hogar. Los snookers -novatos o cadetes recien llegados como Fawcett- soportaban horas de instruccion y, si violaban el codigo del «cadete caballero», se los azotaba. Los cadetes veteranos a menudo obligaban a los mas jovenes a «buscar tempestades»: los forzaban a asomar los brazos y las piernas desnudos por una ventana y soportar el frio durante horas. O bien se les ordenaba permanecer de pie sobre dos taburetes apilados en una mesa mientras otros los hacian tambalearse a patadas. O se los quemaba con un atizador incandescente. «Los metodos de tortura a veces eran ingeniosos, y otras, dignos de las razas mas salvajes»,15 afirmo un historiador de la Academia.

Cuando Fawcett se graduo, casi dos anos despues, se le habia ensenado, segun lo describio un contemporaneo, «a considerar el riesgo de morir como la salsa mas sabrosa de la vida».16 Aun mas relevante es el hecho de que fuera entrenado para ser un apostol de la civilizacion occidental: salir y convertir el mundo al capitalismo y al cristianismo, transformar pastos en tierras de cultivo y cabanas en hoteles, mostrar a aquellos que vivian en la Edad de Piedra las maravillas del motor de vapor y de la locomotora, y asegurarse de que el sol nunca se pusiera en el Imperio britanico.

Tras escabullirse de la apartada base de Ceilan17 con el mapa del tesoro en su poder, Fawcett se encontro de pronto rodeado de bosques frondosos, playas cristalinas, montanas y gente vestida con colores que nunca habia visto: no se trataba de el negro y el blanco funebres de Londres, sino de morados, amarillos y rubies, radiantes, destellantes y llenos de vida, una vision tan pasmosa que incluso el gran cinico de Mark Twain, quien visito la isla en la misma epoca, comento: «?Cielos, es hermosa!». 18

Fawcett subio a una barca correo atestada que, al lado de los acorazados britanicos, apenas era un minusculo trozo de madera y lona. En cuanto esta se alejo de la ensenada, Fawcett pudo ver Fort Frederick en lo alto del risco y las troneras de su muralla exterior de finales del siglo xviii, cuando los britanicos habian intentado apropiarse del promontorio que pertenecia a los holandeses, que previamente se lo habian arrebatado a los portugueses. Tras recorrer unas ochenta millas al sur por la costa oriental, la embarcacion viro hacia el puerto de Batticaloa, donde un sinfin de canoas pululaban alrededor de los barcos que arribaban. Mercaderes cingaleses, gritando sobre las salpicaduras de los remos, ofrecian piedras preciosas, especialmente a un sahib que, ataviado con un sombrero de copa y un chaleco del que colgaba la cadena de un reloj, sin duda llevaba los bolsillos llenos de libras esterlinas. Tras desembarcar, Fawcett sin duda debio de verse rodeado por mas comerciantes: algunos cingaleses, otros tamiles, unos cuantos musulmanes, todos apinados en el bazar, pregonando sus productos frescos. El aire estaba impregnado del aroma de las hojas de te secas, del olor dulce de la vainilla y del cacao, y otro algo mas acre: el del pescado seco, que no despedia el hedor rancio habitual del mar sino el del curry. Y habia mas gentio: astrologos, mercaderes ambulantes, lavanderos, vendedores de azucar moreno sin refinar, herreros, tocadores de tantan y mendigos. Para llegar a Badulla, situada a unos ciento sesenta kilometros tierra adentro, Fawcett viajo en una carreta tirada por un buey, que traqueteo y chirrio mientras el conductor fustigaba el lomo del animal, espoleandolo por la carretera de montana que transcurria entre arrozales y plantaciones de te. En Badulla, Fawcett pregunto a un terrateniente britanico si habia oido hablar de un lugar llamado Galla-pita-Galla.

– Me temo que no puedo ayudarle -le contesto el hombre-. Alli arriba hay unas ruinas a las que llaman Bano del Rey, que en el pasado podria haber sido un deposito o algo asi, pero en cuanto a las rocas… ?caray!, ?pero si todo son rocas!

Recomendo a Fawcett que hablara con el jefe del lugar, Jumna Das, y descendiente de los reyes kandianos, que gobernaron el pais hasta 1815.

– Si alguien puede decirle donde esta Galla-pita-Galla, es el -le dijo el ingles.19

Aquella noche, Fawcett encontro a Jumna Das, un anciano alto y con una elegante barba blanca. Das le conto que se rumoreaba que el tesoro de los reyes kandianos habia sido enterrado en aquella region. No cabia duda, prosiguio Das, de que los restos arqueologicos y los depositos de minerales reposaban en las laderas de las colinas situadas al sudeste de Badulla, tal vez cerca de Galla-pita-Galla.

Fawcett fue incapaz de encontrar el tesoro, pero la perspectiva de las joyas refulgia aun en sus pensamientos. «?Con que disfruta mas el perro de caza: con la persecucion o dando muerte a la presa?»,20 se pregunto. Tiempo despues volvio a partir con un mapa. En esa ocasion, con la ayuda de un equipo de obreros a los que habia contratado, descubrio un enclave que parecia guardar semejanza con la cueva descrita en la nota. Durante horas, los hombres cavaron y los monticulos de tierra fueron creciendo a su alrededor, pero lo unico que desenterraron fueron fragmentos de ceramica y una cobra blanca que aterro a los obreros e hizo que huyeran como alma que lleva el diablo.

Pese al fracaso, Fawcett disfruto con aquella incursion que le permitio distanciarse de todo cuanto conocia. «Ceilan es un pais muy antiguo, y los pueblos antiguos poseian mas sabiduria de la que nosotros tenemos hoy»,21 dijo Das a Fawcett.

Aquella primavera, tras regresar a reganadientes a Fort Frederick, Fawcett supo que el archiduque Francisco Fernando, sobrino del emperador austrohungaro, tenia previsto visitar Ceilan. Se anuncio una fiesta de gala en su honor a la que asistio gran parte de la elite gobernante. Los hombres acudieron con fracs negros y panuelos blancos de seda anudados al cuello; las mujeres, con abultadas faldas con mirinaque y corses tan cenidos que les dificultaban la respiracion. Fawcett, que llevo su atuendo mas ceremonioso, resulto una presencia imponente y carismatica.

«Es obvio que despierta cierta fascinacion en las mujeres»,22 observo un pariente. En ocasion de un acto benefico, un periodista comento que «el modo en que las mujeres le respetaban era digno de un rey».23 Durante la fiesta, Fawcett no conocio personalmente al archiduque, pero si le llamo la atencion una muchacha que le resulto cautivadora: no aparentaba tener mas de diecisiete o dieciocho anos, de tez palida y cabello castano recogido en la nuca, un peinado que resaltaba sus rasgos exquisitos. Se llamaba Nina Agnes Paterson y era hija de un magistrado colonial.

Aunque Fawcett nunca lo reconocio, debio de sentir algunos de los anhelos que tanto le aterraban. (Entre sus documentos conservaba la advertencia de un adivino: «Los mayores peligros que le acecharan provendran de las mujeres, que se sienten muy atraidas por usted, y por quienes usted siente tambien gran atraccion, si bien le acarrearan mas dolor y problemas que cualquier otra cosa».) Dado que el protocolo social no le permitia acercarse a Nina e invitarla a bailar, tenia que buscar a alguien que los presentara oficialmente, y asi lo hizo.

Aunque era una joven vehemente y frivola, Nina tambien era extremadamente culta. Hablaba aleman y frances, y se habia formado en geografia, estudios religiosos y Shakespeare. Compartia con Fawcett un caracter impetuoso (abogaba por los derechos de la mujer) y una curiosidad que saciaba a solas (le gustaba explorar la isla y leer textos budistas).

Al dia siguiente, Fawcett escribio a su madre para decirle que habia conocido a la mujer ideal, «la unica con la que deseo casarme».24 Nina vivia con su familia en una enorme casa repleta de sirvientes en el extremo opuesto de la isla, en Galle. Fawcett la visitaba a menudo con el fin de cortejarla. Empezo a llamarla Cheeky («pilla»), en parte, segun afirmo un miembro de la familia, porque «ella siempre tenia que tener la ultima palabra»;25 Nina le llamaba Puggy («pequeno dogo»), por su tenacidad. «Era muy feliz y no sentia sino admiracion por el caracter de Percy: un hombre austero, serio y generoso»,26 comentaria tiempo despues Nina a un periodista.

El 29 de octubre de 1890, dos anos despues de conocerla, Fawcett le propuso matrimonio. «Mi vida no tiene sentido sin ti»,27 le dijo. Nina acepto de inmediato y su familia organizo una fiesta para celebrarlo. Pero, segun afirmaron varios parientes, algunos miembros de la familia de Fawcett se opusieron al compromiso y, recurriendo a una mentira, pretextaron que Nina no era la dama que el creia; en otras palabras, que no era virgen. No esta claro el motivo por el que la familia se oponia a ese enlace y lanzo aquella acusacion, pero todo indica que el eje de las maquinaciones fue la madre de Fawcett. En una carta que escribio anos despues a Conan Doyle, Fawcett daba a entender que su madre habia sido «una vieja tonta y una vieja horrenda por ser tan odiosa» con Nina, y que «tenia mucho que compensar».28 En aquel tiempo, no obstante, Fawcett no desato su ira contra su madre sino contra Nina. Le escribio una carta en la que le dijo: «No eres la chica pura que creia que eras».29 Y puso fin al compromiso.

Durante anos no tuvieron contacto alguno. Fawcett siguio en el fuerte, donde, desde lo alto de los acantilados, podia ver una columna erigida en memoria de una doncella holandesa que, en 1687, se habia arrojado al mar despues de que su prometido la abandonara. Nina regreso a Gran Bretana. «Tarde mucho tiempo en recuperarme

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