llegar a sus familiares y enterrar su cuerpo con dignidad. «Escoja un enclave bien senalizado, excave una fosa profunda, rodeela con espinos y cubrala bien con piedras pesadas como defensa contra los animales depredadores.»35

Tras un ano mas de curso, Fawcett se presento junto con sus companeros al examen final. Los alumnos tenian que demostrar el dominio del reconocimiento, lo cual requeria una total comprension de complejas nociones de geometria y astronomia. Fawcett habia pasado horas estudiando con Nina, que compartia su interes por la exploracion y que trabajaba sin descanso para ayudarle. Si suspendia, sabia que volveria al tedio anterior, que seria de nuevo un soldado. Redacto con esmero cada respuesta. Cuando acabo, se lo entrego a Reeves. Y luego espero. Reeves informo a los alumnos de sus resultados y comunico la noticia a Fawcett: habia aprobado… y no solo eso. Reeves, en sus memorias, destaco a Fawcett, subrayando que se habia graduado «con honores».36 Fawcett lo habia conseguido: habia recibido el imprimatur de la Royal Geographical Society, o, segun lo definio el, «la RGS hizo de mi un explorador».37 Ahora solo necesitaba una mision.

7. Helado liofilizado y calcetines para la adrenalina

– No puedes irte asi -dijo mi esposa.

Mire hacia la cama, donde habia dejado varios pantalones cortos y unas deportivas Adidas.

– Tengo una navaja del ejercito suizo -repuse.

– No puedo decir que eso me tranquilice mucho.

Al dia siguiente, debido a su insistencia, intente encontrar un lugar donde comprar un equipo mas adecuado. Los amigos me informaron de uno de los muchos comercios de Manhattan que se dedican a equipar al creciente numero de excursionistas, ciclistas de montana, adictos a los deportes de aventura y guerreros de fin de semana. El local tenia literalmente el tamano de un almacen industrial, y, cuando entre, me senti abrumado. Habia tiendas de campana con los colores del arco iris, kayaks de color platano, bicicletas de montana de tonos violeta y tablas de snowboard fluorescentes colgadas del techo y de las paredes. Pasillos enteros estaban dedicados a repelentes de insectos, alimentos liofilizados, balsamos labiales y cremas con proteccion solar. Toda una seccion estaba destinada al calzado

(«?LOS GURUS PUEDEN CONDUCIRTE A LA COMODIDAD ABSOLUTA!», rezaba un cartel). En un espacio adicional a este se amontonaban raquetas de nieve «provistas de resortes y cierres de trinquete». Habia otra seccion consagrada a los «calcetines para la adrenalina» y otra a ropa interior Techwick. En las estanterias habia revistas para excursionistas, como Supervivencia en la montana, que incluian articulos titulados «?Sobrevive al ataque de un oso!» y «Los ultimos lugares virgenes de America: 31 maneras de encontrar la soledad, la aventura… y encontrarse a uno mismo». Me encontraba rodeado de clientes o guias especializados. Daba la impresion de que cuanto menores eran las oportunidades de exploracion genuina, mas medios existian para que cualquiera pudiera lanzarse a ella y mas barrocos eran los metodos -puenting, snowboard- que la gente ideaba para emular las mismas sensaciones. La exploracion, no obstante, ya no parecia destinada a algun descubrimiento en el mundo exterior; por el contrario, se dirigia al interior, a lo que las guias de viaje y los folletos denominaban «terapia de campamento y naturaleza» y «crecimiento personal por medio de la aventura».

Estaba de pie, perplejo, frente a una vitrina de vidrio repleta de diversos artilugios que parecian relojes cuando un joven dependiente de brazos largos y esbeltos aparecio detras del mostrador. Estaba radiante como si acabara de regresar del Everest.

– ?Puedo ayudarle en algo? -pregunto.

– ?Que es eso? -le respondi yo con otra pregunta.

– Ah, eso mola. -Descorrio la puertecilla del mostrador y extrajo el objeto-. Es un pequeno ordenador. ?Ve? Le indicara la temperatura en todas partes. Y la altitud. Tambien incorpora reloj, brujula digital, alarma y cronometro. Insuperable.

Le pregunte cuanto costaba, y me dijo que unos doscientos dolares, y me aseguro que no me arrepentiria si lo compraba.

– ?Y eso? -quise saber, senalando otro chisme.

– Es algo bastante parecido. Solo que tambien registra el ritmo cardiaco. Ademas, es un excelente cuaderno de bitacora. Almacena todos los datos que quiera introducir sobre el tiempo, las distancias, el ritmo de ascension… lo que quiera. Por cierto, ?que tipo de viaje planea hacer?

Cuando le explique mis intenciones, lo mejor que pude, se mostro entusiasmado, y pense en uno de los obsesos de Fawcett de la decada de 1930, que habia clasificado a las personas en funcion de sus planes:

Estaban los Prudentes, que decian: «Es una extraordinaria locura». Estaban los Sabios, que decian: «Es una extraordinaria locura, pero al menos la proxima vez lo pensara dos veces». Estaban los Muy Sabios, que decian: «Es una locura, pero no tanto como parece». Estaban los Romanticos, que parecian creer que si todo el mundo hiciese esta clase de cosas, los problemas del mundo pronto desaparecerian. Estaban los Envidiosos, que daban gracias a Dios por no ir conmigo, y estaban los del otro tipo, que decian con diferentes grados de hipocresia que darian lo que fuera por ir conmigo. Estaban los Sensatos, que me preguntaban si conocia a alguien en la embajada. Estaban los Pragmaticos, que me soltaban largas peroratas sobre inoculaciones y calibres […]. Estaban los Aprensivos, que me preguntaban si habia hecho testamento. Estaban los Hombres Que Habian Hecho Algo Parecido En Su Momento, Ya Sabe, y estos me adoctrinaban sobre intrincadas estratagemas para extraer el maximo partido de las hormigas y me decian que los monos constituyen un excelente alimento, asi como tambien los lagartos y los loros; todos tenian un sabor muy similar al del pollo.1

El vendedor parecia pertenecer a la categoria de los Romanticos. Me pregunto cuanto tiempo estaria de viaje, y le conteste que no lo sabia; como minimo, un mes, pero probablemente mas.

– Asombroso. Asombroso. Un mes le permitira sumergirse en el ambiente del lugar.

Daba la impresion de estar pensando en algo… hasta que me pregunto si era verdad que un siluro del Amazonas, llamado candira, «ya sabe, que…».

No acabo la pregunta, aunque tampoco era preciso que lo hiciera. Yo habia leido acerca de esa criatura casi translucida, parecida a un mondadientes, en A traves de la selva amazonica. Mas temida que las piranas,2 es una de las pocas criaturas que sobreviven exclusivamente con una dieta de sangre. (Tambien se le denomina «pez vampiro de Brasil».) Por lo general, se instala en las agallas de otro pez y le succiona la sangre, pero tambien se introduce por los orificios humanos, como la vagina o el ano. Es, tal vez, aun mas famoso por alojarse en el pene del hombre, donde se aferra de forma irrevocable con sus espinas. A menos que se extirpe al animal, conlleva la muerte segura, y en el remoto Amazonas se tiene noticia de victimas que han tenido que ser castradas para sobrevivir. Fawcett, que habia visto un candira extraido quirurgicamente de la uretra de un hombre, dijo: «Muchas muertes se derivan de este pez, y la agonia que provoca es atroz».3

Cuando le comente al dependiente que efectivamente habia oido hablar del candira, parecio abandonar la categoria de los Romanticos para pasar a la de los Pragmaticos. Aunque era poco lo que podia hacerse para protegerse de una criatura asi, me hablo de un sinfin de artilugios que estaban revolucionando el arte de la acampada: una herramienta que era a un tiempo termometro digital, linterna, lupa y silbato; bolsas compresivas que encogian todo cuanto contuvieran; botellas purificadoras de agua que hacian las veces de faroles; duchas portatiles que funcionaban con energia solar; kayaks que se plegaban hasta reducirse al tamano de un petate; una linterna flotante que no precisaba pilas; parkas que se transformaban en sacos de dormir; tiendas de campana sin palos; una pastilla que «destruye virus y bacterias en quince minutos»…

Cuantas mas cosas me explicaba, tanto mas envalentonado me sentia yo. «Puedo hacerlo», pensaba, apilando en la cesta varios de aquellos objetos propios de James Bond.

– Es la primera vez que va a acampar, ?verdad? -dijo finalmente el vendedor.

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