez, me rozaron la oreja izquierda. Note las unas escarbando en mi estomago y lance un golpe con la punta afilada de mi herramienta, adelante y arriba, donde calculaba que estarian los intestinos del animal. Fue una imitacion perfecta del movimiento de la S. S. y, cuando el filo desgarro la piel y asomaron las entranas, calientes y humedas, llegue al borde del orgasmo. Me quite el perro de encima, mientras el animal iniciaba una serie de agonicos mordiscos por puro reflejo, y permaneci tumbado, aplastado contra el suelo. Mis ojos ya se habian adaptado a la oscuridad, asi que distingui un sofa repleto de cojines a unos palmos de donde me encontraba. Me arrastre hasta alli, agarre un almohadon de buen tamano, adornado con borlas, y lo presione sobre la cabeza del perro hasta asfixiarlo.

Cuando me incorpore, me senti mareado. Encontre una lampara de pie y la encendi. A su luz vi una sala de estar de estilo danes moderno con una naturaleza muerta de estilo Plunkett moderno en el centro, una alfombra empapada de sangre y un pastor aleman con un cojin de ganchillo por cabeza. Me temblaban las manos, pero una pelicula mental en blanco me permitia mantener la calma. Me dispuse a realizar mi primer robo.

En el cuarto de bano, me lave la herida de la mejilla con agua de hamamelis y luego me aplique un lapiz astringente en el corte. Pronto se formo una costra y, tras cubrir la zona con pequenas tiras de esparadrapo, pase al dormitorio.

Procedi despacio, metodicamente. Primero, me quite la camisa manchada de sangre, forme una pelota con ella y revolvi el armario hasta encontrar una camisa azul que no levantaria sospechas en un hombre. Me la puse y observe como me quedaba en el espejo de la pared. Ajustada, pero no se me veia raro con ella. El pantalon tambien estaba empapado en sangre y sucio de restos de tripas, pero era oscuro y las manchas no se notaban demasiado. Podia volver a casa con el.

Me concentre en el saqueo y hurgue en los cajones, comodas y alacenas, hasta dar con una cajita de madera de cedro llena de billetes de veinte dolares y un secreter de terciopelo donde habia piedras relucientes y sartas de perlas que parecian autenticas. Pense en hacer una busqueda de tarjetas de credito, pero decidi que no era aconsejable. Lo del perro muerto podia significar que el robo recibiera mas atencion de la habitual por parte de la policia, y no queria arriesgarme a traficar con tarjetas que fueran objeto de especial interes de la pasma. Para ser el primer golpe, habia robado suficiente.

Con la herramienta, el dinero y las joyas en los bolsillos del pantalon, di una ultima vuelta por la casa, apagando luces. Cuando recogi la camisa ensangrentada, la Sombra Sigilosa me envio un pequeno adorno conmemorativo y, camino de la puerta, arroje una caja de galletas para perro junto a la cabeza cojin del pastor aleman.

7

La noche en New Hampshire Avenue fue el principio de mi aprendizaje criminal y el inicio de una serie de conflictos: las batallas internas que libraban las piezas de puzle de mis impulsos emergentes. Durante los once meses siguientes, me pregunte si las distintas partes de mi llegarian algun dia a reconciliarse hasta el punto en que todas las piezas encajaran unas con otras, lo cual me permitiria convertirme en el hombre de accion que

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